Desde el día de su elección, el 13 de marzo, el papa Francisco sigue acaparando la atención de los medios de comunicación mundiales. Se ha inventado incluso un término para definir este fenómeno: franciscomanía. Semejante actitud hacia un líder espiritual es propia no solo del catolicismo, sino también de otras ramas del cristianismo y otras religiones.
Según datos estadísticos, con la elección del papa Francisco en el mundo ha crecido el número de ateos que quieren convertirse a la religión cristiana. Para Occidente, una atención tan alta hacia el nuevo pontífice es muy lógica. Tras una prolongada crisis del cristianismo, los creyentes asocian con el nuevo papa sus expectativas de buenos cambios en el papado y la Iglesia a nivel global, afirma el vaticanista italiano Marco Politi. 
Al adoptar el nombre de Francisco, el nuevo pontífice dio a entender que el papado como institución debe ser más sencillo y modesto, renunciando a la pomposidad medieval de las capas rojas. Compareció ante el pueblo vestido de blanco y con una cruz de hierro. Estos detalles son muy elocuentes. Demuestran su intención de reformar la institución papal. 
Sorprende la gran cantidad de comentarios sobre el nuevo papa de Roma que se hacen en Rusia, donde la mayoría de los creyentes son cristianos ortodoxos y no católicos. Y no solo a nivel de los feligreses, sino también entre los altos jerarcas. Según el arcipreste Maxim Kozlov, superior de la iglesia moscovita de San Serafín de Svarov, esto también tiene su lógica. La personalidad y los hechos de un líder espiritual son vitales para el desarrollo de un diálogo interreligioso.
Lo más probable es que el encanto universal, que se ha ganado el papa Francisco rompiendo los estereotipos y cambiando las seculares tradiciones del Vaticano, sea un fenómeno provisional. Puede ser que la franciscomanía ceda poco a poco el terreno a actitudes más críticas. Por lo menos, así es como fue con los predecesores del actual favorito del público: los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. 
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