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viernes, 7 de diciembre de 2012

El guerrillero es un general de sí mismo

http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2012-12-06/el-guerrillero-es-un-general-de-si-mismo/

Por vez primera se conoce en nuestra patria el Código de Maceo, en el libro de un escritor costarricense publicado por el historiador Eduardo Torres Cuevas
Luis Hernández Serrano
digital@juventudrebelde.cu
6 de Diciembre del 2012 20:30:08 CDT
«El guerrillero es el general de sí mismo (…) debe marchar en silencio (…) no gastar una bala en balde (…) no dejarse sorprender ni de día ni de noche».
Estos y otros principios de la guerra de guerrillas, redactados a partir de las experiencias del Titán de Bronce en la manigua cubana, integran el Código de Maceo.
Prácticamente se acaba de publicar dentro de un libro sobre el pensamiento del General Antonio, por Ediciones Imagen Contemporánea, de la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz, gracias al Doctor Eduardo Torres Cuevas, presidente de la Academia de Historia de Cuba.
Ese libro se lo entregó el escritor costarricense Armando Vargas Araya, quien al decir de Torres Cuevas, es uno de los más profundos conocedores del pensamiento de Antonio Maceo en su dimensión latinoamericanista.
El Código de Maceo llegó a Armando Vargas Araya como un indiscutible descubrimiento suyo, y tuvo la gran idea de incluirlo en el aludido texto, pero sus reglas se le tomaron a un jefe prisionero en combate por parte del general Avelino Rosas Córdoba, que participó en la guerra de 1895 junto a su paisano colombiano, el coronel Gustavo Ortega, secretario particular del Titán de Bronce durante la Guerra de Independencia de 1895.
El general Avelino, nativo de Dolores, provincia de Popayán —a quien Maceo llamó el León del Cauca—, atesoró la doctrina político-militar del General Antonio sobre la guerra no convencional y propagó en Colombia ese Código.
Conoció a Maceo en 1892 en Costa Rica y su vida cambió. Vino a Cuba en la expedición del barco Bermuda, que llegó a Marabí, Baracoa, en marzo de 1896, con 73 hombres, mil fusiles, un cañón, municiones, medicinas y equipos. Después de la campaña de Camagüey, pasó a Las Villas junto al general Serafín Sánchez y estaba a su lado cuando este cayó en combate.
En 1898 pidió permiso y regresó a Colombia. Su plataforma de trabajo era precisamente el Código de Maceo, prontuario insurrecto configurado por más de 30 puntos didácticos y elementales, que cubrían aspectos esenciales de las guerrillas.
De «pieza excepcional» califica Torres Cuevas ese prontuario; además como documento extraordinario, hijo de las guerras de Cuba, y un panorama global de las doctrinas sobre la guerra irregular.
En la Historia Militar de Colombia: campaña de Santander, obra del colombiano Leónidas Flores Álvarez, se apunta que «como los hombres que iban a formar las tropas de la revolución carecían de elementales conocimientos militares, uno de sus jefes, el general Rosas, hizo circular profusamente reglas de mucha importancia sobre el empleo de las fuerzas irregulares denominadas “guerrillas”».
Refiere Vargas Araya en su libro que «el Código de Maceo era limitado, de título anheloso, aunque preciso; su extensión si acaso se aproxima a una vigésima parte de los más conocidos manuales guerrilleros del siglo XX; aun más, su temática estaba restringida a cuestiones mínimas, sin ocuparse de asuntos políticos o temas psicológicos. Su contenido práctico en circunstancias específicas de una guerra estancada (…) limitó su alcance. Sin embargo, sus preceptos se consideran muy valiosos».
El aprovechamiento del Código de Maceo fue reducido porque un buen número de «los jefes de las partidas armadas (…) apenas conocía los rudimentos de la lectura y la escritura».
Quizá estas normas maceístas para la guerra irregular eran solo el embrión de un tratado cabal, inconcluso aún. Hasta 1896 no existía publicación que analizara las prácticas de la guerra irregular, cuando el término mismo de «guerrilla» era entonces un neologismo acuñado unas ocho décadas atrás en las luchas de España contra la ocupación napoleónica.

