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Artículo de Alberto Cruz, periodista, politólogo y escritor.
Los socialdemócratas del SPD alemán ya tienen a su candidato para
enfrentarse a Angela Merkel en las elecciones de septiembre del año que
viene. Es Peer Steinbrück, ex ministro de Finanzas en el primer
gobierno de la canciller, uno de coalición entre cristianodemócratas y
socialdemócratas entre los años 2005 y 2009. Casi toda su vida política
ha ocupado cargos de responsabilidad en temas económicos y de finanzas
no sólo en el gobierno federal, sino en los land de Schleswig-Holstein y
de Renania del Norte-Westfalia. Es, por lo tanto, el hombre perfecto
para que el SPD intente desbancar a Merkel de la cancillería germana y
que indica al resto de Europa de qué va la cosa en Alemania: continuar
con el control subyacente de la UE y marcar su rumbo económico.
Steinbrück es uno de los máximos exponentes del ala derecha del SPD, si
es que hay alguna otra ala en este partido pese a alguna crítica puntual
o postura particular en algún land determinado. Ha sido elegido por
unanimidad de los 35 miembros del comité ejecutivo para “captar al electorado de centro”,
según reconocen en el SPD. Con esta elección, el SPD da lo que también
ha sido definido como “un paso adelante” pero, en realidad, son muchos
pasos atrás. Otros más en la senda que ya comenzó a transitar a finales
de la década de 1990 tras la desaparición del muro de Berlín.
Desde entonces hablar de socialdemocracia no es más que una ilusión que
se ha mantenido porque al capitalismo le interesa. La socialdemocracia
no es más que la otra cara de la moneda capitalista y de ahí que haya
habido alternancia política en los gobiernos, eso que eufemísticamente
se denomina “centro-izquierda” y “centro-derecha”, pero que no se haya
tocado la esencia del sistema capitalista. Quien manda es el capitalismo, y ahora, el financiero.
Steinbrück es, también, el preferido por todos los medios de
comunicación alemanes dado que le consideran el máximo representante del
“modelo alemán” que viene impulsando su partido desde el año 2003 –el
SPD fue el precursor de las políticas neoliberales, los recortes
sociales y en dar prioridad al “mercado” antes que al ciudadano- y que
con tanto ahínco defiende ahora Merkel, es decir, reducir el gasto
público con la excusa de combatir la crisis. Echar un vistazo a todos
los editoriales publicados tras su nombramiento es bastante clarificador
de lo que nos espera en caso que sea capaz de derrotar a Merkel:
elogios y recordatorios de cómo desreguló a los bancos y recortó la
asistencia social para ayudar a capear la crisis provocada por la caída
de Lehman Brothers que, a su vez, provocó un pequeño terremoto en la
banca alemana que se solventó con la puesta en marcha de un fondo de
rescate de 480 millones de euros… a costa del contribuyente.
No debe sorprender el amor que le profesan los llamados medios de
comunicación porque con este tipo de políticas fue el responsable de la
mayor catástrofe sufrida por el SPD en Renania del Norte-Westfalia en
toda la historia del partido, de la que sólo se ha recuperado ahora en
las elecciones de mayo de este año por el hartazgo con la política de
Merkel. El que el SPD recuperase el gobierno de este land se debe no
sólo a este factor, que es el determinante, sino también a que su nuevo
candidato hizo lo posible por alejarse de lo que Steinbrück hizo y ahora
propugna. Por ejemplo, hablando de una política dura contra el sector
financiero y por eso ganó. Hubo quien, dentro del SPD, creía que este
nuevo dirigente de Renania del Norte-Westfalia, Hannelore Kraft, era el
idóneo para que el SPD recuperase su esencia socialdemócrata, pero no
fue más que una ilusión. No cuenta con apoyos dentro del máximo aparato
del partido. Está bien para un land, no para todo el país porque con su
discurso sería “incapaz de acercarse al voto conservador”. El fin de la ilusión socialdemócrata y toda una declaración de principios sobre qué es hoy el SPD.
