Cinconegriando
Roque Dalton
a 37 años de su
eternidad
1975- 10 de mayo-
2012
ALGUNOS RECUERDOS SOBRE EL COMPAÑERO
ROQUE DALTON
Por Salvador Cayetano Carpio, Comandante Marcial
Resulta una
labor bastante compleja elaborar recuerdos sobre nuestro inolvidable compañero
Roque Dalton García, dado lo multifacético de sus actividades y de sus
cualidades y la forma propia, rica, expansiva, en que el compañero Roque Dalton
sabía exponer al mundo las ideas progresistas y revolucionarias que había en su
cerebro, y que fueron el motor de su práctica revolucionaria.
Corrían los
primeros años posteriores al triunfo de la Revolución Cubana. Las juventudes
progresistas se habían radicalizado bajo el influjo de aquella tormenta
revolucionaria que recorría toda Latinoamérica, inspirada en la gloriosa gesta
del pueblo cubano; al mismo tiempo, en El Salvador, dentro de las condiciones
creadas por una tiranía militar que ya llevaba más de 30 años, bullía la
juventud en deseos de participar, con nuevas formas de lucha, en la liberación,
junto con los demás sectores del pueblo. En ese hervor revolucionario, conocí a
Roque.
En esos días,
Roque Dalton y otros jóvenes entregados a la causa de su pueblo, estaban
organizando una organización que se llamó “Juventud 5 de Noviembre”, que era
-podríamos decir- la pionera de las organizaciones juveniles que posteriormente
fueron desarrollándose en los siguientes años. Eran los primeros meses de la
administración del gobierno cívico-militar encabezado por Julio Adalberto
Rivera, que había derrocado mediante un golpe de estado a la Junta Democrática
que tuvo presencia en el país nada más durante unos tres meses: de octubre de
1960 a enero de 1961.
Roque trabaja
asiduamente desde posiciones clandestinas, tratando de organizar a los jóvenes
en la lucha contra la tiranía. Su juventud, su vivacidad, su alegría,
contagiaban. Naturalmente que en esos tiempos todavía no existía una práctica
colectiva muy depurada; así y todo la organización tuvo expresiones bastante
influyentes entre la juventud estudiantil, principalmente en acciones de calle,
con publicaciones, con agitación, pero dentro de aquella característica
juvenil, un poco liberal, con ideas de convertirse en una organización abierta
de masas y a veces, con pocas medidas de precaución, dado el ambiente en que se
movía, lo que daba bastante flanco para que el enemigo pudiera golpear.
Sin embargo, ese
espíritu de cierto liberalismo juvenil, propio de aquella tanda juvenil, en la
que había varios poetas, escritores, que le daban cierto sabor al trabajo
organizativo, no impedía que ese esfuerzo significara, por un lado, un riesgo
consciente, un compromiso consciente, de Roque y de otros compañeros, hacia los
intereses fundamentales de su pueblo; un riesgo de sus vidas y de su seguridad
en la lucha por organizar a la juventud. Significaba al mismo tiempo internarse
cada vez más en la problemática política, en la lucha política cada vez más a
fondo contra la tiranía militar y por la liberación definitiva del pueblo
salvadoreño.
La organización
no duró mucho tiempo y fue sustituida después por otras organizaciones
juveniles; pero el sello de audacia, de entrega, de apasionamiento en la lucha
por la libertades públicas, por los presos políticos, por los derechos de la
juventud salvadoreña, quedaron impresos en esos primeros años; y significaron
la continuación hacia los escalones superiores de la incorporación de las
grandes masas de la juventud avanzada a la posterior integralidad de la lucha
político-militar.
El recuerdo que
dejaba Roque en cada persona que lo conocía, en sus mismos compañeros de
trabajo revolucionario, era realmente inolvidable, porque su personalidad
pegaba –por decirlo de alguna manera-, influía, impactaba en su ambiente.
Alrededor de él había mucha risa, mucho chiste, mucho entusiasmo juvenil,
dentro de un intenso trabajo, de un dinámico trabajo democrático y
revolucionario. Es decir, que Roque se venía a convertir en centro y dinamo del
medio que le correspondía motivar y no lo hacía con los métodos del que viene
de otro medio, sino con la propia naturalidad del medio juvenil, estudiantil;
que a su vez generaba mayor y mejor ambiente para el trabajo en las condiciones
tan difíciles, cuando a cada paso que daba era celosamente vigilado por la
policía y cuando cada cuadra que caminaba estaba erizada de peligros de ser
capturado, de ser torturado y de ser asesinado por el régimen opresivo.
