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miércoles, 6 de octubre de 2010

Argentina_Bariloche una ciudad trampa, pobre como una rata


Escrito por El Mensajero 5 Octubre 2010

Imperdible relato de un médico español haciendo su experiencia en una salita del alto barilochense, un espejo en donde mirarnos, lo bueno y lo malo. (en la foto la salita de Frutillar). Gracias Roberto

Siempre que podíamos, gustaba ir a los domicilios. Lo hacíamos a pie por una carretera sin asfaltar. Los coches al pasar, nos ponían perdidos de polvo. Las chicas españolas dirían eso de: - ¡Ay, que se me ensucia el pelo! -. Todas las "casas" eran unifamiliares, casi todas hechas por los propios habitantes, en una parcela. Todas tenían perros guardianes. Una vez me equivoqué de camino, me metí sin querer a una parcela privada y un perro me lanzó una dentellada que por suerte sólo me alcanzó el pantalón. Para llamar al timbre había que dar palmadas en la puerta. Normalmente nos invitaban a pasar.

(UNA HISTORIA DE MEDICINA Y MEDIA DE AMOR EN SAN CARLOS DE BARILOCHE, ARGENTINA)
"Encontraré un camino; o si no, me lo haré" - Aníbal -
Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver" - Joaquín Sabina -
"De Buenos Aires a Madrid" - Carlos Chaouen - (ver en You Tube)
"Relocos y recuerdos" - Luis Ramiro - (ver en You Tube)

A veces en la vida pasa como en las películas. A veces, no hay tardes para pensar en la vida. Ni en si somos en realidad felices, lo cual es un alivio, porque la duda constante resulta terriblemente agotadora.

Hay veces que vuelve la sensación de cuando llega la primavera y la gente, después del letargo, se echa a las calles, a las terrazas de Madrid y Palermo, a los parques, a beber tintos de primavera y comer rollitos de verano. A veces te das cuenta de que no anochece a las cinco de la tarde y sientes algo parecido al enamoramiento. A veces te das cuenta de que ya no eres estudiante y sientes algo parecido al desamparo. A veces la vida fluye. Hay ocasiones en que ves una mariposa volante en vez de una mosca y te das cuenta de que tienes un desprendimiento de rutina. A veces, la vida te enseña que la alegría debe de ser muy parecida a la felicidad. Conocí en Buitrago de Lozoya (Sierra de Madrid), donde aún sobrevive el último maquis de la Medicina, con Juan Gérvas a la cabeza, a una médico argentina que me dio un contacto para ir a Bariloche uno de mis cuatro meses de rotaciones optativas, correspondientes a mi tercer año de deformación en Atención Primaria. Ese mes hubiera podido quedarme a la sombra de cualquier

especialista sombrío y gris en cualquier consulta de Madrid rellenando volantes y
firmando recetas (a eso no nos gana a los de Primaria ni dios), aprovechando
cualquier arrenuncio para ver llover por la ventana, para cotillear las portadas de
los libros de los pacientes y los escotes o para esperar esa casualidad en forma
de trallazo exacto de confeti, que mande todo a tomar por culo de una vez. Si no
fuera por la esperanza de encontrar la salida de emergencia del tedio o una
fisura a las 12 de la realidad, la mayoría de los días no me levantaría de la cama.
La vida es lo que nosotros queremos que sea.
Hasta aquel entonces, la única ocasión en la que había oído la palabra
Bariloche, fue una vez que estuve en una discoteca de Plasencia con ese
nombre y en la que acabé borracho perdido coreando las canciones de
Extremoduro. Yo quiero ser el Robe Iniesta de la Medicina.
1. EN CÓMODAS CUOTAS
San Carlos de Bariloche es una ciudad de la provincia de Río Negro, sita en la
Patagonia s/n. Bariloche, como familiarmente también se la conoce, tiene unos
130.000 habitantes. Es una ciudad trampa, como tantas. El que vaya de turista
conocerá las tres calles principales, adyacentes al bonito lago y los montes, con
lujosas tiendas de ropa, con las firmas más caras de artículos para la montaña,
con restaurantes, discotecas, chocolaterías, agencias de viajes, algún parque, la
bonita plaza mayor, alguna iglesia. Todo preparado para satisfacer a los turistas
de fuera del país y a las clases más altas de dentro, sobre todo en el invierno,
cuando la ciudad se convierte en un importante centro de esquí. Joder, no sé
qué tipo de complejo es el que me sale, yo creo que es el complejo de pobre,
pero mira que le tengo ojeriza a la gente que esquía.
