Jorge Gómez Barata
Brasil
protagoniza su tercera sorpresa en diez años. La primera fue la llegada
al poder de Luis Ignácio Lula da Silva y la intensificación del
crecimiento económico que catapultó al país al círculo de las potencias
emergentes y lo preservó de la crisis que azota la economía occidental.
Lo inédito es que tales realizaciones fueron conducidas por un partido
de izquierda de matriz socialista: el Partido de los Trabajadores de
Brasil (PT) y un presidente obrero, sin formación universitaria, bienes
ni fortuna, que en 2002, luego de tres intentos fallidos, accedió al
poder.
Con
una orientación centrista e impresionante talento, forjando alianzas y
evadiendo conflictos, Lula ejerció la primera magistratura
durante 8 años, en los cuales realizó una extraordinaria obra política,
económica y social, incluso diplomática y cultural. Bajo su conducción
Brasil redujo los vestigios de autoritarismo propios de la política
tradicional, desmontando además deformaciones introducidas por los
gobiernos neoliberales que le precedieron. Al dejar el poder era más
popular que al asumirlo.
El
segundo acto de esta historia lo protagoniza actualmente el pueblo
brasileño, particularmente la juventud de las
grandes ciudades que, evidenciando madurez, sin militancia ni
conducción política visible, sin convocatorias ni atavismos partidistas,
sin rencores antigubernamentales ni violencia, ha desatado un
fulminante y eficaz levantamiento nacional que tiene perpleja a la
opinión pública y a la izquierda latinoamericana, que aún no sale de su
asombro, preguntándose: ¿Por qué?
Todo
indica que los rebelados no ponen en duda
la eficiencia de los gobiernos socialistas para hacer avanzar el país,
pero sí su capacidad de administrar el éxito en función de los intereses
de las mayorías, que no están dispuestas a aceptar que se dilapiden en
lujos y frivolidades los resultados del crecimiento del país.
La
tercera sorpresa es la inédita capacidad de la presidente Dilma
Rousseff para administrar la crisis, reaccionando con coherencia,
flexibilidad
y fidelidad a su origen y sus bases. La ex guerrillera, que muchas
veces salió a las calles a manifestar descontento, incluso fue a la
cárcel y sufrió torturas, no se ha desteñido.
De
alguna manera la mandataria, a la vez, sube la parada a su propia
administración y a la derecha neoliberal, y aprovecha los dramáticos
eventos para, en lugar de confrontar a la oposición popular, sumarse a
ella, y con esa fuerza más, auspiciar una reforma política que incluye
la convocatoria a una Asamblea
Constituyente, y un referéndum para adoptar una nueva constitución.
Se
trata de una lección a tres bandas: para la izquierda paternalista que
es capaz de movilizar a las masas, profundizar su cultura política y su
protagonismo participativo, pero no de percatarse que los pueblos
crecen. Del Maracanazo político deberían aprender los liderazgos
omniscientes y autistas que creen saberlo todo y se desconectan de las
realidades, y aquellos que convocan a las masas a votar para luego
despreciarlas.
Como
consecuencia de la “rebelión de las masas” hay en la política brasileña
un giro pero no es a la derecha, cuyos voceros declaran: “Queríamos
oposición pero no tanta. Allá nos vemos.
La Habana, 26 de junio de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario