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martes, 10 de julio de 2012

Ilustres desconocidos (+ Fotos)

http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2012-06-30/ilustres-desconocidos-fotos/

La historia de Cuba tiene en sus páginas infinidad de nombres célebres. Ellos trascendieron por sus aportes en diferentes áreas, sin embargo, algunos dormitan el sueño del anonimato sin apenas credenciales
Juan Morales Agüero
juan@juventudrebelde.cu
30 de Junio del 2012 18:13:39 CDT
La historia de Cuba tiene engarzados en sus páginas infinidad de nombres célebres. Escritores, deportistas, políticos, artistas, científicos… Los de más lustre apenas necesitan presentación. Otros —quizá no tan mediáticos— dormitan el sueño del anonimato sin apenas credenciales.
Les propongo esta suerte de flashazos biográficos de algunos de esos compatriotas casi olvidados. Ellos trascendieron por sus aportes en diferentes áreas. Siempre habrá lectores enterados de su existencia. Otros, sin embargo, tal vez conozcan sus méritos por esta vía.

La primera que amamantó a Bolivar

Cuando Simón Bolívar estaba por nacer, su madre, doña María Concepción, enfermó gravemente de tuberculosis. «En esas condiciones no es recomendable que amamante a su bebé», le aconsejaron los médicos días antes del parto.
Se pensó entonces en Hipólita, una esclava que trabajaba en una de las haciendas de la familia. Ella podría ser madre sustituta y amamantar a Simoncito tan pronto naciera. Pero cuando eso ocurrió, el 24 de julio de 1783, la fiel negra, a punto de parir, no había dado a luz al suyo.
La familia de Simón, desesperada, acudió a la señora Inés Mancebo de Miyares, una cubana casada con Fernando de Miyares, luego gobernador general de Venezuela. La dama, amiga de María Concepción, acababa de debutar como madre y no vaciló en compartir su leche con el recién nacido.
A pesar de que no tuvo gran trato con doña Inés, Bolívar le tuvo un gran afecto a la cubana. Incluso, cuando se le confiscaban los bienes de los españoles y sus seguidores, él intercedió a su favor. «Cuanto usted haga en favor de esta señora corresponde a la gratitud que un corazón como el mío sabe guardar a la que me alimentó como madre —le escribió a un subalterno—. Fue ella la que en mis primeros meses me arrulló en su seno. ¿Qué más recomendación que ésta para el que sabe amar y agradecer como yo?».

Yerno de Carlos Marx

Un compatriota nuestro, Pablo Lafargue (Santiago de Cuba, 1842-Londres, 1911), fue discípulo y compañero de Carlos Marx, además de su yerno. Descendía de un judío francés y de una mulata haitiana instalados en la ciudad oriental luego de escapar de la violencia en la vecina Haití, en tiempos de la rebelión anticolonialista.
Lafargue hizo sus primeras letras en Cuba. Pasado un tiempo, su padre abandonó su negocio de café y marchó con toda la familia a Francia. Años después el joven matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad de París.
Su participación en un congreso estudiantil en la ciudad de Lieja, en Bélgica, provocó que las universidades galas le prohibieran acceder a sus aulas. Pablo tuvo que marchar a Londres para reiniciar allí la enseñanza superior.
En la capital inglesa devino asiduo visitante de la casa de Carlos Marx. «El muchacho empezó a encariñarse conmigo, pero pronto traspasó el cariño del padre a la hija», escribió aquel a su amigo Federico Engels. Se trataba de Laura, con la cual Lafargue formalizó relaciones en 1866.
Carlos Marx no solo halló en el cubano a un yerno que haría feliz a su hija, sino también a un colaborador inteligente y capaz que interpretó con fidelidad su obra. Fue, además, el primer diputado socialista en el Parlamento francés.
Lafargue escribió varios libros, entre ellos El derecho a la pereza, uno de los más difundidos de la literatura socialista mundial, solamente superado en ese aspecto por el Manifiesto comunista, de Marx y Engels.
El 25 de noviembre de 1911, convencidos de que habían vivido lo suficiente, Pablo y Laura se suicidaron de común acuerdo, luego de haber pasado una espléndida tarde en un cine de París y regalarse unos pasteles de hojaldre.
Ante sus tumbas hablaron personalidades tan relevantes como Jean Jaurés, líder socialista francés, y un revolucionario ruso exiliado, de nombre Vladimir Ilich Ulianov, más conocido en aquellos predios por el seudónimo de Lenin.