Es una ciudad trampa, como tantas. Como casi todas las ciudades grandes.
Como tantos sitios en el mundo que parecen lo que no son. Una de las mayores
mentiras del mundo es el turismo. Los turistas, en nuestro afán por satisfacer las
ideas preconcebidas que tenemos sobre el lugar al que queremos ir, nos
tragamos lo que sea y nos vamos creyendo que sabemos algo del lugar y, más
gravemente, de la gente que vive en los lugares que hemos visitado.
En Bariloche, como en tantos sitios, los turistas y los locales se dan la espalda.
Como en tantos sitios, y sobre todo como en los países pobres, los lugares son
diferentes para los turistas y los locales: los bares, los parques, los restaurantes,
las tiendas, los supermercados, las calles, el aire, la soledad, la resaca... Me he
pasado la vida en sitios en los que la gente se da la espalda, en mi Salamanca
natal los viejos y los estudiantes, en Madrid los madrileños y los de fuera, los
españoles y los de fuera... No darse la espalda no es sólo no agredirse, sino que
es conocerse y convivir, mezclarse.
Una cosa es la imagen que tiene un turista que pasa tres días en un sitio y otra
alcanzar a intuir los mecanismos íntimos en los que se articula la ciudad.
Cuando yo llegué a Bariloche, mi deseo era ver cómo funcionaban los
engranajes, esos hilos que unen a la gente y sus sentimientos y que son de finos
como los hilos con los que nos manejan. "Lo esencial es invisible a los ojos".
Quería conocer el ciclo de Krebs de la ciudad, las mitocondrias de sus
habitantes, el aparato de Golgi de los lunes, la oxidorreducción de las relaciones,
la entropía de la lluvia, los equilibrios inestables entre turistas y locales, los
teoremas de los comportamientos. Todo, a través del prisma deformante de la
Sanidad. Todo a través del prisma deformante de la Atención Primaria. Porque,
amigos, el lugar de la vida que más se parece a la vida es la Atención Primaria.
2. UNA HISTORIA DE MEDICINA
Bariloche, en contra de lo que pudiera pensar la mayoría de la gente que la ha
visitado, es una ciudad pobre. Pobre como una rata. Los mecanismos de la
mentira tienen estas cosas, que crean divergencias entre las percepciones.
Probablemente alguien que haya visitado el norte de Argentina o Bolivia pueda
decirme que no sé qué es la pobreza.
Estuve en febrero de 2010 en un centro de salud (salita en argentino) de dos
barrios periféricos de la ciudad, a 15 minutos en bus del centro. La salita tenía
dos consultas médicas, una consulta de enfermería, el mostrador de
administración y una cocina. En cuanto al personal: dos médicos, una
enfermera, una señora de la limpieza y dos agentes sanitarios eran fijos.
Mientras que un pediatra que no cobraba, una psicóloga, una asistente social y
una operadora de salud mental era el personal que iba una vez por semana.
Los agentes sanitarios son una figura importante en la sanidad pública
argentina. Se encargan de patearse el barrio, del contacto cuerpo a cuerpo con
la gente, van a los domicilios a evaluar las necesidades del personal, vigilan que
ninguna embarazada ni ningún niño en riesgo deje de ir a los controles. Se
encargan de que el centro de salud esté surtido de los medicamentos que se
entregan a la población. Si alguna vez hay que acompañar a algún abuelete que
está solo a la consulta del hospital, son ellos los que van. Sus estudios no son
universitarios, sino que cursan una especie de módulo de formación profesional
y su peso específico es notable dentro del funcionamiento del sistema.

