http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2012-11-07/las-claves-de-una-amistad/
¿Qué unía a Camilo y al Che a pesar de sus personalidades tan diferentes? Efrén Jesús León Nápoles, combatiente de la Columna del Guerrillero Heroico, responde a esas interrogantesPareció encontrarlo a unos metros de las últimas posiciones rebeldes, bajo una alcantarilla de la carretera; pero algo lo detuvo en seco y lo hizo erguirse. Un hombre delgado, de barba negra y larga, lo miraba directo a los ojos. Era Camilo. Efrén sintió un frío en el cuerpo.
«Era la misma mirada del Che, con la misma exigencia en los ojos», recuerda ahora el teniente coronel de la reserva Efrén Jesús León Nápoles. Hoy viste un suéter de color carmelita para protegerse de la frialdad que dejan las lluvias del huracán Sandy sobre Ciego de Ávila. Se acomoda en el sillón y sonríe mientras cruza las piernas. «No pronunció una palabra —dice—, tampoco hacía falta que lo hiciera».
En la sala de su apartamento, un edificio próximo al estadio José Ramón Cepero, cuelgan varios retratos del Che, en grabado o dibujados a lápiz, junto con las fotos familiares. También se destaca un inmenso librero con los volúmenes perfectamente alineados. En una ojeada se pueden descubrir los libros escritos por el Che y los dedicados a la lucha guerrillera de su jefe en Cuba y Bolivia.
«Con el tiempo y el estudio, uno comprende mejor al Che y a Camilo —dice mientras apunta con los espejuelos hacia los estantes—. En mí existen dos Che y dos Camilos. Los que conocí en las montañas y después en lo que se convirtieron al morir. Ahora puedo entender mejor por qué actuaban de una manera en la Sierra y por qué muchas cosas sucedieron de la manera en que ocurrieron. No sé si se ha dicho, pero yo lo reitero: la invasión, por ejemplo, fue una muestra de amistad entre ellos dos».
—Usted, cuando llega a la Sierra Maestra, ¿a quién conoce primero?
—Al Che. Soy de Victoria de Las Tunas y subí a la Sierra después de pasar un tiempo en la clandestinidad. Cuando llegamos a las estribaciones, nos condujeron a un bohío. «Ahí está el jefe que los espera», nos dijeron. Era él. Estaba sentado y con un libro delante. Llevaba gorra, una pistola alemana Lugger, un fusil M-2, una cantimplora y una cámara fotográfica colgada del cuello.
«Unas horas después, ya con Fidel, un compañero muy joven, Geonel Rodríguez, que murió por una herida de mortero, preguntó si yo me quedaría con el Che. Empezó a explicarme quién era, pero aseguró que si deseaba conocerlo de verdad, entonces que esperara a la retirada en un combate. «Verás que él se va despacito —dijo—, tú le pasas por el lado corriendo y ahí lo miras. Así te vas a dar cuenta si quieres seguir con él o no».
—A su llegada, ¿ya se hablaba de la amistad entre el Che y Camilo?
—No me constan los comentarios, aunque no hizo falta. Eso se veía en la forma de tratarse. No lo hacían como simples compañeros o como un jefe, como lo fue el Che en el caso de Camilo, a un subordinado de mucha confianza. Entre ellos existía un cariño especial.
—El Che contó que la amistad entre ellos nació después de la derrota de Alegría de Pío, a los pocos días del desembarco del Granma. Él perdió la mochila y se quedó sin alimentos, y Camilo se acercó para ofrecer su única comida. Pero, en su opinión, ¿qué otros hechos ayudaron a forjar esa unidad?
—Martí dijo que subir montañas hermana hombres, y con ellos ocurrió eso. La vida dura del guerrillero los unió aún más. Después se encuentran las anécdotas de las bromas entre ellos, y es verdad, existieron y fueron muchas; pero no es lo esencial de su amistad, no es lo sustancial.
—¿Qué sería entonces lo esencial en esa relación? ¿Sobre qué base llegaron a ser tan amigos?
—Miren, la solidaridad no es tan espontánea; surge por situaciones y se refuerza por una concepción ante la vida. La amistad de ellos hay que relacionarla con la lealtad a una causa y a una idea, y cuando la solidaridad se une con la lealtad, la unidad se refuerza. Surge la cohesión, y la amistad de ellos era eso: una cohesión muy fuerte sobre los principios, la idea y la causa que defendían.
