A partir de los 50 años, aumenta la probabilidad de que
las mujeres desarrollen un tipo de tumor benigno conocido como fibroma o
mioma, cuyos principales síntomas son dolores en el bajo vientre,
menstruaciones abundantes o fuera de ciclo, hemoglobina baja y coitos
dolorosos
Cambiar de horizontes, cambiar de método de vida y de atmósfera, es provechoso a la salud y a la inteligencia.
Gustavo Adolfo Bécquer, poeta y narrador español
A mediados de junio, una matancera cuya hija había sido operada de
una neoplasia intraepitelial cervical avanzada (NIC III), me comentó:
«Ella tiene 27 años, pero ha llevado la vida tan aprisa que la muerte le
va a llegar del mismo modo».
Aquel lamento me hizo pensar en lo poco que nos cuidamos las mujeres,
siempre ocupadas con la casa, la familia, el trabajo, la pareja, los
planes... y me decidí a prestar atención a esa pancita medio sospechosa
que había aumentado en los últimos meses, a pesar del ejercicio
frecuente y el rechazo a la comida chatarra. Mentalmente repasé posibles
síntomas de un embarazo, pero no había nada que apuntara en esa
dirección (ni hacia ningún mal, creía yo), así que me apresté a asumir
mi herencia genética de gordita y a aumentar los paseos en bicicleta
como medida de prevención.
Pero la angustia de aquella señora martillaba mi conciencia y un buen
día decidí visitar al ginecólogo del policlínico. Su comentario inicial
fue el esperado: «Sin desarreglos menstruales, dolor u otras señales
preocupantes, ese aumento puede ser natural en la edad mediana».
Aun así se aprestó a revisarme, y el cambio en su expresión fue como
el disparo en la línea de salida. Diez minutos después sus sospechas
eran confirmadas por el ultrasonido: tenía un fibroma de 18 centímetros
de diámetro, y por sus características llevaba creciendo al menos dos
años sin que me hubiera dado cuenta.
«Pero si no molesta no tengo que operarme, ¿verdad?», fue mi primera
reacción, a lo que el médico respondió con énfasis: «¡Ya tiene el tamaño
de un teléfono! ¿Vas a esperar a que te dé más problemas?».
Desde entonces mi «teléfono» fibromatoso ha sido centro de bromas y
preocupaciones, pesquisas en Internet y pruebas clínicas de todo tipo.
Así supe que el 50 por ciento de las mujeres en todo el mundo desarrolla
ese tipo de tumores benignos, también llamados miomas, y aunque a
partir de los 50 años la probabilidad aumenta hasta el 70 u 80 por
ciento, con la reducción de los estrógenos durante el climaterio, estos
suelen perder volumen y no siempre es preciso extraerlos.
También conversé con decenas de pacientes en el Hospital
Universitario América Arias, y con otras mujeres de todo el país que ya
pasaron por esta cirugía o deben enfrentarla, y confirmé que los
antecedentes familiares y la maternidad postergada son factores de
riesgo.
Aprendí que los síntomas fundamentales son dolores en el bajo
vientre, menstruaciones abundantes o fuera de ciclo, hemoglobina baja y
coitos dolorosos, pero a veces estas señales no se presentan y la mujer
debe prestar atención a otras, aparentemente no relacionadas, como
calambres en las piernas, incontinencia urinaria al esfuerzo (reír,
cargar peso, toser o estornudar), estreñimiento frecuente, infertilidad
secundaria y una masa firme que a veces se puede palpar dentro o
alrededor del útero, como era mi caso.
No sé si tuve suerte o si mi estilo de vida poco sedentario me libró
de las peores molestias, pero la gente a mi alrededor insistía en que no
era lógico esperar para averiguarlo: debía hacer un alto y extraer
aquel tumor que no paraba de crecer.
No sin recelos les di la razón, pero como soy de las que piensan que
cuando se ha perdido todo no se pierde la lección, decidí convertir esta
aventura médica en un aprendizaje para compartir a través de Sexo
Sentido, y animar a otras mujeres a cuidarse más.
Quirófano adentro
Una cirugía nunca es agradable, especialmente por lo que viene
después. A principios de año mi amiga Xiomara se había operado de lo
mismo y pasó casi dos semanas en el hospital debido a una ligera fiebre.
¿Me pasaría lo mismo? Ella, que ya había vivido dos cesáreas, lo tomó
con sabia resignación. Contaba con una familia unida y un esposo
dispuesto a colaborar.