En Argentina, hay sistema público y privado. Todos los trabajadores por el hecho
de pertenecer a la empresa tienen lo que llaman "Obra Social", que son distintos
seguros que los proveen de los servicios sanitarios. En casi todos los casos, el
seguro se extiende a la familia del asegurado. La mayoría de la población
trabaja o es familia de un trabajador, así que la cobertura de la pública es mucho
menor que en España. A la medicina pública va la gente con menos recursos y
los ancianos.
El modelo condiciona algunas peculiaridades. Por un lado, en la privada, la
gente padece la terrible enfermedad de la especialitis. La figura del médico
general no tiene cabida. Es un fenómeno de sobra conocido. Allí, que todo el
mundo es muy listo, sabe a qué médico debe acudir ante cada síntoma y qué
prueba es la que le tienen que hacer, que para eso pagan y está incluido en el
precio. Se llevan mucho los chequeos rutinarios anuales y los recursos
sanitarios son un bien de consumo más. Paradójicamente, no es sólo que esta
opción no provea de mayor salud a sus clientes, si no que les lleva a la temible
cascada diagnóstica y terapéutica. Para muestra un botón. Una familiar de una
paciente, 35 años, con un dolor torácico inespecífico clínicamente desde hacía
dos semanas, que si tenía alguna causa, ésta era muscular o ansiosa. Le
tomaron alguna vez la tensión arterial y tenía 150/90. Le prescribieron un
antihipertensivo, le hacían un ecocardiograma anual para controlar un soplo
funcional, sin que éste condicionara patología, Holter anual, y la madre del
cordero, le iban a hacer una ventriculografía isotópica. Joder, mi opinión era que
la tía estaba sana y que no había que hacerle absolutamente nada, que se
estaba inventando la patología porque era una cartillera. Una de esas que van
exhibiendo su cartilla, una de "yo pago"; y el médico que estaba delante accedía
a lo que la tía le decía, suponía yo que porque cobraba por acto médico y por los
cheques de las pruebas. Un día se lo dejé caer y me montó un expolio de la
virgen. Es lo de: te hago una resonancia de las rodillas para verte la artrosis, te
hago ecografías del tiroides todos los años por unos nódulos que no te crecen
desde la época de Alfonsín...
En fin, por otro lado está la pública, que recoge a todos los abueletes y, en
general, a la gente sin recursos. La gente con Obra Social puede elegir
atenderse en la pública o en la privada en teoría, pero la pública está tan
saturada, que se suele remitir a los pacientes a su Obra Social. Los recursos son
escasos y se intentaba dividir por los menos posibles.
Lo que pude observar es que en los barrios que nos correspondían, la pirámide
de la población estaba invertida con respecto a la de España. Muchos niños,
mucha gente entre los 20 y los 40 años, muy pocos viejetes.
Esto y algunas peculiaridades culturales y sociales iban a condicionar la
patología que se veía. La protagonista de la película era el embarazo
adolescente. Viví atormentado al principio indagando las causas del problema.
El acceso a los anticonceptivos es espectacular. De 10. Bárbaro. Había varias
opciones. Preservativos gratis, poco éxito por la mentalidad machista. Pastillas,
que se las daban gratis cada mes en el centro; inyectables, se los pinchaban
cada mes (mucha aceptación, en comparación con España), y DIUs, que
colocaban los médicos generales en la consulta. Iba con la ilusión de adquirir
esta competencia porque sería bonito y deseable que un médico de familia
supiera colocar un DIU. No me dejaron intentarlo, pero me pareció muy sencillo.
A la vuelta, rotando en Ginecología me querían convencer de que es una
temeridad que el médico de familia los ponga, por el peligro de perforación,
porque se podía complicar todo. No está indicado, me decían. No sé quién es el
que indica. No entiendo nada.
Me pareció gracioso que no me dejaran aprender a colocarlo. En Bariloche, tuve
la oportunidad de hacer varias excursiones por la montaña. Alguna gente con la
que conversé en ellas, me contaba alguna caída con luxación de hombro
incluida. Yo siempre pensaba que no había metido un hombro en mi vida, joder,
que es una vergüenza. En nuestro hospital los adjuntos no dejan a los
residentes de trauma enseñarnos porque dicen que nosotros no vamos a hacer
eso y por si hay algún problema legal. No me jodáis. Que vaya de excursión, que
la gente sepa que soy médico, que a un pelao se le salga el hombro y que no
sepa metérselo es para echarse a llorar.
