Hoy hace 140 años, el 22 de abril de 1870, nació Vladimir Ilich
Ulianov, más conocido por Lenin. Bastantes años después, éste tuvo dos
grandes maestros en Carlos Marx y en Federico Engels, cuyos textos
comenzó a estudiar durante el invierno de 1895. Nadie como él fue
capaz de interpretar toda la esencia de la teoría marxista, llevándola
a la práctica hasta sus últimas consecuencias, porque, según sus
propias palabras, no hay más que una sola filosofía para el
proletariado: el marxismo. Lenin, además, fue capaz de desarrollarla y
de enriquecerla.
Él comprendió que la creación del sistema colonial era parte del
desarrollo del imperialismo moderno y que el problema nacional era una
de sus consecuencias. Teórico de la política y hombre de acción, Lenin
libró infinidad de batallas en el campo ideológico. Insistió en la
necesidad de que la lucha de los trabajadores fuera más allá de las
reivindicaciones meramente económicas, de modo que pasara a adentrarse
en la lucha política como paso imprescindible para transformar la
realidad capitalista. Consciente de que los círculos marxistas debían
unirse y actuar como partido, pronto se puso a la tarea unificadora, y
no descansó un solo momento por la consecución de un partido fuerte,
disciplinado y bien organizado, con el propósito, siempre, de que éste
conquistara el poder para transformar la sociedad burguesa en sociedad
socialista. La lucha fue dura. Por una parte estaba la obvia represión
zarista aplicada a todos los revolucionarios, y por otra la disputa
por la dirección del Partido Socialdemócrata Ruso entre mencheviques y
bolcheviques.
Pero finalmente, como decía el lema del Iskra, el primer periódico
dirigido por Lenin, de la chispa surgió la llama, y, tras las heroicas
jornadas de Octubre, el 7 de noviembre de 1917, los bolcheviques –el
sector mayoritario, más radical y consecuente de la socialdemocracia
rusa-, con Lenin a la cabeza, tomaron el cielo por asalto otorgando
todo el poder a los soviets.
Atrás había quedado el fallido intento de 1905. En 1917 se había
conjugado lo más alto de la intelectualidad política de Europa con el
espíritu revolucionario de las masas oprimidas, los obreros y los
campesinos de Rusia.
Si Lenin hubiera vivido físicamente unos años más –éste murió el 21 de
enero de 1924, a la temprana edad de 53 años-, los errores cometidos
más adelante por los conductores de la extinta URSS no se hubieran
producido; o al menos, en buena parte, se hubieran corregido evitando,
quizá, su conocida debacle.
En cualquier caso, a pesar del desenlace dramático del sistema
soviético, nunca se deben olvidar las hazañas de 1917 y los años en
que Lenin tuvo en sus manos la dirección del proceso revolucionario
ruso, ya que constituyeron hitos de valor ejemplar en la lucha de los
pueblos por la conquista de la libertad.
Durante muchos años los comunistas rusos libraron importantes
batallas, alcanzando grandes avances en los campos económicos, social,
político, cultural y militar; lo que supuso pasar de un país
empobrecido y explotado a una potencia mundial de primer orden, todo
ello en un tiempo histórico relativamente corto.
Tampoco se puede olvidar que el primer Estado socialista jugó un papel
fundamental en la derrota del fascismo; y que ese logro costó la vida
de entre 28 y 30 millones de soviéticos.
Los enemigos del socialismo tienden a atribuir a las ideas de la
Revolución de Octubre todos los males surgidos tras la muerte de
Lenin. Tamaña injusticia y tamaña mentira; porque, como dijera Armando
Hart Dávalos, eso sería igual que atribuirles a las nobles ideas de
Jesús de Nazareth, las desviaciones ocurridas más tarde y las cuales
alcanzaron puntos extremos en la inquisición.
Al igual que Marx y Engels, Lenin dedicó su existencia, con no poco
éxito, al propósito de la liberación humana. Guste o no a sus eternos
enemigos, su nombre permanecerá, sin duda, entre las personalidades
que mayor trascendencia hayan tenido en la historia de la humanidad.
