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jueves, 6 de septiembre de 2012

En una palabra: sionismo




Esta noche hemos vistiado en el Hospital de los Mártires de Al Aqusa a Safia Awad Abu Mughaseb, una campesina de 42 años perteneciente a la comunidad beduina de gaza, uno de los colectivos más pobres en una sociedad en la que estos abundan. Junto con su hermana y otros siete compañeros, Safia se encontraba ayer por la mañana trabajando como jornalera en unas tierras a 500 metros de la frontera con los Territorios Ocupados, en la zona de Wady Al Salga, en el área de Abu El Ajeen, al este de la ciudad de Deir al Balah. Alrededor de las 7:30 horas, tres tanques y cuatro jeeps del ejército sionista dispararon de forma reiterada hacia donde se encontraba el grupo recolectando un vegetal llamado ‘bamia’, muy parecido al calabacín.
Ante lo peligroso de la situación, decidieron marcharse antes de que fuera demasiado tarde, pero no tuvieron tiempo. Safia sintió que “algo” había entrado en su cuerpo. Fue sacada del lugar por sus compañeros, hasta que encontraron una ambulancia que la trasladó al centro sanitario.
Cuando nos ha relatado los hechos en la habitación del hospital, Safia no sabía que le había provocado las heridas. Tan sólo era consciente de que había escuchado “disparos y bombas”, pero no sabía qué herramientas de la muerte israelíes eran las que la habían herido en las piernas –tres impactos-, en la espalda y en el brazo izquierdo.
Posteriormente, una enfermera nos explicó que la herida del brazo había sido originada por una bala que entró y salió de la extremidad y que los impactos en las piernas habían sido causados por un proyectil disparado desde un tanque.
El Comité Internacional de la Cruz Roja se puso en contacto con las fuerzas de ocupación para pedirles explicaciones sobre los motivos de la agresión. La absurda respuesta de la entidad sionista fue que tanto Safia como su hermana llevaban los rostros cubiertos y por tanto los militares israelíes consideraron que eran terroristas. Una excusa estúpida que no se sostiene lo más mínimo. Todo el mundo sabe que muchas mujeres palestinas se cubren el rosto debido a sus creencias religiosas o a la influencia cultural recibida. En el caso de las mujeres de la comunidad beduina esa costumbre está más extendida aún y el hijab negro que usan para trabajar en el campo les oculta la cara por completo.
Estas visitas nos provocan una tremenda indignación e impotencia. Sabemos que no hay victoria posible en ninguna de estas batallas. La entidad sionista es todopoderosa gracias a su gran arsenal militar, facilitado por ‘las grandes democracias occidentales’; a su gran poderío económico, capaz de alterar la voluntades de los grandes adalides de la “democracia, los derechos humanos y la independencia de los medios de comunicación”; y al indecente y sistemático apoyo de las instituciones internacionales, las mismas que deberían ser las garantes de los derechos más básicos de los pueblos. De algún modo, estas instituciones son como esos perros que solo ladran a quienes van mal vestidos. Los trajes que usa la entidad sionista le permiten llevar a cabo sus crímenes sin tener que escuchar ningún molesto ladrido de estos perros.
Nuestro trabajo debe ir encaminado a conseguir que estos crímenes no queden en el silencio; que los pueblos conozcan el lento genocidio al que está siendo sometido el pueblo palestino por parte del régimen sionista israelí, digno heredero del régimen nazi. Nuestros gobiernos y sus medios de comunicación ‘independientes’ trabajan siempre a favor del poderoso, silenciando el sistema de terror elaborado por sus aliados en el medio Oriente. Debemos trabajar de forma incansable para que esto se sepa. No se trata de un derecho a la legítima defensa. Esto es asesinato, secuestro, robo, terrorismo… En una palabra: sionismo.
Manu Pineda es activista de la organización malagueña Asociación Unadikum.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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