Bueno, pues resulta que el acceso a los anticonceptivos es total. Me contaron
que en el centro hicieron un estudio acerca de las causas del embarazo
adolescente. Éste mostraba que la información que se daba a los chavales era
muy buena, todos sabían de qué iba el tema. Una de las cosas más interesantes
que he aprendido en Bariloche es el por qué estas chicas tenían hijos tan
jóvenes. Resulta que muchas chavalas se quedan embarazadas con pleno
conocimiento de causa, porque su rol en la sociedad es ser madres, por la falta
de perspectivas, por la falta de planes, por la pobreza, paradójicamente. Por las
ayudas que da el Estado, que en el fondo son pocas pero que a ellas les
parecen muchas. ¿Qué iban a hacer si no? Sin estudios, hijas a su vez de
madres jóvenes. Muchas habían criado a sus hermanos casi como una madre
más. Muchas chicas no usaban métodos anticonceptivos en sus relaciones
porque sabían que un día podía llegar la noticia del embarazo, algo molesta pero
en absoluto un drama y que la gente les cedería su asiento en el bus, que serían
alguien en la sociedad. Serían madres.
Aunque a nosotros nos parezca raro, ese es el rol más bonito al que puede
aspirar la mujer en ese medio. El resto, es el machismo omnipresente en la
sociedad y las costumbres, el marido que se va de putas, el alcoholismo, la
violencia familiar, el abuso sexual a los menores por parte de integrantes de la
unidad familiar, es lo que les espera...
En la salita me decían que muchos de los chicos y chicas de los barrios que
atendíamos no conocían el centro de la ciudad. Increíble.
Cuando íbamos a los domicilios, no podía creer en lo que la vida había
convertido a las mujeres. Parecían espectros andantes. Chicas de 20 años sin
dientes, con aspecto de tener 50, con dos hijos ya, viviendo en unas casas
hechas de lata y maderas, con la cocina de gas y los 4 fogones encendidos a
modo de calefacción.
Una vez me pasó una cosa que me tuvo un par de días sin levantar cabeza.
Estaba en el súper y se me acerca una tía que no conocía de nada y me cuenta
que está embarazada, que no lo quiere tener y que si yo sabía que qué podía
hacer. Enseguida me dijo que era paciente de la salita y que me conocía de
verme por allí. Me sentí mal porque una tía que no te conoce de nada y te
aborda así tiene que estar muy desesperada y asustada. Me jodió bastante no
poder hacer nada por ella, por desconocer los mecanismos y las leyes del país.
Lo que sí sabía bien, era que si ella fuera una turista de las que vienen a
Bariloche a esquiar, no tendría problema alguno para pagarse un aborto en una
clínica, o si viviera en un país como España, que ha dotado a las mujeres de ese
derecho, tampoco. Lo comenté en la salita y me dijeron que si seguía con la idea
de no tenerlo seguramente haría cualquier maniobra que pusiera en peligro su
vida. Los médicos se debatían entre la culpabilidad por los embarazos no
deseados de sus pacientes y la descarga de saber que no podían ir a casa de
los demás a ponerles el preservativo. Que más de la información y las
facilidades que se daban no se podía.
La circunstancia del embarazo adolescente era la que condicionaba la mayoría
de toda la "patología" que veíamos: control del embarazo normal, revisión del
niño sano, ginecología, realización de citologías.
La existencia de múltiples planes gubernamentales que subvencionan a ciertos
colectivos no hacía sino cargar aún más de trabajo burocrático a la sanidad.
Estaba el plan NACER, bajo el cual se daba un dinero a los padres por el niño y
se les aseguraba la provisión de la leche artificial. Conclusión, había ochocientas
mil revisiones del niño sano, una por mes hasta los dos años, en las que se
entregaba la leche gratis. La gente venía a por la leche, con lo que tú venga a
explorar ahí como un cosaco, haciendo una labor inútil. Apuntando todo en no sé
cuántos cuadernos, pasando datos luego a las listas para el Gobierno. Otro, el
PEÑI, para los niños de bajo peso, porque les daban una bolsa de comida.
Los argentinos (sobre todo los que no son peronistas) odian con toda su alma
las subvenciones del Estado porque dicen que la gente al final prefiere recibirlas
que trabajar. Que han armado una generación de vagos. Es un concepto muy
arraigado desde la época de Evita, que daba peces, pero no enseñaba a pescar.
En cuanto tienen oportunidad desprecian la tutela del Estado y ven la iniciativa
propia como un valor absoluto. Suele pasar que los ciudadanos que han estado
bajo la tutela de gobiernos intervencionistas, como en otro plano los comunistas,
luego son los más liberales porque se pasan absolutamente al otro extremo y
desprecian cualquier tipo de protección estatal. No podían entender que en
España, las becas han permitido que los hijos de los pobres estudien una
carrera universitaria.
Otro plan que me irritaba mucho era el REMEDIAR. Cuando se recetaba un
fármaco había varias opciones: una, que hubiera en el centro muestras gratuitas
(recordad: nada que den los laboratorios es gratuito); otra, que el paciente fuera
a buscarlo sin pagar a la farmacia del hospital con un papel, otra, que lo
comprara en la farmacia (a lo mejor les recetábamos algo y les decían: compra
las pastillas que te alcancen con el dinero que tienes) y otra era proporcionarles
el fármaco con el plan REMEDIAR, bajo un formulario interminable que casi
siempre rellenaba el abajo firmante. Cuando llegaba la caja para reponer los
medicamentos (remedios en argentino), el abajo firmante también comprobó
alguna vez uno por uno que los que venían estuvieran apuntados en la lista. Si
algún día queréis pasar revista a los productos caducados de la nevera podéis
llamarme, que lo hago rápido, después de haber chequeado uno por uno todos
fármacos del puto armario.
Allí, entre el personal, no hay tanta jerarquía como aquí. Tal vez porque trabajan
por el bien común y por el buen funcionamiento del negocio y no sólo por el
sueldo como acá. Ganan más en la privada que en la pública, así que, en
general, hay un compromiso social importante. Me sorprendió ver cómo había
organizaciones sociales en el barrio cuya misión era supervisar y atender las
necesidades de sus habitantes. Tenían reuniones periódicas para realizar
acciones conjuntas.
En el mes que yo anduve por allí andaban preparando un censo de habitantes
para poder sistematizar el trabajo que tenían para con la población. Pude asistir
a alguna de esas reuniones. Duraban unos 40 minutos en los que te podías
tomar tranquilamente 13 mates seguidos y luego abrían una ronda que duraba
alrededor de una hora y cuarto para que uno por uno fuéramos explicando cómo
nos habíamos sentido durante la reunión y si nuestras expectativas durante la
misma se habían cumplido. Te partes con los argentinos.
La salita, el sistema sanitario, trabajaba con los demás en el barrio: con la
escuela, con los del ayuntamiento, con el cura, con la justicia. Hay otro tipo de
unión entre los profesionales en beneficio de la población.
Otro día me llevaron a una actividad con los profesores de la escuela. Se trataba
de un taller sobre los límites que se debían poner a los niños en la educación del
día a día. Nunca olvidaré el siete que tenia uno de los profesores en el jersey,
chacho. Era increíble cómo filosofaban sobre el tema y con qué pasión se
entregaron a los juegos.
El yugo de la falta de recursos era patente en cada instante. Nunca se utilizaba
un folio en blanco, siempre papel que por el otro lado tenía otra cosa, el cual
reutilizaban. En el hospital, para coger una muestra de orina, se le daba al
paciente un bote de mermelada vacía que luego lavaban y reutilizaban. En los
hospitales pediátricos, se utilizaban yogures vacíos. Si cogías más de un papel
para secarte las manos te miraban mal. Los espéculos para las citologías se
esterilizaban y reutilizaban, se envolvían en un papel parecido al del periódico.
En el centro no tenían teléfono, mucho menos Internet. Si había que hacer
alguna llamada se debía hacer desde el teléfono de cada uno. Si olvidabas o
perdías el bolígrafo, estabas perdido, porque era un artículo de lujo. Se estiraban
hasta más no poder. Como los termómetros, que nadie tenía en su casa. Las
historias clínicas eran un desastre, con folios que se iban superponiendo
grapados. Los pacientes con alguna patología aguda se veían por la mañana los
primeros sin historia. Nunca quedaba registrado el episodio.
En medio de estas estrecheces se daban gestos hermosos. A las abuelitas que
iban a sacarse sangre en ayunas se les invitaba a pasar a la cocina y se les
daba algo caliente con unas galletitas. Todos los días se preparaba entre todos
el almuerzo y a media mañana parábamos media hora, pero en vez de tomar
algo rápido o ir al bar como en España, cocinaban algo elaborado como un
hojaldre relleno, pasta, pizza ... Me tocó hacer algún día, cómo no, la clásica
tortilla de patatas.
Menos un médico, eran todo mujeres y les hacía mucha gracia que les dijera
que pensaba que en Argentina estaban todo el día dándole que te pego, que a
las parejas se les rompía el preservativo y les preguntabas que a qué hora y te
decían que a las 10 de la mañana, o le advertías a una mujer con candidiasis
que no podía mantener relaciones en 6 días y te decía que nanai.
Los hombres realmente ni aparecían por la consulta. Cuando venían lo hacían
por alguna causa de fuerza mayor, tristemente casi siempre asociada a alguna
agresión, herida de arma blanca, accidente en el que el alcohol tenía algo que
ver. Además, acostumbraban a venir dos días o así después, cuando ya no se
podía hacer nada.
El control de los crónicos era deficiente. Ni un EPOC que vi, oye, ni un diabético
con insulina, algún asmático solamente. Ni una FA, ni un paciente
anticoagulado, ni un valvulópata. Ni un dolor de hombro. No vi a un sólo paciente
con cáncer en todo el mes. No entendía nada. Quizá es que esos pacientes de
mayor complejidad eran vistos en el hospital o en la Obra Social. Me llamó la
atención que la Atención Primaria allí, se orienta mucho a la prevención. En
cuanto el paciente se salía de ese esquema, el médico derivaba rápido. Sabían
mucho (sinceramente más de lo que yo me imaginé) de lo que manejaban con
más asiduidad: de tocogine, de pediatría... Mostraban interés en los temas de
Salud Pública, tenían ganas de hacer otro tipo de actividades, como educación
sanitaria en los colegios.
La patología estrella entre la clase media era la hipertensión. Todo cristo en ese
país está preocupado por su presión o tiene una opinión acerca de ella. Todo el
mundo sabe si la tiene baja, alta... Si te pasa algo, la primera cosa a la que se lo
puedes achacar es a la presión. Hay gente que iba, por prescripción facultativa,
todos los días de un mes, a la salita a controlársela. Muchos pacientes, que no
tenían especial mal control, eran seguidos por el cardiólogo por este tema
solamente. Una locura.
La verdad es que se trabajaba bastante. Iba muchísima gente, nosotros veíamos
a unos 30 o 40 pacientes, se tenía que hacer, como ya dije, muchísimo trabajo
burocrático, certificados de salud para todo... Además, cuando un profesional
faltaba no le ponían suplente, el resto tenía que asumir sus funciones, pero
también entre las distintas categorías. El administrativo estaba de vacaciones y
su trabajo lo debíamos hacer entre todos.
Siempre que podíamos, gustaba ir a los domicilios. Lo hacíamos a pie por una
carretera sin asfaltar. Los coches al pasar, nos ponían perdidos de polvo. Las
chicas españolas dirían eso de: - ¡Ay, que se me ensucia el pelo! -. Todas las
"casas" eran unifamiliares, casi todas hechas por los propios habitantes, en una
parcela. Todas tenían perros guardianes. Una vez me equivoqué de camino, me
metí sin querer a una parcela privada y un perro me lanzó una dentellada que
por suerte sólo me alcanzó el pantalón. Para llamar al timbre había que dar
palmadas en la puerta. Normalmente nos invitaban a pasar.
Recuerdo la casa de Celeste, 18 años, dos hijos, el segundo prematuro. Nunca
olvidaré las estrías de su barriga. Decía que el parto lo había desencadenado su
padre un día que borracho, la pegó. En el interior de la garita, estabas 10
minutos y te mareabas. La cocina de gas con los cuatro fogones y el horno, que
allí calienta a modo de fogón grande, encendido. Tampoco olvidaré su sonrisa.
