El problema de los inteligentes en el mundo de las ciencias sociales
Todos sabemos que el marxismo paso de moda en los 80's, fueron momentos
difíciles, muchos compañeros murieron asesinados por la dictadura, otros
se fueron al exilio y se volvieron europeos, otros tantos se dieron
rápidamente vuelta la chaqueta, muchos de esos últimos terminaron,
paradójicamente, trabajando en altos cargos del Estado, incluso algunos,
con tiempo y esfuerzo, llegaron a ser Secretarios Generales de
Gobierno. Otros, los menos, siguieron siendo marxistas, en la
clandestinidad de los años más duros primero, y en el silencio frío de
la indiferencia después. Las universidades, otrora centros de ebullición
social, donde daban clases profesores comprometidos y se formaban miles
de estudiantes con vocación social y espíritu combativo, caían ahora
estrepitosamente en el silencio adormecedor que les imponía la censura
fascista. Se cerraron las carreras más problemáticas, en donde más
profundamente había calado la “infiltración
marxista”, las direcciones militarizadas se deshicieron de bibliotecas
completas de facultades, escuelas y departamentos, se prohibió cualquier
literatura sospechosa y los estudiantes fueron obligados a leer
fotocopias con paginas corcheteadas, ahí donde se hiciera la mínima
alusión al marxismo.
En las universidades, con el tiempo, los ex marxistas desilusionados,
caían ruidosamente en el pos-estructuralismo y en posmodernismo, las
universidades se llenaban de derrideanos, foucaultianos y nietzcheanos.
Pero es hoy en Chile, en este caos de ebullición social, impulsado por
miles y miles de estudiantes, en que la izquierda ha crecido (para todos
lados), en las universidades, los estudiantes más críticos optan por
ser marxistas, los partidos políticos y los colectivos y organizaciones
marxistas han crecido abundantemente y cada día su actividad política es
cada vez más visible. Es por eso mismo que creo necesario hoy, más que
nunca, revisar la idea de marxismo, y de su profunda concordancia con un
horizonte comunista.
La opinión general sobre este hecho es que el abandono de la idea de
comunismo se debe en primer lugar, a la gran desilusión que provocaron
los “socialismo reales”, con sus glorias y atrocidades, pareciera ser
que el compromiso político, lo que se pone en riesgo al decirse
comunista, es demasiado grande. Pero ese es el problema de los
inteligentes que solo piensan en términos de lo real, para los
revolucionarios en cambio, lo real nunca debe estar por sobre lo
posible, lo posible es siempre más importante que lo que de hecho ocurre
u ocurrió, pensar en términos de lo posible es propio de los
revolucionarios. Y lo posible es que el comunismo, una sociedad en que
no hay luchas de clases, en que la opresión, la explotación y el
sufrimiento no están contenidas en instituciones cosificadas, es
absolutamente posible, por sobre, e incluso por fuera de los fracasos
pasados. Pero en segundo lugar, la dificultad de los marxistas para
decirse
comunistas, radica que se asume una idea profundamente ilustrada de
marxismo, se asume al marxismo como una suerte de método o de ciencia,
se asume la diferencia weberiana entre ciencia y política.
Pero creo, por otro, que la tendencia a renegar de un horizonte político
como lo es el comunismo, responde a la existencia de una profunda
desconfianza en los órganos partidarios clásicos, y de una consecuente
confusión entre estos y la idea general de comunismo. Los saltos
tecnológicos en la producción, por otro lado, tuvieron un correlato en
todos los momentos de la vida social, en un mundo pos-fordista, en que
ya no es necesaria la homogeneidad generalizada para ejercer el poder y
el dominio, han ido apareciendo diversas formas de heterogeneidad
cultural, una heterogeneidad controlada y estimulada por el control,
ahora en red, de los grandes bloques hegemónicos. Cualquier otredad que
amenace con operar política, cultural o económicamente por fuera de los
margenes establecidos, es rápidamente oprimido.
Estos hechos han permitido que la intelectualidad, en particular la que
se dedica a las ciencias sociales, se refugie en una idea profundamente
ilustrada de marxismo, en la que el marxismo aparece como una suerte de
ciencia verdadera, marco teórico o como mero método. Esta idea ilustrada
ve al marxismo como mera opción teórica de la cual se sigue un cierto
activismo político radical, lleva a imaginar a los marxistas solo como
científicos (como Gramsci, Lukacs o Mariategui) o como vanguardia que
dirige las masas populares. Al intelectual marxista le cuesta imaginar
que el obrero italiano o el campesino nicaragüense también era marxista.
Para los intelectuales, para los ilustrados, es necesario haber leído
“El Capital” para ser marxista, una cuestión bastante difícil si
consideramos que la mayor parte de los marxistas del siglo XIX y XX
apenas sabia leer y escribir.
