Nacido en 1464 en Texcoco, ciudad capital del reino
y señorío de Acolhuacan, en Nezahualpilli, hijo y sucesor de Nezahualcóyotl, se
daban cita grandes cualidades de pensador, de sabio y de poeta y un exquisito
don de gentes que durante toda su vida habrían de granjearle la amistad, la
simpatía y la adhesión permanentes no sólo de sus súbditos sino de todos los
reyes y señores que tenían la fortuna de tratar con él y aún las de los príncipes
y señores de comarcas lejanas que acudían a Texcoco a solicitar su guía y sus
consejos.
Entre todos los príncipes que gobernaron a Texcoco,
la metrópoli que en el siglo XV fue la gestora del gran resurgimiento de la
antigua cultura tolteca, sólo Nezahualpilli habría de alcanzar las más altas
cimas de grandeza y habría de situar su nombre justo al lado del de su padre y
antecesor Nezahualcóyotl. Dicho de otra manera, que frente a Nezahualpilli,
sólo su padre y antecesor Acolmitzli Nezahualcóyotl habría de alcanzar más fama
y gloria.
Legendarias fueron desde un principio las
circunstancias del nacimiento así como las de la muerte de este príncipe. Desde
su nacimiento cobró fama de hombre encantado y se dice de él que estando en su
cuna sus amas lo veían en diferentes figuras de animales, unas veces en forma
de león, en otras, en la forma de un águila en vuelo. Cuando sintió cercana la
hora de su muerte se refugió en el sitio más alejado de su palacio de Tecpilpan
y allí se fue consumiendo su vida, cada vez más inaccesible y cada vez más
pensativo y distante. Su muerte se mantuvo en secreto y sus vasallos empezaron
a afirmar que Nezahualpilli no había muerto sino que se había ido a reinar a
las tierras del norte, de modo que la desaparición de su rey coincidía con el
momento justo en el que se había dispuesto que fuese a gobernarlos.
Envuelto en la leyenda y el mito, quedó así para la
posteridad el recuerdo del nacimiento y de la muerte de este príncipe a quien
la historia conocería más tarde como gobernante, sabio, poeta y orador,
arquitecto y astrónomo.
Nezahualpilli comenzó a gobernar en Texcoco a la
edad de 11 años y por designación directa de su padre y antecesor
Nezahualcóyotl. A la muerte de éste y siendo todavía muy niño gobernó con la
ayuda del noble Acapioltzin, quien lo aconsejó y lo guió en sus años de
juventud. Al frente del principado de Texcoco, Nezahualpilli -el humanista, el
poeta, el hombre que detestaba la guerra cuyos horrores cantará más tarde- tuvo
que participar en varias campañas militares de conquista emprendidas por sus
aliados, los aztecas, y siendo aún un joven capitán se distinguió en las
guerras que se libraron en contra de los totonacas y en la región de
Oaxaca, y en contra también de los señoríos de Huexotzinco, Atlixco y Tlaxcala.
Justicia, Mujeres y Poesía
Pero no sería en la guerra en donde Nezahualpilli
cosecharía sus mejores glorias. Hombre justiciero y noble promulgó una serie de
leyes, como lo había hecho su padre, a las cuales creyó de su deber someterse y
cumplirlas aún a costa de seres allegados a él por lazos de sangre o por los
lazos del amor y del afecto. Fue así como ocurrió en el caso que tuvo lugar
cuando fue necesario adelantar la búsqueda de una mujer para que fuera su
legítima esposa y señora de Texcoco. Para estos efectos Nezahualpilli había
hecho venir a princesas y a hijas de personajes nobles que fueron llegando a
Texcoco desde diversos lugares y desde los reinos vecinos. Finalmente, la
decisión del príncipe Nezahualpilli recayó sobre la princesa Chalchiuhnenetzin,
hija de Axacáyatl, rey y señor de México-Tenochtitlan.