Eso sí lo hace Steinbrück, que no arremete contra el sector financiero sino que se milita a hablar de una “mejor regulación”.
No es extraño. Steinbrück es un hombre muy bien relacionado con
empresas como Porsche, Telekom o ThyssenKrupp, de la que ha sido un alto
directivo. Y no es extraño que el SPD votase en bloque a favor del “pacto fiscal y de estabilidad” impulsado por Merkel porque, como repiten sin cesar los llamados medios de comunicación, “de votar en contra el SPD se abría situado en la marginalidad política”.
Steinbrück representa un retorno a las mismas y terribles políticas que
impulsó el SPD desde 1995 hasta el 2005 –en coalición con Los Verdes, no
hay que olvidarlo- en todos los gobiernos que ha tenido, tanto en los
land como en el gobierno federal y luego en el gobierno de coalición que
mantuvieron la CDU (cristianodemócratas, el partido de Angela Merkel) y
el SPD desde 2005 hasta el 2009, cuando la CDU logró la mayoría
necesaria para deshacerse del SPD y formar gobierno con los liberales
del FPD. Entonces Steinbrück no tuvo ningún empacho en hablar de “regular los mercados financieros”
(2008), en su etapa como Ministro de Finanzas, pero no movió un solo
dedo para que ello fuese posible. Ahora vuelve a hablar de lo mismo.
8 millones de trabajadores pobres
En todo este proceso, y según los datos de la principal central sindical
alemana, la Deutscher Gewerkschaftsbund (DGB), Confederación de
Sindicatos Alemanes, la situación laboral se ha vuelto tan grave como en
cualquier otro de los países europeos. La precarización laboral afecta a
7’7 millones de trabajadores, con un crecimiento del 45% en los
últimos diez años, y son las agencias de trabajo temporal quienes han
pasado a casi monopolizar los contratos en detrimento del servicio
público de contratación. En esta década, 2002-2012, este tipo de
contrataciones ha crecido en un 150%. Los trabajadores pobres ya son 8
millones en la Meca del capitalismo europeo, 2’3 millones de ellos han
llegado a esta trágica situación desde 2010 hasta ahora. Esta cifra
supone el 23’1% de la población trabajadora de Alemania. Y del total de
los 8 millones de trabajadores pobres el 63%, algo más de 5 millones,
son mujeres. Para ellas, el gobierno de Merkel viene impulsando los
llamados “mini-job”, un trabajo a tiempo parcial que no está
sujeto a cotización social alguna por parte de los empresarios. Los
“mini-job” no son vistos con malos ojos por el SPD.
Pero, a pesar de reconocer que el SPD tiene una gran parte en la
responsabilidad de esta situación, los sindicatos alemanes son reacios a
cortar sus relaciones con la hasta ahora socialdemocracia y apuestan de
forma clara por el “mal menor”. En ello casi les va la vida porque ha
sido la socialdemocracia quien les ha alimentado en épocas de bonanza y
les ha permitido moderar el descontento en épocas de flaqueza o cuando
ha gobernado la otra cara de la moneda capitalista, el CDU. Como ahora.
Sin embargo, hay un sindicato integrado en la DGB que considera que un
mal es un mal. Es el caso del metalúrgico IG Metall, que ha dado
un paso para ir más allá y ha ganado el pulso que mantenía tanto con el
gobierno federal como con la patronal al conseguir un aumento salarial
para este año del 4’3%, el doble de la tasa de inflación, convirtiéndose
así en un referente para el resto de sindicatos y trabajadores puesto
que es el mayor aumento salarial en Alemania desde 1992. Esto no ha
gustado en el SPD.
