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The Atlantic
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández. |
Nueve refugiadas sirias
se han reunido en el cuarto de estar de una casa situada a las afueras
de la ciudad libanesa de Jdeideh, en el Valle de la Bekaa, cercano a la
frontera con siria. La mayoría de las mujeres son adolescentes; las
únicas adultas parecen tener unos cuarenta años. Todas van pulcramente
vestidas y parecen saludables y bien alimentadas. Aunque, según ellas,
ese no fue siempre el caso. “Cuando dejamos Siria, tuvimos que
dormir en la calle, todas nosotras… no teníamos nada que comer”, dice
Maya, una de las más jóvenes. “Nos comíamos el hambre”.
A sus
14 años, Maya es la más llamativa del grupo, con inusuales ojos azules
en una cara redonda. Cuenta que acaba de comprometerse con un rico
libanés de la ciudad, pero ella teme esa unión porque su futuro marido
tiene 45 años.
“Cuando me case con él las cosas irán mejor”,
dice Maya. “Pero no quiero casarme, no quiero tener hijos. Sólo he
aceptado por seguridad. ¿No es una vergüenza que con 14 años tenga que
casarme con un viejo de 45?”
“No le quiero”, dice, rompiendo a llorar. “Ni siquiera puedo mirarle a la cara”.
La ONU estima que unos 500.000 refugiados, que estén registrados, han
cruzado la frontera con el Líbano desde que empezó el conflicto sirio en
marzo de 2011. Las personas y familias que huyen de Siria están ahora
diseminadas por todo el país, aunque el mayor número de refugiados se
concentra en el Valle de la Bekaa. Los que pueden alquilan casas o
habitaciones, mientras que los más pobres ocupan asentamientos puntuales
que se han ido estableciendo en las ciudades del norte y en sus
alrededores, como Arsal.
Según el ACNUR, el
78% de los refugiados sirios
en el Líbano son mujeres y niños. Esta disparidad de géneros se debe,
al menos parcialmente, al alto número de bajas masculinas en el
conflicto. Además, muchos hombres han decidido continuar luchando en
Siria en lugar de huir al Líbano o a cualquier otro de los países
vecinos. Estas circunstancias hacen que la mayoría de las refugiadas
sirias sean también las más vulnerables. Están apareciendo informes de
acoso y ataques sexuales a mujeres y niñas, algunas veces por parte de
otros sirios, pero sobre todo por parte de los hombres de las
localidades donde ellas se encuentran que acosan desde hace algún tiempo
los asentamientos en Líbano, Jordania y Egipto.
Jihane Larous,
especialista en violencia de género y protección a la infancia de
UNICEF, dice que la amenaza de la violencia sexual, combinada con la
extrema pobreza, ha provocado un repunte en el número de matrimonios
infantiles entre las refugiadas sirias.
“Con la situación de
emergencia que rodea el conflicto en Siria, la tendencia a celebrar
matrimonios tempranos ha aumentado”, dice Larous. “Al mismo tiempo, han
cambiado las razones para esos matrimonios tempranos. Además de la
motivación económica tras esta práctica… está también la cuestión de la
protección… a fin de proteger el honor de la chica y de su familia.
Debido a la prevalencia de la violencia sexual, ya sea en Siria o aquí
en el Líbano, si casas a tu hija, la pones bajo la protección de un
hombre, así el riesgo de que la ataquen será menor”.
En otra
habitación mucho más pequeña y de aspecto más humilde de un asentamiento
cercano a una mezquita en Arsal, otras doce mujeres se sientan sobre
colchones alineados en el suelo. Sus ropas están rotas y andrajosas, sus
rostros aparecen muy cansados. Algunas sostienen a bebés en el regazo.
La madre de tres de las niñas, una mujer de mediana edad de nombre
Rihab, lleva la voz cantante en el centro de la habitación.
“Las chicas no pueden salir e ir por ahí solas”, dice. “Los hombres las
acosan y tratan de manosearlas. Francamente, tengo dos chicas que aún no
se han casado, si viene algún hombre y quiere casarse con ellas, me
pondré de inmediato de acuerdo, porque así puedo salvarlas… de los
peligros y del acoso”.
Una mujer de veinte años, de nombre Rim, sostiene en su regazo a una niña de tres años que trata de escaparse mientras habla.
