El internacionalismo médico de Cuba ¿Dónde está el secreto?
John M. Kirk
Catedrático. Universidad de Dalhousie, Canadá
"¿Dónde está el secreto? En el hecho real de que el capital humano
puede más que el capital financiero. Capital humano implica no solo
conocimientos, sino también —y muy esencialmente— conciencia, ética,
solidaridad, sentimientos verdaderamente humanos, espíritu de
sacrificio, heroísmo, y la capacidad de hacer mucho con muy poco".
Fidel Castro Ruz
La cita atribuida a Máximo Gómez y frecuentemente repetida, que reza
«los cubanos, o no llegan, o se pasan», en verdad se aplica al programa
cubano de internacionalismo médico.1 Cuba de veras «se ha pasado» en lo
que respecta a esa política: en abril de 2012, había 38 868
profesionales cubanos de la medicina —de los cuales 15 407 eran doctores
(aproximadamente 20% de los 75 000 médicos de Cuba)— trabajando en 66
países.2 En África, el personal médico cubano, que suma 3 000
integrantes, labora en 35 de los 54 países del continente, mientras que
solo en Venezuela se encuentran aproximadamente treinta mil.3 Pero esa
es apenas una parte de la historia, puesto que el internacionalismo
médico cubano tiene muchas facetas significativas. Puede argüirse en
todos los casos que el «capital humano» es el más importante común
denominador.
Este artículo, basado en siete años de investigación y unas setenta
entrevistas con personal médico cubano, tanto en la Isla como en el
exterior, pretende brindar una amplia visión general amplia de la
importancia del mencionado internacionalismo. Para ello, utiliza
programas muy distintos de cooperación médica, y ofrece datos básicos de
su evolución e impacto, así como algún análisis sobre la lógica de su
desarrollo.
El internacionalismo médico no es un fenómeno reciente, se le puede
rastrear en el pasado hasta 1960, cuando la primera delegación médica
cubana voló a Chile luego de un gran terremoto en esa nación. La
asistencia fue significativa porque las relaciones diplomáticas de Cuba
con el gobierno derechista de Jorge Alessandri eran tensas en aquel
momento, lo cual subrayaba claramente la naturaleza humanitaria de la
misión. Una delegación médica de mayor tamaño fue enviada al exterior en
1963, cuando profesionales cubanos ayudaron a establecer el sistema de
salud pública de Argelia a raíz de su independencia de Francia. De
nuevo, es necesario tener en cuenta el contexto: alrededor de la mitad
de los seis mil médicos de Cuba habían abandonado su país, la mayoría en
dirección a Miami. Además, Francia, gobernada por el presidente Charles
de Gaulle, era uno de los pocos aliados que le quedaban a Cuba
entonces, lo cual pone de relieve el compromiso de la Isla con lo
humanitario y no con la ganancia política. El significado de aquella
contribución fue bien subrayado por el ministro de Salud cubano, el
doctor José Ramón Machado Ventura: «Era como un mendigo ofreciendo
ayuda, pero sabíamos que el pueblo argelino la necesitaba incluso más
que nosotros, y que la merecía».4 El capital humano, tal como lo
definiera Fidel Castro, era, una vez más —incluso en esta etapa
formadora del proceso revolucionario—, la base fundamental para brindar
apoyo en medicina.
La cifra de colaboradores médicos ha seguido incrementándose, sobre
todo en países en desarrollo y subdesarrollados, y hasta la fecha casi
ciento treinta y cinco mil trabajadores de la salud han participado en
misiones en el extranjero. Para ubicar esto en contexto, en la
actualidad Cuba tiene un monto mayor de personal médico que labora en el
exterior en misiones de cooperación médica que todas las naciones del
G-8 juntas, lo que equivale a un récord asombroso. Existen tres etapas
básicas del internacionalismo médico cubano: los primeros años del
proceso revolucionario (cuya mejor ejemplificación es el envío de las
citadas misiones a Chile y Argelia), los años de mediados del decenio
1970-1979 (cuando el país, apoyado por la Unión Soviética y las naciones
socialistas de Europa, desarrolló un programa particularmente fuerte de
colaboración en el África subsahariana), y, por último, el período que
comenzó en 1990 tras el accidente del reactor nuclear ocurrido en
Chernobil, en 1986. Esto fue seguido por un gran incremento de la
cooperación médica a fines de esa década, en lo fundamental en América
Latina y el Caribe, luego de los estragos causados por los huracanes
George, en Haití, y Mitch, en Centroamérica. Esta etapa más reciente ha
tenido como resultado numerosas iniciativas, que van desde programas
integrales de salud (utilizados en decenas de países del Tercer mundo) y
el ofrecimiento de acceso a cuidados básicos a millones de personas que
en muchos casos jamás habían recibido atención alguna, hasta la llegada
de los contingentes de emergencia médica «Henry Reeve», tremendamente
exitosos, desplegados a raíz de desastres naturales.
