ACLARACIÓN

El Blog FARABUNTERRA, no tiene ninguna responsabilidad por el contenido de los sitios que han sido citados como fuente, los cuales se seleccionan según las normas del diálogo abierto y civilizado.
Las imágenes y productos multimedia, son extraídos en su gran mayoría directamente de la Red. En el caso de que la publicación de algún material pudiera lesionar derechos de autor, pido por favor ser notificado por correo electrónico ubicado en la parte superior para su inmediata remoción
.
PARA NUESTROS ENEMIGOS IDEOLÓGICOS LES DECIMOS DESDE SIEMPRE: NO NOS CALLARÁN!!!
TODOS SOMOS UNOS!

Nuestro facebook, otra oportunidad màs para enterarte de nuestro acont ecer

Nuestro  facebook, otra  oportunidad  màs  para enterarte  de  nuestro  acont ecer
Click en imagen

miércoles, 4 de mayo de 2011



Doble moral de la intervención internacional
Libia, lo justo y lo injusto
por Ignacio Ramonet
Director de Le Monde diplomatique, edición española.
El silencio de los gobiernos progresistas latinoamericanos ante las revueltas árabes y el apoyo a Gadafi de algunos de sus líderes resulta sobrecogedor. Contrariamente a las guerras de Kosovo o de Irak, la intervención actual en Libia cuenta con el aval de Naciones Unidas. Lo que no implica que esté exenta de problemas ni de intereses ocultos.
“Todos los pueblos del mundo
que han lidiado por la libertad
han exterminado al fin a sus tiranos”
Simón Bolívar
Los insurgentes libios merecen la ayuda de todos los demócratas. El coronel Gadafi es indefendible. La coalición internacional que lo ataca carece de credibilidad. No se construye una democracia con bombas extranjeras. Por ser en parte contradictorias, estas cuatro evidencias nutren cierto malestar –en particular en el seno de la izquierda– con respecto a la operación “Odisea del Amanecer”, iniciada el pasado 19 de marzo.
La insurrección de las sociedades árabes constituye el mayor acontecimiento político internacional desde el derrumbe, en Europa, del socialismo autoritario de Estado en 1989. La caída del muro del Miedo en las autocracias árabes es el equivalente contemporáneo de la caída del Muro de Berlín. Un auténtico terremoto mundial. Por producirse en el área de mayores reservas de hidrocarburos del planeta y en el epicentro del “foco perturbador” del mundo (ese arco de todas las crisis que va de Pakistán al Sahara Occidental, pasando por Irán, Afganistán, Irak, Líbano, Palestina, Somalia, Sudán, Darfur y Sahel) su onda de expansión modifica la geopolítica internacional.
El pasado 14 de enero algo se rompió para siempre en el mundo árabe. Ese día, manifestantes tunecinos que desde hacía semanas reclamaban en las plazas libertad y democracia consiguieron derrocar al déspota Ben Alí. Comenzaba el deshielo de las viejas tiranías árabes. Un mes después, en Egipto, el corazón de la vida política árabe, un poderoso movimiento de protesta social expulsaba a su vez al general Hosni Mubarak del poder. Entonces, como si de repente hubieran descubierto que los regímenes autoritarios, de Marruecos a Bahrein, eran colosos con pies de barro, decenas de miles de ciudadanos árabes se lanzaron a las plazas gritando su infinito hartazgo de los ajustes sociales y las dictaduras (1).
La fuerza espontánea de estos vientos de libertad sorprendió a todas las cancillerías mundiales. Cuando comenzaron a soplar sobre las dictaduras aliadas de Occidente (en Túnez, Egipto, Marruecos, Jordania, Arabia Saudita, Bahrein, Irak, Yemen), las grandes capitales occidentales, empezando por Washington, Londres y París, se sumieron en un prudente mutismo, o alternaron declaraciones que revelaban su profundo malestar ante el riesgo de ver desaparecer a sus “amigos dictadores” (2).
Mutismo en América Latina
Mucho más sorprendente fue, durante esta primera fase (de mediados de diciembre a mediados de febrero), el silencio de los gobiernos progresistas de América Latina, considerados por toda una parte de la izquierda internacional como su principal referente contemporáneo. Una sorpresa tanto más grande puesto que estos gobiernos tienen mucho en común con el movimiento insurreccional árabe: llegaron al poder mediante las urnas, aupados por poderosos movimientos sociales (en Venezuela, Brasil, Uruguay y Paraguay) que, en varios países (Ecuador, Bolivia, Argentina), después de haber resistido a dictaduras militares, también derrocaron pacíficamente a gobernantes corruptos.
Inmediata debió haber sido allí la solidaridad con las insurrecciones árabes, réplicas de sus propios alzamientos cívicos. Pero no lo fue. Y eso que el carácter izquierdista del movimiento no ofrecía dudas. El conocido intelectual egipcio Samir Amin lo describe así: “Las principales fuerzas en movimiento durante los meses de enero y de febrero eran de izquierdas. Demostraron que tenían una resonancia popular gigantesca pues llegaron a movilizar a ¡más de quince millones de manifestantes en todo Egipto! Los jóvenes, los comunistas, fragmentos de las clases medias democráticas constituyeron la columna vertebral de ese movimiento” (3).
A pesar de ello, hubo que esperar al 14 de febrero –o sea tres días después de la caída del odiado Mubarak y un día antes del comienzo de la insurrección popular en Libia– para que, por fin, un líder latinoamericano calificase la rebelión árabe de “revolucionaria” en una declaración donde explicaba con lucidez: “Los pueblos no desafían la represión y la muerte ni permanecen noches enteras protestando con energía por cuestiones simplemente formales. Lo hacen cuando sus derechos legales y materiales son sacrificados sin piedad a las exigencias insaciables de políticos corruptos y de los círculos nacionales e internacionales que saquean el país” (4).
Pero cuando, naturalmente, esa rebelión se extendió a los países autoritarios del mal llamado “socialismo árabe” (Argelia, Libia, Siria), un pesado mutismo volvió a caer sobre las capitales del progresismo latinoamericano. Políticamente esto aún podía interpretarse de dos maneras: simple prolongación del prudente silencio que hasta entonces, globalmente, habían observado esas cancillerías con respecto a acontecimientos muy alejados de sus principales centros de interés; o expresión de un malestar político frente al riesgo de perder, en su pulseada contra el imperialismo, a aliados estratégicos...
Ante el peligro de que triunfase esta segunda opción, varios intelectuales relevantes (5) avisaron de inmediato que ello significaría algo impensable para gobiernos seguidores del mensaje universal del bolivarianismo. Porque sería afirmar que una relación estratégica entre Estados es más importante que la solidaridad con los pueblos en lucha, lo cual conduciría, más tarde o más temprano, a cerrar los ojos ante cualquier eventual atrocidad contra los derechos humanos (6). Y en este caso el ideal solidario de la revolución latinoamericana naufragaría en el helado océano de la Realpolitik.
