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viernes, 19 de noviembre de 2010

La mujer en la jornada del 15 de Noviembre de 1922


Oswaldo Albornoz Peralta
Partido Comunista del Ecuador



Como en toda gran jornada de las luchas populares en el Ecuador, el heroísmo de sus mujeres también estuvo presente en el bautizo de sangre de nuestra clase trabajadora.


La mujer en la jornada del 15 de Noviembre de 1922


La mujer en nuestra patria siempre ha estado presente en sus grandes acontecimientos y en sus grandes combates. Y ha sido en ellos, flor entre espinas y abrojos, sedante en medio del dolor y el sufrimiento.

Está presente en los levantamientos indios de los tiempos coloniales. Las hermanas Manuela y Baltazara Chuiza son condenadas a la horca por haber participado en Guano en la lucha contra el censo general. Lorenza Avemañay, en la rebelión de Columbe y Guamote en 1803, surge como paradigma de combatiente valerosa. Y más tarde, ya en la república, cuando Daquilema se levanta, está a su lado, como capitana de sus huestes, Manuela León, la bella, así retratada por el ojo de la tradición.

También está presente en las luchas emancipadoras. Y desde el alba, desde el inicio. Allí está Manuela Cañizares que, en agosto de 1809, señala con su coraje el camino del futuro. Está Manuelita Sáenz, la Caballeresa del Sol de la novela histórica de Demetrio Aguilera Malta, que en Lima se convierte en conspiradora, y que después, como coronela, acompaña a los ejércitos libertadores por las breñas de los Andes. Está Rosa Campuzano, asimismo Caballeresa y empedernida conspiradora patriota en la capital peruana, y que, además, tiene el mérito de que su nombre haya figurado en el registro secreto de la Inquisición limeña, según nos cuenta don Ricardo Palma en sus Tradiciones peruanas. Está, en fin, doña Rosa Zárate, fusilada y decapitada en Tumaco, en 1813, por su adhesión a la causa de la emancipación americana.

Tampoco podía faltar su presencia en las luchas liberales. Son muchas, muchísimas las mujeres que se cobijan con las banderas del liberalismo y ayudan con fervor para su triunfo. En todas las jornadas: unas veces son transmisoras de comunicaciones y noticias, otras veces acogen y esconden a los perseguidos, no faltan las que apoyan la causa con su dinero, inclusive, algunas toman las armas y participan en la campaña. Unos pocos ejemplos: María Gamarra –la ñata Gamarra– que redime de sus deudas a los conciertos de su hacienda La Victoria para que puedan incorporarse a las guerrillas alfaristas: son los célebres chapulos que durante todo el régimen de Caamaño, sin escatimar sus vidas, combaten al ejército conservador. Después, dos mujeres intervienen directamente en la contienda. Son las coronelas Joaquina Galarza y Filomena Chávez. A la primera, según nos cuenta Eugenio de Janón Alcívar, en su libro El Viejo Luchador, el propio general Alfaro, en pleno combate, le confiere su grado militar por méritos de guerra. Y la segunda, pelea al lado del coronel Zenón Sabando en el verdor de las selvas manabitas, y más tarde, cuando Alfaro es incinerado en las piras de El Ejido, se adhiere a la revolución del coronel Carlos Concha para protestar contra el crimen.

Después de escritas tantas páginas de heroísmo ¿cómo podía estar ausente de los trágicos acontecimientos del 15 de noviembre?

No podía estar ausente. Y allí está, ahora, en forma masiva como pocas veces, en representación de la mujer trabajadora. Está al lado de sus compañeros obreros y artesanos, llevando en sus brazos a sus pequeños hijos para reclamar justos salarios y protestar contra su vida miserable. Tal como en otras ocasiones, la decisión y el valor rubrican todos sus actos. Segundo Ramos, ese gran dirigente obrero, dice que dos mujeres, América Delgado y Tomasa Garcés, esta última con sus cuatro tiernos hijos, junto con veinte trabajadores huelguistas, se tiran a los rieles de la línea férrea y obligan al maquinista a parar el tren junto a sus cuerpos.[1] Una lavandera analfabeta, la negra Julia –se desconoce su apellido– le arroja la bandera nacional a un capitán del ejército y pide que la respete, actitud que desconcierta a los militares y que permite que muchas personas salven sus vidas.[2] Otras como la cocinera María Montaño y la lavandera Sebastiana Peña, se convierten en oradoras y voceras del pueblo. Y así, el coraje brota a raudales, por todas partes.

