Por Alexándr Sítnikov. Publicado en Svobodnaya pressa. Traducción Josafat S. Comín.
La calidad de los productos alimentarios en la actualidad está sometida a los intereses del mercado, no de los consumidores.
En
vísperas de Año nuevo, los medios bullían con titulares del tipo: “Cómo
celebrar el Año nuevo sin intoxicarse”. A parte de los típicos consejos
de no comer ni beber más de la cuenta, se añadían recomendaciones sobre
el tipo de comida que comprar, para no acabar en el hospital. Los
dietólogos llamaban a leer atentamente el contenido de los productos,
especialmente en lo tocante a todos los añadidos del tipo “E-”.
Por
ejemplo, el E-102, o tartracina, más conocido como la piedra angular
con la que aderezan todo tipo de dulces, bombones, caramelos, bizcochos,
mermeladas, helados, yogures, puede provocar ataques de asma y pérdida
de visión.
Todos
esos innumerables E-: espesantes, emulsionantes, edulcorantes,
aromatizantes, colorantes, conservantes son, en mayor o menor medida,
perjudiciales para la salud. Los expertos aseguran que un colorido
exagerado de los productos, un olor penetrante o largos periodos de
caducidad son señales de peligro. Toda esa química invadió nuestros
aparadores con el comienzo de las reformas liberales, creando una
ilusión de abundancia de alimentos, que no existía en la URSS.
Y
sin embargo la Unión Soviética era uno de los líderes mundiales en
producción de embutidos. El control de calidad era especialmente
exigente en los años 60 y 70.
Por
ejemplo la composición de la popular entonces mortadela “Dóktorskaya”,
que recibiera su nombre, por sus cualidades dietéticas, de acuerdo con
el “GOST” (estándar estatal) de 1974 era la siguiente: 23% de carne de
vacuno de primera calidad, 70% de carne de cerdo, 3% de huevos, 2% de
elche de vaca y 2% de harina. En el resto de embutidos tampoco se
añadían ingredientes que no fuesen naturales. La gran calidad y el bajo
precio, hicieron que esos productos cárnicos pronto pasaran a ser
deficitarios.
Esas
elevadas exigencias de calidad para esos productos fueron establecidas
ya en abril de 1936, cuando el Comisario de Industria alimentaria,
Anastás Mikoyán, decretó el comienzo de la producción de embutidos como
la mortadela “Dóktorskaya”, “Liubítelskaya”, “Chainaya”, “Teliachaya”,
“Krakóvskaya”, las salchichas “Molochnie”, o los embutidos “Ojótnichie”.
Eran especialmente estrictos con el control de calidad de la
“Dóktorskaya”, hecha a base de productos seleccionados, pensada para
gente, cuya salud se hubiese visto mermada “como resultado de la guerra
civil y el despotismo zarista”.
Mikoyán,
consiguió convencer a Stalin, de que la puesta en marcha de la
industria alimentaria soviética debía ser incluida en el proceso general
de industrialización: En unos pocos años, estaban en funcionamiento 178
fábricas panificadoras, 17 grandes combinados cárnicos, 33 fábricas de
productos lácteos, 22 plantas de té, 8 fábricas especializadas en carne
de cerdo, 10 azucareras, 41 fábricas conserveras, 9 de chocolates y
dulces y muchas otras.
La tarea que se fijaban no era solo alimentar a la población de las ciudades en rápido crecimiento, sino garantizar que la alimentación fuese de calidad. Para ello, el Instituto de investigación de los alimentos, dependiente del Ministerio de salud de la RSFSR, se transformó en el Instituto Nacional de la alimentación del Ministerio de salud de la URSS. A O.P. Molchánova, destacada científica de dicha institución, se le encomienda la tarea de investigar la fisiología de la alimentación, especialmente de la digestión y se le encarga redactar el libro “Sobre la comida sabrosa y sana”, cuya primera edición data de 1939.
Tras
1945, la industria alimentaria terminó de recuperarse hacia comienzos
de los 70. Para ese entonces, la calidad de vida en los koljoses había
mejorado ostensiblemente.
Contrariamente al estereotipo que se tiene actualmente, en las ciudades soviéticas no se pasaba hambre.
“Sí,
había que apuntarse a la cola para conseguir embutido-recuerda la
jubilada Liudmila E. Stepanova de Novocherkass-, salía a trabajar a las 8
menos veinte, y siempre apuntaba mi apellido en la lista, que estaba en
la repisa de la tienda de ultramarinos. Por las tardes, como a eso de
las cinco y media, traían el embutido y nos tocaba un kilo por persona.
Nunca me volvía sin compra. La fila iba rápida. Había tres personas
atendiendo. Una cobraba, otra cortaba y pesaba y la tercera lo envolvía.
Hasta las seis de la tarde muchos de los que no se habían apuntado,
podían conseguir embutido. Por regla, el responsable de la tienda,
calculaba en función de la lista y si hacía falta pedía un poco más”.
En
general en los aparadores de las tiendas soviéticas era fácil encontrar
suficiente mantequilla y leche. Había pescado fresco en abundancia, que
lo repartían en camiones. El aceite de girasol, la “smetana” o el
requesón lo vendían en los mercados, donde siempre se podía conseguir
carne.
En
las familias había tradición de cocinar. Las patatas y los huevos se
freían en mantequilla, el pescado en aceite de girasol, la ternera se
cocía, y el cerdo se hacía estofado. Como acompañamiento para el
embutido fresco se preparaba arroz o pasta. Era muy habitual preparar
conservas caseras de pepinos, tomates o zumo de tomate, en cuya
elaboración participaban todos los componentes del hogar.
Los problemas de abastecimiento empezaron únicamente tras la llegada al poder de Gorbachov.
Y
a pesar de todo, si en los tiempos soviéticos había falta de embutido,
ahora a pesar de su aparente abundancia, éste simplemente no existe. Los
productos que han abarrotado los aparadores de las tiendas, encajarían
en la categoría de sucedáneos. El control que marcaba el “GOST” se ha
visto sustituido por una justificación técnica que obedece enteramente a
las reglas del mercado (por cierto que en Bielorrusia el GOST se ha
mantenido, lo que explica que el embutido bielorruso “vuele” de las
tiendas rusas). En muchos embutidos de los que se elaboran actualmente,
el contenido en carne no supera el 40%, el resto son emulsiones de piel,
grasas, sémolas, almidón de patata y maíz, harina, arroz, avena, cebada
perlada, margarina, aceite de girasol, etc.
Si
en la URSS se hubiera elaborado el embutido siguiendo esa receta,
hubieran correspondido 120 kg. por persona y año (en los 80 era de
40Kg.), y no hubiera habido nunca ningún tipo de déficit.
Pero
también está la otra cara de la moneda: el aumento del número de
enfermedades oncológicas. Sirva el siguiente dato: si en 1998 se
registraron en Rusia 440.721 nuevos casos de afecciones oncológicas, en
el año que termina han sido 2.8 millones de personas. La dinámica es
aterradora y los médicos pronostican que va a empeorar.
Anastás Hovhannesi Mikoyán
A
diferencia de los actuales gobernantes, los líderes soviéticos asumían
la pérdida del 30% de la producción agraria, a fin de impedir una
alimentación defectuosa, de baja calidad. Esa es la diferencia entre
alguien que se preocupa por su país, y los ultraliberales. Es la misma
diferencia que entre el embutido de los tiempos de Mikoyán y las
salchichas actuales, que no todo perro comería.
Extraído de:http://svpressa.ru/society/article/80025/
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