En el tablero de la política internacional, la Realpolitik (definida por Bismarck, el “canciller de hierro” prusiano, en 1862) considera que los países se reducen a sus Estados. Jamás toma en cuenta a sus sociedades. Según ella, los Estados se mueven sólo en función de sus fríos intereses y de sus alianzas estratégicas (cuya finalidad esencial es la preservación del Estado y no la protección de la sociedad). Desde la paz de Westfalia en 1648, la doctrina geopolítica establece que la soberanía de los Estados es intangible en virtud del principio de no-injerencia y que un gobierno, sea cual sea el modo en que llegó al poder, tiene total libertad de hacer lo que quiera en sus asuntos internos.
Semejante idea de la soberanía –que sigue siendo dominante– ha visto erosionada su legitimidad desde el final de la Guerra Fría en 1989. Y ello en nombre de los derechos de los ciudadanos y de una concepción ética de las relaciones internacionales. Las dictaduras, cuyo número se reduce de año en año, van resultando cada vez más ilegítimas según los criterios del derecho internacional. Y moralmente inaceptables porque, entre otros graves abusos, despojan a las personas de sus atributos de ciudadanos.
Basado en este razonamiento se desarrolló, en los años 90, el concepto de derecho de injerencia o deber de asistencia que condujo, pese a aceptables pretextos de fachada, a desastres político-humanitarios de gran envergadura en Kosovo, Somalia, Bosnia... Y finalmente, bajo la conducción de los neoconservadores estadounidenses, al desastre total de la guerra de Irak (7).
Pero tan trágicos fracasos no han interrumpido la idea de que un mundo más civilizado debe ir abandonando una concepción de la soberanía interna establecida hace casi cuatro siglos en nombre de la cual poderes no elegidos democráticamente han cometido (y cometen) incontables atrocidades contra sus propios pueblos.
En 2006, la Organización de las Naciones Unidas, en su Resolución 1674, ha hecho de la protección de los civiles, incluso contra su propio gobierno cuando éste usa armas de guerra para reprimir manifestaciones pacíficas, una cuestión fundamental. Esto modifica, por primera vez desde el Tratado de Westfalia –en materia de derecho internacional– la concepción misma de la soberanía interna y del principio de no-injerencia. La Corte Penal Internacional (CPI), creada en 2002, va en idéntico sentido.
En ese mismo espíritu, muchos líderes latinoamericanos denunciaron con justa razón la pasividad o la complicidad de grandes potencias democráticas ante los graves crímenes cometidos, entre 1970 y 1990, por las dictaduras militares en Chile, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y tantos otros países mártires de Centro y Suramérica.
Por eso sorprendió que no llegase de América Latina ningún mensaje de solidaridad para con los civiles reprimidos a partir del 15 de febrero, cuando empezaron las protestas sociales pacíficas en Libia, inmediatamente reprimidas por las fuerzas del coronel Gadafi con desmedida violencia (233 muertos en los primeros días) (8). Ni tampoco al estallar, el 20 de febrero, el “Tripolitazo”, cuando unos 40.000 manifestantes denunciaron la carestía de la vida, la degradación de los servicios públicos, las privatizaciones impuestas por el FMI y la ausencia de libertades.
Igual que durante el “Caracazo” del 27 de febrero de 1989 en Venezuela, esa insurrección tripolitana, retransmitida por decenas de testigos oculares, se extendió como reguero de pólvora por toda la capital: se multiplicaron las barricadas, ardió la sede del gobierno, las comisarías fueron incendiadas, los locales de la televisión oficial saqueados, el aeropuerto ocupado, y el palacio presidencial asediado. El régimen libio empezó a tambalearse.
Inmenso error político
En semejantes circunstancias, cualquier otro dirigente hubiese entendido que la hora de negociar y de abandonar el poder había llegado (9). No así el coronel Gadafi. A riesgo de sumir a su país en una guerra civil, el “Guía”, en el poder desde hace 42 años, explicó que los manifestantes eran “jóvenes a los que Al Qaeda había drogado echándoles píldoras alucinógenas en el Nescafé...” (10). Y ordenó a la Fuerza Armada reprimir las protestas a cañonazos y con una fuerza extrema. El canal Al-Jazeera mostró los aviones militares ametrallando a los manifestantes civiles (11).
En Benghazi, un grupo de protestatarios asaltó un arsenal de la guarnición local y se apoderó de miles de armas ligeras para defenderse contra la brutalidad de la represión. Varios destacamentos militares enviados por Gadafi para sofocar en sangre la protesta se sumaron a la rebelión con tanques y pertrechos. En condiciones muy desfavorables para los insurrectos empezaba la guerra civil: un conflicto impuesto por Gadafi contra un pueblo que estaba pidiendo pacíficamente el cambio.
Hasta ese momento, las capitales de la América Latina progresista seguían silenciosas. Ni una palabra de solidaridad, ni siquiera de compasión con los rebeldes civiles que luchan y mueren por la libertad. Hasta que, el 21 de febrero, en un intento por alejar cualquier acusación contra ella, la diplomacia británica –cuya responsabilidad fue central en la rehabilitación del coronel Gadafi a partir de 2004 en la escena internacional– anuncia, a través del ministro de Exteriores William Hague, que el líder libio “podría haber huido de su país y estar dirigiéndose a Venezuela” (12).
Es falso. Y Caracas lo desmiente rotundamente. Pero los medios internacionales muerden el anzuelo y se centran de inmediato en la conexión que el Foreign Office ha sugerido. Minimizando los ostentosos recibimientos de Gadafi en Roma, Londres, París o Madrid, la prensa mundial insiste en las relaciones del “Guía” con Caracas. El propio Gadafi cae en la trampa y también menciona a Venezuela en su primer discurso desde el comienzo de las protestas. Lo hace para negar su huída a ese país, pero ello da pie a nuevas especulaciones sobre el “eje Trípoli-Caracas”. Gadafi añade: “Los manifestantes son ratas, drogados, un complot de extranjeros, de estadounidenses, de Al Qaeda y de locos” (13).
Esta perezosa jácara del “complot estadounidense” es retomada como argumento por varios dirigentes progresistas latinoamericanos –Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, entre otros–, para expresar ahora, cada uno a su modo, una clara solidaridad con el dictador libio bajo los sufridos pretextos de que la “situación es confusa”, que los “medios de comunicación mienten” y que “nadie sabe quiénes son los rebeldes” (14). Ni una frase de compasión hacia un pueblo sublevado contra un tirano militar que manda disparar contra sus propios ciudadanos. Ninguna alusión tampoco a la famosa sentencia del Libertador Simón Bolívar: “Maldito sea el soldado que vuelve las armas contra su pueblo”, doctrina fundamental del bolivarianismo.
La inmensidad del error político sobrecoge. Una vez más, algunos gobiernos progresistas conceden prioridad, en materia de relaciones internacionales, a cínicas consideraciones estratégicas que se hallan en perfecta contradicción con su propia naturaleza política. ¿Los conducirá ese razonamiento a expresar también su apoyo a otro infrecuentable tiranillo local, Bashar al Assad, presidente de Siria, un país que vive bajo estado de emergencia desde 1962 y cuyas fuerzas de represión tampoco han dudado en disparar con fuego real contra pacíficos manifestantes desarmados?
