ACLARACIÓN

El Blog FARABUNTERRA, no tiene ninguna responsabilidad por el contenido de los sitios que han sido citados como fuente, los cuales se seleccionan según las normas del diálogo abierto y civilizado.
Las imágenes y productos multimedia, son extraídos en su gran mayoría directamente de la Red. En el caso de que la publicación de algún material pudiera lesionar derechos de autor, pido por favor ser notificado por correo electrónico ubicado en la parte superior para su inmediata remoción
.
PARA NUESTROS ENEMIGOS IDEOLÓGICOS LES DECIMOS DESDE SIEMPRE: NO NOS CALLARÁN!!!
TODOS SOMOS UNOS!

Nuestro facebook, otra oportunidad màs para enterarte de nuestro acont ecer

Nuestro  facebook, otra  oportunidad  màs  para enterarte  de  nuestro  acont ecer
Click en imagen

jueves, 27 de junio de 2013

La filosofía del Carpe Diem y el sinsentido en la sociedad consumista/capitalista

http://www.kaosenlared.net/component/k2/item/61569-la-filosof%C3%ADa-del-carpe-diem-y-el-sinsentido-en-la-sociedad-consumista/capitalista.html 

por Pedro Antonio Honrubia Hurtado
Jueves, 27 de Junio de 2013 15:24
Creer que el valor de la persona viene dado por su capacidad para darse valor a sí misma a través de la adquisición de propiedades y bienes materiales, ha convertido al sujeto en la marioneta de un sistema que no lo ve de otra forma que como una mera cifra en su cuenta de resultados económicos.
La mitología capitalista cobra vida y se hace mundo a través de nuestras propias experiencias vitales. Vivimos para servir al Dios-mercado y nos sentimos, por lo general, orgullosos de ello. No nos importa entregar nuestra libertad en bandeja de plata a quienes hacen de la sociedad su gran negocio. De hecho, pensamos que viviendo como vivimos es imposible que tal cosa pueda ocurrir, que somos libres como nunca antes lo hemos sido; que nuestras vidas son una manifestación constante de nuestra voluntad de poder: de poder ser nosotros mismos a través de nuestra relación con nuestras posesiones, a través de nuestra afirmación del propio valor ejemplificada en nuestra capacidad para adquirir propiedades, disfrutar de ellas y poder mostrarlas a los demás. De esta manera afirmamos la vida en el presente, construimos caminos hacia la autorrealización personal y creemos volver nuestra existencia creativa.
Nosotros mismos nos damos el valor que creemos merecer, a través de las posesiones que hacemos nuestras, simplemente con aplicar los códigos de valoración que hemos interiorizado previamente como mecanismos para la valoración social. Nos sentimos tan libres, que hasta creemos llevar a cabo una vida donde somos nosotros mismos quienes nos damos nuestros propios valores de vida mediante nuestro propio poder de creación, y no porque hayamos aceptado ningún tipo de imposición externa. Vivimos cada momento como si fuera el último o, cuando menos, con esa pretensión. Carpe diem: “un instante de plenitud puede dar sentido a la vida entera”.
Lo único que importa es la temporalidad, el aprender a vivir cada instante como si éste debiera repetirse eternamente, huir despavoridos de toda muestra de sufrimiento y glorificar el placer del momento como lo único verdaderamente importante.
Con ello, las personas dan sentido a sus vidas en relación a los códigos sociales y culturales que son propios de la hermenéutica consumista-capitalista, un sistema que exige del consumo desenfrenado para su normal subsistencia. Comprar, usar, tirar, volver a comprar y así indeterminadamente. Cuanto más propicio sea el sujeto a gozar de los placeres fugaces e inmediatos de la vida, a obtener placer del hecho mismo de comprar y/o consumir algo, mayor será la posibilidad de que sea un sujeto apto para lo que la infraestructura económica demanda de él.
Ello sirve también para que se adhiera emocionalmente al sistema y no lo cuestione, pero eso no quiere decir que lo convierta en una persona satisfecha.
La insatisfacción vital es, de hecho, cada día más evidente en millones y millones de personas. Que uno obtenga sus respuestas de sentido a través de los códigos simbólicos imperantes, que no los cuestione y que trate de vivir conforme a lo que se desprende de ellos, no quiere decir que necesariamente le satisfagan. Simplemente pone de manifiesto que tales códigos le son impuestos como camino único de sentido y no ha querido, no ha podido o no ha sabido buscar otras alternativas que le pudieran ser más satisfactorias.
Incluso en las situaciones donde es más evidente que ha sido la asunción de tal código de sentido lo que conducido a la persona a desarrollar tal insatisfacción vital -que es muestra final de un acuciante sinsentido-, la falta de alternativas, o el hecho mismo de haber usado tal código de sentido como instrumento de valoración para su propia vida, le impiden salir del círculo vicioso marcado por la hermenéutica de sentido consumista-capitalista.
Vivir el momento y aspirar a que tal vivencia sea convierta en eterna, no lo ha hecho libre, sino esclavo. No lo ha hecho feliz, sino desdichado. Creer que el valor de la persona viene dado por su capacidad para darse valor a sí misma a través de la adquisición de propiedades y bienes materiales, no lo ha convertido en un ser capaz de dar sentido, por sí mismo, a su propia existencia, sino en la marioneta de un sistema que no lo ve de otra forma que como una mera cifra en su cuenta de resultados económicos.
Renunciar a formar parte de utopías emancipadoras o de proyectos de sentido expresados en términos religiosos clásicos, no lo ha convertido en el creador de su propia vida, sino en el fiel reflejo de una sociedad cada vez más injusta y deshumanizada.