Autor del himno nacional de Guatemala

José Joaquín Palma, un bayamés nacido en 1844, es el autor de la letra del Himno Nacional de Guatemala, considerado entre los más bellos del mundo. Exiliado en ese país por sus actividades conspirativas en Cuba, en la tierra del quetzal dirigió la Biblioteca Nacional y fue profesor de Literatura Española en la Universidad de San Carlos.
En 1896, durante la presidencia de José María Reyna Barrios, se promovió un concurso especial para seleccionar la música y la letra del citado Himno patrio. Se presentaron muchas obras. En el pentagrama se alzó con la guirnalda el maestro chapín Rafael Álvarez Ovalle. En la segunda convocatoria, el jurado seleccionó un texto de autor anónimo.
No fue hasta 1910 cuando el propio José Joaquín Palma reconoció en público su autoría. El entonces presidente, Manuel Estrada Cabrera, lo condecoró con una medalla de oro. El estreno del Himno Nacional guatemalteco tuvo lugar el 14 de marzo de 1897. La pieza consta de varias estrofas de elevado lirismo y contenido patriótico.
En 1902, José Joaquín Palma formó parte del servicio exterior cubano en calidad de cónsul en la República de Guatemala. Nuestro compatriota falleció en ese país, el 2 de agosto de 1911. Sus restos fueron repatriados a Cuba tiempo después.

Colaborador de Gustavo Eiffel

La Torre Eiffel es el símbolo de París. Fue inaugurada en 1889, durante la Feria Mundial organizada por la Ciudad Luz. Su ejecutor principal fue Gustavo Eiffel. Pero hay algo poco conocido: uno de sus ayudantes era… ¡cubano!
Guillermo Pérez Dressler nació en Guanabacoa, en 1860. Desde niño le gustó el dibujo. Pero no pudo desarrollarlo, pues su padre murió cuando él tenía solo 15 años de edad. Debió renunciar al aula para ayudar a su familia. Uno de sus profesores, conocedor de su talento y a través de gente rica del Vedado, le tramitó una beca para que estudiara Arquitectura en la prestigiosa universidad de La Sorbona, en París. A los 21 años se graduó allí con honores.
Su vida cambió cuando su ex profesor, Gravier de Vergennes, le presentó a Gustavo Eiffel, quien necesitaba un asistente para la edificación de su torre. El cubano se convirtió en su mano derecha, al punto de que aquel le permitió corregir varios diseños y lo nombró administrador de la obra.
Según el sitio de Internet de la revista Somos Jóvenes, Eiffel padecía de vértigo —algo que intentaba ocultar—, por lo cual solo se atrevía a ascender hasta el primer piso. «Todo lo que se edificó por encima de ese nivel estuvo a cargo de la orientación y supervisión de Dressler», dice.
El día de la inauguración de la torre, y para disimular su miedo a las alturas, Eiffel se puso a charlar en la base con varios dignatarios presentes. Fue Dressler quien guió a la prensa mundial hasta la cumbre del monumento y le sirvió de anfitrión. Añade el sitio: «Con el transcurso del tiempo se fue eclipsando su decisivo aporte a la construcción de la Torre Eiffel, y hoy en día no se le recuerda».