Aunque el expediente del internacionalismo médico es largo y honroso,
la inmensa mayoría de las contribuciones de Cuba se han materializado a
partir de finales de los 80 y constituyen el punto focal de este
ensayo. Un ejemplo de ello es el apoyo brindado a las víctimas de
Chernobil. En total, unas veintiséis mil personas, casi todas niños, han
sido tratadas en las instalaciones de Tarará desde la llegada de los
primeros niños en marzo de 1990 (cuando fueron recibidos por el
presidente Fidel Castro, lo cual enfatiza la importancia que el gobierno
concede a la iniciativa). Todo el tratamiento médico a los pacientes
fue ofrecido sin costo alguno para ellos, al igual que su alojamiento y
alimentación. Ese gesto humanitario de gran envergadura es
particularmente notable, pues se inició justo cuando implosionaba la
Unión Soviética, lo que derivó en la pérdida de 80% del comercio de
Cuba, un descenso de alrededor de 30% en el PNB, y el inicio del Período
especial y sus muchas dificultades. Desde la perspectiva cubana, la
ocasión no habría podido presentarse peor. Muchas naciones enfrentadas a
una crisis tan profunda, de inmediato hubieran puesto fin a un programa
tan amplio y costoso. Pero eso no sucedió y se respetó el compromiso
formulado a los niños de Chernobil. A partir de varias visitas a Tarará y
de reuniones con los pacientes y con el personal médico cubano, queda
claro que la atención suministrada a los niños fue excelente, y que el
recinto había realizado una labor extraordinaria en circunstancias
difíciles. En su momento culminante, unas trescientas cincuenta personas
trabajaban en ese lugar, que cuenta con un pequeño hospital, y cientos
de edificaciones para albergar a los enfermos y brindarles programas
educacionales y recreativos. Primero los niños eran examinados en su
patria por galenos cubanos, y habitualmente permanecían en la Isla
cuarenta y cinco días, aunque los que sufrían dolencias más serias eran
tratados en varios hospitales especializados de Cuba. El objetivo era
ofrecer apoyo médico y humanitario de alta calidad. En total, 21 874
niños y 4 240 adultos fueron tratados en Cuba, 19 497 de ellos menores
de catorce años, y las dolencias más comunes tenían que ver con
problemas de la piel, endrocrinos y digestivos.5
"Amor de oro" Manuel Mendive
Por otra parte, resulta relevante el papel de Cuba en la capacitación
de decenas de miles de médicos de todos los rincones del mundo en
desarrollo y subdesarrollado. Profesores cubanos imparten docencia en
quince países y son especialmente numerosos en Venezuela. Desde el
decenio de los 70, Cuba ha ayudado a la fundación de escuelas de
medicina en varias naciones, incluidas Yemen (1976), Guyana (1984),
Etiopía (1984), Uganda (1986), Ghana (1991), Gambia (2000), Guinea
Ecuatorial (2000), Haití (2001), Guinea-Bissau (2004) y Timor Oriental
(2005).
El huracán Mitch (1998) causó horrendos daños en Centroamérica y fue
de muchas maneras el catalizador de un significativo desarrollo del
internacionalismo médico de Cuba. Unas treinta mil personas murieron en
aquel desastre natural, y los líderes centroamericanos apelaron a la
comunidad internacional para obtener ayuda. Cuba no tenía relaciones
diplomáticas con los países afectados (varios de los cuales habían
mantenido una política de hostilidad hacia la Revolución); no obstante,
en cuestión de días, envió una brigada de 424 integrantes. La cifra
aumentaría a dos mil, antes de estabilizarse en alrededor de novecientos
en toda la región.6
Esta misión se diferenció del resto porque de ella nació la decisión
de ayudar a los países afectados para que estos pudieran ayudarse a sí
mismos. Ello dio origen a la idea de formar a jóvenes de la región en
Cuba como médicos, de modo que pudieran regresar y asistir a sus propios
pueblos. En noviembre de 1999, la Escuela Latinoamericana de Ciencias
Médicas —hoy Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM)— abrió sus
puertas a los primeros estudiantes, provenientes sobre todo de la región
afectada. La mayoría de ellos procedía de familias pobres y alrededor
de la mitad eran mujeres.