En esas
condiciones, hacer el trabajo con aquella alegría resultaba un ejemplo,
resultaba prodigioso, ya que los revolucionarios, sobre todo entre la clase
obrera, hacíamos ese trabajo riesgoso también, luchando por el ascenso
combativo de los trabajadores, pero con un sello distinto, propiamente con
mucha circunspección, con optimismo y entusiasmo también, con alegría, dentro
de nuestros colectivos, pero con mucha gravedad –incluso en el rostro- cuando
nos manejábamos frente a los peligros.
Roque era
distinto. Saltaba de un peligro a otro como se salta una charca, de una piedra
a otra pero con naturalidad, como si no sintiera que había peligro, y ahí era
precisamente donde nosotros sentíamos cierta opresión en el trabajo. Yo
personalmente recuerdo haberlo aconsejado varias veces, que era necesario
seguir las normas de clandestinidad más seriamente, mostrar incluso mayor
reflexión en la planificación del trabajo para poder burlar mejor al enemigo.
El compañero Roque, autocríticamente, reconocía que algunas normas de
clandestinidad no las seguía todo lo estrictamente que se debía; sin embargó,
el fluir natural de su trabajo lo conducía siempre a saltear y sortear esos
peligrosos con su propia modalidad.
Durante varios
años Roque fue en la Universidad, digamos, el alma de la lucha combativa de los
estudiantes, pero con un sello especial: era reconocido por la elaboración de
las publicaciones picantes en contra del régimen, buscaba las formas de
ridiculizar a fondo, de desenmascararlo, desacreditarlo, denunciar sus crímenes
y sus intenciones políticas, su entrega desvergonzada al imperialismo
norteamericano. Y lo hacía en escritos serios y profundos, pero al mismo
tiempo, para él era una cosa natural criticarlo con la sátira, con la frase
mordaz, con la frase hiriente, con la burla. Jamás a Roque el régimen títere le
perdonó el ridículo en que lo ponía ante el pueblo.
Todo el pueblo
esperaba el periódico “La Jodarria”, del que Roque, durante varios años fue el
natural director. En “La Jodarria” se
exhibía toda la podredumbre y la maldad del régimen, en un lenguaje saturado
–podríamos decir- del desahogo popular, pero del desahogo más ‘mal educado’, con
las palabras más picantes, más duras que tiene el vocabulario salvadoreño, el
vocabulario guanaco.
Con esa sátira
hiriente que hacía desternillarse de risa a los millones de gente humilde de mi
pueblo, cuando ella ridiculizaba a los endiosados y poderosos, a los
sanguinarios gobernantes como Osorio, como Lemus, como Adalberto Rivera y los
siguientes, “La Jodarria” y el Desfile Bufo eran, precisamente, donde se
mostraba toda la agudeza poética pero mordaz, de Roque.
Después de
Roque, este estilo original, lacerante para los explotadores, hiriente pero con
gracia, como un fino estilete que no caía en lo chocarrero, no volvió a
aparecer “La Jodarria” con esa genialidad. Pero esto era coyuntural. El trabajo
de Roque era más serio. En 1964 fue capturado, después se fugó de una cárcel de
Cojutepeque, un calabozo inmundo en donde a mí me tocó estar algunos años antes.
Roque logró fugarse de ese antro y después tuvo que salir fuera del país por
medidas de precaución.
Durante esos
años de permanencia del compañero en el país, ya había yo conocido a su
compañera y a los niños. Recuerdo que éstos jugueteaban casi siempre cuando
teníamos alguna reunión y no nos dejaban quietos durante un rato, mientras los
tolerábamos dentro del local de reuniones. Todos decíamos que se parecían tanto
a Roque que eran como retratos chiquitos de él; muchachos traviesos, juguetones
y ya entonces los veíamos nosotros como otros Roques con su carácter vivaz,
despidiendo alegría por todos los poros.
Roque hacía
trabajos muy célebres en el terreno político y sabía hacer ese trabajo con la
sonrisa en los labios, con el entusiasmo y el fuego, dentro de la juventud.
Tenía fama de que cuando se le criticaba en las reuniones del partido, por su
poco apego a las normas de clandestinidad, era muy profundo en la autocrítica,
muy fácil para autocriticarse, pero muy difícil de cambiar en cuanto a esas
cosas. Fue esta –repito- una de sus características durante ese tiempo dentro
de la clandestinidad; porque su espíritu, su estilo, era tan expansivo que se
sentía aprisionado en normas y reglas que encogían y limitaban su personalidad.
