Los dos agarramos unos pocos cuadros pintados en nuestra juventud y una antología poética que los dos habíamos escrito a lo largo de nuestra vida, llamamos a una anciana y le dijimos que se pasara a vivir a la casa, que le pertenecería durante viviera.
Tomamos el tren y nos perdimos en las brumas entre las montañas cansadas de los ruidos de la locomotora eléctrica que parecía romper la velocidad del sonido. Ella sacó un poco de hierba, roló un churro y lo disfrutaba al compás de las pinturas naturales que cruzaban su mirada como espejismos naturales, él, sacó una pinta de brandy y se disparó un mañanero que le hizo recordar su juventud cuando se salía de la universidad y se iba a las orillas del río a echarse los del atardecer.
En la carrera con destinos desconocidos, el tren pasaba por miles de pueblos. Miles de pueblos que guardaban cada uno historias diferentes, pero similares. Miles de manos y caritas infantiles y juveniles diciéndole adiós a pasajeros desconocidos con sonrisas rosadas entre ojos multirraciales colores de la floración de la montaña y del paisaje otoñal que los envolvía.
Aquí me gusta, dijo Hazel. El pueblito parece de lejos un cantón helvético o un pueblito campesino calabrés, con todas las casitas pintadas multicolores si fuera una reproducción miniatura de Mont Martre. Dejamos el tren y alquilamos un carruaje tirado por un viejo percherón y vimos una pequeña loma con unas casitas destartaladas y tu dijiste: aquí Paolo y nos indagamos que casi todo ello era regalado a cambio de enseñarles las lenguas nuestras y algunas lecciones de pintura. Tengo hambre dijiste. De unos alambres hice una barbacoa y recogí roca volcánica y quemé los alambres buen rato hasta estereilzarlos, luego compré una pierna de carnero y vegetales frescos y ahí fue cuando cociné la primera vez para ti al aire libre.
Ahora recuerdo a Stéfano quien te hizo los caballetes para tus pinturas y a Anunciata que fueron como nuestros hermanos durante esos años de ternura que compartimos en esa fuga hacia la felicidad. Recuerdo que los muchachos me preguntaban sobre las guerras de guerrilla latinoamericana y bueno les contestaba que la guerra es sencillamente un negocio para los líderes imperialistas y que el pueblo nada más es un medio que paga el alto precio con dolor, sufrimiento, tortura, sacrificios y muerte y que particularmente no me gustaba hablar de heroísmo, ni de martirologio, en cambio; les recomendaba leer El Príncipe de Macchiavello, El Proceso de Kafka y en particular a Milan Kundera.
Ahora que estamos de regreso puedo expresar los sentimientos de Van Gogh al alejarse del mundo, ahora puedo decir que el mejor arte no es el nacido del dolor, sino de la alegría de poder contestar al dolor con creación libre de componendas y demandas espejistas. Escribir, pintar, crear, vivir y dejar que cada quien baile su música y cante su canción de emancipación, ser libre e incondicionalmente ser creador, eso es mi vida.
Allá nacieron los mejores lienzos de tu pincel salvaje y allá, el poema interminable.
Paul Fortis
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