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MODESTO EMILIO GUERRERO / MIRADAS AL SUR / KAOSENLARED.NET –
América latina amaneció esta semana con la noticia de que Estados Unidos
había retirado 2,5 millones de dólares al gobierno de Ecuador, de un total de 30 millones previstos para cinco años, de lo que denomina “ayuda exterior”. Ecuador le respondió de la única manera merecida: métanselo por donde mejor les quepa.
Aunque una frase de ese calibre sólo es imaginable en el verbo irreverente del intempestivo Hugo Chávez, para los efectos, es lo mismo, aun en la modosa formalidad andina del presidente Rafael Correa, quien prefirió ofrecerle a Estados Unidos la misma cantidad, pero para que firmen el Protocolo de Kioto.
“El gobierno ecuatoriano se compromete a dar una cooperación a los EE.UU. de $ 2,5 millones si es que ratifican el Protocolo de Kyoto. Kioto por Copenhague, con los dos millones pueden hacer lo que quieran.”
El concepto “ayuda exterior” se convirtió en una institución oficiosa de la diplomacia mundial desde 1951, cuando las recién creadas Naciones Unidas comprendieron que podía servir para dos o tres cosas. Prever y contener conflictos sociales, corromper gobiernos débiles o sumisos para obligarlos a sujetarse a multinacionales y organismos financieros, y presionar cambios en las conductas políticas de líderes, regímenes y Estados, respecto de las potencias que ofrecen la fulana ayuda. Cumple la misma función que el Ciadi o el FMI, pero con máscara de altruismo.
La lógica imperialista de esa ayuda explica por qué una masa gigante de capital superior a los 70 mil millones de dólares recibidos en cuatro décadas por decenas de países pobres, no haya servido para el “desarrollo”, sino para lo contrario: el sometimiento nacional.
No cuesta mucho comprender que 2,5 millones de dólares es una miseria en términos de capacidad financiera para un Estado, pero para un pequeño país como Ecuador, aun siendo petrolero, esa suma le puede servir para mitigar algunos gastos sociales.
La presión mayor no es financiera, sino política. El asunto no son los 2,5 millones, sino la condición que contienen esos dólares.
Ecuador no aceptó someterse a la orden imperial. Ni en la trampa del Acuerdo de Copenhague, ni ante Londres por Julian Assange, o por Snowden al que ofreció asilo, ni frente el Comando Sur, al que le devolvió la base militar que tenía en Manta, o por las presiones para que Ecuador se aleje del ALBA y se integre, como lo hizo Ollanta Humala, a la Alianza del Pacífico. La misma conducta tuvo con el Ciadi, del que se retiró, o contra la Chevron cuando la denunció y demandó.
Entonces la castigan. 2,5 millones en realidad es una palmadita de advertencia a ver si cambia de conducta. Casi 80 países tampoco firmaron y no fueron castigados. El problema no es la ayuda, es que el gobierno de Ecuador es independiente.
Un castigo similar aplicaron a los países de la ONU que aprobaron la admisión de Palestina en ese organismo en 2010, y a Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, en 2011, cuando el republicano Connie Mack argumentó en la Cámara de Representantes que se les retiraran 50 millones de dólares destinados a “ayuda exterior”, porque “estos países claramente se han alineado para ir en contra de los ideales de libertad, seguridad y prosperidad”, sostenidos por EE.UU.
El mismo carácter imperial del castigo a Ecuador por independiente convirtió en premio la ayuda externa recibida por la dictadura de Mubarak en Egipto, cuando Washington le condonó 7 mil millones de dólares de deuda por haberse colocado a su lado en la Guerra del Golfo contra Irak.
Uno de los casos más escandalosos de uso extorsivo de la “ayuda exterior” a favor de la economía imperialista lo ejerció Inglaterra en 1986, cuando forzó a India a recibir 21 helicópteros buscadores de petróleo de la compañía Westland, como parte de su “ayuda externa”. Londres salvó a la compañía de la quiebra. Poco después la India tuvo que revenderlos a otra empresa británica como chatarra.
Israel, considerado uno de los 25 países más poderosos del planeta, recibe la mayor proporción de ayuda por habitante, sólo por mantenerse como pieza geopolítica de EE.UU. en Medio Oriente.
Desde mediados de la década de los ’80, el impulso neoliberal privatizó la “ayuda externa”.
La especialista española Patricia Estévez calcula que por cada dólar de “ayuda exterior”, los bancos se quedan otros tres en pagos de intereses de la deuda externa del Tercer Mundo. Según el informe ActionAid International, sólo el 40% contiene en algo la pobreza, el resto se aplica a privatizaciones y liberalización comercial. Esas son las condiciones.
Ecuador es apenas un caso más de extorsión imperial, que podría ser contrarrestada desde el Banco del Sur o el Banco del ALBA, o los dos juntos. De hecho, PetroCaribe, el banco del ALBA, la Misión Milagros y la ayuda especial a Haití, promovidas por el gobierno bolivariano, beneficiaron a muchos países desde 2005, incluso del Medio Oriente como Palestina, con alrededor de 12 mil millones de dólares de cooperación o canje, sin una sola condición de dominación.
