Centenares de miles de venezolanos hicieron la última marcha junto al líder de la Revolución Bolivariana. Según los ancianos, nunca en la historia de este país hubo una concentración de tal magnitud, afecto y amor por una persona
CARACAS.—- «¿Y Fidel?, ¡debe estar muy triste!», me comentó Deysi del Mar. Fue en la esquina del Hospital Militar, de donde saldría la caravana. Eran las nueve de la mañana. Miles de personas estaban en la avenida San Martín. Esperándolo.
«Fidel amaba a Chávez tanto como mi Comandante a él. Son almas gemelas», sentencia.
Deysi es una mujer fornida, coordinadora general del Frente de Mujeres Afrodescendientes de la organización Unión, Fuerza y Poder. Su lucha es larga, fue una de las víctimas del golpe de Estado del 11 de abril de 2002, cuando protestaba contra la asonada.
Una bala disparada con silenciador —cuenta—, le entró por el interior del muslo izquierdo y le salió por el glúteo. De casualidad, no tocó la femoral. «Hubiera muerto», piensa ahora.
«No lo lograron. Esta negra es dura. Entonces, nosotros, el pueblo, devolvimos a Chávez a donde le correspondía, porque Venezuela ya estaba despierta, y no íbamos a dejar que la esperanza se nos fuera de nuevo, 200 años después de la primera oportunidad: el sueño que fue Bolívar.
«Ahora, ya ves, pero esto es solo un episodio. Chávez vivirá hasta que la mar se seque, y sabes cuándo ocurrirá eso... Ahora tendremos que estar más unidos. El enemigo intentará debilitarnos, pero no podrá. Ahora es que esta vaina empieza...
«El pueblo está arrecho (bravo). Tú verás lo que sucederá hoy. ¿Ves a todo este mar de gente, “nuestra marea roja”? Pues bueno, espera a que lleguemos a Fuerte Tiuna.
«Me dices que estuviste en las elecciones, viste las marchas, las concentraciones, las movilizaciones en apoyo a Chávez; pues bien, hoy, lo que ocurrió en el verano se va a multiplicar. ¡Tremenda sorpresa que se van a llevar los majunches! (apelativo popular para los antichavistas, especialmente para los representantes de la oligarquía venezolana).
«¿Y Fidel?, ¡debe estar triste ese pana (amigo íntimo)! —repite. ¡Ese hombre sí sabe querer! ¿Y su hermano, Raúl?, ¡Ese también es un arrecho!, de los que nos hacen falta».
A los cubanos, Deysi los conoce bien. Al inicio de las misiones sociales, allá por 2004, dio albergue a cinco colaboradores de la misión deportiva.
«Yo le digo a mis compañeros que nosotros tenemos que seguir aprendiendo de ustedes. De esa isla, pequeña, pero que el imperialismo nunca ha podido, ni podrá, ponerla de rodillas. Por eso es que nosotros también decimos, “Fidel, Fidel, qué tiene Fidel, que el imperialismo no puede con él”.
«Tenemos que seguir, como ustedes, consolidando la unidad, la disciplina. Eso yo lo aprendí con los muchachos que llegaron a mi casa hace ya casi diez años; enseguida se organizaron y comenzaron a trabajar, con mucha disciplina y entrega.
«Unidad, disciplina, organización, le digo a mis compañeros. Esa es la guía que nos dejó mi Comandante. Esa será la estrategia que se nos ha planteado y cumplirán los dirigentes del país, con Nicolás Maduro al frente y, a su lado, Diosdado Cabello y el resto de la dirección política de la Revolución.
«Constituye la única manera, la garantía del triunfo, para enfrentar a esta oposición enfermiza que tenemos, que lo único que quiere es entregarle de nuevo el país a ese gran “hambreador” que es el imperialismo estadounidense».
Deisy, como los miles que la rodeaban, acompañaría el féretro de Chávez, cubierta con la bandera tricolor, durante los kilómetros que separan al Hospital Dr. Carlos Arvelo, en el centro de la ciudad, de la Academia Militar, en Fuerte Tiuna al sur.
Yo caminaría junto a ella. Lo hice por más de dos kilómetros. De repente, Deisy se me perdió. La caravana de adiós iba a ser lenta, muy lenta, y nada más te soltaba una mano, otra cualquiera te la asía.
«Vamos, camarada, no te detengas, porque nos vamos a quedar muy atrás, y yo quiero seguir junto a él», me dijo una adolescente como si yo fuera su padre. Entre empujones, también se me zafó. Nunca más la vi. Pero otra mano agarró la mía. Ya ni me volteé para mirar el nuevo rostro.
