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martes, 7 de junio de 2011

El derecho constitucional nació antes que los cuentos de hadas







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Se construyó un sistema de unanimidad en la interpretación constitucional donde, precisamente, más deben prevalecer los diferentes puntos de vista, la pluralidad y los disensos.
Lafitte Fernández
Periodista
El desaguisado y el deseo de unos cuantos de ponerle falsas válvulas de control y redes de seguridad a las resoluciones de la Sala de lo Constitucional, es el mayor retroceso democrático que he visto, en el país, en los 17 años que he vivido aquí. La decisión de amarrar las decisiones de esa Sala a la “unanimidad” (que no es más que establecer y legitimar la tiranía de uno de los cinco magistrados), no es producto de un caso fortuito. Estamos en un punto de inflexión en el que, cada vez, sabemos más detalles sobre lo que pudo haber ocurrido. Es evidente que en todo esto hay una mente perversa. Su estilo es el de siempre. Lo usa cuando se coloca como coronel de las fuerzas de la oscuridad. El asunto es, primero, mentir al máximo. De esa manera profundiza el miedo. Luego construyó una solución jurídica que, en este caso, es un descarrío que tiene alterado desde el más pintado de los abogados, hasta el último representante diplomático acreditado aquí que, por más esfuerzos que hace, no puede transformar lo que sucedió en un acto que abone a la democracia. Sin tomar en cuenta la trascendencia de sus manifestaciones, algunos diputados que justifican el decretazo de la “unanimidad”, lo único que hacen es convertirse en reos confesos de la comisión de una suerte de delito del más alto nivel en un Estado. Lo cometieron dos poderes (Legislativo y Ejecutivo) para embestir al Poder Judicial. Esos diputados están convencidos (otra parte del engaño), que salvaron la Patria. Dicen que hicieron todo eso porque los cuatro magistrados querían dinamitar el TLC, eliminar la Ley de Amnistía y no sé cuántos cuentos chinos más. Las confesiones de esos diputados son gravísimas. Lo que tratan de decir se resume de esta manera: “aunque elegimos a esos magistrados para que impartieran justicia constitucional, no estamos seguros cómo fallarán algunos casos. Tampoco nos gustan sus fallos. Entonces decidimos crear la tiranía de un solo magistrado (quien sí nos garantiza la sentencia que queremos), para que él solito se encargue de frenar o eliminar las decisiones de los otros cuatro magistrados”. ¡ Qué desvergüenza democrática de esos diputados ! . Es decir, dos poderes meten las manos en un tercero ante meras expectativas de una sentencia constitucional y empujado por el miedo que me metió otro.

La mente que parió todo esto tomó en cuenta casi todo: a Alfredo Cristiani debía decírsele que los cuatro magistrados eliminarían la Ley de Amnistía. El miedo casi paralizante debía inyectársele diciéndole que, en pocos días, estaría preso por el crimen de los jesuitas. (Lo ridículo de todo eso es que ni siquiera hay un recurso planteado en la Sala de lo Constitucional para derogar la amnistía. ¡De ese tamaño fue la mentira!). Y sabían que, así, Cristiani correría a colocar los votos de su partido (a excepción de dos diputados), si se le recordaba que la Corte Plena aprobó, hace pocos días, que con la sola difusión de la alerta roja de Interpol podía ser apresado si la policía española pedía su cabeza. Miedo, miedo y más miedo. El asunto era sorprender.

Posiblemente a los partidos pequeños les dijeron que cuatro de los cinco magistrados de la Sala de lo Constitucional eliminarían las elecciones de diputados basadas en residuos. (El miedo seguía creciendo). Al presidente Mauricio Funes debía hacérsele una venta diferente: se le diría que los cuatro magistrados eliminarían el impuesto a las llamadas telefónicas internacionales y que eso le costaría, a su Ministro de Hacienda $60 millones anuales. Además, debía mencionársele que, hace pocos días, el Dr. Enrique Borgo Bustamente, ex vicepresidente de Armando Calderón Sol, presentó un nuevo recurso ante la Sala de lo Constitucional para eliminar la forma cómo sus administradores presupuestarios solucionaron el problema de las viejas transferencias entre carteras del Estado. Es decir, que Borgo le complicaría, nuevamente las cosas.

Estoy casi seguro que esos fueron algunos de los argumentos principales para meter a mucha gente en una jugada que, aunque la nieguen, de lo que se trataba no era lograr la unanimidad en esa Sala. Realmente el plan siempre fue construir la tiranía de un magistrado que nunca se ha salido del huacal . Producto de todo eso, el tamaño del error es monumental para esta democracia: se construyó un sistema de unanimidad en la interpretación constitucional donde, precisamente, más deben prevalecer los diferentes puntos de vista, la pluralidad y los disensos. Eso lo saben quienes entendemos que, desde una Sala de lo Constitucional, se contribuye a construir y modernizar el Estado. Así lo reconocen los principales juristasdel mundo. Así lo retomaron los legisladores que desterraron la "unanimidad" de esa sala. Pese a eso, nos hemos inventado un sistema único en el mundo: declarar la unanimidad en materia constitucional. ¡Si Voltaire renaciera, se vuelve a enterrar!

Como si eso fuese poco, estamos ante una intentona de establecer la tiranía un solo magistrado. Es risible que traten de decirnos que la “unanimidad” se busca para fortalecer las resoluciones constitucionales, como si los ciudadanos fuesen niños de pecho que no saben que, desde hace mucho rato, cuatro magistrados se dan duro contra uno ( en su propia sala) y , en algunos casos, contra diez más en la Corte Plena.

En todo esto, percibo que al presidente Mauricio Funes o lo sorprendieron, o entregó algo demasiado valioso para una democracia en medio de una negociación partidaria. No quisiera creer que está empeñado en alargar el presidencialismo en un país que debe ponerle freno a eso. Creo que si algo se abonaba al gobernante, durante sus dos primeros años de gobierno, eran sus enormes esfuerzos por modernizar, consolidar y fortalecer instituciones democráticas. Lamentablemente, la engañifa fue de tal dimensión que dejó caer al suelo algunas de sus más importantes medallas en este trance. Quizá Funes debió tomar en cuenta que la ley se parece a la etiqueta cortesana de fines del siglo XVIII. Cada hombre finge acatarla, pero los que disponen de poder actúan a su antojo. Y los jueces presiden estas formalidades como príncipes racionales que no poseen la autoridad paternalista del monarca absoluto ni la autoridad populista de un dirigente electo para imponer respeto.

Por más que intenten justificar lo que hicieron algunos , no hay que olvidarse que el derecho constitucional nació mucho antes que Walt Disney.

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