Aunque una frase de ese calibre sólo es imaginable en el verbo irreverente del intempestivo Hugo Chávez, para los efectos, es lo mismo, aun en la modosa formalidad andina del presidente Rafael Correa, quien prefirió ofrecerle a Estados Unidos la misma cantidad, pero para que firmen el Protocolo de Kioto.
“El gobierno ecuatoriano se compromete a dar una cooperación a los EE.UU. de $ 2,5 millones si es que ratifican el Protocolo de Kyoto. Kioto por Copenhague, con los dos millones pueden hacer lo que quieran.”
El concepto “ayuda exterior” se convirtió en una institución oficiosa de la diplomacia mundial desde 1951, cuando las recién creadas Naciones Unidas comprendieron que podía servir para dos o tres cosas. Prever y contener conflictos sociales, corromper gobiernos débiles o sumisos para obligarlos a sujetarse a multinacionales y organismos financieros, y presionar cambios en las conductas políticas de líderes, regímenes y Estados, respecto de las potencias que ofrecen la fulana ayuda. Cumple la misma función que el Ciadi o el FMI, pero con máscara de altruismo.
La lógica imperialista de esa ayuda explica por qué una masa gigante de capital superior a los 70 mil millones de dólares recibidos en cuatro décadas por decenas de países pobres, no haya servido para el “desarrollo”, sino para lo contrario: el sometimiento nacional.
No cuesta mucho comprender que 2,5 millones de dólares es una miseria en términos de capacidad financiera para un Estado, pero para un pequeño país como Ecuador, aun siendo petrolero, esa suma le puede servir para mitigar algunos gastos sociales.
La presión mayor no es financiera, sino política. El asunto no son los 2,5 millones, sino la condición que contienen esos dólares.
Ecuador no aceptó someterse a la orden imperial. Ni en la trampa del Acuerdo de Copenhague, ni ante Londres por Julian Assange, o por Snowden al que ofreció asilo, ni frente el Comando Sur, al que le devolvió la base militar que tenía en Manta, o por las presiones para que Ecuador se aleje del ALBA y se integre, como lo hizo Ollanta Humala, a la Alianza del Pacífico. La misma conducta tuvo con el Ciadi, del que se retiró, o contra la Chevron cuando la denunció y demandó.
Entonces la castigan. 2,5 millones en realidad es una palmadita de advertencia a ver si cambia de conducta. Casi 80 países tampoco firmaron y no fueron castigados. El problema no es la ayuda, es que el gobierno de Ecuador es independiente.
Un castigo similar aplicaron a los países de la ONU que aprobaron la admisión de Palestina en ese organismo en 2010, y a Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, en 2011, cuando el republicano Connie Mack argumentó en la Cámara de Representantes que se les retiraran 50 millones de dólares destinados a “ayuda exterior”, porque “estos países claramente se han alineado para ir en contra de los ideales de libertad, seguridad y prosperidad”, sostenidos por EE.UU.
El mismo carácter imperial del castigo a Ecuador por independiente convirtió en premio la ayuda externa recibida por la dictadura de Mubarak en Egipto, cuando Washington le condonó 7 mil millones de dólares de deuda por haberse colocado a su lado en la Guerra del Golfo contra Irak.
Uno de los casos más escandalosos de uso extorsivo de la “ayuda exterior” a favor de la economía imperialista lo ejerció Inglaterra en 1986, cuando forzó a India a recibir 21 helicópteros buscadores de petróleo de la compañía Westland, como parte de su “ayuda externa”. Londres salvó a la compañía de la quiebra. Poco después la India tuvo que revenderlos a otra empresa británica como chatarra.
Israel, considerado uno de los 25 países más poderosos del planeta, recibe la mayor proporción de ayuda por habitante, sólo por mantenerse como pieza geopolítica de EE.UU. en Medio Oriente.
Desde mediados de la década de los ’80, el impulso neoliberal privatizó la “ayuda externa”.
La especialista española Patricia Estévez calcula que por cada dólar de “ayuda exterior”, los bancos se quedan otros tres en pagos de intereses de la deuda externa del Tercer Mundo. Según el informe ActionAid International, sólo el 40% contiene en algo la pobreza, el resto se aplica a privatizaciones y liberalización comercial. Esas son las condiciones.
Ecuador es apenas un caso más de extorsión imperial, que podría ser contrarrestada desde el Banco del Sur o el Banco del ALBA, o los dos juntos. De hecho, PetroCaribe, el banco del ALBA, la Misión Milagros y la ayuda especial a Haití, promovidas por el gobierno bolivariano, beneficiaron a muchos países desde 2005, incluso del Medio Oriente como Palestina, con alrededor de 12 mil millones de dólares de cooperación o canje, sin una sola condición de dominación.
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