Ulianov, más conocido por Lenin. Bastantes años después, éste tuvo dos
grandes maestros en Carlos Marx y en Federico Engels, cuyos textos
comenzó a estudiar durante el invierno de 1895. Nadie como él fue
capaz de interpretar toda la esencia de la teoría marxista, llevándola
a la práctica hasta sus últimas consecuencias, porque, según sus
propias palabras, no hay más que una sola filosofía para el
proletariado: el marxismo. Lenin, además, fue capaz de desarrollarla y
de enriquecerla.
Él comprendió que la creación del sistema colonial era parte del
desarrollo del imperialismo moderno y que el problema nacional era una
de sus consecuencias. Teórico de la política y hombre de acción, Lenin
libró infinidad de batallas en el campo ideológico. Insistió en la
necesidad de que la lucha de los trabajadores fuera más allá de las
reivindicaciones meramente económicas, de modo que pasara a adentrarse
en la lucha política como paso imprescindible para transformar la
realidad capitalista. Consciente de que los círculos marxistas debían
unirse y actuar como partido, pronto se puso a la tarea unificadora, y
no descansó un solo momento por la consecución de un partido fuerte,
disciplinado y bien organizado, con el propósito, siempre, de que éste
conquistara el poder para transformar la sociedad burguesa en sociedad
socialista. La lucha fue dura. Por una parte estaba la obvia represión
zarista aplicada a todos los revolucionarios, y por otra la disputa
por la dirección del Partido Socialdemócrata Ruso entre mencheviques y
bolcheviques.
Pero finalmente, como decía el lema del Iskra, el primer periódico
dirigido por Lenin, de la chispa surgió la llama, y, tras las heroicas
jornadas de Octubre, el 7 de noviembre de 1917, los bolcheviques –el
sector mayoritario, más radical y consecuente de la socialdemocracia
rusa-, con Lenin a la cabeza, tomaron el cielo por asalto otorgando
todo el poder a los soviets.
Atrás había quedado el fallido intento de 1905. En 1917 se había
conjugado lo más alto de la intelectualidad política de Europa con el
espíritu revolucionario de las masas oprimidas, los obreros y los
campesinos de Rusia.
Si Lenin hubiera vivido físicamente unos años más –éste murió el 21 de
enero de 1924, a la temprana edad de 53 años-, los errores cometidos
más adelante por los conductores de la extinta URSS no se hubieran
producido; o al menos, en buena parte, se hubieran corregido evitando,
quizá, su conocida debacle.
En cualquier caso, a pesar del desenlace dramático del sistema
soviético, nunca se deben olvidar las hazañas de 1917 y los años en
que Lenin tuvo en sus manos la dirección del proceso revolucionario
ruso, ya que constituyeron hitos de valor ejemplar en la lucha de los
pueblos por la conquista de la libertad.
Durante muchos años los comunistas rusos libraron importantes
batallas, alcanzando grandes avances en los campos económicos, social,
político, cultural y militar; lo que supuso pasar de un país
empobrecido y explotado a una potencia mundial de primer orden, todo
ello en un tiempo histórico relativamente corto.
Tampoco se puede olvidar que el primer Estado socialista jugó un papel
fundamental en la derrota del fascismo; y que ese logro costó la vida
de entre 28 y 30 millones de soviéticos.
Los enemigos del socialismo tienden a atribuir a las ideas de la
Revolución de Octubre todos los males surgidos tras la muerte de
Lenin. Tamaña injusticia y tamaña mentira; porque, como dijera Armando
Hart Dávalos, eso sería igual que atribuirles a las nobles ideas de
Jesús de Nazareth, las desviaciones ocurridas más tarde y las cuales
alcanzaron puntos extremos en la inquisición.
Al igual que Marx y Engels, Lenin dedicó su existencia, con no poco
éxito, al propósito de la liberación humana. Guste o no a sus eternos
enemigos, su nombre permanecerá, sin duda, entre las personalidades
que mayor trascendencia hayan tenido en la historia de la humanidad.
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