“Conocemos a una muchacha que fue secuestrada por cuatro hombres”,
dice. “La retuvieron durante diez días y después la tiraron a la calle.
Imagínese lo traumatizada que debe estar. Diez días, que Dios me
perdone, y cuatro hombres”.
Una de las hijas de Rihab, una
preciosa muchacha de 17 años llamada Sarab, interviene en la
conversación. “Ahora su padre quiere casarla con cualquiera, incluso con
un mendigo”, dice moviendo la cabeza.
El alcalde de Arsal, Ali
al-Huyeiri, niega estas acusaciones de delictivas conductas sexuales
por parte de los hombres de la localidad. “Eso no existe… ni una sola
mujer siria ha presentado una queja por eso”, dice. “Cuidamos a esas
chicas como si fueran nuestras propias hijas”.
En una
conversación separada, el vicealcalde, Ahmad Fliti, admite una tendencia
creciente en los hombres de Arsal de casarse con chicas sirias, pero
también afirma no tener conocimiento de que se estén produciendo acosos
sexuales.
Sin embargo, las mujeres cuentan una historia muy
distinta. Rim describe un incidente en el que dice que un hombre de
Arsal intentó atraerla a una tienda para forzarla, golpeándola cuando se
resistió.
“Le dije… ‘No vaya a pensar que todas las chicas
sirias no se respetan a sí mismas’”, relata. “‘¿Cree que he caído tan
bajo como para no poder resistir ante Vd.? Vds. son los que no se
respetan a sí mismos, qué vergüenza que nos estén acosando así. Deberían
estar ayudándonos, alimentándonos, tratándonos como a familia. Nos
encontramos en una situación horrible y encima tratan de aprovecharse de
nosotras’. Por eso me golpeó… mi rostro estaba todo hinchado. Empecé a
gritar y salí huyendo.”
Guida Anani, directora de Abaad, una
ONG libanesa que trabaja con la violencia de género en los campos de
refugiados sirios, dice que una gran parte de las pruebas que han
recogido en las valoraciones y grupos de discusión apoyan esas
acusaciones.
“Durante esas sesiones, conseguimos mucha
información acerca de la magnitud del problema”, dice Anani. “Las
mujeres y adolescentes nos relatan muy a menudo los incidentes de
violencia sexual que han tenido que afrontar tanto en Siria como en el
Líbano. Está también la cuestión de utilizar a las mujeres para
propósitos sexuales, es decir, prostitución forzosa”.
Las
mujeres tanto del asentamiento de la mezquita como de la casa de Maya
dicen que se han encontrado con muchos ejemplos de ese tipo de
explotación sexual. La tía de Maya, una formidable mujer llamada Mona,
dice que la prostitución, ya sea forzada o consentida, se da con
frecuencia entre las refugiadas.
“Hay familias que venden a sus
hijas para poder sobrevivir”, dice. “Pero los hombres de aquí se llevan
las chicas que quieren, con o sin dinero”.
La madre de Maya
interviene rápidamente. “Voy a casar a mis hijas para que puedan estar a
salvo y podemos vivir seguras”, dice. “Antes, estábamos todos viviendo
en una única habitación. Nos sentíamos como mendigos. Tengo un hijo, que
murió como un mártir en Siria. Mi marido está combatiendo allí. ¿Quién
se supone que va a cuidar de nosotras?”
Kecia Ali, profesora de
religión en la Universidad de Boston especializada en cuestiones de
violencia de género como los matrimonios tempranos, dice que la
tradición de esos matrimonios infantiles se da en países en desarrollo
por todo el planeta. Explica que durante los tiempos de conflicto, esta
práctica tiende a evolucionar de muchas maneras.
“A menudo
pensamos que los matrimonios infantiles constituyen una práctica
ordenada por duros patriarcas que no dedican ni un solo pensamiento al
bienestar de sus hijas”, dice Ali. “Pero en una situación con riesgo de
violencia sexual, casar a una muchacha de fuera se percibe en algunas
instancias como un forma de asegurar que ella pueda conseguir un buen
partido. Se hace preocupándose por su bienestar”.
Algunas de
las muchachas que están en la mezquita expresan su desesperación ante de
falta de recursos en casos de violencia de género. Sarab utiliza el
ejemplo de un hombre influyente en Arsal que se ha hecho tristemente
célebre por acosar y asaltar a las chicas sirias.
