Foto: flickr.com
Y
es justamente esta nostalgia por esos animados de la infancia, la que
ha movido al diseñador Darwin Fornés para llevar a cabo un proyecto que
hasta a él mismo le ha sorprendido por su acogida.
Con
la feria de verano Arte en La Rampa, nació Chamakovich, nombre que
surge del muy común apelativo chama (niño), reconvertido al acento ruso.
“Buscábamos un nombre que sonara bien, con alguna dosis de simpatía y
que vinculara varios conceptos como infancia-retro-cuba-soviético, sin
que fuera demasiado complejo o encriptado” cuenta el joven diseñador.
“Finalmente encontramos Chamakovich”.
Ahora,
pulóveres y bolsos con los simpáticos personajes atrapan la atención de
decenas de personas cada día, que en muchos casos, aprovechan la
ocasión para compartir remembranzas.
“No
los apreciábamos igual entonces, pero ahora me traen lindos recuerdos”,
relata Tania, una ingeniera de cincuenta y dos años, graduada en Moscú.
“Durante
mucho tiempo no conocimos otra cosa. Era eso, y algunos animados
norteamericanos muy antiguos”, recuerda Yoel, de cuarenta años. “Luego
empezó la era del video y el DVD y se amplió el diapasón”.
“La
idea de Chamakovich surge porque noté que en Facebook gustaban mucho
los fotogramas de muñequitos rusos e imágenes de objetos del universo
infantil cubano de antaño”, precisa Darwin. “Esas fotos provocaban tanta
nostalgia en mí y en mis amigos que terminamos teniendo una
entusiasmada conversación acerca de esos muñes y se me ocurrió que
podrían funcionar impresos en soporte textil”.
“La
primera etapa del trabajo fue recuperar y ver muchos muñequitos. Fue
grato trabajar sobre esos personajes, redibujarlos, tener sus líneas y
formas entre las manos tantos años después. Mi idea era que los
personajes permanecieran fieles a sus diseños originales. En el caso
específico de Cheburashka que es un muñeco tridimensional (animado en la
técnica stop-motion) el reto estuvo en hacer una ilustración plana que recreara su volumen y textura”, apunta Fornés.
El
Taller de Serigrafía René Portocarrero fue el encargado de dar nueva
vida a los personajes, que tras su lanzamiento en julio, llamaron la
atención a muchos en el Pabellón Cuba, sede de la Feria. Muy pronto se
agotaron algunas tallas y diseños, que debieron ser reimpresos. Pero
esta iniciativa también suscita la polémica.
“No
por gusto los criticaban y se hacían bromas a partir de los animados
rusos”, dice Orlando, de sesenta y ocho años. “No tienen nada que ver
con nuestra idiosincrasia, con la manera de pensar y ver el mundo de los
cubanos”.
Por
su parte, Darwin, que aún no ha cumplido los treinta años, lo explica
así: “Si bien para mí los muñes rusos habían sido un regalo y su
presencia constante en pantalla era una forma de diversión, para algunas
generaciones mayores era un símbolo de imposición que trascendía el
mero recreo. Yo estaba construyendo mi universo infantil, pero ellos ya
eran adultos, para ellos tenían otros significados”.
Lo
cierto es que, con defensores y detractores, los muñes rusos ya son
parte de la historia y la memoria colectiva cubana. “Pienso que la gente
los siente ya como suyos, no como algo ajeno. El interés en ellos no es
necesariamente sinónimo de interés hacia Rusia, ni al vínculo
cubano-soviético, es añoranza por su infancia, es pura nostalgia”,
concluye Fornés.
as
Nota: Las opiniones expresadas por el autor no necesariamente coinciden con los puntos de vista de la redacción de La Voz de Rusia.
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