Tampoco hay que sorprenderse por el hecho que el comité ejecutivo del
SPD votase unánimemente por Steinbrück como candidato a la cancillería
pese a negarse expresamente a precisar cuál sería el programa idóneo
para alcanzarla derrotando a Merkel. Nada de mencionar una autocrítica
por el comportamiento neoliberal del partido en los años anteriores,
nada de hablar sobre si el SPD va a mantener la edad de jubilación en
los 67 años o la va a rebajar –una de las principales reivindicaciones
de la sociedad alemana- y nada de nada. Steinbrück dice que necesita “espacio para mover sus piernas”, es decir, para “captar al electorado de centro”.
Las primeras iniciativas del candidato socialdemócrata se limitan a conferencias y entrevistas en las que habla de “defender los logros de la democracia” con alguna tímida referencia al “Estado social”
. Por supuesto, no especifica cómo. Eso también lo dice sin tapujos
Merkel. A pesar de ello los sondeos otorgan al SPD el 29% de los votos
que junto al 12% que dan a Los Verdes les colocan con el 41%, mientras
que la CDU tendría el 35% y los liberales el 4%. O sea, muy parejos unos
y otros. Salvo que se re edite la gran coalición CDU-SPD de 2005-2009,
las únicas alternativas posibles para que el SPD alcanzase el gobierno
serían o bien la “coalición semáforo” (SPD-Verdes-liberales) o bien una
coalición con Los Verdes (nadie duda que se producirá de nuevo) y,
además, lograr acuerdos con otras fuerzas políticas. Pero sólo hay dos:
el Partido Pirata (7%) y Die Linke (8%). Y Steinbrück ya ha manifestado
por activa y por pasiva que no va a aliarse “nunca, nunca” con “los rojos, los estalinistas y los amantes de la República Democrática Alemana”, calificativos todos ellos que ha utilizado para referirse a Die Linke.
El Partido de La Izquierda (Die Linke) ha salido de un proceso duro,
después de haber perdido la representación que ostentaba en la mayoría
de los land, sobre todo del Oeste del país puesto que mantiene su fuerza
en el Este, la ex RDA. Sus porcentajes aquí superan el 15% y hay
localidades donde llega al 30% de apoyos. Debe ser a eso a lo que se
refiere con desprecio Steinbrück. El 8% que le auguran las encuestas no
está mal si se tiene en cuenta que tras la derrota sufrida en las
elecciones de primeros de mayo en Renania del Norte-Westfalia se le
otorgaba apenas un 6% a nivel federal (en las elecciones de 2009 logró
el 12%). Es decir, ha subido dos puntos en tres meses como consecuencia
de su renovada apuesta en su reciente congreso de junio de reforzar los
planteamientos de izquierda, no debilitarles como planteaba un sector
del partido, los “realos”, partidarios de acercarse a los
socialdemócratas. Esta postura dubitativa frente al SPD había sumido a
Die Linke en un profundo debate interno que había paralizado a la
organización en aspectos claves como las reconversiones industriales o
cierres de empresas de carbón o acerías. Sin embargo, ahora ha resurgido
con fuerza y su apuesta decidida por poner el acento en las cuestiones
sociales y económicas frente a las políticas y culturales marca una
línea clara entre izquierda y derecha, puesto que ésta es insensible a
cuestiones como educación, salud, vivienda y alimentación dignas. El
discurso de Die Linke es claro contra los grandes bancos, las
corporaciones industriales gigantes y la participación militar de
Alemania en países como Afganistán (1). Veremos si las expectativas se
cumplen en las elecciones del próximo enero en el land de Baja Sajonia.