Tan agraciada y hermosa era Chalchiuhnenetzin que
pronto llegó a ser la preferida de Nezahualpilli, pero aconteció también que
por dentro y por debajo de tanta belleza y hermosura se ocultaba un corazón
amante de cosas livianas y de placeres prohibidos, y fue así como comenzó
"a dar en mil flaquezas y fue a dar que cualquier mancebo galán y
gentilhombre acomodado a su gusto y afición, daba orden de aprovecharse de
ella, y habiendo cumplido su deseo, los hacía matar. Luego mandaba a hacer
figuras y estatuas de estos desgraciados amantes, a las cuales mandaba a
adornar con ricas vestimentas y con joyas de oro y pedrería y las mandaba a
poner en una sala a la ella asistía. Pronto fueron tantas las estatuas de los
que así mató que casi llegó a llenar toda la sala. Cuando el rey pasaba a
visitarla Chalchiuhnenetzin solía decirle que aquellas eran estatuas de sus
dioses.
Los crímenes y las liviandades de la princesa
fueron al fin descubiertos, y hechas las diligencia probatorias, Nezahualpilli,
dolorido y perturbado, tuvo que aplicar justicia. Así, y pesar de que la
princesa Chalchiuhnenetzin era hija de Axacáyatl, señor de
México-Tenochtitlan, tuvo que pagar con su vida sus crímenes, sus liviandades y
su infidelidad al rey.
No pararon aquí los pesares ni los percances
amatorios del joven rey. Porque años después y habiendo ya contraído matrimonio
habrían de sobrevenirle otros percances y complicaciones que pondrían a
prueba su celo por la justicia, su interés por la mujeres, lo mismo que su amor
por la Poesía.
Entre las varias concubinas que tuvo Nezahualpilli
sobresalía una a quien se le conocía con el sobrenombre de "la señora de
Tula", y quien literalmente le había robado el corazón al joven rey. A
esta señora se le llamaba "la señora de Tula" no por su origen noble,
pues era hija de un mercader, sino porque era tanta su sabiduría que llegaba a
competir con el rey y con los más sabios de su reino, y era no sólo versada en
la Poesía sino aventaja practicante de este noble arte. Fue gracias a la Poesía
y a sus dones naturales como logró adueñarse de la voluntad del rey, hasta el
punto de que sus menores caprichos llegaron a ser órdenes para él.
Y fue precisamente de ella de quien vino a enamorarse
Huexotzincatzin, el hijo mayor de Nezahualpilli. Fue él, de quien se dice que
fue un buen poeta, quien compuso una sátira a "la señora de Tula" y
ésta, versada en Poesía, compuso también una respuesta. Y así, sátira va y
sátira viene, pasó a saberse todo y aponerse en tela de juicio. El asunto era
traición al rey y quien tal cosa hacía merecía la pena de muerte. Grave asunto
entre allegados, es verdad, y todos amantes de la Poesía, que se saldó con la
pena de muerte, dolorosa pero inflexiblemente aplicada a Huexotzincatzin.
Citemos, para cerrar este segmento de amores
contrariados en la vida de Nezahualpilli en el cual se entrecruzan en forma
constante Justicia, Amor y Poesía, el caso de una señora, esposa de un noble
principal llamado Teanatzin.
Se hallaba Nezahualpilli en uno de sus palacios en
donde se daba una fiesta, y en ella, entre los invitados, estaba el noble
Teanatzin. Para desgracia de todos, la esposa de éste tenía aficiones ocultas
por el rey poeta, aficiones que se dio maneras de comunicárselas al rey en el
curso de la fiesta. Y, fue así, como el señor de Texcoco se solazó con ella..
Hasta ahí todo iba bien, hasta cuando Nezahualpilli se enteró de que la señora
era casada. La señora de Teanatzin había cometido adulterio y había incitado al
rey a cometer también aquel crimen horrendo.
Se aplicó la justicia, que en aquellos casos
consistía en la muerte de la mujer, pero no paró allí el asunto porque,
contrario a todo lo que pudiera pensarse y gracias otra vez a la providencial
intervención de la Poesía, esta historia no sólo tuvo un segundo acto sino algo
que podría catalogarse como un final feliz. Algo que tiene mucho que ver con la
forma en que la Justicia, las Mujeres y la Poesía se entrecruzan en esta
historia y a todo lo largo y ancho de la vida de Nezahualpilli.