—Pero una amistad no se desarrolla si no existen ciertos valores, que permiten el vínculo entre dos personas. En el caso de ellos dos, ¿cuál era esa comunión de caracteres que los unían?
—Martí dijo que donde nace el deber, termina la amistad. Con ellos era al revés: donde nacía el deber, se reforzaba la amistad. Su relación no era pasar un momento. La invasión fue una prueba de fraternidad. Las dos columnas avanzaron pensando una en la otra. La del Che pudo salir del cerco de Baraguá, al sur de Ciego de Ávila, porque Camilo quemó el acueducto de Ruspoli, en las inmediaciones del poblado de Ceballos, para que los guardias aflojaran el cerco y fueran a buscarlo. Eso nos salvó.
—¿Quién era más exigente, el Che o Camilo?
—Los dos eran jefes muy peleones y uno prefería tomar otro caminito al aparecer uno de ellos. En el combate de Las Mercedes, cuando yo iba con los dos heridos, Camilo me echó la misma mirada del Che. Pero a diferencia de él, no dijo nada. Con los ojos cuestionó cómo dos hombres con esas heridas, se retiraban. Lo hizo porque en otras ocasiones, él combatió con heridas más severas y no se retiró, ni siquiera pidió ayuda. Los dos compartían el sentido del ejemplo y el sacrificio. Eran hombres recios y de vanguardia. También se parecían en el valor. Lo que pasa es que Camilo era como el alumno abierto de la clase y el Che, el talentoso; pero introvertido, y eso suaviza o endurece una imagen.
—¿Por qué el Che decía que los dos eran muy distintos? ¿En qué se diferenciaban el Che y Camilo?
—Bueno, yo no imagino al Che disfrazado de mujer y zapatos de tacones actuando para la tropa, como yo vi a Camilo. ¡Ni en sueños! No es que el Che no fuera bromista, pero el carácter no lo dejaba llegar hasta ahí. No era tan suelto como Camilo, podía bromear aunque de un modo muy distinto.
—Sin embargo, el Che dejó que alguien como Camilo llegara a ser como su hermano. ¿Por qué?
—Los dos compartían una cultura de la solidaridad; pero yo tengo mi teoría y la reforcé cuando conocí a Alberto Granados, el amigo que acompañó al Che en el viaje por Sudamérica. Granados nació argentino; sin embargo, por temperamento, era un auténtico jodedor cubano. Y ese era el amigo íntimo de Ernesto Guevara. Miren, el que no es bromista o no sabe hacer cuentos, reconoce y busca al que sabe hacerlo. Por disposición sicológica, el Che buscaba una persona como Camilo, le gustaba andar con un individuo así, le agradaban las cosas que él hacía. Creo que se complementaban.
«Fíjense en un detalle, puede parecer paradójico; pero la tropa del Che está formada por personas irreverentes. Un hombre demasiado serio seleccionó individuos así para invadir Las Villas. Menciono a Enriquito Acevedo, que no tiene paz con nadie. Hay que salir huyendo con él. En el cruce por los pantanos de Baraguá, cercados, con el agua y el fango por el cuello, los majás pasándonos por el lado y con la certeza de que íbamos a morir, uno sentía que alguien se te pegaba al oído y decía: “Oye, levanta por el fondillo al Vaquerito, que se está ahogando”.
—Efrén, ¿qué impacto tuvo en el Che la muerte de Camilo?
—Yo no estaba a su lado cuando desapareció Camilo. Sí fui testigo de un hecho, no recuerdo si fue en 1964 o a principios de 1965. El Che convocó a los integrantes de las dos columnas, la suya y la de Camilo para una casa en las afueras de La Habana. El lugar de Camilo fue ocupado por sus padres y el Che saludó a cada combatiente. Nadie sabía para qué era ese encuentro. Después, cuando fue a hablar y en la vanidad que todos llevamos por dentro, pensé que nuestro jefe nos resaltaría en sus palabras. Pero, no. Habló solo de Camilo. Lo definió como un ejemplo de hombre y revolucionario, como el Señor de la Vanguardia. Después no lo vimos más. Luego ocurrió la misión en el Congo y su muerte en Bolivia, y yo empecé a atar cabos en medio del dolor. Y descubrí algo. Ese día el Che no solo se despidió de sus invasores. Sin decirlo, también le dijo adiós a Camilo. A su hermano Camilo Cienfuegos.
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