Pero el precio que cuesta ese coraje es muy alto: según algunas fuentes, el número de mujeres victimadas, va de doscientas a trescientas. Junto a ellos, en muchos casos, sus inocentes y pequeños hijos.

Empero, la participación de la mujer en el 15 de noviembre adquiere mayor relieve, si se toma en cuenta que por primera vez en nuestra historia están presentes dos organizaciones femeninas: los Centros Feministas “La Aurora” y “Rosa Luxemburgo”, a los que queremos rendir homenaje aquí recordando su historia, aunque sea en pocas líneas.

Empecemos por el Centro Feminista “La Aurora”.

Esta organización se establece en Guayaquil el 1° de mayo de 1918, gracias a las gestiones del dirigente obrero Agustín Freire, teniendo como principal objetivo la protección de la mujer. Sus fundadoras, cuyos nombres merecen no ser olvidados, son las siguientes: “Heraclia de Lombeida, Clara Aurora de Freire, Eufrasia Montes, Mercedes de Gutiérrez, Ángela Pincai y las señoritas Genoveva Valenzuela, Abigail Pincai, Ángela Auria, Herminia Gutiérrez, Hortensia Bonoso, Mercedes Candelli y Berta García M.” [3] Su primer directorio es este: presidenta, la señora de Lombeida, tesorera, la señora de Freire y secretaria, la señorita Berta García.

Al año siguiente –1919–, el Centro crea su propio órgano de propaganda: la revista La Mujer Ecuatoriana dirigida por Clara de Freire.

Poco después, en 1920, el Centro “La Aurora” asiste al II Congreso Obrero Ecuatoriano, siendo, por consiguiente, la primera organización femenina que concurre a un congreso obrero, ya que en el I, reunido en Quito en 1909, no está presente ninguna. Sus delegadas son Leonor Mesone de Darquea y María Reyes.

Al principio hay alguna resistencia por parte de la Comisión de Calificaciones para la concurrencia de esta organización femenina, que manifiesta en su informe que el Congreso debe estar constituido sólo por personas que pertenezcan a la clase obrera. Después de alguna discusión es aceptada su delegación, pues se aclara que sus miembros son trabajadoras que han combatido por los ideales obreros y que su Centro, por tanto, pertenece a esa clase. Además, se dice, que su representación será de gran ayuda cuando se trate de los problemas relacionados con la mujer y el niño.

Su actuación, en efecto, es de gran importancia. Se pide que la ley consagre la igualdad del hombre y la mujer por parte de la señora Mesone de Darquea, intervención que es apoyada por la delegada Reyes en la siguiente forma:

“Me adhiero a las palabras de mi distinguida colega, y creo que ya es tiempo de que el Ecuador se penetre y comprenda que a la mujer debe concedérsele amplias facultades en todas las esferas sociales, atenta la igualdad que ha demostrado tener comparativamente con el hombre, en tratándose de sus facultades físicas, intelectuales y morales”.[4]

Se solicita asimismo que se conceda vacaciones a las obreras por un determinado tiempo para la lactancia de los niños. Y se denuncia que se obliga a las obreras a trabajar hasta altas horas de la noche, “con perjuicio, no sólo de la salud de las obreras, sino también de la moralidad”.[5]

Al final, el Congreso acuerda dar apoyo a todas las organizaciones obreras femeninas, formar escuelas y talleres para ellas, adjuntas a las sociedades obreras, exigir el alza de sueldos y salarios para las obreras y empleadas, entre algunas otras reivindicaciones a favor de la mujer trabajadora.

Y por fin, el 13 de noviembre de 1922 –en vísperas de la masacre– el Centro Feminista “La Aurora” envía su adhesión al movimiento obrero e interviene en sus actuaciones, ya sea organizando colectas de dinero o ayudando en múltiples tareas.