Teanatzin, que amaba a su mujer a pesar de la
afrenta que había recibido, cuando se enteró del desenlace llegó a afirmar que
si ya que el rey se había aprovechado de ella entonces por qué se la
había matado? Que más razón era que se la dejara con vida y no perder, como
perdía, a una mujer que tanto amaba. Nezahualpilli, ofendido al conocer esta
respuesta que le pareció que provenía de "poca estimación de la honra del
rey", puso en prisión a Teanatzin, y es aquí en donde interviene de nuevo
la Poesía para darle una salida y un mejor remate a este incidente porque
Teanatzin, también poeta, viéndose en tan larga y oscura prisión compuso un
canto en el que presentaba todos sus trabajos y tragedia. Luego, por
negociación que hizo con los músicos del rey, que eran sus amigos, se dieron
modos para cantarlo en unas fiestas que el rey daba en sus palacios.
Estaba tan bien compuesto el canto, relataba las
cosas con palabras tan vívidas y exactas que movieron el ánimo y la voluntad
del rey quien ordenó dejar en libertad a Teanatzin. En estos, como en muchos
otros casos, la vida de Nezahualpilli estuvo siempre ligada a la Poesía.
Señor de la Paz y de la Poesía, de la Escuela del
Canto y de las Flores, Nezahualpilli no pudo menos que atender las guerras de
conquistas emprendidas por sus aliados los aztecas. La vida era muy compleja en
su tiempo, y le tocó vivir circunstancias adversas y hasta contradictorias tal
como a su padre Nezahualcóyotl le había tocado vivirlas. Le tocó asumir con frecuencia
posturas que parecían que parecían opuestas. En materia de religión, por
ejemplo, le correspondió consagrar un templo que a instigación de los aztecas
se había comenzado a erigir en Texcoco para honrar a Huitzilopochtli, siendo
que en lo más profundo de su corazón y de su espíritu cultivaba las tradiciones
religiosas de origen tolteca y éstas ordenaban seguir y adorar a Tloque
Nahuaque, Dios Único, el No Visto, el Dador de la Vida, el Dueño del Cerca y
del Junto, el Intocable e Inasible, como el viento.
Nezahualpilli fue, por encima de todo, cultivador
en su corazón de la fe en Tloque Nahuaque, el Unico, el Dador de la Vida, el
Dueño del Cerca y del Junto, A Quien tendremos que volver cuando llegue el día
inevitable y cuando nos toque regresar a rendir cuentas a la Región del
Misterio, al País de los que no tienen Cuerpo.
Cantor de la Guerra
Poco, en realidad, fue lo que se salvó de la obra
de Nezahualpilli de la destrucción general que sobrevino con la llegada de los
españoles. Sin embargo, las crónicas y los antiguos cantares mejicanos ponderan
sus dotes de gobernante y de cuicapicqui, es decir, de forjador de poesía. Si
de Acolmitzli Nezahualcóyotl se tiene la certeza de que escribió cerca de
treinta composiciones, de Nezahualpilli sólo conocemos una elegía que compuso
para referirse a un hecho histórico como es el de la muerte de los príncipes
Macuilmalinatzin y Tlacahuepan durante la guerra de Huexotzinco.
De este canto, reflejo de la sabiduría del poeta
adorador de Tloque Nahuaque y que contemplaba los astros, sabemos que fue
conocido bajo el título de nenahualizcuícatl, es decir, como "canto que
declara traiciones y engaños", sobre todo cuando se refiere al engaño de
la guerra que trajo consigo la muerte de los príncipes aztecas, entrañables
amigos del poeta.
La tristeza del canto se hace evidente con una
visión deslumbrante de la guerra, el agua y el fuego, el florido licor que
embriaga en la región del humo, allí en donde el águila grita y el tigre incita
a la lucha. En este poema Nezahualpilli se erige como pintor extraordinario de
la guerra, pero no con la intención de hacer apología ni explicación de estas
luchas emprendidas por sus aliados aztecas. Para él la guerra es embriaguez.