En lo que respecta a Libia, la única iniciativa latinoamericana positiva fue la del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, que propuso, el 1º de marzo pasado, el envío a Trípoli de una Comisión internacional de mediación constituida por representantes de países del Sur y del Norte para tratar de poner fin a las hostilidades y negociar un acuerdo entre las partes. Rechazada por Seif el Islam, el hijo del “Guía”, pero aceptada por Gadafi, esta tentativa de mediación fue torpemente descartada por Washington, París, Londres y los insurgentes libios.
A partir de ahí, las cancillerías progresistas suramericanas insistieron en su apoyo a un perfecto iluminado. En efecto, hace decenios que Muamar Gadafi dejó de ser aquel capitán revolucionario que, en 1969, derrocó a la monarquía, expulsó de su país las bases militares estadounidenses y proclamó una singular “República árabe y socialista”. Desde el final de los años 70, su errática trayectoria y sus delirios ideológicos (véase su disparatado Libro Verde) lo han convertido en un dictador imprevisible y jactancioso. Semejante a aquellos tiranos locos que América Latina conoció en el siglo XIX con el nombre de “caudillos bárbaros” (15). Ejemplos de sus trastornos: la expedición militar de 3.000 hombres que lanzó, en 1978, en auxilio del sanguinario Idi Amín Dadá, otro demente presidente de Uganda... O su afición a un juego erótico con chicas menores llamado “bunga bunga” que le enseñó a su socio italiano Silvio Berlusconi... (16).
Gadafi jamás se ha sometido a ninguna elección. Ha establecido en torno a su imagen un culto de la personalidad que linda con el endiosamiento. En la “masocracia” (Jamahiriya) libia no existe ningún partido político, sólo hay “comités revolucionarios”. Habiéndose autoproclamado “Guía” vitalicio de su país, el dictador se considera por encima de las leyes. En cambio, el vínculo familiar es, según él, fuente de derecho. Basado en ello, nombró por antojo a sus hijos para los puestos de mayor responsabilidad del Estado y los de mayor rentabilidad en los negocios.
Tras la (ilegal) invasión de Irak en 2003, temiendo ser el siguiente de la lista, Gadafi se arrodilló ante Washington, firmó acuerdos con la administración Bush, erradicó sus armas de destrucción masiva e indemnizó a las víctimas de sus atentados terroristas. Para complacer a los “neocons” estadounidenses se erigió en perseguidor de Osama Ben Laden y de la red Al Qaeda. Estableció también acuerdos con la Unión Europea para convertirse en cancerbero retribuido de los emigrantes africanos. Pidió ingresar en el FMI (17), creó zonas especiales de libre comercio, cedió los yacimientos de hidrocarburos a las grandes transnacionales occidentales y eliminó los subsidios a los productos alimenticios de primera necesidad. Inició el proceso de privatización de la economía que provocó un importante aumento del desempleo y agravó las desigualdades.
El “Guía” protestó contra el derrocamiento del dictador tunecino Ben Alí a quien consideraba como “el mejor gobernante de la historia de Túnez”. En materia de inhumanidad, sus fechorías son incontables. Desde su apoyo a conocidas organizaciones terroristas hasta su demostrada participación en atentados contra aviones civiles, pasando por su encarnizamiento contra cinco inocentes enfermeras búlgaras torturadas durante años en prisión, o el fusilamiento sin juicio, en la siniestra cárcel Abú Salim de Trípoli, en 1996, de un millar de prisioneros originarios de Benghazi (18).
Dudosa solidaridad democrática
La actual revuelta empezó precisamente en esa ciudad el 15 de febrero pasado cuando las familias de estos fusilados, animadas por las protestas en los países árabes, salieron a la calle para exigir pacíficamente la liberación del abogado Fathy Terbil quien defiende, desde hace quince años, el derecho a recuperar los cuerpos de sus parientes ejecutados (19). Las imágenes de la brutalidad de la represión de esta manifestación –difundidas por las redes sociales y el canal Al-Jazeera– escandalizaron a la población. Al día siguiente, las protestas se habían ampliado masivamente y extendido a otras ciudades. Sólo en Benghazi, 35 personas fueron asesinadas por la policía y las milicias gadafistas (20).
A mediados de marzo, cuando las huestes gadafistas empezaron a cercar Benghazi, tan alto grado de ensañamiento contra la población civil hizo legítimamente temer que se cometiese un baño de sangre (21). En un discurso dirigido a “las ratas” de esa ciudad, el “Guía” amenazó: “Llegamos esta noche. Empiecen a prepararse. Los sacaremos del fondo de sus armarios. No habrá piedad” (22).
Los pueblos recientemente liberados de Túnez y Egipto deberían haber acudido de inmediato en ayuda de los asediados libios que reclamaban a gritos ayuda internacional (23). Era su responsabilidad primera. Pero lamentablemente los gobiernos de estos dos países no supieron estar a la altura de las circunstancias históricas.
En ese contexto de urgencia, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó, el 17 de marzo, la resolución 1973 que establece un régimen de exclusión aérea en Libia con el fin de proteger a la población civil y hacer cesar las hostilidades (24). La Liga Árabe había dado su acuerdo preliminar. Y, cosa excepcional, la resolución fue presentada por un Estado árabe: el Líbano (además de Francia y Reino Unido). Ni China, ni Rusia, que disponen de derecho de veto, se opusieron. Brasil e India tampoco votaron en contra. Varios países africanos se pronunciaron a favor: Sudáfrica (la patria de Mandela), Nigeria y Gabón. Ningún Estado se opuso.
Se puede estar en contra de la estructura actual de Naciones Unidas o estimar que su funcionamiento actual deja mucho que desear. O bien que las potencias occidentales dominan esa organización. Son críticas aceptables. Pero, por ahora, la ONU constituye la única fuente de legalidad internacional. Por eso, y contrariamente a las guerras de Kosovo o de Irak que nunca tuvieron el aval de la ONU, la intervención actual en Libia es legal –según el derecho internacional–, legítima –según los principios de la solidaridad entre demócratas– y deseable para la fraternidad internacionalista que une a los pueblos en lucha por su libertad. Se podría añadir que potencias musulmanas como Turquía, reticentes en un primer momento, han terminado por participar en la operación.
También podría recordarse que si Gadafi, como era su intención, hubiese anegado en sangre la insurrección popular, habría enviado una señal de vía libre a los demás tiranos de la región, alentándolos de ese modo a aplastar ellos también, sin miramientos, las protestas locales. Basta con observar que, en cuanto las tropas de Gadafi se aproximaron a sangre y fuego a Benghazi, en medio de la pasividad internacional, los regímenes de Bahrein y de Yemen no dudaron en disparar con fuego real contra los manifestantes pacíficos. No lo habían hecho hasta entonces. Pero apostaron a su vez al inmovilismo internacional.