Como su vida es bastante apacible fue fácil retomar la cotidianidad,
siempre cuidándose de no levantar pesos excesivos. Pero para muchas
mujeres tres meses de reposo y algunos más de moderación son un reto
bastante grande.
Estaba, además, el asunto de la anestesia. Según el doctor Frank
Fernández Guerra, vicedirector quirúrgico del América Arias, en centros
con experiencia en cirugía ginecológica se prefiere el método raquídeo,
menos agresivo y la paciente se mantiene despierta (lo cual me alegró,
así no me perdería detalles), pero también se emplea anestesia general.
Nada sustituye a la exploración clínica y el diálogo exhaustivo con
la paciente, en los que se pide su Consentimiento Informado para
enfrentar el proceder quirúrgico, pero también son importantes las
imágenes de rayos X, ultrasonido, tomografía… para que el cirujano sepa
qué va a encontrar y cómo acceder a la cavidad con el mínimo de riesgo,
insiste el doctor Fernández.
Para muchas mujeres, especialmente jóvenes, la mayor angustia es la
cicatriz que quedará en su abdomen. En Cuba se practica la histerectomía
por vía laparoscópica en el Centro Nacional de Cirugía Endoscópica,
pero en la mayoría de los hospitales se lleva a cabo la laparotomía
(abdomen abierto) o la vía transvaginal si el fibroma es muy pequeño,
aclara el experto.
Las principales ventajas del primer método son su rápida recuperación
y que no deja huellas, pero exige mayor tiempo quirúrgico y una
tecnología más avanzada. La laparotomía se hace con el tradicional corte
vertical u horizontal, denominado Fhannestil. Este último es más
estético, pero exige que no haya cicatrices previas en la zona, entre
otros requisitos.
Lo importante en cualquier caso es quitar el tumor sin comprometer
otros órganos. Los ovarios se preservan al máximo, incluso en pacientes
que ya llegaron a la menopausia, y no se extraen a menos que sean la
causa del problema. Para eliminar el útero (histerectomía) se valoran el
tipo de fibroma, las condiciones en que se encuentre el órgano y, sobre
todo, la edad e interés de la paciente, si su maternidad está o no
satisfecha.
Muchas mujeres se embarazan tras una miomectomía (extracción de
miomas) y algunas se someten a parto natural. Incluso hay reportes de
detección y retirada de tumor sin interrumpir el embarazo.
En cuanto a las complicaciones, el especialista precisa que pueden
ser quirúrgicas (sangrado y cortes a otros órganos) o anestésicas, y
además pueden ser inmediatas, a mediano plazo o tardías. En el hospital
se observa a la paciente durante un mínimo de 24 horas y entonces se
decide el alta médica, según su estado general.
La decisión de transfundirla no depende tanto de los números como de
su evolución durante el acto operatorio. Hoy se indican muy pocas
transfusiones, y si la paciente no tiene pérdida abundante, y su
hemoglobina es buena, puede valorar la donación directa o autodonación
previa, que siempre es más segura y efectiva.
Para las miedosas, sepan que aun sin operarse hay otras
complicaciones a largo plazo que se deben considerar: cuando el fibroma
es grande o hay varios a la vez, se desplazan y pueden afectar a otras
estructuras del abdomen, como las asas intestinales, la vejiga, los
riñones o el colon. Además esa situación repercute en su vida cotidiana
(laboral, sexual y en otras esferas) y puede afectar su autoestima y su
estado psicológico general.
De cara al futuro
Hoy cumplo 24 horas de operada. En apenas 40 minutos el doctor Frank y
su equipo me libraron del inesperado «teléfono». Ya no habrá
menstruaciones, pero mi producción de hormonas se mantiene y en poco
tiempo apenas se notará la línea de la cicatriz sobre el monte de Venus.
Lo más difícil, lo confieso, fue no tomar agua ni alimentos desde la
noche anterior. Pero es una medida básica, porque evita el riesgo de
broncoaspiración por el paso de alimentos o líquidos a los pulmones.
De la cotidianidad de una mujer histerectomizada y la recuperación de
sus funciones, incluidas las sexuales, hablaré más adelante. El buen
juicio indica esperar entre un mes y 45 días, cuando la cúpula
construida en el fondo de la vagina esté en perfectas condiciones,
aclara la doctora Omayda Safora, también especialista del Hospital
América Arias.
Hasta entonces confío en que las técnicas milenarias del Tantra, me
ayuden a mantener el espíritu animoso, pero sobre todo cuento con el
amor de mi pareja y la convicción de que mi identidad femenina no ha
sufrido un ápice, aunque no tenga una matriz para procrear.