El candidato del SPD es el ideal para el capitalismo alemán en estos
momentos. La crisis europea también está pasando factura a Alemania, sus
exportaciones se resienten. El Institut für Makroökonomie und
Konjunkturforschung (IMK), Instituto de Política Macroeconómica,
reconoce que la tendencia de Alemania es hacia abajo (ha caído el 3’1%
su exportación en los países de la zona euro en lo que va de año) sin
que se vean perspectivas de recuperación a corto o medio plazo. Como
consecuencia, se acentúan las políticas de austeridad que son la seña de
identidad de Merkel y del SPD, puesto que fue este partido quien las
puso en marcha durante el gobierno de Gerard Schroeder, y ello conlleva
que los trabajadores alemanes se vean cada vez más amenazados con la
precariedad laboral, los recortes y los despidos. Aquí merece la pena
recordar que durante el gobierno del SPD (1998-2001) el entonces
ministro de Finanzas, Oscar Lafontaine, se enfrentó al canciller
Schroeder porque lo que quería era dar un giro a la política económica y
en vez de potenciar el sector exportador planteó potenciar la demanda
doméstica subiendo los salarios y el gasto público. Lafontaine perdió la
partida y terminó abandonando no sólo el gobierno en 1999, sino el SPD
en 2005 y hoy es uno de los principales puntales de Die Linke.
No se está, por lo tanto, muy lejos de una situación de combatividad
–salvando las distancias- como la de los países del sur de Europa. Pero
mientras que aquí es controlable, especialmente por la debilidad
sindical, en Alemania supondría la defunción de la Unión Europea si los
sindicatos la encabezan. Y eso sólo lo puede evitar la socialdemocracia.
Esta es la baza que juega el capitalismo. A fin de cuentas, tanto el
SPD como la CDU coinciden en considerar que la única solución a la
crisis pasa por Alemania y eso significa rectitud fiscal ante todo
aunque con alguna diferencia, menor, sobre austeridad y crecimiento.
Hacia el “ordoliberalismo”
El SPD ha renunciado de forma clara a los parámetros clásicos de la
socialdemocracia, ya apenas hay referencias ni siquiera a Keynes y se ha
adentrando en lo que los economistas conocen como “ordoliberalismo”,
una escuela de pensamiento típicamente alemana surgida en los años
1930-40 y que, siendo conservadora y derechista, se diferencia de los
neoliberales clásicos en que considera la posibilidad de una cierta
regulación de los mercados, sobre todo los financieros. La Tasa Tobin va
en esa dirección. A tenor de las declaraciones y proclamas de
Steinbrück, esta postura se va a convertir en una de las señas de
identidad del SPD. La hasta ahora socialdemocracia europea está virando
hacia el “ordoliberalismo”. Defiende cada vez con más ahínco sus
planteamientos (política fiscal o algunos aspectos macroeconómicos en
manos del gobierno, mientras siguen las privatizaciones del sector
público, aunque otras cuestiones quedarían sólo en manos de los
empresarios y, en el caso de los sueldos, también de los sindicatos) y
este discurso se puede oír con intensidad en ciertas organizaciones
hasta ahora socialdemócratas de Francia, España, Italia y Grecia.
Se puede decir, por lo tanto, que las propuestas del SPD, que no son
otras que las ya presentadas en 2009 aunque más edulcoradas para “captar los votos del centro”,
se han convertido en el punto de referencia para todos los
socialdemócratas europeos, especialmente del sur. Significan potenciar
las exportaciones a base de reducir la demanda doméstica y el consumo,
es decir, salarios más bajos y menor protección social. Y, en síntesis,
son las mismas que plantean quienes defienden el neoliberalismo. Lo
único que diferencia a los “ordoliberales” de los neoliberales es el
grado de austeridad que sería necesario para impulsar y potenciar la
exportación puesto que ambos coinciden en la necesidad de reducir el
déficit público del Estado para “recuperar la confianza de los mercados”,
o sea, del capitalismo. Para los primeros, es imprescindible mantener
una cierta estabilidad social, para los segundos da igual el coste
porque lo prioritario es el déficit. Pero ambos coinciden en una defensa
estricta del sistema capitalista. Pese a la retórica, asistimos al fin
de la socialdemocracia y cómo se intenta ocultar su muerte aparentando
dar un paso adelante cuando, en realidad, se dan dos –o más- pasos
atrás.
Nota:
(1) Alberto Cruz, “Alemania: Sin perdón (con la socialdemocracia y otras hierbas)” http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1470
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