La Unión Europea, en particular, tiene una responsabilidad específica en este asunto. No sólo militar. Es menester pensar en la próxima etapa de consolidación de las nuevas democracias que van a ir surgiendo en esta región tan vecina. Apoyar la “primavera árabe” supone asimismo el lanzamiento de un verdadero “Plan Marshall”, o sea, una ayuda económica masiva “semejante a la que se ofreció a Europa del Este después de la caída del muro de Berlín” (25).
¿Significa todo esto que la operación “Odisea del Amanecer” no plantea problemas? En absoluto. En primer lugar, porque los Estados u Organizaciones que la capitanean (Estados Unidos, Francia, Reino Unido, OTAN) son los “sospechosos de siempre” implicados en múltiples aventuras guerreras sin la mínima cobertura legal, legítima o humanitaria. Aunque esta vez los objetivos de solidaridad democrática parecen más evidentes que los nexos con la seguridad nacional de Estados Unidos, cabe preguntarse ¿desde cuándo le ha importado a estas potencias la democracia en Libia? Es por ello que carecen de credibilidad.
Segundo: existen otras injusticias en esta misma región –el sufrimiento palestino, la intervención militar saudita en Bahrein contra la indefensa mayoría chiita, la desproporcionada brutalidad de los gobiernos de Yemen y de Siria...– ante las cuales las mismas potencias que atacan a Gadafi hacen la vista gorda dando prueba de una doble moral.
Tercero: el objetivo debe ser el que fija la resolución 1973 y sólo ése: ni invasión terrestre, ni víctimas civiles. La ONU no ha dado licencia para derrocar a Gadafi, aunque bien parece que ese sea el objetivo final (e ilegal) de la operación. En ningún caso esta intervención debe servir de precedente para otras aventuras guerreras contra Estados situados en el punto de mira de las potencias occidentales dominantes.
Cuarto: la historia enseña (y el caso de Afganistán lo demuestra) que es más fácil entrar en una guerra que salir de ella. Y quinto: el olor a petróleo de toda esta operación apesta.
Los pueblos árabes están sin duda sopesando lo justo y lo injusto de la actual intervención militar en Libia. En su gran mayoría apoyan a los insurgentes (aunque se siga sin saber bien quiénes son y aunque se sospeche que varios elementos indeseables figuran en el actual Consejo Nacional de Transición). Por el momento, al menos hasta finales de marzo, no se han producido manifestaciones de rechazo a la operación en ninguna capital árabe. Al contrario, como estimuladas por ella, nuevas protestas contra las autocracias se intensificaron en Marruecos, Yemen, Bahrein... Y sobre todo en Siria.
Obtenida la zona de exclusión aérea y a salvo la población civil de Benghazi, a finales de marzo estaban cumplidas las dos principales exigencias de la resolución 1973. Aunque otras demandas no lo estaban aún (el cese el fuego por parte de las fuerzas gadafistas y su garantía de acceso seguro a la ayuda humanitaria internacional), a partir de ese momento los bombardeos debieron cesar. Más aún en la medida en que la OTAN, que no ha recibido mandato internacional para ello, ha asumido el 31 de marzo el liderazgo militar de la ofensiva. La resolución tampoco autoriza a armar, entrenar y dirigir militarmente a los rebeldes porque ello supone un mínimo de fuerzas extranjeras (“comandos especiales”) presentes en el suelo libio, lo cual está explícitamente excluido por la resolución 1973 del Consejo de Seguridad.
Es urgente que los miembros de ese Consejo de la ONU vuelvan ahora a consultarse; que se tenga en cuenta la posición de China, Rusia, India y Brasil para imponer un alto el fuego inmediato y buscar una salida no militar al drama libio. Una solución que tome en cuenta también la iniciativa de la Unión Africana, garantice la integridad territorial de Libia, impida toda invasión terrestre de fuerzas extranjeras, preserve las riquezas del subsuelo contra la rapacidad de algunas potencias foráneas, ponga fin a la tiranía y reafirme la aspiración a la libertad y a la democracia de los ciudadanos.
En Libia, sólo una salida política negociada por todas las partes será justa.
1 Ignacio Ramonet, “Cinco causas de la insurrección árabe”, Informe Dipló, 16-4-11, www.eldiplo.org
2 Ignacio Ramonet, “Túnez, Egipto, Marruecos, esas dictaduras ‘amigas’”, www.monde-diplomatique.es
3 Christophe Ventura, “Entrevista con Samir Amin”, Mémoire des luttes, París, 29-4-11.
4 Fidel Castro, “La Rebelión Revolucionaria en Egipto”, Granma, La Habana, 14-2-11.
5 Véase, por ejemplo, Santiago Alba y Alma Allende, “Del mundo árabe a América Latina”, Rebelión, 24-2-11, y Atilio Boron, “No abandonar a los pueblos árabes”, Página/12, Buenos Aires, 7-4-11.
6 Error que ya cometió dos veces la revolución cubana cuando apoyó la intervención militar del Pacto de Varsovia en Praga para aplastar la insurrección popular checoslovaca en agosto de 1968 y cuando aprobó la invasión de Afganistán por la URSS en diciembre de 1979.
7 Ignacio Ramonet, Irak, historia de un desastre, Debate, Madrid, 2005.
8 Agencia Reuters, 21-2-11.
9 En América Latina, ante protestas populares de gran envergadura, varios presidentes (elegidos democráticamente) tuvieron que renunciar a su cargo. Tres de ellos en Ecuador: Abdalá Bucarám, “por incapacidad mental”, en 1997, Jamil Mahuad en 2000 y Lucio Gutiérrez en 2002. Dos en Bolivia: Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003 y Carlos Mesa en 2005. En Perú, Alberto Fujimori en 2000. Y en Argentina, Fernando de la Rúa en 2001.
10 El País, Madrid, 24-4-11.
11 The Guardian, Londres, 21-2-11.
12 Agencia AFP, 21-2-11.
14 El más antiimperialista de los líderes árabes, Sayyed Nasrallah, jefe del Hezbolá libanés, ha declarado que es “irracional decir que las revoluciones árabes, y singularmente la libia, fueron preparadas en cocinas estadounidenses”. Discurso del Seyyed Nasrallah, 19-4-11, www.rebelion.org/mostrar.php?tipo=5&id=&inicio=0
15 Alcides Arguedas, Los Caudillos bárbaros, editorial Viuda de Luis Tasso, Barcelona, 1929. Véase también Max Daireaux, Melgarejo, Editorial Andina, Buenos Aires, 1966.
16 Quentin Girard, “Toi vouloir faire bunga-bunga?”, Slate, París, 12-11-10, www.slate.fr/story/30061/bunga-bunga-berlusconi
17 “Le Rapport du FMI qui félicite la Libye”, in Mémoire des luttes, París, 11-4-11, www.medelu.org/spip.php?article761
19 Véase Evan Hill, “The day the Katiba fell”, Al Jazeera english, 2-4-11, http://english.aljazeera.net/indepth/spotlight/libya/2011/03/20113175840189620.html
20 Ibid.
21 Estos y otros crímenes han conducido al fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, el argentino Luis Moreno Ocampo, a abrir una investigación contra Muamar Gadafi, acusado de “crímenes contra la humanidad” por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
22 Agencia AFP, 17-4-11.
23 Khaled Al-Dakhil, “Pourquoi tant d’hésitations?”, Al-Hayat, Londres (reproducido por Courrier Internacional, París, 17-4-11).
25 Nouriel Roubini, “Un plan Marshall pour le printemps arabe”, Les Échos, París, 21-4-11.
I.R.
© Le Monde diplomatique, edición española