La marcha comenzó algo después de las 11 de la mañana. Solo en la avenida San Martín demoró casi una hora; luego se enrumbó por la esquina del teatro Junín, en el centro de Caracas, para avanzar por las avenidas Fuerzas Armadas, Nueva Granada, y de ahí rumbo al Paseo de los Próceres, en Fuerte Tiuna, hacia la capilla ardiente levantada en la Academia Militar, donde el pueblo iniciaría el tributo al líder de la Revolución Bolivariana.
No son tantos kilómetros, en realidad, pero la caravana avanzaba pasito a pasito; fueron cientos y cientos de miles de venezolanos y otras gentes de América y el mundo que se abalanzaban sobre la carroza para tocar la bandera que lo cubría, como madre.
Los que no lo lograban, tiraban flores, pañuelos rojos con los que se habían enjugado sus lágrimas; boinas, gorras tricolor con las ocho estrellas y la insignia del 4 de Febrero con la silueta de Chávez.
Vi a una muchacha, rubia como el oro, cortarse un mechón de su pelo, anudarlo, besarlo y lanzarlo sobre el coche fúnebre. Cayó casi justo en una imagen de Chávez en la cabeza de la carroza. Fue como si ella estuviera predestinada a besarlo por última vez, al menos con una parte de sí.
El atado de cabellos rubios de aquella joven, que tampoco nunca conoceré, cayó, desplazado por un ramo de rosas.
Fue un momento raro, de repente me vi pegado al carro pese al grupo de compañeros que lo rodeaban cuidadosamente. Nunca pensé que lo lograría. En realidad no lo quería hacer.
Ese era un privilegio que primero debían tener los venezolanos. Pero por azar me ocurrió. Entonces estuve a punto de pisar el mechón que lanzó la muchacha. Lo recogí.
Si tengo la oportunidad, lo depositaré en el lugar que le corresponde, entre las ofrendas de amor que los venezolanos depositarán donde Chávez esté. A él le pertenece. Es el novio de Venezuela.
Volví a ver a Daysi pasadas las 5:30 de la tarde, seis horas después. En el Paseo de los Próceres, cuando la caravana ya entraba a la Academia Militar.
Se veía menos cansada que en la mañana. Caminó seis horas, con su vieja herida de guerra «jodiendo» —me dice. Cuando la vi por primera vez, estaba ajada, como si hubiera llorado toda la noche. Y así fue. Ya cayendo la tarde, y pese al largo trayecto, se le veía hermosa, radiante.
Se lo comento. Me dice: «Es que no has visto esto. Nunca, nunca, nunca en la historia de este país hubo cosa así. Esto te da vida, esto te rejuvenece, te pone linda. Fue lo que te dije por la mañana, esta vaina ahora es que comienza» —una forma popular de decir que la lucha continúa.
«Sabes, me comenta antes de despedirse, una de las cosas que más me sorprendió fue el presidente boliviano Evo Morales. Lo viste, estuvo ahí, al lado de mi Comandante; triste pero sereno. ¡Qué hombre más grande! De ahí viene la fuerza de Nuestra América, de ese indio gigante, de nuestros ancestros negros, de los buenos españoles que lucharon junto al Libertador.
«Y Nicolás, lo viste. Ese muchacho está sufriendo mucho. Chávez para él era lo máximo. Por eso tenemos que apoyarlo. Es la orden de Chávez. Y a mi Comandante no se desobedece.
«Las elecciones que vienen serán de nuevo patriotas, y chavistas, porque ese va a hacer otro gran triunfo de Chávez. Mi Comandante ganará de nuevo. Eso te lo juro».
Saca un papel, apunta su número del celular.
«Llámame, cubano. Verás que lo que te dice esta negra es verdad hecha. Llámame. Nos vemos en abril, el día histórico de las nuevas elecciones que vendrán; en la noche, cuando de nuevo vamos a celebrar otra victoria de la Revolución Bolivariana. La definitiva, la final, la de para siempre. Porque Chávez dio la vida por ella. Él no se va, esto es solo un “por ahora”».
Repite la frase para recordar la que pronunció el líder revolucionario durante la rebelión cívico-militar del 4 de febrero de 1992, un fracaso militar pero una victoria política que luego cristalizaría con su victoria electoral el 6 de diciembre de 1998.
«Él luchó hasta el final, quizá si se hubiera retirado de la política activa en junio de 2011, y hubiera ahorrado energías, habría podido vivir muchos años más; pero no, él era un soldado. Rodilla en tierra por la patria. Así estuvo hasta el final. Y ahora nosotros vamos por ahí, rodilla en tierra, ¡carajo!, el sacrificio de Chávez no será en vano».
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