¡Cristo ha resucitado, queridos hermanos y hermanas! Los felicito de todo corazón con motivo de la gran fiesta de la salvación – la Pascua de la Resurrección de Jesucristo. El Señor verdaderamente nos ha salvado a través de su resurrección. Y para comprender lo que pasó con nosotros, con el género humano, quizás, sea apropiado citar el siguiente ejemplo: imagínense que alguien asumió los delitos de todos los criminales, y, siendo inocente, sufrió un terrible castigo. Y a través de este castigo todos los criminales recobraron la libertad. Cristo hizo algo parecido, pero con la única condición de que no abrió de par en par las puertas de todas las celdas carcelarias para todos nosotros, los que pecamos contra Dios. Simplemente quitó los candados. Pero abrir la puerta, recobrar la libertad o quedarse en la celda –eso ya es nuestra libre opción.
En uno de los cánticos religiosos, alabando la Resurrección del Señor, decimos que Él rompió “las cadenas que nos atan”. Pero para abrir la puerta y recuperar la libertad debemos acceder a Jesucristo. Porque solo un camino conduce a la libertad, solo una dirección conduce a esa misma puerta que hay que abrir de par en par. Las circunstancias de la vida, los prejuicios, muchos estereotipos y valores falsos no apartan de ese camino. Nos proponen otro camino para la salvación. Y el hombre, transitando este camino, a veces toda su vida, al fin y al cabo comprende que está en la celda, que no ha recobrado la libertad, que de nuevo se golpeó la frente contra la pared. Si aún alcanzan el tiempo y las fuerzas, alguien sigue intentando encontrar la salida, y alguien se resigna a la situación de esclavo.
Si vamos en dirección de Cristo, abrimos la puerta que Él nos abrió. Nos volvemos libres. Nos volvemos libres viviendo según la Ley del Señor, según sus mandamientos. Nos volvemos capaces de determinar la plenitud de la vida. Para ello no se requieren sobreesfuerzos. Hay que creer en que Cristo resucitó y nos salvó. Es necesario creer en que la puerta está abierta. Es necesario creer que la vida, en consonancia con la Ley del Señor, es la vida en libertad. Todo lo demás es esclavitud. Y cuando llegamos a esa comprensión se nos abren muchas cosas. Nos resulta más fácil y simple hacer el bien a la gente, abstenernos de las malas palabras, no maldecir a las personas, no calumniarlas, no tender nuestro propio camino de la vida ultrajando y ofendiendo, o restringiendo las posibilidades de otras personas. Nos volvemos capaces de amar, de mantener la fidelidad, de llevar la verdad al mundo. Pues esto es la vida en Cristo, la vida en libertad.
No es fácil ser libre. Cada uno sabe qué difícil es defender la libertad y la independencia del estado. Para ello a veces se requieren sobreesfuerzos. Y así de difícil es defensa la libertad de uno mismo de las numerosos fantasmas, de las numerosas tentaciones y pruebas, que las fuerzas oscuras del más nos ofrecen para apartarnos del camino de la salvación.
La Pascua de la Resurrección de Cristo es la fiesta de la victoria, la fiesta de la libertad. Pues con este sentimiento acogemos este día santo. Y adoptamos, en la medida de nuestras fuerzas, la decisión de ir en dirección de Cristo resucitado, de ir en dirección de la libertad en Cristo, a través de la puerta que Él nos abrió, obrando con piedad y la verdad, ayudando a todos quienes necesitan nuestra ayuda, contribuyendo a la paz, la justicia y el amor en el género humano. ¡En verdad, ha resucitado!
mj/as