El circo mediático en EE.UU. Bin Laden y "La Carta Robada"




En "La Carta Robada", el cuento de Edgar Allan Poe, el prefecto de policía busca infructuosamente por todas las habitaciones de uno de los ministros, una carta que le ha sido robada a la reina y que compromete el honor de ésta. Para ello, el prefecto y su equipo han entrado varias veces de manera ilegal en el cuarto del ministro, han registrado habitación por habitación, mueble a mueble, han utilizado incluso agujas para pinchar las almohadas en busca de la carta y, mi favorito, han desmontado incluso las patas de la cama y de la mesa para buscar en el interior de éstas sin que la carta apareciera por ningún lugar. Desesperado, el prefecto acude al primer investigador de la novela policial, Auguste E. Dupin en busca de ayuda. Con su característico ingenio de salón Dupin resuelve inmediatamente el misterio, porque la carta estaba simplemente encima de una cómoda, a la vista de todo el mundo. Pues bien, si se piensa bien, el reciente asesinato de Osama Bin Laden no es sino una versión gore y siniestra de La carta robada. Después de todos estos años, Osama no estaba en una cueva de las montañas de Afganistán haciéndose la diálisis dos veces por semana y dirigiendo las operaciones de Al qaeda por computadora como el que juega a la Jihad en una play station, sino que lo teníamos ahí, delante de nuestras narices, instalado cómodamente en una mansión de alta seguridad a las afueras de Islamabad. Y es que a veces tener las cosas demasiado pegadas a los ojos es una manera de no ver lo que está pasando, una especie de ceguera inducida que nos deja a oscuras. Esta ceguera no es sólo un problema epistemológico, sino también un problema ético, ya que la búsqueda de aquello que no se ve porque está delante ha permitido justificar, entre otras cosas, las guerras de Afganistán, Irak, Pakistán y Yemen, la tortura, las prisiones ilegales, Abu Graib, Guantánamo, la tortura, los bombardeos con aviones no tripulados, la aprobación del Patriot Act, las escuchas ilegales, la islamofobia, el recorte de las libertades civiles, y los miles de muertos caídos en la “guerra contra el terrorismo”.
Como en La carta robada, Estados Unidos ha puesto el planeta patas arriba, ha tratado de destruir la fábrica social de todo Oriente Medio para cortarle la cabeza a un monstruo que tenía delante de sus ojos y que además había salido de sus propias entrañas. No nos olvidemos que todavía se puede leer la declaración del Presidente Ronald Reagan llamando a los Mujahidin “freedom fighters”, luchadores por la libertad, en 1983, con motivo de la invasión soviética de Afganistán [1].
¿Qué sentido tiene, entonces, ahora haber llegado al final de la búsqueda?
Como en las malas historias policíacas la resolución del crimen o el misterio pretende ser una respuesta tranquilizadora para la sociedad: se ha hecho justicia, el criminal ha sido castigado por sus crímenes, el orden social ha sido reestablecido, los ciudadanos pueden volver a la apacible mediocridad de sus anodinas vidas y, sobre todo, pueden volver a dormir tranquilos. Además de todos estos efectos político-literarios, el asesinato de Bin Laden pretende sobre todo ser construido como un gigantesco espectáculo mediático cuyas luces pretenden dejarnos a todos ciegos. Algo de esto intuyeron Paco Ignacio Taibo II y el Subcomandante Marcos cuando escribieron en su novela negra “Muertos Incómodos” :
“Burbank es la capital del cine porno de Estados Unidos, un pueblucho cerca de Los Ángeles, moteles y empresas triple x, coge y coge, filma y filma, viva el capitalismo salvaje. Y junto todo y me digo: ‘¿A poco estos culeros de Bush y sus amigos están haciendo los comunicados de Bin Laden, los mensajes del demonio, en un estudio porno en Burbank, California, que hasta desierto tienen por allí? ¿A poco todo es un montaje, una fábrica de sueños de mierda, con un ex-taquero mexicano llamado Juancho de personaje central? Yo, de verdad, no me lo tragaba’, me decía: ‘¿cómo vas creer?’ Pero, ¿a poco no es bonita la historia?”.
Y es que cuando las cosas van mal, “Producciones El Pentágono” pone en marcha su máquina de sueños (o más bien de pesadillas) para tranquilizar a la población civil mediante altas dosis de entretenimiento imperial-militar. No se trata de caer en teorías de la conspiración, pero ¿no es un poco sospechoso que el anuncio de la captura y muerte de Bin Laden se haga el primero de mayo, un día que además no se celebra en Estados Unidos? ¿No es demasiado conveniente que el anuncio de la muerte del más malo de los malos se haga el mismo día que las fuerzas de la OTAN bombardean a civiles y matan a uno de los hijos de Gadaffi en Libia?
Pueden ser sólo coincidencias, lo que si es innegable es que el aparato mediático militar de los Estados Unidos esta espectacularizando el asesinato de Bin Laden con un propósito doble: dejar a oscuras, como en La Carta robada, los problemas internos y externos del país y promover entre la ciudadanía un complejo melancólico agresivo que siga justificando las guerras imperiales por los recursos de Oriente Medio.