Hay que tomar en
cuenta su desbordante producción literaria en todos esos años. A saber cómo
tendría tiempo para elaborar, también con la misma forma natural y fluida, tánta
producción. Como poeta, en esos años, se destacaba por la cualidad de que hacía
versos como quien respira el aire, con la forma natural de su propia vitalidad:
hacía versos como quien platica, y fluía a torrentes en la mente, la vena
literaria. En ese sentido, Roque no era un poeta forzado ni mucho menos, Roque
era la poesía. No es que sintiera la poesía en su pecho, sino que él mismo era
poesía. Tomaba el lápiz y el poema le salía como quien se toma un vaso de agua.
Se sentaba un rato y ya estaba otro poema y así, su vida era entre poemas, sin
que por eso su trabajo fuera menos dinámico, sin que por eso disminuyera su
entusiasmo revolucionario. Por eso es tan natural la poesía de Roque, aunque en
los primeros años en que yo lo conocí, su poesía era un poco difícil de
entender para los obreros. Sin embargo, su estilo fluido, su sátira, su
mordacidad, su belleza de expresión, su espontaneidad, prendían y cada vez
prendieron más en las masas del pueblo.
Después dejé de ver
a Roque varios años, hasta encontrarlo en Checoslovaquia, cuando estaba como
representante del Partido Comunista en la revista Internacional. En Praga
tuvimos largas conversaciones; fue en el año 1965 y se notaba que su
pensamiento se iba ampliando, sus inquietudes iban creciendo en torno a una
nueva problemática, se iban concentrando en lo que a él le parecía una
limitación, y era que ya sentía las trabas en las líneas del partido comunista,
ya que a esas alturas, comenzaba a confrontar experiencias, porque estaba en un
medio en el cual le era muy fácil percibir los aires de todas las revoluciones
de liberación nacional que se estaban dando en el orbe, de todos los fenómenos,
de las debilidades de los movimientos, de la pasividad de muchos movimientos
latinoamericanos, de las profundas debilidades en algunos países socialistas en
cuanto a las deformaciones de los métodos de dirección, que daban como
resultado deformaciones también en la construcción del socialismo y que daban
como resultado fenómenos no deseables como los de la misma Checoslovaquia, o
como los de Hungría. Podía percibir también la polémica internacional promovida
por el extremismo izquierdista –el grupo de Mao Tse Tung-, las tempestades en
Europa. Al ver a América Latina, se sentía insatisfecho de determinado tipo de
línea no integral que impulsaban algunos partidos comunistas de Sudamérica y
Centroamérica, porque daba la sensación de “vejez” de la línea, de cierto
dogmatismo, de cierto entrabamiento, que ya comenzaba él a sentir que era
necesario superar, romper, para poder dar a las masas cauces que hicieran
posible generar su propia actitud creadora hacia su liberación, dirigidos por
una vanguardia marxista-leninista que tuviera una orientación integral en
cuanto a la combinación de los medios de lucha.
Al hablar con
él, yo sentía su sufrimiento interno en ese sentido, aun cuando todavía no
encontraba fórmulas exactas de expresarlo; pero él franco conmigo –hay que
tomar en cuenta que yo ya tenía algunos años de ser secretario general del PCS-
y entonces él, con toda franqueza me expresaba esa misma inquietud, que a mí
también, desde hacía varios años, me hacía tener una lucha ideológica interna,
por hacer que nuestra línea saliera de los moldes dogmáticos y se convirtiera
en una línea creadora. Sin embargo, como guardando el respeto hacia las
responsabilidades que me incumbían, me mostraba sus trabajos, sus esbozos
políticos, pero con mucho respeto, pensando él que tal vez podría no ser de mi
agrado su audacia, su visión en ese sentido.
Roque ya en esos
años de 1965-1967 tenía casi la certeza de que era posible y necesario
implementar medios de lucha armada, junto a los otros medios de lucha que tiene
la clase obrera y el pueblo. Sin embargo, ciñéndose a cierta disciplina,
continuaba ocultando, hasta cierto punto, la ebullición de sus ideas sobre la
línea político-militar, hacia una concepción integral.
Eso fue evidente
cuando en el año 69 conversamos en La Habana. Ya él prácticamente se había
divorciado de la línea del partido, para romper con un esquema que él
consideraba unilateral de lucha, y se estaba preparando mental y físicamente
para jornadas de lucha revolucionaria más integrales en nuestro país. Ya
entonces sí había dado un salto en su práctica y en su pensamiento. Bullían sus
ideas por los caminos –a veces- de la fantasía revolucionaria de Debray, pero
al mismo tiempo trataba de ser crítico de algunas ideas que le parecían
demasiado exageradas, desviadas –podríamos decir- de Debray, sobre el foco
guerrillero.
