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domingo, 5 de junio de 2011

CAMBIAR O SER CAMBIADO



MONCADA Grupo de lectores en el mundo


GÓMEZ BARATA.13.jpg Jorge Gómez Barata
Publicación Original en MONCADA
Ante una pregunta acerca de la izquierda; un estudiante comentó:
“A diferencia de lo que ocurre en la anatomía, donde la izquierda es antípoda de la derecha, en la política no ocurre así. En la historia no hay rupturas totales. Las épocas nuevas se gestan en el seno de aquellas que superan y los líderes revolucionarios se forman en valores promovidos por la clase a la cual derrotan. Los próceres hispanoamericanos fueron descendientes de españoles, educados en universidades europeas, entornos en los cuales asumieron los valores del liberalismo. Así ocurrió también con los líderes de la descolonización tercermundista. No debe asombrarnos– concluyó– que asumieran algunas de sus virtudes y repitieran muchos de sus errores.
Me impresionó la consistencia dialéctica de sus argumentos, que me dieron pie para explicar que algunos de los más costosos errores en que incurrieron los líderes de la izquierda afroasiática fue imitar las prácticas políticas entronizadas por las metrópolis, entre ellas el autoritarismo, que excusándose en los defectos de ciertas formas de democracia reniega de todas.
Probablemente ese comportamiento, adoptado por el movimiento de liberación nacional afroasiático, tenga su explicación en la decepción de los nuevos líderes que en su lucha partieron de las posiciones de los liberales europeos que defienden para sí derechos que niegan a los demás.
Por unas y otras razones, la izquierda afroasiática que llegó al poder como parte del proceso de descolonización y en algunos casos, como el de Argelia por medio de una gran lucha revolucionaria, se acomodó a un ejercicio del poder ajeno a cualquier forma de democracia. Los últimos representantes de aquel estilo, sobrevivientes de una época trascendida, son Muammar al-Gaddafi ex líder libio y Bachard al-Asad, presidente de Siria, ejes de conflictos cuyos desenlaces son de pronóstico reservado.
Muammar al-Gaddafi, Bachar al-Asad y Abdelaziz Bouteflika, que gobiernan desde hace 42, 11 y 12 años respectivamente, disfrutaron de largos periodos en que prevaleció un consenso social en torno a sus liderazgos, momentos en que no les faltaron recursos económicos y apoyo internacional. Sin tampoco aprender de la experiencia de la debacle del socialismo real ni percibir los peligros de la unipolaridad; en lugar de aplicar reformar y construir sistemas políticos participativos y de amplia base popular, optaron por gobernar bajo condiciones de excepción.
Los resultados de semejante elección están a la vista. A pesar de impulsar ciertos avances económicos y sociales, esos líderes perdieron importantes cuotas de capital político y hoy enfrentan situaciones caracterizadas por reclamos legítimos, fuertes corrientes opositoras, susceptibles de ser manipuladas y aprovechadas desde el exterior por la derecha y el imperialismo. Aunque sin derecho ni legitimidad alguna, esas situaciones internas crean coyunturas favorables al intervencionismo imperial, cosa trágicamente visible en la agresión de la OTAN y Estados Unidos a Libia.
Se trata de dirigentes que en determinados momentos de la lucha exhibieron sagacidad política y una aceptable capacidad para maniobrar en entornos políticos crispados, elaborar consensos y desplegar adecuados programas sociales aceptables y que luego, se revelaron incapaces para aprovechar oportunidades, idear e introducir reformas políticas y mejorar los rangos de participación popular en los diferentes procesos.
Tal vez les faltó la intuición necesaria para comprender que en la presente situación, cuando ya las masas avanzaron un largo trecho desde la descolonización, la cultura política se ha elevado y el bienestar plantea nuevas aspiraciones, no basta con gobiernos mejores que los anteriores ni con un status económicos y sociales más elevado, sino que se necesitan innovaciones reales.
Ningún ejemplo mejor que el de Siria donde, a marcha forzada, bajo la insoportable presión de las movilizaciones de masas, el presidente Al-Asad, en rápida sucesión, promulga unas medidas tras otras, entre ellas: levantamiento del estado de excepción, destitución del gobierno, amnistía general y dialogo nacional. De haber hecho todo eso cuando las masas no estaban en la calle y no era necesario reprimirlas, la historia seria otra.
Vivir en una época diferente requiere de formas de lucha y estilos de gobernar cualitativamente nuevos. El discurso de la izquierda es revolucionario o renovador o no es y la dialéctica, según la cual todo cambia, está vigente y es la misma para unos y otros. Allá nos vemos.
La Habana, 05 de junio de 2011

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