El fundido en negro que ha producido el asesinato de Bin Laden tiene por objeto, como ha señalado Santiago Alba Rico, ocultar todo lo que ha estado pasando en el mundo Árabe desde las revueltas de Tunez, Egipto, Siria o Bahrein a la intervención militar de la OTAN [2]; Hillary Clinton tuvo incluso la desfachatez de conectar, en su comparecencia, el asesinato de Bin Laden con la lucha por la libertad del pueblo árabe. Pero además de tapar y sacar partido de todo lo que esta pasando en Oriente Medio, la película Bin Laden tiene otro objetivo crucial, ocultar que las cosas en casa van muy mal. El desempleo sigue creciendo, las cárceles están llenas de afroamericanos, latinos y blancos pobres, Obama ha deportado a más latinos que Bush en sus ocho años de mandato, millones de personas han sido desahuciadas, muchos más no tienen acceso al seguro medico y cada vez se hace más evidente que el neoliberalismo sólo puede sobrevivir a costa de ser cada vez más agresivo y de transferir más bienes comunes a manos privadas: atacar a los sindicatos de trabajadores públicos, destruir las universidades públicas y producir, en definitiva, más miseria, desigualdad y exclusión.
Después de los ataques del 11 de septiembre, se hizo muy difícil tener una conversación sosegada sobre lo que había pasado o presentar objeciones a la naciente guerra contra el terror, las pocas personas que salimos a la calle para protestar la guerra en Afganistán nos encontrábamos con un ambiente hostil e intimidatorio. Todavía no se había caído la segunda torre gemela cuando Peter Jennings, el corresponsal de ABC News, advertía de que se trataba de un “acto de guerra” y exigía venganza. Desde entonces la ciudadanía norteamericana ha sido sometida sin interrupción a un chantaje emocional cuyo objetivo es instalar en la sociedad civil un complejo melancólico agresivo que justifique la agenda neoimperial de la oligarquía norteamericana. Desde el 11 de septiembre todos y cada uno de los ciudadanos de los Estados Unidos fueron interpelados por el Estado para transformarse en receptáculos de las víctimas de los atentados de las torres gemelas. Los muertos no están en ningún memorial están encriptados en cada uno de los ciudadanos, y es precisamente porque están dentro que no se pueden ni olvidar ni velar, para defenderlos de su olvido sólo queda actuar agresivamente contra aquellos que pretender poner en peligro nuestra seguridad y las de las víctimas del 11 de septiembre que llevamos dentro.
Este complejo de miedo y agresión sirvió no sólo para justificar las guerras sino que también produjo increíbles réditos electorales para George W. Bush. Por eso, coincidencia o no coincidencia, el fantasma de los muertos del 11 de septiembre vuelve a agitarse sobre nuestras cabezas, nos interpela otra vez desde la euforia y el miedo que produce el espectáculo de la muerte de Bin Laden para que volvamos a unirnos en torno al complejo melancólico-imperial y su maquinaria de muerte. Resulta patético escuchar a Obama apelar a la unidad nacional como durante el 11 de septiembre o el intento de asesinato de la congresista Gabriel Giffords, ahora que se ha “hecho justicia”. ¿Qué significa unirse entorno al asesinato de Bin Laden? ¿Formar una comunidad afectivo política en torno a un desaparecido (el cuerpo fue arrojado al mar como durante la dictadura Argentina)? ¿Justificar la tortura (la confesión que supuestamente llevó al descubrimiento de Obama fue obtenida bajo tortura en Guantánamo)? ¿Naturalizar la violación de la soberanía de un país (hoy es Pakistán mañana podría ser Inglaterra en busca de Assange)? ¿Confundir la justicia con la venganza? ¿Celebrar la muerte?
Sí, es cierto que muchas personas, inducidas por los fuegos artificiales de todos los medios, liberales y conservadores, se lanzaron a las calles a celebrar el asesinato de Bin Laden, es cierto que los estudiantes de la Universidad de Ohio se tiraron a un lago para celebrar, es cierto que Glen Beck, el comentarista conservador de la Fox, abrió su programa con una banda de música, pidió que se exhibiera el cuerpo de Bin Laden de pueblo en pueblo como en la Edad Media y soltó una lagrimita mientras pasaba en la pantalla los nombres de todas y cada una de las víctimas del 11 de septiembre, pero también es cierto que la mitad de la población se niega a celebrar bien por cansancio emocional bien porque no aceptan las consecuencias de este pacto siniestro de muerte. Hay esperanza.
[1] Ronald Reagan. “ Message on the Observance of Afghanistan Day” http://www.reagan.utexas.edu/archives/speeches/1983/32183e.htm

[2] Santiago Alba Rico. "Matar a Bin Laden, resucitar Al qaeda" http://www.rebelion.org/noticia.php?id=127592

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



--

CARTA A DON PONCIANO.







VÉRTIGO.

Parece, Ponciano, que la humanidad continua buscando en el lugar equivocado el objeto del ser sobre la tierra, que no es otro que la felicidad. La mayor parte de seres humanos la buscan fuera de sí y se confunden en el laberinto del espejismo capitalista obteniendo como resultados la frustración que la lleva a la depresión permanente.

Los ricos no duermen por el peso de su conciencia por los males que hacen a la humanidad. Los pobres no duermen pensando en la otra jodida les van a dar en cualquier momento y las clases medias mueren ahogadas en las tétricas oficinas tratando de vivir de la apariencia, arrinconadita pero lamiéndole las plantas a los ricos.

Vaya que cosas Ponciano. Los políticos dicen cosas que mañana se tienen que tragarse aunque no se arrepientan de ello, les llueven las pedradas por todos lados. Así las cosas Ponciano, mejor me río de la vida para no permitir que ésta se ría de mí. Es lo único que es jodido en la política, no lo qué hacés o no hacés, sino las puteadas que te caen por ambas, por ello; mejor lejitos del derrumbe.

En realidad no hay mucho que investigar ni saber para ser feliz o es muy posible que los que son felices como yo, nacimos para ello, es decir para ser felices muy a pesar del vendaval repartiendo arabescos por todos lados y aunque te golpeen la vida, pues te reís de los golpes y de la vida, pero te reís y en ello está la felicidad.

Vieras como me río contando el bolado que me contaste. Debías como un millón de dólares de tus estudios y te declaraste loco o te declararon loco los mejores doctores de locos de la tierra y bueno, jamás has estado sano, ya naciste así, el asunto es como supiste esconderlo en ese cachimbo de años en las universidades donde estudiaste y en medio de esa jauría que educa a los hijos del imperialismo para que sean peores que sus padres, sos un animal de cueva.

Sos malo Ponciano y nos ha enseñado también a serlo. Malo no en el sentido culterano, sino en el sentido del desafío, sabiendo que está lloviendo a cántaros te quitas las hilachas y salís corriendo pelado bajo del cachimbo de agua y ello es nada más una forma sencilla de decir las cosas, porque eso de destruirlo todo, de golpear el yunque hasta convertirlo en un chispero de vida, para nosotros significa mucho, tanto como el irrespetarlo todo si has de respetarte a ti mismo ya que todo lo que está no sirve y tú no eres el creador del caos.

Vértigo seguido de histeria, histeria producida por el pánico, pánico producido por el caos! No le tomés importancia a esas cosas, proclama la destrucción del ``Todo``, ríete ante el Armagedón y ríete de que se están riendo de ti, al menos tu sabes que la risa de otros aumentan tu felicidad porque sabes diferenciar entre lo grotesco, cuya máscara no es diferente del rostro.

Fidelino, El Tuerto

El que sin ojos ve más que con anteojos.

Barrio Los Desamparados Eternos

San salador

Donde si no naces salado te salan a pura verga.

