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lunes, 21 de enero de 2013

UNA CRISIS EXACERBADA POR LOS ERRORES, DE JOAQUIM MUNS EN DINERO EN LA VANGUARDIA



http://articulosclaves.blogspot.com/

Una crisis exacerbada por los errores, de J. Muns .



OPINIÓN
Si la crisis está siendo intratable es porque su enfoque y gestión por parte de los gobiernos han sido muy deficientes. Es decir, sehan cometido demasiados errores en la lucha contra la crisis actual” Se podría haber evitado que esta crisis sacudiera tan gravemente a la economía mundial 
La peor crisis en muchas décadas ha coincidido con la peor clase política en muchos años
Hace ya demasiado tiempo que sufrimos una crisis económica importante, muy maligna en términos de sufrimiento humano. La vamos asumiendo como una parte integrante del paisaje. Es la resignación ante la calamidad. Pero hay una pregunta muy importante que raramente nos formulamos, quizás para no sentirnos más frustrados: ¿era inevitable que esta crisis que padecemos fuera tan profunda y larga? He ahí una cuestión básica.
Creo que la respuesta es negativa, es decir, que sí que se podría haber evitado que esta crisis sacudiera tan gravemente a la economía mundial, especialmente a los países más desarrollados, que han sido los más afectados. Hoy sabemos mucha más economía que cuando se produjo la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado. Además, la larga lista de crisis que hemos tenido desde la Segunda Guerra Mundial debería haber reforzado nuestras habilidades para enfrentarnos con las crisis económicas.Si la crisis está siendo intratable es porque su enfoque y gestión por parte de los gobiernos han sido muy deficientes. Es decir, se han cometido muchos, demasiados errores en la lucha contra la crisis actual. Los trataré en el resto del artículo resumiéndolos en diez puntos, expuestos guardando el orden cronológico que permite un fenómeno tan complejo como la situación económica que estamos viviendo.
El primer gran error fue confundir la crisis que amanecía con una crisis del sistema capitalista. Muchos líderes políticos vivieron los momentos iniciales con la perplejidad y la falta de serenidad propias de alguien que no merece el cargo que ejerce. Una escapatoria fue la demagogia y lo que llamé, en un artículo en estas páginas, la exuberancia verbal reclamando, por ejemplo, la refundación del capitalismo (“Demagogia y exuberancia verbal”, 2/XI/2008). Esta falta de acierto y de mesura iniciales fueron un grave fallo que iba a marcar todo el proceso de lucha contra la crisis.
El segundo error fue no entender por parte de los dirigentes políticos la naturaleza de la crisis. Se interpretó que se trataba de una crisis de demanda, es decir, que los consumidores y los inversores habían dejado de consumir e invertir por un pánico que los responsables políticos también sentían. No se hizo el más mínimo caso a los técnicos y a la excelente literatura existente sobre las crisis financieras. No se quiso entender y aceptar que se trataba de una crisis de endeudamiento. Es decir, que el exceso de deuda era lo que había frenado la demanda. Quizás la resistencia a aceptarlo derivaba de una culpabilidad política difusa de haber permitido que se creara la montaña de deuda que está en la base de la crisis.
El tercer error consistió en no articular un enfoque internacional del problema y aferrarse a él. Se constató correctamente que se trataba de un problema que, en mayor o menor medida, todos los países compartían. Ello llevó a que se movilizara el llamado G-20, constituido por los países más importantes del mundo. Pero pronto las divergencias en su seno y las particularidades de cada casoalejaron a los países de una cooperación internacional de lucha contra la crisis que era imprescindible.
Al final, Estados Unidos ha ido por un camino, China por otro y Europa por el suyo. Esta falta de un esfuerzo coordinado ha hecho mucho daño a la lucha contra una crisis que, no lo olvidemos, ha sido y es global.
El cuarto error deriva directamente del segundo. Al juzgar que se trataba de una crisis de demanda, los gobiernos consideraron, dentro del más puro keynesianismo (Keynes propugnaba que los gobiernos tienen que activar la economía con dinero público si esta entra en crisis), que debían reactivar la economía. Y así lo hicieron endeudándose hasta las cejas, con lo que agravaron la crisis añadiéndole una nueva y tupida capa de deuda, que es la que ahora nos persigue y hunde las economías.
El quinto error ha sido la falta de urgencia en actuar contra las crisis bancarias nacionales. Se señaló correctamente que la banca padecía una grave situación de descapitalización, que además se iría agravando si la crisis persistía. Pero, con la excepción
 de Estados Unidos, se tuvo demasiado miedo, sobre todo en Europa, de atajar el problema de raíz. Concretamente, en España y en palabras del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se está haciendo “tarde, mal y a rastras”. Este error ha sido crucial en demorar la salida de la crisis.
A lo anterior hay que añadir un sexto error. Cuando se ha ayudado a la banca a superar la situación de crisis por la que atravesaba –y atraviesa– se ha hecho, en la gran mayoría de casos, sin ningún tipo de condicionalidad. Naturalmente, en estas circunstancias los bancos han utilizado la ayuda recibida exclusivamente para sus fines propios, dejando de lado su papel de soporte de la economía productiva. No resulta comprensible ni aceptable que se haga uso del dinero público, sea en el sector que sea, sin unacondicionalidad que permita verificar debidamente lo que se hace con el dinero de todos.
El séptimo error, íntimamente ligado con el anterior, es la pérdida de la fuerza moral de los gobiernos ante la sociedad al no haber contrapesado su rescate a la banca con ayudas a las personas más afectadas por sus deudas bancarias. Se ha ayudado a los acreedores de los bancos, pero se ha ignorado a los deudores. Esta conducta ha creado un agravio moral que, al final y en los lugares más vulnerables como España, ha desembocado en un gran malestar social. Ayudar a la banca es necesario y técnicamente correcto, pero no se puede hacer impunemente al margen de las graves dificultades que sufren sus deudores.
El octavo error ha sido la falta de pedagogía que ha acompañado la actuación pública. Ha faltado la capacidad de los gobernantes de dar una visión mínimamente articulada del por qué de todo lo que sufrimos y de lo que significa de cara a un mundo nuevo en el que debemos acostumbrarnos a progresar más por el esfuerzo y menos por la acumulación de deuda.
El noveno error, que se ha filtrado de una manera poco visible, ha sido el de permitir y alentar que la crisis haya conducido a unarestatalización de la vida económica. Ello ha llevado al sector privado a una clara situación de subordinación, que ha incidido de forma muy negativa en su capacidad de dinamizar la economía. Los empresarios siguen más pendientes que nunca de las conferencias de prensa después de los Consejos de Ministros y de lo que dictaminan en Bruselas.
El décimo error que me parece relevante es la implantación, a través de los bancos centrales, de una heterodoxia monetaria basada en el dinero prácticamente gratis y sin límites. Esta política ha tenido resultados dinamizadores muy escasos, pero ha hinchado un inmenso globo de liquidez que se ha añadido a la mucha que ya había creado la crisis. Además, cuando el dinero no cuesta nada, siempre se utiliza mal, como señalé en un artículo reciente en estas páginas (“Cuando el dinero no cuesta nada”, 19/II/2011)
Al llegar a este punto, el lector, asombrado, se preguntará cómo ha sido posible que los responsables políticos y económicos hayan cometido tantos errores. La respuesta es simple y triste: hemos tenido la mala suerte histórica de que la peor crisis en muchas décadas haya coincidido con la peor clase política en muchos años.
Joaquim Muns. Catedrático de OEI en la UB. Premio de Economía Rey Juan Carlos I. Fue director ejecutivo del FMI y del Banco Mundial.

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