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martes, 25 de octubre de 2011

LA HISTORIA PACTA LAS TABLAS (I)

MONCADA Grupo de lectores en el mundo

GÓMEZ BARATA.12.jpg Jorge Gómez Barata
Publicación Original en MONCADA
El debate entre el Estado y el mercado, extendido a lo largo de cuatro siglos (XVI-XXI) parece terminar en una alianza ganadora. China, India, Brasil y Argentina, además de ser grandes economías emergentes tienen en común antecedentes que les han permitido ensamblar formulas viables para acceder al desarrollo económico y social.
Se trata de naciones que al potencial económico suman un entorno institucional formado por estados fuertes (con aceptables dosis de autoritarismo) capaces no sólo de contener las tendencias negativas del mercado sino de utilizarlas en función del bien común. Sin ser perfecta, en materia de modelo y gestión macroeconómica, la combinación del Estado y el mercado parece ser una fórmula ganadora.
En los escenarios latinoamericanos la economía de mercado, especialmente en su versión neoliberal, tuvo y tiene efectos acentuadamente negativos debido a la debilidad de las estructuras institucionales, particularmente de los estados nacionales para diseñar y conducir eficaces políticas económicas, financieras y fiscales, dictar y hacer cumplir leyes y códigos, regular la actividad privada, defender las riquezas naturales y ejercer la soberanía nacional frente al capital extranjero.
A diferencia del resto del mundo, la historia económica y social de Europa Occidental es una sucesión de etapas por las que los países transitaron de modo más o menos natural. El capitalismo europeo debutó sobre la base de una acumulación originaria de capital, bienes, tecnología y cultura; cosa que dicho sea de paso la propia Europa abortó en todas partes, excepto en los Estados Unidos.
En aquellos entornos, mediante reguladores espontáneos, el progreso equilibró la formación de los estados nacionales, el desarrollo industrial y agrícola, la creación de infraestructuras para el comercio (principalmente marítimo), los procesos financieros, en particular los bancos, el crédito, el ahorro, los financiamientos con fondos públicos y privados; así como las políticas fiscales y aduaneras, la definición de las fronteras y otras manifestaciones del desarrollo con la formación de sistemas políticos basados en la democracia. Precisiones aparte, el mercado, las estructuras de clases y las instituciones del Estado, evolucionaron de modo más o menos parejo.
No ocurrió así en el Nuevo Mundo, en África ni en Asia donde tales procesos fueron abortados o condicionados por factores externos, sobre todo por la conquista y la colonización. El saqueo del llamado Tercer Mundo, en primer lugar del oro y la plata y el trabajo esclavo proporcionaron al capitalismo europeo una inesperada, cuantiosa y prácticamente inagotable fuente de financiación, que aun hoy deja sentir sus efectos. A ello se suma que la biodiversidad iberoamericana (la papa, el maíz, los frijoles, el cacao, el tomate y otros) permitieron resolver el problema alimentario europeo.
Paradójicamente el establecimiento del poder de la burguesía en los siglos XVIII y XIX dio lugar a la implantación en Europa y los Estados Unidos de un régimen extremo y sin reglas, conocido como “capitalismo salvaje”, que desmentía los preceptos básicos del humanismo liberal y en el cual, ante la debilidad de las estructuras estatales y la ausencia de legislaciones, los empresarios capitalistas impusieron el reinado de la codicia basado exclusivamente en el accionar del mercado. Aquella etapa de explotación intensiva de la clase obrera hizo de aquel el régimen el más repudiado de toda la historia y amenazó con la ingobernabilidad.
Fue en aquel contexto donde, mediante la repulsa de la clase trabajadora y la actividad crítica de la intelectualidad avanzada de la época, aparecieron en forma de teorías, así como de organizaciones sindicales a escala europea (ejemplo la Primera Internacional) y partidos políticos, la oposición global y conceptual al régimen que Carlos Marx, el más brillante de los científicos sociales de la época, denominó capitalismo, conocido también como “economía de mercado”.
Entre 1845 y 1867, Carlos Marx y Federico Engels produjeron: La Ideología Alemana (1945), el Manifiesto Comunista (1848), Contribución a la Critica de la Economía Política (1859) y El Capital (1867), en las cuales se expone la crítica al capitalismo desde la economía política, la concepción materialista de la historia y lo que pudieran ser los prolegómenos de una teoría del socialismo.
En conjunto se trata, como alguna vez dijera un crítico y asumiera Lenin de: un “Mont Blanc” de datos y argumentos que incluyen las más completas (no la primera ni la única) reflexiones críticas acerca de las contradictorias relaciones entre el capital y el trabajo, las fuentes de las riquezas y el valor, la teoría de la plusvalía y la mercancía, al decir de Marx, célula económica del capitalismo.
La crítica de Marx, no por certera y lucida que fuera, no podía por si sola cambiar al mundo, tarea que no concierne a la filosofía ni a la economía política, sino a la lucha de clases; proceso en el cual en algún momento y por poderosas razones, se generó la idea de que para establecer la justicia distributiva, base de la justicia social, era necesario acabar con el mercado.
A veces también grandes luchas terminan en tablas; no porque la pacten los hombres sino porque las impone la historia. Luego les cuento más. Allá nos vemos.
La Habana, 24 de octubre de 2011

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