Proveerse del parque enemigo

«Necesitamos tener los mismos fusiles que los españoles, pues de sus municiones tenemos que surtirnos», explicó el mayor general Antonio Maceo Grajales, al estadounidense Hubert Howard, corresponsal del diario Herald de Nueva York, en Sabana de Baraguá, Oriente, el 15 de octubre de 1895, refiriéndose al empleo por los mambises del fusil Máuser.
Tales declaraciones forman parte de la doctrina militar del Titán de Bronce, una gran parte de la cual se incluye precisamente en el referido código.
Maceo añadió al corresponsal norteamericano: «El más grande enemigo de la guerrilla es la falta de parque, que debe proveer el contrincante… Hay que mantenerlo (al Máuser) en constante estado de limpieza, bien engrasado, con el cañón reluciente.
«Solo entramos en grandes combates cuando nos conviene o cuando no hay más remedio. Cuando no, si las tropas operan en columnas numerosas, nosotros nos diseminamos, y en pequeñas partidas los molestamos y entorpecemos sus marchas, congregándonos otra vez cuando nos parece conveniente.
«Cuando atacamos, nunca hacemos más de dos descargas, tiramos solo para aprovechar el tiro, pues nuestra fuerza está en ganar tiempo y no en malgastar las municiones. A veces, soldados que llevan fusil, no llevan ni un solo cartucho, para evitar el derroche. Así, nuestras provisiones, escasas y difíciles, duran y nos sostenemos, mientras España se gasta en la lucha».
«El conocimiento del terreno palmo a palmo es nuestra fuerza», afirmaba.
En el libro de Armando Vargas Araya, con el título El Código de Maceo. El General Antonio en América Latina, el escritor costarricense sostiene que «nadie ha podido penetrar con más agudeza que José Martí la educada y culta personalidad del General Antonio».
Y comenta que el Apóstol, después de visitarlo en la capital de Costa Rica, reconoció al autodidacta «su pensamiento armonioso y firme», apreció su palabra «sedosa como la de la energía constante» y observó «la elegancia artística de su expresión acotada por el esmerado ajuste con la idea cauta y sobria».
En fin —sentenció Vargas Araya— José Martí en 1893 concluyó que el Titán de Bronce le serviría a su patria más aun con el pensamiento que con el valor.

Deberes guerrilleros

Código de Maceo: Molestar, sorprender y destruir. No desalentarse nunca, no creer en noticias y bolas. Jamás rendirse, solo si es indispensable para salvar la vida. Marchar en silencio, hablar solo al oído. No tomar licor ni gastar tiempo y fuerza en placeres. Siempre preparar trampas al enemigo, arreglar caminos para posibles retiradas y evitar la huida enemiga al caer en trampas o emboscadas. No gastar una bala en balde. Tener armas listas, limpias y engrasadas, probar las municiones, aprender a manejarlas y desarmarlas. Aprender las reglas del tiro al blanco. No dejarse sorprender ni de día ni de noche. Hacer trampas en caminos obligados con escopetas o revólveres que se disparen al tropezar el enemigo con las sogas a su paso. Poner lazos en trillos estrechos para enlazar jinetes de prisa. Abrir zanjas, llenarlas de agua y hacer puentes que puedan desbaratarse, para encerrar a un enemigo o librarse de él. Esto sirve para abrir posible huida. Tener hachas, picos y barretas, tan indispensables como rifles y machetes, para hacer trabajos con anticipación. Establecer espionaje y sistemas de señales a una hora exacta para indicar aproximadamente la presencia enemiga. Disfrazarse para ir al pueblo como viandero, carbonero, etcétera y obtener noticias. Cargar alimentos por dos días por lo menos, ocultar otros en sitios seguros y secos, conocidos únicamente por los guerrilleros. No dejar atrás lo que pueda servir al enemigo, ni siquiera huellas. Nunca marchar en pelotón y siempre que camine uno solo delante que dé la alarma. Dar asaltos y sorpresas nocturnas, dejando caballos en puntos seguros que sirven para una retirada. Si el enemigo no es numeroso, se le puede esperar horas en emboscadas. En el combate cuerpo a cuerpo un hombre con un machete vale más que tres con un rifle; y si es lejos, uno con rifle vale más que diez con machete. Tener un punto de reunión si es indispensable disolverse. Los nombres de los guerrilleros deben ocultarse y designarse con números. Exhibirse poco, hacer creer pequeña la guerrilla. Cuando se suelten prisioneros, hacerles creer que son pocos los guerrilleros. Que no vean las trampas. Destruir y quitar todo lo útil para el enemigo. Si los guerrilleros son perseguidos, dejar quien capture a los perseguidores. Los movimientos rápidos valen más que los combates. No dejarse perseguir en línea recta, dar vueltas, a no ser que sea factible que caiga en pantano, tembladera, trampa o emboscada. Se puede repetir un golpe, pues la repetición no se espera, pero no debe intentarse por tercera vez. Al enemigo más atrevido se le captura más fácil. Si está seguro de su triunfo, más fácil será vencido. Desconfiar de todos, pero no ofender ni maltratar a nadie. Conocer cirugía, cargar vendajes y medicinas y tener camillas y mujeres para transportar un herido luego de los primeros auxilios. Pensar despacio y obrar aprisa. Tratar bien a las bestias; si no están sirviendo, que estén comiendo. No andar en caballos sin herraduras; tenerlas listas para ponérselas en caso necesario. Llevar bestias de remuda y dejarlas en sitios conocidos y seguros. Si se huye, destruir el camino y en los obstáculos hacerle fuego para infundir respeto. Desechar a los tímidos, viciosos, crueles y sanguinarios, pues son los peores cobardes y siempre hacen daño. El verdadero guerrillero solo confía en su propio espionaje y no en el del partidario pacífico que no está en campaña. Elegir terreno conocido para el guerrillero y desconocido para el enemigo. Sin descuidar el servicio activo, la tropa debe dormir el tiempo necesario.

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