“No hay nadie
que pueda parar a ese hombre”, dice. “Si los familiares de alguna chica
intentan crearle un problema, él se los creará mayores a ellos… ¿dónde
se supone que podemos ir a pedir ayuda?”.
La falta de
disponibilidad de recursos dedicados a proteger a las refugiadas sirias
parece constituir un problema muy real. Según Larous, UNICEF está
tratando de implantar iniciativas para poder proporcionar refugios a las
muchachas que han sido objeto de violencia sexual. Dice que están
también planeando coordinarse con el gobierno libanés y sus fuerzas de
seguridad, capacitándoles para que sepan manejar mejor los incidentes de
violencia de género.
“Desde el punto de vista de la aplicación
de la ley en el Líbano, hay procedimientos claros en lo que se refiere a
la violencia sexual contra menores, la policía dispone de mandato para
intervenir. Lo único que podemos hacer es trabajar estrechamente con el
gobierno para apoyar esos procesos”.
Cuando se le preguntó
acerca de los informes existentes de funcionales locales del gobierno y
trabajadores de la ayuda humanitaria que han utilizado sus puestos para
aprovecharse de las mujeres y niñas sirias, Larous se muestra
circunspecta.
“Lamentablemente, sin caer en el cinismo, esas
circunstancias se dan en cualquier situación de emergencia”, dice. “La
explotación y los abusos por parte de los proveedores de servicios es
algo que sucede. No es una situación excepcional. Nuestro deber es
asegurarnos de que existen garantías y mecanismos de denuncia a los que
se puede acceder… y que se adoptan medidas correctivas. No podemos
impedir que eso suceda, pero podemos intentar asegurarnos que esas
mujeres y niñas puedan acceder a esos recursos”.
Pero, según Anani, lleva mucho tiempo poner en marcha esas iniciativas y cuando llegan es ya demasiado tarde.
“Sólo durante este año se han empezado a mantener discusiones y debates
serios sobre cómo abordar de la mejor manera posible el problema”,
dice. “Somos muy conscientes de que esta situación lleva ya cierto
tiempo produciéndose. La respuesta a la misma está tardando demasiado
cuando debería haber sido inmediata… parte de la explotación sexual y
prostitución forzadas están convirtiéndose ya en organizadas y
afrontarlas es más complicado”.
Como esas iniciativas están aún
en un estadio de planificación, algunas madres sirias refugiadas dicen
que cada vez más no ven otra opción que la de volver a los matrimonios
tempranos para aliviar la amenaza de violencia sexual así como la
presión económica. En la casa de Jdeideh, la madre de Maya apoya su mano
en la espalda de su llorosa hija y suspira.
“Tengo cuatro
hijas”, dice. “El otro día, me llevé a la más pequeña para intentar
conseguir pan en la oficina de ayuda humanitaria en Arsal. Tiene once
años. El hombre que entregaba la comida se puso a acosarla. Le grité que
le quitara las manos de encima, y dijo que estaba honrándola al ponerle
la mano sobre su… ¿Qué se supone que tengo que hacer para protegerla?”
Ali dice que las mujeres y las niñas que se ven enfrentadas a estas
situaciones de crisis, a menudo tienen que escoger entre el menor de dos
males.
“Creo que la mayoría de las personas que están en esta
situación están haciendo cuanto pueden y lo mejor que pueden en un
momento muy precario, de mucha vulnerabilidad”, dice. “Hay víctimas
específicas de los matrimonios tempranos; en ocasiones son víctimas para
protegerse de otras formas de victimización. Son cálculos que la gente
hace muy deliberadamente, y es una desgracia que tenga que ser así”.
En el relativo confort de la casa limpia y espaciosa donde vive con su familia, Maya es inconsolable.
“El hombre con el que voy a casarme me dice: ‘Soy el que te protege;
soy el que te alimenta, tienes que hacer lo que yo diga, o te echaré a
la calle’”, dice entre sollozos. “Me da asco… pero voy a hacer esto por
mi familia, para que podamos tener seguridad”.
Después de un rato, respira profundamente y se seca el rostro con resignación.
“Tiene razón”, dice. “Es el que nos alimenta y nos protege, es
preferible ser violada por un hombre que por todos los hombres de la
ciudad”.
Sulome Anderson es una periodista independiente que vive actualmente en Beirut.
Fuente:
http://www.theatlantic.com/international/archive/2013/05/child-marriages-rise-among-syrian-refugee-girls/276287/