Esta universidad médica —la mayor en el mundo, con una matrícula
anual de más de mil quinientos estudiantes y una cifra superior a nueve
mil matriculados en el programa de seis años— ha demostrado ser un
vehículo en extremo exitoso para brindar cuidados médicos a quienes de
otra forma carecerían de ellos. Hasta la fecha, alrededor de once mil
profesionales se han graduado en la ELAM. Asimismo, más de veinte mil
estudiantes extranjeros de medicina están siendo capacitados mediante el
Nuevo Programa de Formación de Médicos Latinoamericanos; este método de
aprendizaje acompañado de práctica también se está empleando en varios
países en los que la formación se ha adaptado a las condiciones locales y
a las necesidades específicas.
El enfoque cubano de la ELAM se basa en esencia en el compromiso de
capacitar a estudiantes que de otro modo no habrían podido asistir a una
escuela de medicina. Estos, como no provienen de sectores
privilegiados, son más susceptibles de regresar a sus comunidades para
laborar en cuanto se gradúen, y colaborar con su gente. Se espera
revertir de ese modo el tradicional «robo de cerebros» —los graduados de
escuelas de medicina del Tercer mundo se encaminan a países
desarrollados donde los salarios son más altos. Por otra parte, los
egresados de la ELAM que, por disímiles razones, no pueden emplearse en
sus propios países, se han ofrecido como voluntarios para laborar en
otros donde existen poblaciones subatendidas. Haití brinda el mejor
ejemplo de ello. Actualmente allí trabajan graduados de muchos países
latinoamericanos. Las lecciones sobre capital humano en los años de
capacitación en Cuba han sido asimiladas por millares de ellos.
El vasto alcance de la Operación Milagro, iniciada en 2004, resulta
de muchas maneras representativo del nivel de colaboración cubana en el
Tercer mundo. Los orígenes de este programa oftalmológico pueden
hallarse en los desafíos que enfrentó el destacado plan de
alfabetización cubano «Yo sí puedo», empleado en varios países,7
entonces se descubrió que muchas personas eran incapaces de leer debido a
las condiciones médicas que las afectaban, sobre todo cataratas y
glaucoma, ambas tratables con cirugías relativamente sencillas. De ahí
que la dirección revolucionaria decidiera desarrollar un programa para
devolver la visión a quienes lo necesitaran, y ese enfoque se esparció a
través de Latinoamérica. Por ejemplo, solo en Bolivia se efectuaron más
de seiscientas mil operaciones quirúrgicas desde 2006, practicadas en
su mayoría en bolivianos, pero también en ciudadanos de otras naciones
fronterizas con ese país. El éxito de este empeño puede ser valorado a
través de la lectura de los artículos publicados en el apartado de
Oftalmología del portal web Infomed.8 En la sección «Más sobre la
Operación Milagro» hay docenas de textos que ilustran la enormidad del
programa. Por solo mencionar algunos ejemplos: a quince mil paraguayos
se les devolvió la visión, cuatrocientos mil haitianos han resultado
beneficiados por el programa, en Nicaragua se han efectuado noventa mil
operaciones, y casi un millón quinientas mil en Venezuela. A la altura
de octubre de 2011 el doctor Reinaldo Ríos, director de medicina del
Hospital Oftalmológico Ramón Pando Ferrer, en La Habana, estimaba que
han sido atendidos más de dos millones de personas en 34 países de
América Latina, el Caribe y África.9 Las intervenciones quirúrgicas,
realizadas por médicos cubanos con apoyo venezolano, se han ofrecido sin
costo alguno para los pacientes, la mayoría de los cuales no tenían la
posibilidad de pagarlas.
"Ciego siego"
Ángel Manuel Ramírez Roque
Otro componente en extremo importante del internacionalismo cubano de
los últimos años es el papel del Contingente de Emergencia Henry Reeve.