Duquesa de luxemburgo

María Teresa Mestre nació en cuna burguesa en 1956, en la barriada de Marianao. Tenía tres años de edad cuando sus padres emigraron a Estados Unidos. Luego de un breve paso por España, se radicaron en Ginebra, Suiza, en cuya universidad ella matriculó luego Ciencias Políticas.
El azar propició que conociera allí a un joven estudiante de su misma carrera. Ignoraba que era, en realidad, el Gran Duque Heredero de Luxemburgo quien, para conservar su intimidad, se hacía llamar Enrique de Clairvaux. La química del amor funcionó y se casaron el 14 de febrero de 1981.
En el año 2000, Enrique devino Gran Duque de Luxemburgo, y María Teresa la Gran Duquesa. Para demostrar su apego por sus orígenes, escribió en español los documentos que la proclamaban soberana del pequeño país, y empleó el castizo María Teresa en lugar del Merie Therese requerido.
Deseosa de conocer su tierra natal y a sus ancestros, hizo una visita privada a Cuba en el 2002, acompañada de uno de sus cinco hijos. Se alojó en el hotel Santa Isabel, en La Habana Vieja. Declaró a la prensa que ese viaje la marcó.
«Hay algo muy fuerte que he descubierto y se llama cubanía, un sentimiento que, cuando uno crece en una familia cubana, no se pierde nunca. Me he dado cuenta de que sucede algo especial con los cubanos y es que están unidos. Aunque no vivan en Cuba, crecen con Cuba, comen cubano, hablan cubano, sienten cubano y el corazón late cubano», dijo.
María Teresa Mestre es la primera soberana de origen latinoamericano en una monarquía europea. Patrocina la Liga de Ciegos y la Asociación Alzheimer de Luxemburgo. Además, es Embajadora de Buena Voluntad de la Unesco y Presidenta de Honor de la Fundación de Investigación sobre el Sida.

Secretario privado de Sarmiento

Ramón Roa (1844-1912) nació en Las Villas. Desde su etapa estudiantil tuvo arrojos libertarios. Tanto, que a los 16 años de edad las autoridades coloniales lo forzaron al exilio. Al despedirse de sus padres rumbo a Nueva York les aseveró: «No volveré a Cuba sino con el rifle al hombro».
Rebelde contumaz, en Estados Unidos se enroló para ir a pelear en la guerra que los dominicanos libraban contra la reconquista española. Lo hizo como si se tratara de su propia Patria. Y con ardor tal que, con solo 20 primaveras, colgaron sobre sus hombros los entorchados de coronel.
Dos años después, Domingo Faustino Sarmientos —ilustre pedagogo, quien fuera luego presidente de Argentina— fue investido como embajador de su país en Washington. Allí el diplomático tuvo entre sus más cercanos colaboradores a Ramón Roa quien, para entonces, estaba de regreso en EE.UU. y trabajaba en la sede diplomática sudamericana en calidad de attaché (agregado).
A pesar de la diferencia de edades, hicieron tan buenas migas que el autor de Facundo invitó más de una vez a Roa a que lo acompañara en sus conferencias por universidades e instituciones norteamericanas. El cubano, incluso, le tradujo al inglés varios de sus textos y discursos.
Ignacio Canel escribió en el sitio Cubarte: «Residiendo aún en Washington, Sarmiento fue informado del triunfo arrollador de su candidatura presidencial en Argentina, y el 23 de julio de 1868 embarcó hacia Buenos Aires, llevando consigo a Ramón Roa en calidad de secretario privado».
Sarmiento —el verdadero fundador de la República Argentina, según Martí— apreció mucho a nuestro compatriota. En su libro Pluma y machete, Roa cuenta que, al morir en la batalla de Curupayti el vástago de Sarmiento, el gran hombre le propuso adoptarlo como hijo en su sustitución. «Y correspondiendo a ese tierno arranque, le quise siempre como a un padre».
Enterado del alzamiento, Ramón Roa regresó a Cuba para unirse a la lucha. Obtuvo el grado de teniente coronel. Fue ayudante de los generales Ignacio Agramonte, Julio Sanguily y Máximo Gómez. También secretario de Relaciones Exteriores y Hacienda de la República en Armas.