Esta postura ilustrada en los cientistas sociales lleva a evitar los
espacios más problemáticos en los que por ejemplo, Stalin o el Mariscal
Tito aparecen como meros políticos, “no eran verdaderos marxistas”,
“eran burócratas que deformaron el marxismo”. Lleva a pesar un “marxismo
verdadero” frente a “desviaciones” o “deformaciones” de todo tipo.
¿Es el marxismo una ciencia?
El marxismo no es de suyo una ciencia, ni menos una disciplina social, a
pesar de la existencia de una profunda matriz ilustrada en el marxismo
del siglo XX, impulsada por la dogmatización que el propio marxismo
necesitó para extenderse de manera masiva y homogénea en un mundo
industrializado. Hay, en la historia del marxismo, un discurso
cientificista, en el que se dice que el marxismo es científico, que hay
comunismo científico, que hay socialismo científico. Sin embargo, tanto
las características conceptuales como históricas difieren en un sentido
muy profundo con el concepto y la historia de la ciencia, y en
particular, de las disciplinas sociales.
No es posible asimilar al marxismo a la ciencia en general, pero tampoco
a las ciencias sociales como disciplinas, hay en la obra de Marx una
serie de elementos que muestran su honda trascendencia sobre la
racionalidad científica moderna, una forma ejemplar de entender esto es
comparar la economía marxista con la economía burguesa. En la economía
burguesa (en buenas cuentas científica) se asume como principio una
estabilidad, una quietud permanente (competencia de agentes económicos
en un contexto de igualdad de condiciones) frente a la cual aparecen
elementos externos que luego son incorporados, como tales, a la teoría,
las crisis económicas son entendidas como efectos de situaciones
externas, como catástrofes naturales (inundaciones, sequías,
terremotos), o simplemente como efectos de la subjetividad humana (temor
de los inversionistas, conflictos militares, errores administrativos,
etc.). En la economía marxista, en cambio, las crisis son
un elemento inicial, el capitalismo es inestable de suyo y sus crisis
no son coyunturales, son sistemáticas.
Mientras la economía científica se articula en torno a la idea de
precio, y se desarrolla teóricamente en función de la necesidad de
resultados técnicos y administrativos, el marxismo se articula en torno a
la idea de valor de cambio, a diferencia del precio, que es un concepto
local, que depende de un momento particular y que gira en torno a
agentes individuales y particulares, valor de cambio es un concepto
profundamente histórico en el que hay sujetos históricos, en que la
historia misma no es un dato secundario, optativo y exterior, entendido
como mero transcurso de tiempo. Al contrario de la economía científica
que depende de la contingencia de un momento y un lugar empíricamente
constatables, en el análisis marxista, las clases sociales y la lucha de
clases son visualizables de manera plena solo a lo largo de un periodo
histórico y solo en virtud del modo de apropiación que diferentes
sujetos sociales tienen respecto del producto
social.
Pero la economía científica opera dentro de la racionalidad científica
moderna, que al igual que las ciencias duras o las ciencias sociales,
entienden al todo como una colección de cosas que existe en un estado de
permanente quietud, cosas anteriores y exteriores a las relaciones que
en realidad las fundan como tales, cosas anteriores y exteriores a los
sujetos.
Pero además, nunca hay consecuencias epistemológicas que no se sigan de
actitudes o necesidades políticas, es perfectamente razonable que un
científico opte por hacer ciencia en virtud de las necesidades técnicas
de las empresas o del gran capital
1,
es perfectamente razonable que efectos epistemológicos, por muy
mediocres que sean, se sigan de necesidades políticas efectivas. El
marxismo como método de análisis contiene dos cuestiones que pueden ser
diferenciables en determinado plano plano; que en su concepto no solo
trasciende la racionalidad científica moderna, si no que su contenido
teórico se sigue de una voluntad política radical, el marxismo es ante
todo, una voluntad revolucionaria, no una mera teoría de la que se
siguen consecuencias políticas, al contrario, es una voluntad política
que se ha dado, a si misma, una teoría para operar ante la realidad. El
marxismo no es una herramienta para “ver” el mundo, es una herramienta
para “hacer” el mundo, para operar sobre el.
Sobre la idea de comunismo
Alguna vez, hace mucho tiempo, los cristianos predicaron la “buena
nueva”, la “buena nueva” consistía en que el Dios cristiano, que había
venido a la tierra en la forma de un carpintero y que había sido
perseguido y crucificado por andar hablando cosas raras, había
resucitado en la “Ecclesia”, es decir en la comunidad cristiana. Como
todos saben, con el tiempo, el cristianismo se expandió por Europa y
duró mucho tiempo. Se llama comunismo, en su versión medieval, a la idea
de propiedad comunal de los bienes, predicada por los cristianos
primitivos, esta idea de comunismo recorrió toda la historia marginal
europea durante la época medieval, sirviendo como fundamento religioso y
político, por ejemplo, para grandes revoluciones campesinas hacia 1520
d.c.