Esta brigada médica (que lleva el nombre de un norteamericano
participante en la primera guerra de independencia de Cuba) fue fundada
en septiembre de 2005, poco después de que inundaciones masivas
golpearan a Nueva Orleans como resultado del huracán Katrina. El
gobierno cubano había ofrecido enviar 1 586 profesionales y 36 toneladas
de suministros médicos para asistir a las personas de la región, pero
el presidente George W. Bush rechazó el gesto humanitario. Dicho
Contingente se constituyó en dos semanas, y sus objetivos fueron
esbozados por Fidel Castro en su discurso del 19 de septiembre de 2005,
en la graduación de estudiantes de medicina: Este ocupará el lugar de la
fuerza médica constituida para apoyar al pueblo de Estados Unidos tan
pronto el Katrina golpeó con toda su brutalidad el sur de ese país. Su
objetivo no será solo apoyar a una nación determinada, sino cooperar de
inmediato, con su personal especialmente entrenado, con cualquier país
que sufra una catástrofe similar, especialmente los que enfrenten
grandes azotes de huracanes, inundaciones u otros fenómenos naturales de
esa gravedad.10
El contingente Henry Reeve se ha visto involucrado en doce misiones
en países que han enfrentado desastres naturales —la más reciente en
Chile, tras la ocurrencia de un terremoto. Todos estos fenómenos han
tenido lugar en unos pocos años, lo que hace de la labor de la brigada
una proeza destacada. El mayor contingente (de unos dos mil doscientos
cincuenta integrantes) fue el enviado a Pakistán, aunque de muchas
maneras el más memorable ha sido el de Haití. En esta nación Cuba ha
desempeñado (y lo sigue haciendo) un papel de enorme importancia, tanto
después del terremoto de enero de 2010, que cobró doscientas cincuenta
mil vidas, como en el control de la epidemia de cólera que estalló en
septiembre de ese mismo año. A los dos meses del inicio de la epidemia
se habían confirmado casi ciento cincuenta mil casos y se habían
reportado 3 333 fallecimientos.11 En ambas situaciones, el personal
cubano asumió el papel protagónico en el apoyo al pueblo haitiano, y sus
esfuerzos hicieron parecer minúsculos los de la comunidad
internacional. De hecho, la presencia médica cubana ha sido de gran
envergadura desde 1998, cuando el huracán George devastó el lugar. En
aquel momento, quinientos profesionales arribaron al país y cuando el
terremoto golpeó, doce años después, unos trescientos cuarenta cubanos
seguían laborando en el sector público de la salud. En cuanto a la
epidemia de cólera, el equipo médico dirigido por Cuba se fortaleció con
la llegada de graduados y estudiantes del último año de la ELAM. A la
altura de abril de 2011 permanecían allí 1 117 integrantes de la brigada
médica, de ellos 923 cubanos y 194 extranjeros graduados mediante
programas cubanos. Juntos, brindaron consulta a dos millones de
pacientes, operaron a treinta y seis mil de ellos y asitieron casi
treinta y cinco mil nacimientos. Otros cuatrocientos sesenta y cinco mil
haitianos se beneficiaron de programas de rehabilitación.12 Una vez
más, los esfuerzos humanitarios de la misión cubana fueron (y son)
mayores que los de todas las naciones industrializadas reunidas. No
obstante, hasta el momento, esas contribuciones siguen siendo ignoradas
por los medios internacionales de difusión.
Lo más importante de todo es que ahora Cuba prepara a Haití para el
futuro mediante el establecimiento de un sistema de salud pública
financiado principalmente por Venezuela y Brasil, en el cual
desempeñarán un papel clave los médicos haitianos formados en la Isla.
De los 625 que se habían graduado de la ELAM a principios del 2011, 430
ya trabajaban en Haití.13 Ese mismo año, otros 115 se graduaron en la
universidad de Santiago de Cuba.
Un aspecto igualmente importante es la labor en Timor Leste. El
personal cubano llegó allí tras una solicitud oficial de apoyo, en 2003,
puesto que en 2002 solo había cuarenta y siete médicos en el territorio
nacional. La tarea inicial fue suministrar apoyo médico en un país que
todavía se estaba recuperando de su lucha por la independencia y de la
invasión de las fuerzas armadas indonesias. En los primeros cinco años,
los galenos ofrecieron más de dos millones setecientas mil consultas
médicas y se estimaba que habían salvado cerca de once mil cuatrocientas
vidas.