Un Nobel sin escrúpulos


Un signo más de los muchos que ilustran la profunda crisis moral de la “civilización occidental y cristiana” que Estados Unidos dice representar lo ofrece la noticia del asesinato de Osama Bin Laden. Más allá del rechazo que nos provocaba el personaje y sus métodos de lucha, la naturaleza de la operación llevada a cabo por los Seals de la Armada de los Estados Unidos es un acto de incalificable barbarie perpetrado bajo las órdenes directas de un personaje que con sus conductas cotidianas deshonra el galardón que le otorgó el Parlamento noruego al consagrarlo como Premio Nobel de la Paz del año 2009. De acuerdo con lo establecido por Alfred Nobel en su testamento esta distinción, recordémoslo, debía ser adjudicada, “a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz.” El energúmeno que anunció al pueblo estadounidense la muerte del líder de Al-Qaida diciendo que “se ha hecho justicia” es la antítesis perfecta de lo estipulado por Nobel. Un comando operativo es lo menos parecido al debido proceso, y arrojar los restos de su víctima al mar para ocultar las huellas de lo que se ha hecbo es propio de mafiosos o genocidas. Lo menos que debería hacer el Parlamento noruego es exigirle la devolución del premio.
En la truculenta operación escenificada en las afueras de Islamabad hay múltiples interrogantes que permanecen en las sombras, y la tendencia del gobierno de los Estados Unidos a desinformar a la opinión pública torna aún más sospechoso este operativo. Una Casa Blanca víctima de una enfermiza compulsión a mentir (recordar la historieta de las “armas de destrucción masiva” existentes en Irak, o el infame Informe Warren que sentenció que no hubo conspiración en el asesinato de Kennedy, obra del “lobo solitario” Lee Harvey Oswald ) nos obliga a tomar con pinzas cada una de sus afirmaciones. ¿Era Bin Laden o no? ¿Por qué no pensar que la víctima podría haber sido cualquier otro? ¿Dónde están las fotos, las pruebas de que el occiso era el buscado? Si se le practicó una prueba de ADN, ¿cómo se obtuvo, dónde están los resultados y quiénes fueron los testigos? ¿Por qué no se lo presentó ante la consideración pública, como se hizo, sin ir más lejos, con los restos del comandante Ernesto “Che” Guevara? Si, como se asegura, Osama se ocultaba en una mansión convertida en una verdadera fortaleza, ¿cómo es posible que en un combate que se extendió por espacio de cuarenta minutos los integrantes del comando estadounidense regresaran a su base sin recibir siquiera un rasguño? ¿Tan poca puntería tenían los defensores del fugitivo más buscado del mundo, de quien se decía que poseía un arsenal de mortíferas armas de última generación? ¿Quiénes estaban con él? Según la Casa Blanca el comando dio muerte a Bin Laden, a su hijo, a otros dos hombres de su custodia y a una mujer que, aseguran, fue ultimada al ser utilizada como un escudo humano por uno de los terroristas. También se dijo que dos personas más habían resultado heridas en el combate. ¿Dónde están, qué se va a hacer con ellas? ¿Serán llevadas a juicio, se les tomarán declaraciones para arrojar luz sobre lo ocurrido, hablarán en una conferencia de prensa para narrar lo acontecido? Por lo que parece esta “hazaña” pasará a la historia como una operación mafiosa, al estilo de la matanza de San Valentín ordenada por Al Capone para liquidar a los capos de la banda rival.
Osama vivo era un peligro. Sabía (¿o sabe?) demasiado, y es razonable suponer que lo último que quería el gobierno estadounidense era llevarlo a juicio y dejarlo hablar. En tal caso se habría desatado un escándalo de enormes proporciones al revelar las conexiones con la CIA, los armamentos y el dinero suministrado por la Casa Blanca, las operaciones ilegales montadas por Washington, los oscuros negocios de su familia con el lobby petrolero estadounidense y, muy especialmente, con la familia Bush, entre otras nimiedades. En suma, un testigo al que había que acallar sí o sí, como Muammar Gadafi. El problema es que ya muerto Osama se convierte para los yihadistas islámicos en un mártir de la causa, y el deseo de venganza seguramente impulsará a las muchas células dormidas de Al-Qaida a perpetrar nuevas atrocidades para vengar la muerte de su líder.
Tampoco deja de llamar la atención lo oportuna que ha sido la muerte de Bin Laden. Cuando el incendio de la reseca pradera del mundo árabe desestabiliza un área de crucial importancia para la estrategia de dominación imperial, la noticia del asesinato de Bin Laden reinstala a Al-Qaida en el centro del escenario. Si hay algo que a estas alturas es una verdad incontrovertible es que esas revueltas no responden a ninguna motivación religiosa. Sus causas, sus sujetos y sus formas de lucha son eminentemente seculares y en ninguna de ellas -desde Túnez hasta Egipto, pasando por Libia, Bahrein, Yemen, Siria y Jordania- el protagonismo recayó sobre la Hermandad Musulmana o en Al-Qaida. El problema es el capitalismo y los devastadores efectos de las políticas neoliberales y los regímenes despóticos que aquél instaló en esos países y no las herejías de los “infieles” de Occidente. Pero el imperialismo estadounidense y sus secuaces en Europa se desvivieron, desde el principio, para hacer aparecer estas revueltas como producto de la malicia del radicalismo islámico y Al-Qaida, cosa que no es cierta. Santiago Alba Rico observó con razón que en pleno auge de estas protestas seculares -anti-políticas de ajuste del FMI y el Banco Mundial- un grupo fundamentalista desconocido hasta entonces asesinó al cooperante italiano Vittorio Arrigoni, activista del Movimiento de Solidaridad Internacional, en una casa abandonada en la Franja de Gaza. Pocas semanas después un terrorista suicida hace estallar una bomba en la plaza Yemaa el Fna, uno de los destinos turísticos más notables no sólo de Marruecos sino de toda África, y mata al menos a 14 personas. “Ahora –continúa Alba Rico- reaparece Bin Laden, no vivo y amenazador, sino en toda la gloria de un martirio aplazado, estudiado, cuidadosamente escenificado, un poco inverosímil. ‘Se ha hecho justicia’, dice Obama, pero la justicia reclama tribunales y jueces, procedimientos sumariales, una sentencia independiente.” Nada de eso ha ocurrido, ni ocurrirá. Pero el fundamentalismo islámico, ausente como protagonista de las grandes movilizaciones del mundo árabe, aparece ahora en la primera plana de todos los diarios del mundo y su líder como un mártir del Islam asesinado a sangre fría por la soldadesca del líder de Occidente. La Casa Blanca, que sabía desde mediados de Febrero de este año que en esa fortaleza en las afueras de Islamabad se refugiaba Bin Laden, esperó el momento oportuno para lanzar su ataque con vistas a posicionar favorablemente a Barack Obama en la inminente campaña electoral por la sucesión presidencial.
Hay un detalle para nada anecdótico que torna aún más inmoral a la bravata estadounidense: pocas horas después de ser abatido, el cadáver del presunto Bin Laden fue arrojado al mar. La mentirosa declaración de la Casa Blanca dice que sus restos recibieron sepultura respetando las tradiciones y los ritos islámicos, pero no es así. Los ritos fúnebres del Islam establecen que se debe lavar el cadáver, vestirlo con una mortaja, proceder a una ceremonia religiosa que incluye oraciones y honras fúnebres para luego recién proceder al entierro del difunto. Además se especifica que el cadáver debe ser depositado directamente en la tierra, recostado sobre su lado derecho y con la cara dirigida hacia La Meca. ¿Con qué celeridad tuvieron que ser hechos el combate, la recuperación del cadáver, su identificación, la obtención del ADN, el traslado a un navío de la Armada estadounidense, situado a poco más de 600 kilómetros del suburbio de Islamabad donde se produjo el enfrentamiento y finalmente navegar hasta el punto donde el cadáver fue arrojado al mar como para respetar los ritos fúnebres del islam? En realidad, lo que se hizo fue abatir y “desaparecer” a una persona, presuntamente Bin Laden, siguiendo una práctica siniestra utilizada sobre todo por la dictadura genocida que asoló la Argentina entre 1976 y 1983. Acto inmoral que no sólo ofende a las creencias musulmanas sino a una milenaria tradición cultural de Occidente, anterior inclusive al cristianismo. Como lo atestigua magistralmente Sófocles en Antígona, privar a un difunto de su sepultura enciende las más enconadas pasiones. Esas que hoy deben estar incendiando las células del fundamentalismo islámico, deseosas de escarmentar a los infieles que ultrajaron el cuerpo y la memoria de su líder. Barack Obama acaba de decir que después de la muerte de Osama Bin Laden el mundo es un lugar más seguro para vivir. Se equivoca de medio a medio. Probablemente su acción no hizo sino despertar a un monstruo que estaba dormido. El tiempo dirá si esto es así o no, pero sobran las razones para estar muy preocupados.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR
http://www.granma.cu/Fotos%202011/mayo/bin_laden-3mayo.jpghttp://www.granma.cu/Fotos%202011/mayo/bush-3mayo.jpg

