El IV Reich no cesa de avanzar hacia Rusia |
Odessa por los partidarios del gobierno neonazi de Kiev, o el ametrallamiento de otras en el este del país por las tropas ucranianas, perderá todo el crédito que adquirió al responder al golpe de estado financiado por la U.E. y EE.UU. en Ucrania aceptando la petición de los ciudadanos de Crimea de integrarse en la Federación Rusa para protegerse del terror fascista que se está imponiendo hoy en la antigua república soviética.
Si lo hizo en Crimea, ¿por qué no en Odessa, Jarkov, etc...? Putin se encuentra en una encruzijada y millones de ciudadanos ucranianos, además de otros tantos en todo el mundo, esperan que haga algo para detener la maniobra diseñada en Washington y Bruselas y que ha impuesto a los herederos del genocida Stepan Bandera en el gobierno de Kiev.
El 9 de mayo está próximo, día en que celebramos la derrota del nazismo con la caída de Berlín gracias, principalmente, al pueblo soviético y al Ejército Rojo. Sería un momento extraordinario para que Moscú vuelva a dar otro golpe histórico contra la nueva emergencia del fascismo, no solo en Ucrania, sino en toda Europa.
Asistir con los brazos cruzados a las matanzas de ciudadanos rusos y comunistas que se están perpetrando en el este de Ucrania, como la de hoy en Odessa, donde más de 40 antifascistas han sido quemados vivos por partidarios del gobierno neonazi de Kiev, sería dar la razón a los que dicen que la unión de Crimea a Rusia ha sido solamente una maniobra de Putin para anexionar aquel territorio.
Abandonar a las regiones que no quieren volver a vivir la pesadilla que ya vivieron los ucranianos, entonces ciudadanos soviéticos, con la invasión nazi y, sobre todo, la crueldad de los banderistas ucranianos, sería reconocer algo que está más que claro, que Rusia es, como la U.E. y EE.UU., un país capitalista y, por lo tanto, igual de bárbaro e inhumano, sino que es también, en el conflicto interimperialista en ciernes, más débil e incapaz de responder a las salvajes agresiones de Occidente contra los que, desde Comrat en Gagauzia, Tiraspol, en Transnistria, hasta Sujumi, en Abjasia, la ven como la única capaz (como hiciera la Unión Soviética en 1945 con el III, y aunque entonces si que fuera para defender la libertad de los trabajadores de todo el mundo) de detener la eúforia criminal del IV Reich.
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