La siguiente fase de la cooperación cubana allí fue formar a jóvenes
timorenses para convertirlos en profesionales que se ocuparan de su
propio pueblo. A la altura de 2008, «había unos trescientos cincuenta
trabajadores cubanos de la salud en la región, ochocientos setenta
timorenses orientales y más de cien melanesios y micronesios recibían
formación como médicos».14 La mayoría de ellos tuvieron su preparación
básica en Cuba y luego regresaron a Timor, aunque cada vez más el
objetivo era formarlos en su patria, para lo que, en 2005, se estableció
una Facultad de Medicina atendida por profesores cubanos.
Comparable con los esfuerzos en Timor Leste, aunque a una escala
mucho mayor, ha sido la cooperación de Cuba en Venezuela, donde en la
actualidad radica el más grande contingente de médicos cubanos. Dicha
contribución comenzó en 1999, luego de inundaciones masivas en el estado
de Vargas, en las cuales murieron o desaparecieron quince mil personas.
En el lapso de una semana llegaron al lugar más de cuatrocientos
cincuenta profesionales de la salud para apoyar las iniciativas del
recién electo presidente Hugo Chávez. Cuatro años más tarde, el
municipio Libertador, en Caracas, que tenía las más importantes
deficiencias de salud del área, pidió ayuda a los especialistas
venezolanos. Preocupados por su seguridad personal, la mayoría se
rehusó, lo cual llevó al presidente Chávez a apelar a La Habana; como
resultado, en abril de 2003 Cuba envió cincuenta y tres médicos de la
familia.
Por otra parte, es importante reconocer la determinación de Chávez de
usar la riqueza petrolera en beneficio de la nación en su conjunto, y
en particular de los sectores marginados, por lo general excluidos de
esos servicios. La misión original enviada a Libertador fue en extremo
exitosa y dio lugar a la decisión de ampliar el programa a todo el país y
finalmente a las distintas etapas de la misión Barrio Adentro. Según
Chávez, en noviembre de 2010, la brigada cubana estaba cubriendo 6 172
consultorios médicos populares, 3 019 puestos dentales y 459
oftalmológicos, 514 Centros de diagnóstico integral, 559 salas de
rehabilitación y 28 Centros de alta tecnología.15
Además de esto una cifra superior a cincuenta y un mil venezolanos ha
recibido tratamiento médico especializado en Cuba.16 Hasta abril de
2012 se calcula que los cubanos habían brindado más de setecientos
cuarenta millones de consultas médicas gratuitas y salvado más de un
millón y medio de vidas.17 Esto se refiere a personas que, de no
habérseles suministrado apoyo médico apropiado, y si nos basamos en
patrones tradicionales de mortalidad, probablemente hubieran fallecido.
Con vistas al futuro, Venezuela trata de emular la ELAM de Cuba y está
formando a más de treinta mil médicos con el apoyo de profesores
cubanos. En febrero de 2012 se graduó el primer grupo de 8 150
especialistas en Medicina Integral Comunitaria (MIC); otros seis mil
trescientos pronto concluirán el programa de seis años. En la
actualidad, según Chávez, 22 604 alumnos estudian MIC en Venezuela, lo
que representará una contribución significativa al sistema público de
cuidados de salud.18
Por otra parte, es necesario subrayar que, aunque 20% de los médicos
cubanos laboran en el exterior, la correlación entre médico y pacientes
en Cuba sigue siendo probablemente la mejor del mundo. Resulta
pertinente hacer una comparación con otros países: en 2009 había 2,4
médicos por cada mil habitantes en Canadá19 y en los Estados Unidos,
mientras que en Cuba la cifra alcanzaba 6,7 en 2010, según datos del
Banco Mundial.20 Además, el suministro de atención médica a los cubanos
es mucho más equitativo que en Canadá (y, de hecho, que en la mayoría de
los países industrializados, incluidos los Estados Unidos), donde
cierto número de esos especialistas trabaja en el sector privado y pocos
médicos laboran en zonas rurales.
Uno de los más recientes programas emprendidos por los
internacionalistas cubanos ha sido el muestreo de la población de los
países miembros del ALBA. Este se ha llevado a cabo por cientos de
profesionales de la salud de la Isla, con vistas a determinar el nivel
de desafíos físicos y mentales de sus poblaciones. En el caso de
Venezuela (donde en 2008 miembros del personal médico cubano —incluida
una amplia reserva de genetistas y psicólogos sociales— laboró
conjuntamente con brigadistas locales de salud en la Misión José
Gregorio Hernández), se identificó a unos seiscientos mil pacientes con
necesidades especiales, y el gobierno se movilizó para enfrentar esas
preocupaciones específicas. El propósito de esta campaña, por lo tanto,
no solo fue emprender un muestreo detallado, sino llevar a cabo un
estudio científico para determinar las causas de la particular
«discapacidad» y brindar asistencia a las personas afectadas. Desde 2009
otros países pertenecientes al ALBA se han beneficiado de este proyecto
detallado. Esto fue un pesquisaje masivo, y más de setenta y un mil
especialistas (los cubanos junto con los de cada uno de los países
involucrados) visitaron casi tres millones ochocientos mil hogares en
Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y San Vicente y las Granadinas.21
A la altura de julio de 2011 se había identificado un total de 1 017
464 personas con necesidades especiales. En Bolivia a esta campaña se le
llamó Misión Moto Méndez (el nombre de un guerrillero del siglo XIX), e
involucró a médicos cubanos, venezolanos y bolivianos. Como resultado,
se detectaron unas ochenta y tres mil personas con discapacidades
físicas y mentales. La Misión Solidaria Manuela Espejo tuvo un objetivo
similar: emprender un estudio científico biopsicosocial con el fin de
determinar las causas de los problemas que enfrentaban los ecuatorianos y
sus necesidades. Los especialistas médicos —229 cubanos y 129
ecuatorianos— visitaron 1 286 331 hogares y anotaron a 294 611 personas
con necesidades físicas o mentales especiales; de ellas, a 135 254 ya se
les habían suministrado 265 515 apoyos técnicos.22
Cualquiera de estos variados programas de cooperación médica sería
extraordinario para un país del tamaño y las riquezas de Cuba. De hecho,
ninguna nación industrializada ha intentado jamás emprender un proyecto
tan ambicioso referido a cuidados de salud. Pero la combinación de
tantas iniciativas humanitarias puestas en marcha es verdaderamente
grandiosa. Asimismo, resulta importante reconocer que estos programas
han estado desarrollándose durante cinco décadas y en particular en
Latinoamérica, a lo largo de los últimos veinte años, Cuba ha brindado
elevados niveles de cooperación. En el caso de África, aunque en la
actualidad aún laboran allí cinco mil quinientos profesionales cubanos,
casi cuarenta mil africanos se han graduado en universidades de la Isla,
y en ella estudian hoy cerca de tres mil.23 Durante su visita a La
Habana en 1991, Nelson Mandela resumió la contribución cubana: Venimos
aquí con el sentimiento de la gran deuda que hemos contraído con el
pueblo de Cuba... ¿Qué otro país tiene una historia de mayor altruismo
que la que Cuba puso de manifiesto en sus relaciones con África?24
Todo ello plantea una pregunta lógica: ¿por qué Cuba sigue brindando
esta colaboración de tan amplio alcance? Una razón podría ser que Cuba
pretende ejercer lo que se conoce en círculos académicos norteamericanos
como «poder blando», es decir, cooptar a los países mediante un
constante apoyo positivo y beneficios a cambio de gestos futuros de
consideración por parte de estos. A primera vista parecería que este
argumento tiene alguna validez. Resulta obvio que el programa de
internacionalismo médico de Cuba —hasta en países con los cuales las
relaciones diplomáticas eran difíciles— ha resultado en un claro
ablandamiento de la oposición de ciertos gobiernos, y en última
instancia a una normalización de las relaciones.
Resulta particularmente significativo que Cuba no ha brindado
cooperación médica solo a países con convicciones ideológicas similares.
Al respecto, es necesario recordar que la primera misión al Chile de
Alessandri en 1961, y la extensa colaboración cubana con Honduras y
Guatemala, países que habían sido fuertes aliados de los Estados Unidos y
que tradicionalmente habían condenado a Cuba. El Salvador, por su
parte, bajo cierto número de gobiernos militares, fue un adversario
ideológico de envergadura de la Revolución cubana; sin embargo, La
Habana no vaciló en enviar veintidós toneladas de suministros médicos de
emergencia a raíz del terremoto de 1986, así como una amplia delegación
médica, en 2000, ante una gran epidemia de dengue. Además, Cuba brindó
apoyo médico a la Nicaragua de Anastasio Somoza, luego de que un
terremoto devastara la capital en 1972. Ningún otro presidente
latinoamericano se había opuesto tanto a la Revolución cubana como
Somoza, e incluso en 1961 había permitido que mercenarios partieran
desde puertos nicaragüenses a la fallida invasión de Playa Girón.