El Centro Feminista “Rosa Luxemburgo”.

El nombre puesto a esta organización femenina indica ya la filiación política de izquierda de sus componentes. Rosa Luxemburgo es la heroica luchadora comunista asesinada en Berlín, junto a Carlos Liebknecht, por una bárbara soldadesca. Toda su vida y todo su talento –Franz Mehring dice que es la más genial discípula de Marx– los pone al servicio de la causa proletaria.

El centro se crea en 1921 y forma parte de la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana que se constituye en octubre de 1922, es decir, en vísperas de la tragedia. Son obreras que trabajan como escogedoras de cacao y café para las firmas que exportan esos productos. Sobre su participación en las jornadas de noviembre el historiador Elías Muñoz Vicuña apunta lo que sigue:

“Merece especial mención la presencia y adhesión a la huelga del Centro Femenino “Rosa Luxemburgo”, que el 15 de noviembre dejó un recuerdo histórico por su heroico papel en esa jornada. Las delegadas del “Rosa Luxemburgo” –las personas que concurren a la Gran Asamblea del día 13 para ofrecer su apoyo al paro acordado– fueron: Rosario González, Mercedes María de Rojas, Otilia Marchán, Clara Rodas, Zoila Posligua, Virginia Sarco, María Santos, Vicenta Rodríguez, Lucelinda Pacheco, Mariana Moncayo y Lidia Herrera”.[6]

También el gran escritor guayaquileño Joaquín Gallegos Lara, en su hermosa novela Las cruces sobre el agua –novela que como toda verdadera obra artística es reflejo de la realidad–, recuerda a esas trabajadoras y pone de relieve su decidida y valiente actuación. He aquí unas líneas, que son históricas, sacadas de ese libro:

–¿Quiénes son esas gallas?

–Del Rosa Luxemburgo.

Cada jornada se formaban comités populares de sostén de las huelgas: Vengadores de Eloy Alfaro, Luz y Acción, Pueblo Monterista, otros. Entre ellos nació uno, de obreras, al cual el viejo artesano Mena, que lo asesoraba, le puso el nombre de la jefe de la revolución alemana de hacía tres años, leído con remota pasión en los diarios. Las del Rosa Luxemburgo hacían colectas para las familias de los huelguistas, cosían banderas rojas, acudían a las asambleas y desfilaban en las manifestaciones, cantando el himno Hijos del Pueblo. El cristal femenino de sus voces dulcificaba el canto viril y hacía más hombres a los hombres.[7]

Muchas de las gallas del “Rosa Luxemburgo”, dada su combatividad, sucumben en la trágica jornada. Sus cadáveres irían a parar en las fosas colectivas o en el fondo del río Guayas. Varias de esas cruces sobre el agua de que nos habla Gallegos Lara, eran cariñosos recuerdos de sus deudos, seguramente.

Sí, es inmensa la cuota de sacrificio de las muchachas del Comité Femenino “Rosa Luxemburgo”, pues el mismo historiador, Elías Muñoz, afirma que el ejército se ceba sobre ellas, pues su decisión, y las banderas rojas que portan, exasperan a la burguesía y a sus servidores.

“Un cronista imparcial” de debilidad mental manifiesta, ya que muestra estupor porque las mujeres intervengan en la jornada, se alegra al afirmar “que el centro “Rosa Luxemburgo” no se reunirá más en Guayaquil”, dando a entender que sus miembros han desaparecido. ¿Y cómo no iban a desaparecer, si según él, “la tropa ha disparado como con medida: los tiros justos para hacer el efecto necesario”?[8]

Su sacrificio, y el de las otras mujeres que mueren a su lado, no es estéril. Es ejemplo y semilla. Pronto, con igual coraje estarán nuevamente presentes en las luchas por nobles ideales. Nela Martínez, Luisa Gómez de la Torre, Isabel Herrería, Ana Moreno, Alba Calderón, Nelly Cereceda, Laura Almeida, Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña y muchas otras, levantaron la misma bandera justiciera.

No, su sacrificio no es estéril, es ejemplo y semilla, repetimos.

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