Los guerreros exclaman "una y otra vez bebo el licor floreciente… ¡sea
distribuido entre ellos la flor del néctar precioso…!"
A lo largo del poema los que combaten reciben el
nombre de cuextecas, en alusión a un mito que relata la embriaguez casi crónica
de ese pueblo por razones del mandato de los dioses. La embriaguez desfigura
los rostros, la guerra también, y la guerra acaba con todo. La guerra es
destrucción irremediable de jades y de plumas, símbolos de todo lo bello.
"Embriagados por la muerte están los guerreros", son como cuextecas,
cegados por el licor florido, su oficio es matar y morir. En la guerra el
hombre se cubre de gloria, pero en ella también mueren los amigos. Los que eran
dueños de las flores tienen que marcharse a la región del misterio.
Ensangrentados, sus rostros se tornan amarillos y antes de ser llevados a la
pira, se les baña con el licor florido de la guerra. Estaban embriagados, y se
les embriagaba una vez más. El águila grita y el tigre gime. En medio de la
danza de la muerte, los amigos se van yendo a la región del misterio.
Nezahualpilli recuerda todo esto, y al recordarlo
llora. Con la imagen del fuego y del agua que es la guerra en su corazón, él
también se siente embriagado, invadido por el licor que engendra la muerte. En
la evocación de la guerra y del final de sus amigos Macuilmalinatzin y
Tlacahuepan el príncipe de Texcoco nos dejó un cuadro extraordinario de lo que
habría de ser el destino impostergable de los antiguos pueblos mejicanos, y nos
dejó también su condena de esas luchas que son destrucción de jades y de plumas
de quetzal y de rostros humanos.
Nezahualpilli, el poeta, el gobernante, el inventor
de cantos, el asiduo consultor de las estrellas, en donde impera la paz y vive
Tloque Nahuaque, en ese poema suyo nos ha legado un mensaje: su doliente
rechazo a la guerra y a toda formas de violencia que se utilizan como
instrumento para resolver los conflictos, mensaje que adquiere una mayor
dimensión si lo contextualizamos en el ambiente de guerra -guerra permanente,
guerra destino y guerra misión- en el que fue concebido y que todavía mantiene
su sentido, su racionalidad y su carácter perentorio para nosotros que aún no
hemos aprendido a vivir libres de la embriaguez que ha concebido el hombre para
avasallar a los pueblos, para la destrucción de libertades y culturas y para la
destrucción del hombre, del otro hombre, cuando piensa distinto.
Finalmente, demos paso al poeta para asistir con él
al espectáculo que implica el horror de la guerra y para asistir con él y
acompañarle en sus requisitorias en favor de la Justicia y en favor de la
Poesía y de la Paz.
CANTO DE NEZAHUALPILLI
(Así Vino a Perecer Huexotzinco)
Estoy embriagado,
está embriagado mi corazón:
Se yergue la aurora,
ya canta el ave zacuán
sobre el vallado de escudos,
sobre el vallado de dardos.
Alégrate tú, Tlacahuepan,
tú, nuestro vecino, cabeza rapada,
como cuexteca de cabeza rapada.
Embriagado con licor de aguas floridas,
allá en la orilla del agua de los pájaros,
cabeza rapada.
Los jades y las plumas de quetzal
con piedras han sido destruidos,
mis grandes señores,
los embriagados por la muerte,
allá en las sementeras acuáticas,
en la orilla del agua,
los mejicanos en la región de los magueyes.
El águila grita,
el jaguar da gemidos,
oh, tú, mi príncipe, Macuilmalinalli,
allí, en la región del humo,
en la tierra del color rojo
rectamente los mejicanos
hacen la guerra.
Yo estoy embriagado, yo cuexteca,
yo de florida cabellera rapada,
una y otra vez bebo el licor floreciente.
Que se distribuya el florido néctar precioso,
oh hijo mío,
tú, hombre joven y fuerte,
yo palidezco.