Se argumenta también que el gobierno cubano lleva adelante esa
política para obtener votos de apoyo en Naciones Unidas. En una
entrevista realizada a la doctora Yiliam Jiménez, en mayo de 2007, este
argumento fue bien respondido: Aun si aceptamos la perspectiva más
cínica —o sea, que Cuba manda médicos a países pobres para ganar votos
en la ONU—, ¿por qué los países industrializados no hacen lo mismo? Lo
más importante es salvar vidas, y eso es precisamente lo que hace
nuestra política.25
Respecto a «salvar vidas», hasta la fecha, un compromiso similar por
parte de las naciones del G-8 está tristemente ausente, mientras que de
manera reiterada Cuba antepone el humanitarismo a la ideología.
El factor que más ha impulsado los mencionados programas durante
décadas ha sido la dirigencia revolucionaria, y en particular la visión
de largo alcance de Fidel Castro, para quien el acceso a los cuidados
públicos de salud siempre ha sido un tema de extraordinaria importancia,
el más básico derecho humano. A partir de entrevistas con políticos
cubanos, en el transcurso de esta investigación se evidencia que, en
todos los casos, la principal iniciativa fue suya. La voluntad política
para emprender esas campañas de salud, movilizar recursos humanos y
garantizar financiamiento adecuado, fueron el resultado de una decisión
política y humanitaria tomada por la presidencia de la Isla.
Para un extranjero que examine este fenómeno complejo y multifacético
queda claro que el desarrollo de una bien afinada conciencia
sociopolítica a nivel nacional es una base en extremo importante, que
permite la aceptación de esas políticas de largo alcance. El exitoso
programa de internacionalismo médico ha fortalecido también, a lo largo
de los años, el orgullo y sentido de identidad nacional. En la propia
Constitución cubana se expresa el compromiso con «el internacionalismo
proletario […] la amistad fraternal, la ayuda, la cooperación y la
solidaridad de los pueblos del mundo, especialmente los de América
Latina y el Caribe».
Este sentido profundamente arraigado de solidaridad internacional
—que se detectó en tiempos tan tempranos como los de la lucha por la
independencia a fines del siglo XIX— es también un factor psicológico
inestimable. En la segunda mitad del siglo XX, Cuba fue auxiliada, a
través de otros actos de solidaridad de extranjeros, desde el papel
clave de Ernesto Che Guevara hasta el apoyo económico de los países del
CAME, y en tiempos más recientes por Venezuela. La combinación de
décadas de participación en misiones internacionalistas, o de
tener
amigos y familiares que participaron en ellas, ha resultado en un
proceso de profunda socialización en el respeto de tales iniciativas
humanitarias. Es también cierto que la exportación de bienes y servicios
profesionales es la mayor fuente de divisas para la economía cubana,
que aventaja con mucho al sector del turismo y a la exportación de
níquel. El monto de ingresos derivados de los servicios médicos en el
exterior oscila entre los tres mil y ocho mil millones de dólares
anuales. El más reciente estimado es de cinco mil millones,
aproximadamente el doble de lo percibido por la exitosa industria
turística.26 Sea cual fuese la cifra, de todas formas constituye el
mayor generador de divisas para el Estado y sigue siendo una prioridad
del gobierno cubano.
Gracias a lo que pudiera argüirse como un superávit de personal
médico —condición a menudo negada por miembros de la dirigencia
revolucionaria, quienes sostienen que jamás puede haber un exceso de
médicos—, este uso de cuadros formados en medicina es una política
económica enormemente exitosa. El gobierno de Raúl Castro ha tomado la
iniciativa de reducir algunos de los beneficios que antes disfrutaban
tanto los internacionalistas (suplementos financieros vitalicios) y los
beneficiarios. Por ejemplo, los estudiantes norteamericanos de la ELAM
ya no se forman gratuitamente, se espera que el gobierno ucraniano pague
por el tratamiento de los niños afectados por el accidente nuclear de
Chernobil, y que los estudiantes extranjeros paguen para cursar una
mayor especialización.
