INMORTALIDAD

Sentado en la banca de caoba oscuro, no se percató o no quiso percatarse de la alta alcurnia que pasaba frente a él. Tenía tres libros: Inmortalidad, La Leve Existencia del ser, y Así Habló Zaratustra. En un momento monologó: la eternidad está en esos tulipanes, mientras ignoraba los inmensos rascacielos construidos contra la modestia humana.

Se acercó a la tienda de campaña de los nativos, los vio de frente sin pronunciar palabra y regresó de nuevo a la banca donde ignoró la inmensa pompa por la inauguración del nuevo gobierno, solamente se dijo: nuevas caras, viejos vicios y continuó conversando consigo mismo.

Sintió la necesidad de la soledad y dejó que se fueran de paso algunos connacionales a los que no había visto por largo tiempo, ellos, se dijo, no venían a buscarme, entonces para que correr a saludarlos y fue ahí cuando comprendió que la mortalidad es producto del no ser.

Se preguntó si Nietzsche estaba muerto y si Cristo había existido en la realidad y recordó a Hegel y más que todo a Marx y el patíbulo permanente tratando de asesinarlo y el ``Ser Marxista`` renunciando a morir y aceptando la eternidad dialéctica de la vida.

Vio en las alturas, el vuelo de las águilas y pensó en la ``Canción del Obrero`` entonada por Marx, Lenin y el Che aun cuando no fueron obreros y fue ahí más que todo donde esgrimió la relación simbiótica de la teoría y práctica revolucionaria y la condena indiscutible e inexorable de que no se es revolucionario por un día, sino toda la vida, que lo demás, nada más es fantochería aventurerista del oportunismo con corbata.

Vio pasar a miles de mujeres y lo único que pensó fue la satisfacción pasajera de la carne y se sintió feliz de haber estado solo toda la vida. Las respeto y las admiro se dijo, pero no las amo, el amor, se dijo, es la falacia del compromiso y la auto destrucción del ser.

Ni leía, hablaba, oía o escribía, sencillamente pensaba. Nada le daba envidia, sino repugnancia y el asco material se manifestó en su lucha por liberarse de todo el espectro. Hay que destruirlo todo, hay que matar al hombre si es que queremos matar al sistema, es el hombre mismo el que parió al sistema y no el sistema al hombre.

Cuando sonaron las heladas campanas de Notre Dame, pudo ver a la inquisición viva y más fuerte que en el Medio Evo y lo terrible que sería si la Iglesia tuviera armas nucleares, le dio un tanto de frío, pero su auto separación de la generalidad le trajo de nuevo la calma. En ese mismo momento las trompetas llamaban a reunión del gobierno y sonrió de los acuerdos entre dios y los explotadores.

Gracias por no creer y ser enemigo de ambos, concluyó.