Hemos llegado a tal nivel de deshumanización que unos veinte o treinta muertos diarios que encontremos en nuestro camino al trágico destino cotidiano, no nos causan ni siquiera lanzar una mirada hacia el cuadro trágico y dantesco de lo que es esta nación de mierda y lo peor que de cierta forma unos más que otros somos responsables de la tragedia permanente y cotidiana. Vivimos en una jungla en la cual hasta los instintos bestiales han sido superados y sustituidos por formas más horrendas de producir y operar el dolor y a diferencia de las bestias, nos reímos a carcajada abierta de la destrucción de nuestra misma especie.
Miles de vientres cortados con Los filos de la muerte. Las mujeres que fueron o cuyo destino era convertirse en madres no lo fueron y las que ya lo eran dejaron de serlo ante el feminicidio en contra de la vida continuada, fetos que no llegaron a salir del vientre, niños que no llegaron a ser niños, niños que no llegaron a ser jóvenes, jóvenes que no llegaron a adultos y adultos sin vida, cadáveres en espera de una tumba colectiva.
La tragedia como las fauces sangrientas de un gigantesco alción, devora y rumia y en medio de sus incisivos míticos el pueblo presa queriéndose fugar de lo imposible. Un pueblo que acuchilla para comer y come acuchillando, donde un puñado de togados son los ejemplos para el pueblo, mientras no se descubra que son los peores sicarios que la historia ha conocido.
Pobre masa dormida a la cual cualquier aventurerista le da paja haciéndose pasar como mesías, como profetas y son hasta elevados a los pináculos de la academia por un sin número de bestias corruptas, de basuras, expulsadas de otros atolladeros: vedlos ahí, ateneos de la ignorancia, más parecen espantapájaros o monos pangolines guindando del Olimpo de Bambú. País de nadie donde el sol dejó de alumbrar desde hace tiempos donde todos nos vemos a las caras o simplemente volteamos la espalda en espera de la estocada mortal aun de parte de quienes un día en forma equívoca creímos ser hermanos.
Tierra de sabandijas y sanguijuelas infrahumanas donde de nada sirve nada y lo peor, estar acostumbrados a vivir muertos, donde todo es falacia y la alegría material de pocos es el fantasma que no los deja dormir en su eterna soledad acusatoria.
Lienzo escapista donde las manos de la nación apuran el fuego de la destrucción, sociedad a la cual se le secaron las lágrimas y los ojos son desiertos sin esperanza de un pequeño oasis, donde las almas en fuga permanente luchan por abandonar el espacio y el tiempo, donde todos somos jueces y parte de un parto nacido inerte mientras desde los oxidados oropeles de los escuálidos púlpitos de la condena, los becerros aúllan para bendecir a los dioses de la muerte.
Ave Cesar imperator morituri te salutan!
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