Por otra parte, el gobierno cubano ha declarado que está interesado
en ampliar sus operaciones de turismo médico en la Isla, y en enviar
profesionales de la salud a países ricos. Esto lo ilustra la presencia
cubana en Qatar, donde a principios de 2012 fue inaugurado un hospital
de 75 camas atendido por una brigada médica cubana de unos doscientos
integrantes. En resumen, mientras el internacionalismo médico de la Isla
se comporta de la misma manera con los países más pobres, existe una
creciente determinación de aumentar los beneficios de la exportación de
bienes (como se aprecia en el impresionante crecimiento del sector
biotecnológico) y de servicios médicos.
En el transcurso de la investigación han sido interesantes las
opiniones de los propios internacionalistas sobre su participación en
misiones médicas en el extranjero. La mayoría explica que lo hace por
razones financieras, puesto que ganaban un salario varias veces mayor
durante la misión, que el que hubieran recibido en Cuba. Aunque resulta
en extremo difícil alejarse de la familia durante largos períodos, los
profesionales acogen favorablemente la oportunidad de tener mayores
ingresos, los cuales les permiten comprar bienes en Cuba que de otro
modo no habrían podido adquirir.
Desde el comienzo del Período especial, existe en la Isla una
pirámide invertida en términos de salarios. Los que están empleados en
el oficio del turismo —incluso en posiciones en las que no se requiere
un alto grado de instrucción— son mejor remunerados que los
profesionales de niveles avanzados. De ahí que las misiones
internacionalistas permitan a los participantes nivelar, al menos
parcialmente, algo de ese desequilibrio.
Algunos entrevistados han observado que la experiencia en el
extranjero en países subdesarrollados representa una excelente
oportunidad para desarrollar sus habilidades médicas profesionales,
puesto que se enfrentan a situaciones que a menudo les resultan
totalmente nuevas, como la desnutrición en Gambia o las heridas de armas
de fuego en Guatemala. Otros se refieren a esa experiencia como cierto
rito de tránsito, algo que casi todo el personal médico en Cuba hace en
algún momento de su vida.
Sean cuales fuesen los motivos de los individuos o del gobierno
revolucionario, no hay duda de que estas cinco décadas de cooperación
médica han hecho una enorme contribución al bienestar del Tercer mundo.
En 2010, Julie Feinsilver ofreció un resumen sucinto del significado de
esta contribución. Observó cómo los internacionalistas cubanos han
salvado más de 1,6 millones de vidas, ofrecido tratamiento a más de 85
millones de pacientes (más de 19,5 millones de los cuales tuvieron la
consulta en sus propios hogares, escuelas, centros de trabajo, etc.),
realizaron más de 2,2 millones de operaciones, atendieron 768 858 partos
y vacunaron con dosis completas a más de 9,2 millones de personas.27
Ya fuese en el Chile de Alessandri en 1960, la Nicaragua de Somoza en
1972, o en los Estados Unidos de George W. Bush en 2005 (cuando este
rechazó un ofrecimiento cubano de enviar mil quinientos médicos cubanos a
raíz del huracán Katrina), el compromiso de ayudar a la humanidad ha
sido coherente.
En el discurso en el acto de creación de la Brigada Henry Reeve,
Fidel Castro se refirió a la necesidad de responder a los desastres
naturales, al margen de la ideología del país:
Ni una sola vez, a lo largo de su abnegada historia revolucionaria,
nuestro pueblo dejó de ofrecer su ayuda médica solidaria en caso de
catástrofes a otros pueblos que la requirieran, sin importar cuán
abismales eran las diferencias ideológicas y políticas, o las graves
ofensas recibidas de los gobiernos de cualquier país.28
En esencia, Cuba ha brindado un ejemplo para el mundo, al mostrar
cómo sus programas de colaboración médica han sido mucho más exitosos y
de mayor alcance que cualquier ayuda que hayan brindado los esfuerzos
combinados de todos los países del G-8. A lo largo de cincuenta años, el
personal cubano ha servido en las zonas más pobres y abandonadas del
mundo, adonde otros se rehusaban a viajar. En la actualidad, cuidan del
bienestar de setenta millones de personas. Su labor —soslayada por los
medios de difusión de las naciones industrializadas— avergüenza a los
países «desarrollados» del mundo.
Fuente:
Fuente: El internacionalismo médico de Cuba ¿Dónde está el secreto?. John M. Kirk Revista Temas
Traducción: David González. TEMAS no. 71 julio-septiembre de 2012. Revista Temas ISSN 0864-134X