Alcalde de París

Un mulato cubano fue alcalde de París. Según el sitio CubaDebate, que cita un libro de un profesor francés, se llamaba Severiano de Heredia, nacido en La Habana en 1836. Era primo del poeta romántico cubano José María Heredia y del también poeta parnasiano galo José María de Heredia.
A los diez años emigró a Francia con su madre adoptiva. En aquel país desarrolló una larga carrera política y desempeñó importantes cargos durante la III República. El 1ro. de junio de 1879 fue electo alcalde de París, que contaba por entonces con dos millones de habitantes.
Durante su mandato enfrentó la emergencia del invierno de 1879-1880, que «exhibió temperaturas de hasta 23 grados bajo cero, el río Sena se congeló y las principales vías de comunicación quedaron bloqueadas». Severiano ordenó contratar a 12 000 desempleados para limpiar las calles y abrir los locales de la ciudad a las personas sin hogar.
En 1881 lo eligieron diputado, y en 1887 ministro de Obras Públicas en el gobierno de Maurice Rouvier. Los racistas de cierta prensa lo llamaban, despectivamente, «el negro del Elíseo». Murió el 9 de febrero de 1901, a los 64 años. Está enterrado en el cementerio de Batignolles, en París.

Yerno de Benito Juárez

Pedro Antonio Santacilia se asomó a la vida el 24 de junio de 1826 en esa incubadora de patriotas que es Santiago de Cuba. Como tantos otros amantes de la libertad, fue deportado a España en 1852. Logró fugarse por Gibraltar y viajar de polizón en un barco que iba a Estados Unidos.
En 1856 conoció en Nueva Orleans a un mexicano. «Un indio pobre que, a fuerza de voluntad e inteligencia, había llegado a ser gobernador del estado de Oaxaca y diputado de la nación azteca. Se llamaba Benito Juárez y quería constituir otro México», escribió Josefina Ortega.
Santacilia y Juárez quedaron unidos por la amistad y las ideas. Tiempo después, el cubano se casó con Manuela, hija del bien llamado Benemérito de América. Este llegó a tomarle tal afecto que solía llamarlo «mi querido hijo Santa».
Cuando Francia invadió la nación azteca, Benito Juárez —quien fue varias veces presidente de México— le encomendó el cuidado de su familia y la tarea de adquirir armas en Estados Unidos, entonces en plena guerra civil. Tras la derrota de los franceses, Santacilia se mantuvo junto a su amigo y suegro en su gobierno de reconstrucción.
Siete veces el pueblo mexicano eligió a nuestro compatriota diputado al Congreso Federal. Cuando estalló la Guerra de Independencia en Cuba, sus esfuerzos lograron que México fuera el primer país en reconocer la beligerancia de los mambises. Murió a los 76 años de edad, en 1910.

Iniciador del periodismo en Colombia

Manuel del Socorro Rodríguez (1758-1819), bayamés de cuna y carpintero de oficio, nunca imaginó el sitio que le tenía reservado el destino. Huérfano a temprana edad, bregó duro para mantener a su familia. Aun así, su devoción por los libros propició que adquiriera una gran cultura.
«Fue entonces que, mediante un memorial, solicitó empleo al rey Carlos III y pidió que, antes de concedérsele, se le examinara. En el colegio de San Carlos lo sometieron a prueba en las ramas de las Humanidades, y salió tan airoso que el mariscal de campo José de Ezpeleta, promovido de Capitán General de la Isla de Cuba a Virrey de Santafé de Bogotá, decidió llevarlo consigo y allí le encomendó la dirección de la biblioteca», escribió de él Ciro Bianchi.
Favorecido por el apoyo del alto oficial español, en enero de 1791 el bayamés sacó a la luz el primer número del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, hito que lo convirtió en el fundador del periodismo en el Nuevo Reino de Granada, como llamaban entonces a la actual Colombia.
Cuando en esa región comenzó la lucha por la independencia, estuvo junto al prócer colombiano Antonio Nariño. Con todo, nunca superó el estado de pobreza en que vivió. Falleció en la diminuta y humilde buhardilla que siempre tuvo como habitación en la biblioteca. Una efigie de nuestro compatriota Manuel del Socorro Rodríguez honra desde 1910 el Salón de la Prensa de Bogotá.

