Los cubanos ganaron todas las medallas de oro del torneo.
Hace hoy 37 años que explotó, como consecuencia de un acto
terrorista, la aeronave CU 455 en las costas de Barbados. Desde entonces
las medallas ganadas por los cubanos en el IV Campeonato
Centroamericano y del Caribe de Esgrima refulgen en la memoria de
nuestro pueblo
Gustavo Oliveros solo escucha. Su mirada está perdida; no se
sabe dónde. Cierra los ojos, los abre; aprieta las mandíbulas, mueve
ligeramente la cabeza de izquierda a derecha y viceversa. Está a mi
lado. No sabe que lo observo.
Apenas concluyó la conferencia de prensa acerca de la esgrima con la
participación de varios ex atletas y en la que se abordó, entre otros
temas, el Crimen de Barbados, le lanzo la pregunta. «¿Usted los
conoció?».
De súbito clava sus ojos en mí como tratando de reconocerme. Disculpe, soy periodista de
Juventud Rebelde…
«Sí, fuimos compañeros. Yo estuve diez años en el equipo nacional de
espada hasta 1973, en que me retiré para ejercer mi profesión, soy
ingeniero mecánico.
Aquella era una familia
«No podré olvidarlos jamás. De esa arma era Ramón Infante García, a
quien le decíamos Monchi. ¡Qué muchacho ese! Era de Guantánamo. Muy
bromista, el típico jodedor cubano. Llegaba a mi casa y le decía a mi
mamá que saliera de la cocina, que él iba a cocinar. Cada vez que miro
las fotos de mi boda lo recuerdo, porque está en una de ellas.
«José Arencibia era el romántico del grupo, le encantaban las
canciones, la poesía. Quería ser periodista. A lo mejor hoy fuera un
cronista deportivo, ¿quién sabe?
«Cabrera (Jorge Luis) siempre andaba callado, serio. Tenía una gran
educación. Lo recuerdo bien porque siempre decía: “por favor…, permiso…,
usted cree que pueda…”.
«Julio Herrera estaba estudiando técnico medio en Electricidad, unos
días antes de salir para Caracas compró un libro sobre esa especialidad y
me lo enseñó para que le diera mi criterio.
«Y el entrenador Orlando López Fuentes se ganaba a la gente con su carácter, un hombre muy carismático y exigente a la vez».
Aquella era una delegación extraordinaria. Iba el futuro de la
esgrima cubana y algunos consagrados. También perecieron en ese horrendo
crimen funcionarios de mucha valía.
Así lo recuerda Hugo César Morales, entrenador de ese deporte y
quien, a no ser por la odisea del viaje, hubiera sido otra de las
víctimas.
«Manuel Permuy Hernández fue al frente de la delegación como premio
por sus resultados en el trabajo del Inder en Ciudad de La Habana.
Realmente, su especialidad era el baloncesto, pero la dirección del
organismo decidió que fuera a este certamen».
Hugo César hace una pausa en el diálogo. Se llena los pulmones de
oxígeno, lo suelta de una bocanada y menciona un nombre como si el dolor
no lo dejara aún sacarlo de adentro, de las mismas entrañas: Demetrio
Alfonso.
«Estaba al frente de la Confederación Centroamericana y del Caribe
de Esgrima y además dirigía aquí el Deporte Social en el Inder, y antes
había sido comisionado nacional de Tiro y Esgrima.
«Junto con él estaba Billito. Todo el mundo lo conocía así, pero se
llamaba Luis Alfredo Morales, el director técnico de la Comisión Cubana
de Esgrima. Era una institución, muy culto, leía mucho, dominaba el
inglés y el francés. Salía de la oficina a las 4:00 p.m. y en vez de
irse para su casa, se iba a entrenar con los atletas».
El Salvador, que sí, que no…
—¿Y por qué dice usted que por la odisea del viaje no fue al torneo?
—Esa es una historia que no se ha contado tanto. Los campeonatos
centroamericanos de Esgrima empezaron en La Habana en 1972. Se
efectuaron todos los años: al siguiente la sede fue Panamá, después
México, hasta que en 1975 se la otorgaron a El Salvador.
«Faltaba poco tiempo para la justa cuando los directivos del deporte
de ese país dijeron que no podrían organizarla ese año, que se aplazara
para el próximo. Y así se acordó. Pero a finales de julio o principios
de agosto de 1976 los salvadoreños volvieron a declinar.
«Entonces, el presidente de la Federación de Esgrima de Venezuela,
Orlando Suárez Horta, un hombre que hizo mucho por esa disciplina en su
país, se comunicó con Demetrio para anunciarle que Caracas podía ser
anfitriona del certamen. Solo pidió unos meses para crear las
condiciones y sugirió octubre como fecha para la competencia.
«La noticia les levantó el ánimo a los atletas y entrenadores
cubanos. Pero había que “correr” pues, como no estaba seguro de que el
torneo se efectuaría, el Inder no lo había programado en su calendario
oficial y, por tanto, no disponía de presupuesto para él.