Por donde se extienden las aguas divinas,
allí están enardecidos,
Embriagados los mejicanos
con el florido licor de los dioses.
Al chichimeca yo ahora recuerdo,
por esto sólo me aflijo.
Por esto yo gimo, yo Nezahualpilli,
yo ahora lo recuerdo.
Sólo allá está,
donde abren sus corolas las flores de guerra
yo lo recuerdo y por eso ahora lloro.
Sobre los cascabeles Chailtzin,
en el interior de las aguas se espanta.
Ixtlilcuecháhuac con esto muestra arrogancia,
se adueña de las plumas de quetzal,
de las frías turquesas se adueña el cuextécatl.
Ante el rostro del agua, dentro de la guerra,
en el ardor del agua y el fuego,
sobre nosotros con furia se yergue
Ixtlilotoncochotzin,
por esto se muestra arrogante,
se apodera de los plumajes de quetzal,
de las frías turquesas se adueña.
Anda volando el ave de plumas finas,
Tlacahuepatzin, mi poseedor de las flores,
como si fueran conejos los persigue el joven
fuerte,
el cuexteca en la región de los magueyes.
En el interior del agua cantan,
dan voces las flores divinas.
Se embriagan, dan gritos,
los príncipes que parecen aves preciosas,
los cuextecas en la región de los magueyes.
Nuestros padres se han embriagado,
embriaguez de la fuerza.
¡Comience la danza!
A su casa se han ido los dueños de las flores
ajadas,
los poseedores de los escudos de plumas,
los que guardan las alturas,
los que hacen prisioneros vivientes,
ya danzan.
Arruinados se van los dueños de las flores ajadas,
los poseedores de los escudos de plumas.
Ensangrentado va mi príncipe,
Amarillo señor nuestro de los cuextecas,
el ataviado con faldellín color de zapote,
Tlacahuepan se cubre de gloria,
en la región misteriosa donde de algún modo se
existe.
Con la flor del licor de la guerra
se ha embriagado mi príncipe,
Amarillo señor nuestro de los cuextecas.
Matlaccuiatzin se baña con el licor florido de
guerra,
juntos se van a donde de algún modo se existe.
Haz ya resonar
La trompeta de los tigres,
el águila está dando gritos
sobre mi piedra donde se hace el combate,
por encima de los señores.
Ya se van los ancianos,
los cuextecas están embriagados
con el licor florido de los escudos,
se hace el baile de Atlixco.
Haz resonar tu tambor de turquesas,
maguey embriagado con agua florida,
tu collar de flores,
tu penacho de plumas de garza,
tú el del cuerpo pintado.
Ya lo oyen, ya acompañan
las aves de cabeza florida,
al joven fuerte,
al dueños de los escudos de tigre que ha regresado.
Mi corazón está triste,
soy el joven Nezahualpilli.
Busco a mis capitanes,
se ha ido el señor,
quetzal floreciente,
se ha ido el joven y fuerte guerrero,
el azul del cielo es sus casa.
¿Acaso vienen Tlatohuetzin y Acapipíyol
a beber el florido licor
aquí donde lloro?
Nezahualpilli, señor y príncipe de Texcoco, reinó
durante cuarenta y cuatro años, al cabo de los cuales murió de pena por ciertas
pesadumbres que tuvo, especialmente por la gran soberbia de Motecuhzoma, su
primo y a quien había ayudado a entronizar, que había utilizado contra él
ciertas deslealtades y traiciones. Murió Nezahualpilli en 1515,
a la edad de cincuenta y un años, muy pocos en
realidad comparados con los que habían vivido sus pasados. Desde entonces el
aura de leyenda que lo había acompañado durante toda su vida no hizo más que
aumentar: algunos lo habían visto partir para los lejanos reinos del Norte
desde donde hacía mucho tiempo había sido invitado a gobernar. Otros lo vieron
entrar en una cueva, y parecía flotar, parecía ir como encantado, en una cueva
en cuyas afueras lo esperan todavía.
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