Pirata de los mares

Fue conocido como Diego Grillo. También por Dieguillo, Diego Martín y varios motes más. Sus biógrafos suponen que nació en San Cristóbal de La Habana allá por 1556, fruto de los amoríos entre una hermosa negra y un peninsular.
Diego tuvo una infancia esclava, en la que abundaban azotes y agravios. Eso lo convirtió en rebelde. A los 13 años se fugó de la villa y se enroló como grumete en un barco. Meses después, el galeón donde navegaba fue capturado por el corsario Francis Drake. El cubanito quedó fascinado por el famoso y temido hombre de mar, quien lo apadrinó.
Dice de él la enciclopedia digital Ecured: «Después que su maestro pirata fue nombrado Almirante de Inglaterra, el criollo mandó su propio barco, (…) convirtiéndose en el azote de las naves españolas que navegaban en los mares cubanos».
Junto a Drake, saqueó, entre 1577 y 1580, Campeche, Veracruz y puertos de las costas de Chile y Perú. Comenzaron a llamarlo el Mulato Lucifer. Llegó a ser segundo del célebre pirata holandés Cornelis Jol, conocido por Pata de Palo, con quien asoló ciudades como Nuevitas y Mariel.
Dicen que hablaba perfectamente el inglés y la lengua africana de su madre. Y que hasta recibió honores de los reyes de Inglaterra por los servicios prestados a la Corona. Sus biógrafos agregan que era valiente hasta la temeridad y caballeroso con las damas cautivas.
Ecured añade: «Hay constancia de que al menos dos gobernadores de la Isla de Cuba le persiguieron afanosamente, y en el libro Quién es quién entre los piratas se asegura que fue capturado y ahorcado por los españoles en 1673». Otras versiones dan por hecho que murió de viejo en Inglaterra, disfrutando de sus millones.

Campeón mundial de billar

Alfredo de Oro fue una gloria del billar cubano y del planeta. Nació en Manzanillo, el 28 de abril de 1863. Cuando tenía 15 años de edad, un hermano lo llevó por primera vez a un salón de billar. El muchacho aprendió a jugar y quedó prendado de las bolas y los tacos.
Su progreso fue fenomenal, al punto de que, con solo 18 años, derrotaba ya a los mejores jugadores de Cuba. En 1887 participó en un torneo por el campeonato de Estados Unidos y empató en el lugar de honor. Tres años después lo ganó.
En 1893 tomó parte en el Gran Campeonato del Mundo. Alfredo de Oro obtuvo la corona al derrotar al campeón inglés. En 1904 ganó también el Primer Premio en el Campeonato del Mundo, celebrado en el contexto de la Exposición de San Luis.
Obtuvo el campeonato mundial de billar 31 veces en varias modalidades, 18 en forma consecutiva. En 23 años solo perdió cuatro matchs individuales en tres bandas, y tiene el récord de haber hecho 93 bolas en un tiro.
La revista norteamericana Billiards Digest lo reconoció como el cuarto mejor jugador del mundo en todos los tiempos. Se retiró en 1934 en Estados Unidos, donde murió en 1948, a los 85 años. En 1967 fue exaltado póstumamente al Salón de la Fama de Billaristas de Estados Unidos.
Hay otros compatriotas ilustres. Guillermo Sanguily —hermano de Manuel y de Julio— fue alcalde de Sidney, Australia; la cubana Edelmira Sanpedro se casó en 1933 con el Príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón; un cubano fue el padre de Enmon de Valera, quien fuera primer ministro, presidente y autor de la Constitución de Irlanda; el escritor italiano Ítalo Calvino no nació en la península, sino en la cubanísima Santiago de las Vegas…
En fin, queda tinta en el tintero. Pero ya gasté la mía.

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