El sinsentido crece a pasos agigantados entre los miembros de la sociedad y con él los sentimientos de insatisfacción y frustración que le son propios. El culto al dinero y al placer no han podido suplir las demandas de una vida plena, con sentido más allá de lo objetos materiales. Surge el sinsentido de la nada, desvinculada del ser y aferrada al tener como única forma de llenar ese vacío existencial, la carencia de valores y metas que dan significado al proyecto vital, o, cuando menos, la insatisfacción con las interiorizadas como proyecto único de sentido -según determinan los códigos simbólicos y culturales propios de la sociedad-.
La cuestión central que se plantea aquí no es, entonces, tal y como muy acertadamente observase Fromm hace ya más de 70 años, justo cuando el consumismo/capitalismo estaba apenas naciendo como tal, un mero asunto monetario o económico, sino más bien una cuestión de sentido de la vida, una problemática existencial que afecta a la vida de los sujetos y acaba repercutiendo en sus expectativas de cara a una supervivencia útil y satisfactoria:
 “Nos hemos transformado en autómatas que viven bajo la ilusión de ser individuos dotados de libre albedrío. Tal ilusión ayuda a las personas a permanecer inconscientes de su inseguridad, pero ésta es toda la ayuda que ella puede darnos. En su esencia el yo del individuo ha resultado debilitado, de manera que se siente impotente y extremadamente inseguro. Vive en un mundo con el que ha perdido toda conexión genuina y en el cual todas las personas y todas las cosas se han transformado en instrumentos, y en donde él mismo no es más que una parte de la máquina que ha construido con sus propias manos. Piensa, siente y quiere lo que él cree que los demás suponen que él deba pensar, sentir y querer, y en este proceso pierde su propio yo, que debería constituir el fundamento de toda seguridad genuina del individuo libre […] La consecuencia de este abandono de la espontaneidad y de la individualidad es la frustración de la vida. Desde el punto de vista psicológico, el autómata, si bien está vivo biológicamente, no lo está ni mental ni emocionalmente. Al tiempo que realiza todos los movimientos del vivir, su vida se le escurre de entre las manos como arena. Detrás de una fachada de satisfacción y optimismo, el hombre moderno es profundamente infeliz; en verdad, está al borde de la desesperación[1].
Si analizamos los datos de los hombres y mujeres que se ven afectados por algún tipo de patología de la psique en nuestras sociedades, y cuáles suelen ser las principales enfermedades que les afectan (depresión, stress, ansiedad, etc.), no es demasiado arriesgado concluir que Fromm estaba en lo cierto o, lo que viene a ser lo mismo, que el principal problema existencial que afecta hoy a nuestros conciudadanos (en el mundo capitalista) es una cuestión de sentido, es decir, un problema no exclusivo del ámbito de lo material, sino arraigado también en el ámbito de la existencia cotidiana, de la autorrealización personal y del cumplimiento con las expectativas fijadas por la sociedad, tanto en el plano laboral/económico como en el personal/existencial.
La presión a que la sociedad capitalista somete a sus ciudadanos, a través de una serie de exigencias relacionadas con una vida de éxito, los valores estéticos o la realización de las metas sociales y familiares prefijadas, es una carga excesivamente dura de aguantar para millones de ciudadanos que, además, al haber sido incorporadas tales exigencias como norma de sentido para la vida, no tienen otra alternativa existencial a mano a partir de la cual poder mirar hacia adelante, pues tal camino es presentado, por el proceso de socialización general, como el único viable, como la única forma posible de alcanzar, dentro de la sociedad consumista, una existencia que cuente con la aprobación y el reconocimiento generalizado de nuestros conciudadanos. Es el reflejo de una hermenéutica de sentido que se nos impone de manera violenta y como único camino posible. Una espada de Damocles que amenaza nuestras cabezas cada día de nuestras vidas.
Estamos adormecidos por nuestro particular opio del pueblo, por los efectos de la religión consumista-capitalista sobre nuestras mentes. Cuando el sujeto encuentra el sentido de su vida a través de su vinculación al orden social establecido y lo que éste le ofrece como metas y objetivos vitales, deja en un segundo plano su condición social o, mejor dicho, aunque sea consciente de que está sufriendo una injusticia, la justificará y aceptará como una variante más del sentido que le es propio como ser existencial.
La alienación no es más que el modo con que las clases explotadas tienen de responder satisfactoriamente a los códigos de sentido impuestos en la vida social, mediante toda una serie de estructuras culturales, por los intereses de las clases dominantes al global de la sociedad
Códigos de sentido que son impuestos mediante la violencia simbólica sistemática y diaria, y aunque generen cada vez un mayor sinsentido -con sus correspondientes efectos sobre la vida de las personas-, de momento ello ha servido para que aumente el número de personas que presentan todas esas problemáticas existenciales que hemos señalado, pero no para que haya una mayor consciencia de la necesidad de llevar a cabo un cambio de sistema.
¿Qué pasará en el futuro?, ¿seremos capaces de convertir todo este sufrimiento en apoyos a una causa revolucionaria?
Esa es otra de las grandes tareas, si no la que más, que tenemos pendiente en lo inmediato desde la izquierda...

[1] E. Fromm (2002): “El miedo a la libertad”. Paidós. Barcelona.

No hay comentarios: