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sábado, 25 de febrero de 2012

La Esquina de la Muerte

La Esquina de la Muerte

Desde muy pequeño comencé a inquirir el por qué de ese nombre. Nunca me han dado una respuesta definitiva. La esquina a la que me refiero es aquella donde quedaba la vieja arena metropolitana de lucha libre y donde aún está la iglesia de Concepción en el barrio o barriada pobre del mismo nombre.

Cierta vez le hice la misma pregunta a un zapatero remendón y dicho sujeto me contestó con otra: de dónde eres? A lo cual le contesté que venía de un pequeño pueblo lejano de la capital. Con razón-me dijo-, sόlo los fueranos preguntan pendejadas como esas, le dicen la esquina de la muerte porque algún hijueputa borracho se murió de goma o lo mataron los otros bolos por quitarle el trago, así es que a mí ni se te antoje preguntarme otra vez que a nosotros los capitalinos tiempo nos hace falta para buscar los frijoles.

Regresé a mi casa frente al parque y la maldita idea no se me quitaba de la cabeza: por qué le dicen la esquina de la muerte? Tal vez –pensé-, la niña Leyla Palaviccinni, ella tiene ochenta años y nació y se crió en esta zona a ella le voy a preguntar, lo cual procedí inmediatamente a hacer. Cuando llegué a la tienda, me saludó y me dijo: venís por tu helado de costumbre a lo cual le contesté, de vainilla por favor niña Leyla. Niña Leyla, le pregunté: por qué le dicen la esquina de la muerte a la esquina de ahí arriba? Mira, me dijo la anciana-, sobre ello hay diferentes versiones, dicen que en 1833 en ese mismo lugar los españoles fusilaron a un montón de indios que se habían levantado con Anastasio Aquino al que le decían el Rey de los Nonualcos , esa es una, otra que se es que dicen que en 1932, Martínez mandó a fusilar en la propia esquina a un montón de obreros que eran seguidores de un tal Farabundo Martí y hay mucha gente que opina que le dicen así porque mucha gente ha muerto de hambre en esa propia, sucia y maldita esquina. Con mi edad, siguió creciendo mi duda sobre dicho nombre. A quién creerle? Una vendedora callejera a quien hice la misma pregunta me contestó que le decían la esquina de la muerte debido a que en esos cuarterías de la zona, las putas eran tan sucias y enfermas que se acostaban con cualquier hombre hasta por diez centavos conscientes de que a dichos sujetos dicho polvo les iba a costar la vida o los pocos ahorros (si acaso los tenían) para comprar la penicilina en la farmacia San Francisco de la Julia Navarro Poggio para tratar de curarse, si acaso las seguras enfermedades venéreas que con un cien por ciento obtendrían después de la experiencia. Bien recuerdo cuando pasaba para el colegio, el montón de semi-mujeres desgreñadas, mal pintadas, desveladas, con los calzones caídos o ya ni usaban calzones porque no tenían para comprarlos, las piernas mosquitosas abiertas (como desgracia humana) en los cuartos enrejados llamando a todos los transeúntes a acostarse con ellas clamando que no habían desayunado y ante la negativa de los que por ahí pasaban les gritaban las más oscuras puteadas por no contestar aquel llamado de la selva de las leonas flacas y enfermizas enjauladas en aquel zoológico de la desgracia. Deseché aquella proposición ya que todas las esquinas de aquella zona presentaban el mismo cuadro doliente. Más tarde, ya en bachillerato mi profesor de historia me dijo que ese nombre no era muy viejo, que venía de un período reciente cuando el presidente mandó a fusilar a cuatro universitarios a quienes acusaron de ser agentes soviéticos cubanos en el parquecito San José cercano a la mugrienta esquina. Mi espíritu nihilista me llevó a continuar la investigación. Observa –me dijo un ingeniero amigo-, una calle con doble vía con cuatro sentidos norte-sur, este –oeste, con un redondel y sin ningún semáforo, por eso le dicen la esquina de la muerte por el número de accidente de tránsito que ahí suceden y por el número de transeúntes que los carros matan a cada rato, entonces, me dije, todas las esquinas de la capital deberían llevar el mismo nombre pues en todas sucede lo mismo ya que en este país de mierda la única ley de tránsito y otras, es que no existe ley. No me convenció. Para los primeros días de la guerra apareció un inspector de la secreta al que si mal no recuerdo le decían “El Apache”, con un tiro en la frente y un puñal en el corazón y con un puño de banderas rojas y unos diarios “El Rebelde” en los cuales los revolucionarios explicaban las razones del ajusticiamiento, ello me puso a pensar de nuevo en el maldito nombre. En mayo de ese mismo año, al comienzo de la última guerra con otros cipotes andábamos metidos a héroes libertadores y protectores del pueblo y como tales se nos ordenó que tomáramos todas las iglesias de la capital nacional lo cual con orgullo nacionalista y bravura de juventud procedimos a ejecutar. A mi me tocó exactamente en la toma de la iglesia que estaba cabal en la esquina de la muerte, la Iglesia de Concepción. Desde la segunda planta desde donde hacía seguridad con una pistolita .38mm, vi llegar las tanquetas con ametralladoras M60 y cañones 105mm como si fueran a una verdadera guerra (ésta vendría más tarde), ante tal situación, la jefatura de la toma dio lo orden de retirada, la cual hicimos por túneles secretos hacia un colegio religioso que era dependencia de la iglesia. Muchos fuimos apareciendo en medio del puterío desgreñadas, con las piernas moscosas abiertas mientras los soldados cañoneaban la vieja iglesia colonial de cuyas estatuas de yeso y mármol sόlo fue quedando un montón de aserrín multicolor testimonio de aquella noche de muerte y dolor. Después de ello, el nombre ya no me interesό, ya no sólo era la esquina, sino la patria, la nación, el país de la muerte.

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