Le iban a pedir un calefactor por una red solidaria. Tenía que dar su
autorización, porque lo pedían por la radio diciendo su nombre.
En Bariloche había una radio local, que solíamos escuchar por las mañanas en
el centro, como la de "Doctor en Alaska", más o menos. Decían: - Se ha perdido
una cartera negra, con 3 compartimentos, uno para el tarjetero, otro para las
monedas... con revestimientos dorados en sus bordes. Se ruega si alguien la vio
se comunique...- y cosas así, como anunciar los cumpleaños de la gente y tal.
Otro domicilio al que entramos fue al de Juanita, boliviana, 24 años, 2 hijos. En
su familia próxima un caso espeluznante de abuso sexual del abuelo a un niño
de 7 años. A Juanita también la pegaba su marido y se tuvo que ir del domicilio.
Se armó una movilización impresionante de recursos para solucionar su
situación y poner los medios para separarla del marido y empezar una nueva
vida. Bajo el síndrome de Estocolmo volvió a los dos días con él. Su casa era un
desastre. El día que fuimos había cinco niños por ahí, exploré a varios porque
andaban con un proceso catarral. En esos niños mocosos y sucios se escondía
una verdad absoluta.
Estoy seguro de que los argentinos, si vieran lo que vi aquel día no tendrían una
imagen negativa de los bolis (bolivianos, bolitas). Estoy seguro de que si los
españoles viajáramos a Marruecos, a Perú, a Ecuador, a Paraguay, a Bolivia, a
Senegal..., si habláramos con la gente y la conociéramos un poco no tendríamos
la imagen que tenemos de nuestros inmigrantes. Al igual que el nacionalismo, la
terrible enfermedad del clasismo (la xenofobia no racial, pero sí económica) se
cura viajando. Yo creo que los viajes de fin de curso de los colegios e institutos
se deberían empezar a desviar a estos destinos. Si se quiere comprender algo
de la sociedad en que vivimos, de nuestros vecinos, deberíamos conocerlos.
Una sociedad es tanto más decente cuanto más interacciona y comprende a sus
integrantes. No conozco a una sola persona que haya conocido estas realidades
que me caliente la oreja todos los días (como me pasa) con el discursito de que
los inmigrantes nos vienen a quitar el trabajo, los recursos sanitarios, sociales,
educativos; que yo conozco a una peruana que trajo a su madre con un cáncer
para operarla, que nos invaden los médicos latinoamericanos que no saben
nada, que llevo cotizando toda la vida y ahora viene el inmigrante que lleva aquí
un año y se beneficia. Me ha dejado bastante tranquilo, la verdad, ver que en un
país más pobre que España como es Argentina, también pasa con sus
extranjeros.
Me deja tranquilo porque he comprobado que este discurso tiene lugar en el
contexto de ese sentimiento universal llamado miedo y no porque aquí la
situación sea excepcional.
Lo curioso es que a la vez, los argentinos se quejan de que cuando vienen a
España se les discrimina en cuanto a requisitos exigidos (y tienen razón) para
entrar al país. Tantas paradojas tiene la hipocresía y la amnesia: España y
Argentina han sido países con una historia importante de recibir y dar. La era
moderna de Argentina la escriben inmigrantes europeos. España ha exportado
exiliados primero (México, Rusia) y trabajadores después (Alemania, Suiza)
mientras la pusieron a régimen.
Me encantaba porque en el trabajo el ambiente era muy informal y la gente muy
sencilla. Los médicos iban en zapatillas. Te podías no cambiar de ropa en toda
la semana y no pasaba nada. Podías llevar algo roto y no pasaba nada. Mi
madre me decía que seguro que estaba contento, porque siempre me reñía por
llevar la ropa rota. La gente tenía los dientes hechos un cristo, le faltaban la
mitad de las muelas y se la sudaba. Sin embargo, nadie les podía robar la
sonrisa. No tenían complejos ni tantas chorraditas como aquí, importaba un poco
más cómo eras como persona. Teníamos a veces algunos encontronazos,
porque me daba la impresión de que ellos, cuando hacías algo mal, aunque
fuera una cosa sin mucha importancia, te lo decían, y a eso no estamos
acostumbrados, o al menos yo no lo estoy. Pero muchos de los motivos de las
pequeñas discusiones eran por diferencias culturales de las que nadie era
culpable.