«Demetrio, Billito y el nuevo comisionado nacional, Felipe Quintero,
empezaron a hacer las gestiones con urgencia para buscar el
financiamiento. Poco a poco fue apareciendo. Pero como no había tanto
dinero, ni Quintero ni yo pudimos ir.
«Vendría entonces la otra tarea titánica, buscarle pasajes a la
delegación. Demetrio y Billito viajarían por México, pues debían estar
en Caracas para participar en las reuniones previas a la justa.
«Comenzó la odisea para el traslado del equipo. Unos fueron a
Santiago de Cuba para volar por allá, pero tuvieron que regresar a La
Habana; otros salieron para Jamaica y de allá también volvieron porque
no había forma de seguir. Un tercer grupo partió para Panamá, estos
debieron ser los primeros en llegar a la competencia y al final fueron
los últimos en aterrizar en la capital venezolana».
Hugo César recuerda que un día estaba de guardia en la escuela Cerro
Pelado y vio al armero Jesús Gil Páez con el equipaje, y le dijo: «¿Pero
tú no te habías ido ya?». Y dice que este le respondió: «Yo lo que no
voy a ningún lado, si otra vez tuvimos que regresar del aeropuerto». Era
una de las primeras veces que iría un armero en la comitiva, porque
antes los atletas hacían esas funciones también.
Sin embargo, siguieron las gestiones hasta que todos estuvieron en
Caracas. Había mucha expectación. Existía el compromiso de ganar todas
las medallas de oro y los atletas soportaron estoicamente las dilaciones
del viaje. Querían ser campeones, demostrar que la esgrima cubana
estaba en la élite.
Un solo Himno, un solo rey
En los cuatro días de competencia solo se escuchó el Himno Nacional
de Cuba. Nuestros esgrimistas arrasaron. Fue la primera vez que se
agenciaron todos los títulos. Como los floretistas llegaron tarde, Jesús
Arencibia «se tiró» en esa arma y se coronó campeón en la prueba
individual.
Por entonces los hombres competían en sable, florete y espada, y las
mujeres en florete solamente. Así que se repartieron ocho juegos de
medallas, la mitad en lides individuales y la otra en pruebas por
equipos. Y todo ese botín quedó en el arca cubana.
Si había alegría allá, aquí no era menos. Cuentan que se había
empezado a organizar el recibimiento. Sería una gran fiesta para
nuestros campeones, un premio también a tanto esfuerzo de las
autoridades cubanas para que la comitiva pudiera asistir al campeonato
del área.
En Caracas, la delegación departió en la sede de la Embajada cubana
con la orquesta los Van Van y la cantante Beatriz Márquez, que estaban
de gira por allá. Los artistas les informaron que tenían pasaje para
Cuba, pero que les habían propuesto un contrato en Panamá y decidieron
cambiar el rumbo, así que quedarían varias capacidades en un vuelo del
día 6 de octubre para La Habana. Esa era la oportunidad para los
deportistas, quienes aún no habían logrado los boletos de regreso.
«Hicieron inmediatamente los trámites. Incluso, Demetrio y Billito
cancelaron su retorno por México para viajar junto a la delegación.
Querían participar también en el recibimiento», explica Hugo César.
En la madrugada del 6 llegan a Trinidad y Tobago, desde donde
abordarían el avión que los llevaría, al fin, a casa, aunque haría
escalas en Barbados y Jamaica.
Dos pasajeros de última hora
«Cuando estaban en Puerto España, la capital trinitaria, esperando
para abordar la nave, llegaron dos venezolanos interesados en viajar en
ese mismo avión de Cubana.
«Incluso —cuenta Hugo César— Billito, el políglota del grupo, los
ayudó en la traducción con los funcionarios para que sacaran su pasaje.
Nadie imaginaba que eran Hernán Ricardo Lozano y Freddy Lugo, los
terroristas que pondrían las bombas a instancias de Luis Clemente Posada
Carriles y Orlando Bosch Ávila».
En Barbados el avión se demoró más de lo previsto, por eso la
explosión ocurrió apenas despegó la aeronave, casi en la playa. Si se
hubiera retrasado diez minutos más, las dos bombas hubiesen detonado en
la pista.
La historia los juzgará
«A veces busco cómo calificar ese crimen y no encuentro las palabras
exactas. Todas me parecen enanas para tamaña monstruosidad», afirma
Gustavo Oliveros.
«Y todavía no se ha hecho justicia», añade Hugo César. Orlando Bosch
falleció en Miami como si hubiese sido un «niño santo». Posada Carriles
se jacta en esa misma ciudad de ser uno de los organizadores de la
voladura del avión que les segó la vida a 73 personas inocentes, entre
ellas los 24 miembros de la delegación atlética (16 deportistas y ocho
funcionarios, técnicos y entrenadores).
Gustavo saca de la memoria una espada y corta el aire en dos con su
última frase: «Fue ese acto terrorista una artera estocada contra el
pueblo cubano. Pero la historia, que sabiamente coloca a todo el mundo
en su justo lugar, sabrá juzgar a sus autores».