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Son los medios de comunicación los que marcan
el rumbo de actualidad, poniendo o quitando acentos, dirigiendo o
quitando atenciones, aunque sea la opinión pública la que aparentemente
imponga sus prioridades y gustos. Sin la lente de aumento de la prensa,
el tinglado para el control del flujo de las comunicaciones mundiales
que ha montado el gobierno de EEUU hubiera pasado casi sin hacer ruido,
como hasta ahora.
En la España de hoy la actualidad se
centra en asuntos de índole más terrenal: la crisis económica está
carcomiendo paulatinamente la comodidad de un estilo de vida
establecido; el drama del desempleo crónico ha degradado social y
sicológicamente a millones de personas, por no hablar del insulto que
supone para toda la sociedad la corrupción de sus dirigentes, ya sin
máscara y descarada. Verdaderas amenazas para el bolsillo de la gente,
para su autoestima y su estabilidad emocional. Sí, todo esto socava el
ensamblaje social pero carece de las profundas raíces y de la
trascendencia que tiene el asunto del espionaje cibernético.
Las
revelaciones de Snowden han levantado ampollas en medio mundo y, por
supuesto, han tenido un cumplido seguimiento en la prensa española, pero
siempre como noticia de segunda plana. A los españoles, en su mayoría,
no les importa demasiado el hecho de que la Agencia de Seguridad
Nacional de EEUU lea sus correos electrónicos, escuche sus
conversaciones telefónicas y vigile sus movimientos en internet. En el
fondo, nadie se da cuenta. Las consecuencias aparentemente no saltan a
la vista. Las tiendas y los bares están abiertos. La televisión sigue
hablando de fútbol y del caso Bárcenas. La salida de la crisis está en
el horizonte como siempre en el horizonte. Todo está en su sitio y las
playas están llenas.
Casi todo el mundo piensa que no
tiene nada que ocultar, que su vida es tan gris e irrelevante que los
servicios de espionaje supranacionales no se van a molestar en detenerse
en ella. Por otra parte, siempre se ha dado por sentada la existencia
del Gran Hermano Universal, por eso, en el fondo, a nadie le ha
sorprendido la salida a la luz de Echelon, esa red de espionaje global
que, según Snowden, filtra más de tres mil millones de comunicaciones
diarias. La excusa que el presidente de EEUU, Barack Obama,
daba a la canciller alemana Angela Merkel, teatralmente sorprendida, ha
sido comúnmente aceptada por ser la más cómoda: el espionaje
estadounidense al flujo de comunicaciones alemanas, con el
consentimiento y la colaboración del Servicio de Inteligencia Exterior
Alemán, evitó decenas de actos terroristas en Europa, incluida Alemania.
Perfecto, pues, así se evita el terrorismo.
El control
de los gobiernos sobre la población no es algo nuevo. Es algo que viene
ocurriendo desde el principio de los tiempos y que se ha ido
perfeccionando a medida que han aparecido medios para llevarlo a cabo:
la religión, las ideologías, la publicidad. Números de la Seguridad
Social, licencias de conducir, pasaportes… Intercepciones de cartas,
escuchas telefónicas… Hoy existen los medios técnicos para plasmar el
ancestral sueño de control exhaustivo de cualquier gobierno. Sirvan de
ejemplo las palabras del entonces ministro del interior socialista en
2009, Rubalcaba: “Veo todo lo que haces y oigo todo lo que dices”.
Debajo
de las capas superficiales de la guerra contra el terrorismo mundial y
la indignación obligada ante la violación de la intimidad, se vislumbran
los estratos más importantes. La utilidad de la red de espionaje
Echelon va más allá de la salvaguarda de la seguridad, extendiéndose a
los ámbitos de la política, las finanzas y el comercio.
Por
lo visto, la mayor parte de las escuchas se llevan a cabo en los países
aliados de EEUU, se ha espiado a treinta y ocho embajadas y a muchas
instituciones públicas supranacionales. EEUU es la primera potencia
mundial, pero su privilegiada posición comienza a ser discutida por
China o, en perspectiva, por la UE. Y disponer de información de primera
mano es la mejor herramienta para anticipar los movimientos de los
competidores, fortalecer estrategias comerciales e influenciar en los
mercados financieros mundiales.
Una buena gestión de la
información puede desestabilizar economías, derrocar gobiernos y marcar
el pulso mundial en virtud de determinados intereses. En realidad, la
información económica se está priorizando sobre otras con el objetivo de
favorecer a los grandes bancos y corporaciones, ya unos buenos
cimientos económicos son la mejor garantía de fortaleza y seguridad en
todos los aspectos. En este sentido, una investigación del Parlamento
Europeo ya ha descubierto que Airbus y Thompson-CSF han perdido
contratos millonarios frente a empresas norteamericanas debido a que sus
comunicaciones habían sido interceptadas.
El
conocimiento del contenido de los correos electrónicos, las visitas a
las páginas web y el trasiego de las redes sociales, toda esa
información que a nuestros ojos es nimia, permite a las grandes
corporaciones saber todo sobre nuestros hábitos de consumo, nuestros
movimientos de cuentas y deseos. Quienes son nuestros amigos y a donde
vamos. Con ello se forman un detallado mapa de situación, dejándonos a
merced de sus estrategias publicitarias.
Estamos
atrapados y no se vislumbra salida posible, a pesar de las demandas, a
pesar de las constituciones que defienden el derecho a la intimidad, a
pesar de que las principales empresas de telecomunicacion es sufran un
temporal y calculado descenso en sus ingresos por este escándalo. Tienen
el control de la situación y no van a renunciar fácilmente a él.
Y
la rabiosa actualidad española, todos esos escándalos políticos, con
sus supuestos manejos de corrupción, con Bárcenas, con Urdangarín… Todos
esos accesorios de la brutal depresión económica son como pantallas,
cortinas de humo colocadas como siempre para distraer la atención de lo
importante. Y, a la vez, son las consecuencias de una política global
que busca el beneficio de una minoría en constante enriquecimiento a
costa de la desestabilizació n y las tribulaciones de la mayoría.
Todo
este montaje resulta un tanto sospechoso, da que pensar, genera dudas.
¿Y si el señor Snowden, con toda la campaña orquestada a su alrededor,
no es más que un peón más de una estrategia para que la gente se vaya
creyendo el cuento de que el Gran Hermano vela por ellos?
Esto
lleva a una reflexión final sobre el peor mal que padece la sociedad
actual: la indiferencia y la insensibilidad ante todo. Todo lo que
genera complicaciones, da trabajo, no produce beneficios y/o no nos
concierne nos da igual. Pero llega un día en el que los problemas llaman
a nuestra puerta y nadie está para ayudarnos.
No se
puede consentir ese atropello a la intimidad, no se debe permitir que
dirijan nuestras vidas de esta manera tan burda. Hay que despertar,
aunque el intento sea inútil.
jg/kg
Nota: Las opiniones expresadas por el autor no necesariamente coinciden con los puntos de vista de la redacción de La Voz de Rusia.
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