Un día creo que se enfadó una médico, porque mientras estábamos haciendo
una citología a una paciente le pregunté que si eso que se veía ahí era el orificio
cervical externo. Me reprendió porque decía que la paciente nos estaba viendo
dudar y se estaba llevando una mala imagen, algo que a mí me parecía una
chorrada, porque la citología la estaba haciendo ella, no yo. Más tarde, con otra
paciente, mientras la estábamos historiando pidió disculpas para ausentarse un
segundo y volvió con un plátano que terminó de comerse mientras la veíamos.
Me parto la raja.
Me llevé una buena imagen de la gente del centro de salud. Detrás de la barrera
cultural que nos separaba y que se acepta como normal, los encontré muy
buena gente.
Elbita, la enfermera, iba al centro por la mañana, por la tarde dormía y por la
noche trabajaba en un hospital privado.
Lidia, la señora de la limpieza, después del centro de salud iba por las tardes al
hospital, y además, vendía productos cosméticos para mujeres por catálogo,
como perfumes energizantes, que llamaba ella. Siempre creí que de ahí
provenía la fogosidad de los argentinos.
Carmen, toda una institución, 20 años en el centro, 41 años de edad, un hijo de
3, soltera. Fuimos un día a celebrar su cumpleaños a una cervecería para guiris
y fue tan bonito verlas a todas sin el uniforme, todas guapas... Llevar lentillas allí
era no ponerse ese día las gafas y ver un poco peor. El recuerdo de aquella
noche, lo bien que nos lo pasamos, la forma en que se reían, la manera de
comportarse, al lado de las otras mesas en las que los guiris estaban con su
ordenador portátil en Internet, pidiendo pintas sin parar. Recordar aquella noche
me produce una mezcla de tristeza y orgullo.
Sandrita, 33 años, 3 hijos, 2 de ellos con una pareja que se lo hizo pasar mal.
Rehaciendo su vida con un nuevo marido y con una nueva profesión.
Nati, médico del centro, a la que le gustaba mucho la montaña y que quería ser
médico rescatista. Que bien que se portó conmigo. German, un pediatra muy
aplicado, un puretilla (como casi todos los pediatras, ¿por qué será?) gracioso,
un señor. Me enseñó lo que es el método Warldof.
Silvina y Felipe, dos médicos a la europea. Con tantas ganas de cambiar las
cosas, desde las ideas claras.
Hay que tener cuidado con lo de ir a un país más pobre y cómo lo gestionas
sentimentalmente. Hay que tener cuidado de no caer en la heroicidad, de no
querer ser el listillo que sabe cómo se hacen las cosas a la europea o a la
española, que crees que es la mejor forma de hacerlas por ser la tuya. De no
creerte el Che Guevara a la menor. De saber que si quieres ser humilde, tienes
mucho que ver, oír y callar. De saber y tener la seguridad, que dentro de nada
vas a volver a tu país, con tus estúpidas cosas innecesarias y primermundistas,
y que ese sentimiento de madreteresadecalcuta se va a esfumar de la manera
más hipócrita.
Yo sé que todos los problemas de la gente, que me han atormentado durante el
tiempo que pasé en Bariloche, se me olvidarán como se me han olvidado tantas
cosas ya. Al ir allí no aspiraba a otra cosa que a vivir una experiencia personal y
me encontré algo más, viví una experiencia colectiva. Sólo quiero que ese
recuerdo quede bien oculto en el corazón, en la aurícula izquierda, porque es ahí
donde guardo lo más íntimo: el pudor, el optimismo, el pasaporte. Sólo quiero
que si me hacen un electrocardiograma el trazo escriba estas palabras, y que
nunca, nunca, se las lleve el viento. Ese viento que ululaba y asustaba a los
perros callejeros de San Carlos de Bariloche.

enviado por Mercedes
mientenmucho@gmail.com

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