2
La idea medieval de comunismo
tuvo un fuerte impacto entre la intelectualidad europea, en particular,
en la alemana. Moses Hess fue uno de los últimos intelectuales
predicadores de la propiedad comunal de los bienes en -el sentido
medieval-, Marx, amigo cercano de Hess, pensó que la idea de la
propiedad comunal de Hess calzaba muy bien en el mapa de sus propias
formulaciones teóricas, la idea moderna de comunismo, la idea que ha
primado durante los últimos 200 años, no solo estuvo profundamente
impregnada del laicismo humanista de Marx, si no, por sobre todo, por
que se especificaba la propiedad común de los
medios de producción.
Con el tiempo, la idea de propiedad comunal de los medios de producción
fue apropiada por el movimiento obrero y por el marxismo, y usada como
consigna político-teórica fundamental.
La idea de comunismo, en principio, no tiene por que corresponder a un
tipo de administración política en que un Estado de derecho centralizado
posee la propiedad y el control de las empresas industriales, al estilo
de la Unión Soviética, o en general, al estilo de los “socialismos
reales”, en primer lugar, por que esa idea es muy posterior, fue
promulgada por un economista italiano llamado Enrico Barone en 1908 y
solo comenzó a ser aplicada a comienzos de la primera guerra mundial, y
en segundo lugar, por que no hay razones para pensar que los medios de
producción y la división social del trabajo tengan que estar
obligatoriamente bajo el control social cristalizado en un Estado de
derecho clásico. La lucha por el control de Estado no es el fin de una
revolución socialista, es solo el comienzo.
Ese
hacer el mundo, contenido en la voluntad comunista, es
precisamente el contenido que anima al marxismo que, ante todo, es ante
todo una voluntad revolucionaria, una voluntad que tiene como centro
fundamental, la idea de que solo un cambio radical en la realidad
establecida puede alejarnos de la violencia estructural, de la
infelicidad cosificada, de la explotación histórica, del dominio de
clase, de la mediocridad permanente, y acercarnos a un horizonte en que
la vida humana no sea sino abundancia de humanidad, un horizonte en el
que la injusticia y la desigualdad no estén cosificadas en la historia,
un horizonte en que la felicidad sea trazable en términos puramente
íntersubjetivos y que no dependa de instituciones cosificadas y
alienantes, un horizonte en que el producto social este administrado de
manera absoluta por los que lo producen, no por burgueses o burócratas,
un horizonte en que cada uno pueda desarrollar su humanidad en
virtud de la sociedad que lo produce, una sociedad de entes libres, que
se han enterado que hacen toda la historia. Esa sociedad es el
comunismo, alejados ya de las derrotas pasadas, enterradas como mera
nota pie de pagina en una la historia y un pasado que no necesitamos, el
comunismo es puro futuro, contenido puro que debe ser llenado por
nuestra voluntad. Por sobre la realidad mínima del pasado, por sobre las
derrotas insignificantes, comunismo es la sociedad en que no hay
explotación, en que la valorización de un sujeto no depende de la
desvalorización cosificada de otro sujeto, en que la cosificación esta
situada en la historia, y depende plenamente de la voluntad humana.
* Referencias: La mayor parte del contenido de este articulo
corresponden a las ideas del profesor Carlos Pérez Soto, que se pueden
encontrar en sus libros, todos disponibles en internet, en particular en
“Para una crítica del poder burocrático. Comunistas otra vez”. LOM Ediciones, Santiago, 2001;
“Sobre un concepto histórico de Ciencia. De la epistemología actual a la Dialéctica”. LOM Ediciones, Santiago, 2008;
“Desde Hegel. Para una critica radical de las ciencias sociales”, Mexico, 2001; y
“Proposición de un marxismo hegeliano”. Editorial
ARCIS, Santiago. Y de manera más especifica, en otros artículos
publicados bajo Ediciones Clinamen, que ha publicado textos del profesor
bajo la iniciativa de Copyleft y de Creative Commos. Es posible además
encontrar muchas otras de las ideas expuestas aquí en las cátedras que
realiza en distintas universidades.
Notas:
1
Si, la elección que un individuo hace respecto de la totalidad que es
el capitalismo es perfectamente racional, los marxistas no necesitamos
argumentos éticos para criticar al capitalismo, se puede hacer política
con criticas morales, pero no se puede fundamentar la política a partir
de una ética, eso se lo podemos al Hogar de Cristo.
2Ver, por ejemplo, las revueltas campesinas en la Alemania medieval, impulsadas por Thomas Muntzer.