Esa escuela de
experiencias revolucionarias, no bien digeridas pero expuestas con brillantez
por Debray y por muchos otros, sentí que le atraía enormemente. Encontré un
Roque no ya tan pensativo, tan angustiado en la búsqueda de caminos, como lo
había visto en Checoslovaquia, donde su eterna sonrisa casi se había opacado
frente a esos problemas. Se podía decir –si eso fuera posible- que lo veía
rejuvenecido. Nuevamente había encontrado el camino, ahora sí él creía que la
lucha armada era la forma que, combinada con las demás formas de lucha, iba a
impulsar la revolución en nuestro país.
En esa época
cuando él conversaba conmigo sobre esto, estaba conversando también con otra
persona: yo ya estaba convencido, y en el trajín de la lucha armada había ido
encontrando mayor afinación teórica que antes, en cuanto a la combinación de
los medios de lucha. Había pasado ya meses de intensos fuegos de la lucha de
masas, de las huelgas obreras, de la huelga de hambre de 1967, de las huelgas
de ANDES, de la autodefensa de las masas por defender sus huelgas y sus
manifestaciones. Entonces yo estaba claro también para muchos salvadoreños que
no había más salida para nuestro pueblo que la combinación justa de los medios
de lucha, tomando la lucha armada como la fundamental para hacer avanzar el
proceso revolucionario de la guerra popular prolongada hasta las etapas
superiores de la guerra popular.
Roque a esas
alturas era también un convencido de eso, y hablábamos en un lenguaje parecido,
aunque no el mismo, ya que también a esas alturas en mi caso, estaba claro que
las tesis de Debray, que habían comenzado a sufrir reveses serios en distintas
partes de Latinoamérica, eran una no correcta exposición de las experiencias de
la revolución en Latinoamérica.
Después de esas
últimas entrevistas con el compañero, comprendía que Roque estaba ya plenamente
hermanado con la necesidad de la lucha armada revolucionaria de nuestro país, e
incluso estaba dispuesto a iniciarla –en caso de que no se llevara a cabo en el
país- dando su esfuerzo y su sangre para la revolución en Guatemala.
Después de eso,
quedaba claro para mí la imagen de un Roque nuevo: un Roque superado en cuanto
a sus puntos de vista, en el sentido en que, a través de varios años de
búsqueda, había logrado encontrar, por fin, las proporciones y el camino justo
de la liberación de nuestros pueblos.
Tuve, en los
primeros años de la formación de las FPL, aproximadamente en el año 1972, la
noticia de que él deseaba regresar a El Salvador clandestinamente para ingresar
al movimiento revolucionario político-militar. Sin embargo, no fue por el lado
de nuestra organización por donde se canalizaron más ágilmente esas
inquietudes.
A principios de
1975 tuve el conocimiento y la oportunidad de volver a darle un fraternal abrazo, en una reunión
bilateral que tuvimos los dirigentes de las FPL con los dirigentes del ERP. Nos
presentaron a Roque para que expusiera la parte política del informe que el ERP
nos exponía en ese intercambio. Roque era, podríamos decir, como un cuadro de
apoyo de la dirección del ERP para los aspectos políticos.
Recuerdo que,
con muy poca prudencia de su parte, cuando me vio, en su gran sorpresa, cuando
se lanzó a mis brazos en un abrazo fraternal, me dijo frente a los compañeros
de su dirección: “¡Qué lástima, compañero, que no pude encontrar los canales
ágiles para estar con usted, porque yo quería estar a la par suya, en las FPL!”
Así era Roque. Yo consideraba aquello como poco reflexivo, porque, desde luego,
lo estaban presentando como miembro de otra organización. Sin embargo, él era
tan franco, tan expansivo, que no pudo dejar de exhalar esa frase.
Pocos meses
después, cuando se precipitaron los acontecimientos dentro de esa organización,
el compañero Roque murió en condiciones que todo el mundo ha sentido
profundamente.
Para mí, el
recuerdo del compañero Roque ha quedado como el de un revolucionario que nació
a la vida revolucionaria en sus tiernos años, dentro de sus inquietudes de un
intelectual que se iba forjando junto a su pueblo, de un hijo de su pueblo,
cristalino, natural, que dio mucho a su pueblo y a las letras y que estaba en
el camino de la lucha, sinceramente entregado a hacer avanzar la lucha
revolucionaria político militar donde él consideraba que era conveniente.
Lo recuerdo,
digo, como ese revolucionario que se va forjando hasta convertirse en un
revolucionario maduro. Su recuerdo, su trabajo, su optimismo, sus gestos, su
espíritu fraternal, son algo que no se pueden borrar en toda la vida.
30 de diciembre
de 1982.
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