El apellido Bin Laden ha sido demonizado, fue hasta ahora el "coco" del siglo XXI. Su sola mención causó pavor en la sociedad norteamericana, se usó para fomentar el "síndrome del miedo" y justificar las más retrógradas y antidemocráticas acciones en Estados Unidos. Pero la familia Bin Laden tuvo y tiene muchos más vínculos con Estados Unidos de los que se supone. Entre 1981 y 1988, por lo menos 15 individuos de distintas nacionalidades, entre ellos el propio director de la CIA, William Casey, murieron en circunstancias poco usuales: accidentes aéreos, explosiones, extraños virus que derivaron en cáncer fulminante; infartos repentinos o simplemente asesinados.
twitter

La familia Bush tenía negocios en Cuba

MONCADA Grupo de lectores en el mundo

http://www.cubadebate.cu/wp-content/themes/cubadebate/images/logo.gif
Max Lesnick
Publicado el 23 Agosto 2010
Los Bush, padre e hijoLos Bush, padre e hijo
La obsesión de la familia Bush con Cuba y su empecinamiento por hacerle difícil la vida a los cubanos obliga a una pregunta: ¿Hay algún secreto o “agujero negro” en las relaciones de los Bush con esa isla del Caribe? En realidad no hay en eso ningún gato encerrado, porque el esqueleto escondido salió del clóset hace tiempo cuando se hizo una investigación y recuento de la vinculación del apellido Bush con Cuba realizado por Marcelo Pérez Suárez, doctor en Ciencias Políticas, del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba.
De un trabajo suyo tomamos estos reveladores datos:
George Herbert Walker, bisabuelo materno de George W. Bush, integrante de la adinerada familia liderada por Prescott Bush, se coloca como director de siete compañías que operaron en Cuba desde 1920. Se dedicaban al azúcar, la destilación de ron y al ferrocarril, que servía de infraestructura. Estas fueron The Cuba Company, The Cuban Railroad, Cuban Dominican Sugar, Barahona Sugar, Cuba Distilling, Sugar Estates of Oriente y Atlantic Fruit and Sugar.
Todas ellas se unieron en 1942 en la West Indies Sugar Company, nacionalizada en 1960 por el gobierno revolucionario cubano.
En 1953, fallece George H. Walker, pero su hijo de igual nombre (Jr.) y tío de George Bush, fue quien asumió las riendas de las mencionadas siete compañías. Paralelamente, ese propio año, George Bush (padre W. Bush) incursiona en el negocio del petróleo y funda la compañía petrolera Zapata Oil en Houston, Texas, creando la Zapata Offshore como subsidiaria.
Ya en 1958, Zapata Offshore firmó un contrato para explotar yacimientos petroleros a 40 millas de Cuba y al norte de Isabela de Sagua, en la provincia de Las Villas. Un negocio truncado también con el triunfo de la Revolución en 1959.
No obstante, eliminada la posibilidad de continuar los negocios e inversiones en Cuba, George Bush -padre- continuó siendo Presidente de Zapata Offshore hasta 1966.
La pista seguida a Zapata Offshore y su dueño George Bush, ha resultado un misterio por la vinculación de ambos a la CIA, demostrado en documentos desclasificados por los propios servicios secretos norteamericanos. También porque los récords de Zapata fueron destruidos. Una buena parte después de 1960, lo cual se asoció a proteger a George Bush, cuando empezaba su carrera política y desaparecieron completamente entre 1981 y 1983, cuando se inició como vicepresidente de EE.UU. Motivos habían.
Lo cierto es que por la vía de la West Indies Sugar y Zapata es muy probable que la familia Bush, además de ser afectadas sus negocios e inversiones en Cuba, haya mantenido algún “derecho” de reclamación a partir de las nacionalizaciones hechas por la Revolución. Recordaremos que muchas compañías se han continuado traspasando estos “derechos” hasta la actualidad, aspirando a recuperar las propiedades o una alta compensación, bajo la complicidad de las leyes y el gobierno norteamericano.
Fletcher Prouty, ex oficial de la CIA, confirmó en su libro publicado en 1973, El Team Secreto, que dos de los barcos utilizados en el desembarco por Girón -el Bárbara J y el Houston- fueron renombrados y pintados por el agente Bush en la base naval de Elizabeth City, de Carolina del Norte, antes de ser enviados a Cuba, y que su compañía Zapata Offshore fue utilizada como fachada.
En resumen que en las relaciones entre la familia Bush y Cuba no hay ningún “agujero negro”. Todo está más claro que el agua ni hay nada oculto que investigar.


Periodico Ciudad Caracas

Amigas y amigos,

Le ofrecemos la lectura en línea del periódico Ciudad Caracas, diario especializado en temas de la capital de la República Bolivariana de Venezuela, en su edición correspondiente a hoy miércoles, 04 de mayo de 2011.

http://issuu.com/ciudadccs/docs/040511?viewMode=magazine&mode=embed

También pueden revisar su portal web en: http://www.ciudadccs.org.ve/

Gracias por su receptividad.

----------------------------------------------
Antonio Núñez Aldazoro
Consejero (Educación, Cultura y Comunicación)
Embajada de la República Bolivariana de Venezuela
República de El Salvador
+503-22633981/22633977 (telfs) +503-22110027 (fax)
7a Calle Pte. N° 3921, entre 75 y 77 Av. Norte. Colonia Escalón, San Salvador

Periodico Ciudad Caracas

Amigas y amigos,

Le ofrecemos la lectura en línea del periódico Ciudad Caracas, diario especializado en temas de la capital de la República Bolivariana de Venezuela, en su edición correspondiente a hoy miércoles, 04 de mayo de 2011.

http://issuu.com/ciudadccs/docs/040511?viewMode=magazine&mode=embed

También pueden revisar su portal web en: http://www.ciudadccs.org.ve/

Gracias por su receptividad.

----------------------------------------------
Antonio Núñez Aldazoro
Consejero (Educación, Cultura y Comunicación)
Embajada de la República Bolivariana de Venezuela
República de El Salvador
+503-22633981/22633977 (telfs) +503-22110027 (fax)
7a Calle Pte. N° 3921, entre 75 y 77 Av. Norte. Colonia Escalón, San Salvador