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por Eduardo Pérsico
Jueves, 18 de Julio de 2013 01:31
Y sin gruesas tilinguerías, de la liberación psicológica del obrero
ante el patrón y su movilidad social no se descabalga muy fácil.
Bien recuerdo la llegada de Perón en
octubre del ’45 y cuando en 1948 Evita visitó mi barrio, lo hizo para
renombrar al Club de los Ingleses como Club Ferroviario. Tambien que
‘Evita murió el 26 de julio de 1952 a las veinte y veinticinco, y ese
sábado no hubo baile ni en las fiestas familiares’; más cuando en el
café alguno protestó por la suspensión de todo, el gallego Germán, el
dueño, nos rajó ‘vayan todos a su casa, pendejos, que esto es algo
serio’. Así que nos juntamos en la pieza del cabezón Rogelio para seguir
oyendo sobre la muerte de la Jefa Espiritual de la Nación, ‘que se
sabía, estaba muy enferma’ y ahí quienes andábamos por los veinte años
supimos que al morir Evita, las obreras de Avellaneda, textiles,
fosforeras y demás, apenas después de las veinte y veinticinco
organizaron `los velorios con sucursales’ que serían su mejor manera de
homenaje. Quizá como afirmación ante los ‘fanáticos contreras de
siempre’ porque Evita había hecho respetar a las mujeres que trabajaban:
con ella se acabó el laburar once horas diarias y en esos extraños
velatorios se lloraría con lágrimas verdaderas por ‘esa mujer’ actriz de
radioteatro, treinta y tres años, y esposa del presidente Perón. A
quien las señoras de alta clase que ella misma echara a los gritos de su
oficina, llamarían la puta esa y otras nombradías, y ante su enfermedad
la despidieron escribiendo Viva el Cáncer o chau yegua en las paredes,
siguiendo el estilo de una especie ‘superior’ negadora de los demás al
precio que sea. Una pose medieval que en Argentina
enaltece a esos superiores por apellido, fortuna económica y hasta
religión entre otras presumidas atribuciones. Una especie que atacaría a
Eva Perón por su origen, - idea tan primaria como juzgar el color de
piel- y hurgaría en su ‘extrema intemperancia’; que según la ocasión
puede no ser un disvalor y suele ser un atributo abarcador de muchísimas
personas, ‘oligarcas’ incluídos, salvo que ellos sean un poco menos
humanos. Pero bué, son sus olvidos. .
En la noche de aquella muerte las
conjeturas y la música sacra irían dejando paso al póker y los dados, en
reuniones con agitados escolasos sin diferencias entre peronistas y
contreras, aunque igual no pocas mujeres irían masivamente al velatorio
principal y por más que en mi barrio algunos se preguntaran si Evita era
más o menos peronista que Perón, esos días se jugaría a lo que fuera.
Todo escriba se reitera y
alguna vez ya contamos que antes de aquel suceso, en mi último año del
primario ya había visto a Eva Perón en el Club de los Ingleses, ‘bien de
cerca y en aquel club donde los sábados unas señoras de pollerita
blanca porfiaban en embocar la bocha entre unos alambres, y por la noche
entrenaban unos tipos del rugby que no entendíamos cómo no terminaban
todos a las piñas’. Más igual los pibes del colegio de guardapolvo
blanco vimos a la señora que nos diría ‘ahora los ferrocarriles son
nuestros’ y que ese Club no sería más de los ingleses y ahí jugaríamos
al fútbol más todas esas cosas. Era el mes de noviembre, todo el sexto
grado de la escuela dieciséis escuchando su discurso y se me ocurre
imaginarla como luego supe que ella fuera. De cabello claro, delgada, y
cuando me hice más grande supe que tenía lindas piernas; y también que
según aconteciera, por ser ese estilo de mujer y con mayor capacidad de
gestión a lo habitual no pocas de su mismo género y por exóticos toques
de inferioridad, negarían a Eva Perón como representativa de ellas.
Acaso usando esa tontería de un inferior que transfiere a otros la
propia incapacidad, más sin seguir mucho con esto, las nombradas clases
cultas y poderosas nunca le perdonarían a Eva Perón su eficiencia en la
tarea que hacía. Y por ese ‘detalle’ le dirían puta, yegua, malparida y
atorranta, para denostar ramplonamente a un personaje femenino que por
sólo existir y sin decirlo, les hacía sentir a otras ‘aspirantes’ su
íntima mediocridad. Apenas eso, que no es poco, chicas…
Pero bué, esa mañana de cuando pibe la
vimos bien de cerca renombrar al Club Ferroviario, por ahí nos dieron un
sánguche y al cruzar la avenida que estaba en reconstrucción, una amiga
de mi vieja me dijo ‘decile a tu mamá que Evita usa unas medias de
cristal que valen una fortuna’, pero yo en mi casa ni media palabra.
Además, aún no había bombos ni cornetas y lo mismo se me ocurre que
entonces ya habría multitudes vivando por nacionalizar la flota, los
ferrocarriles y los aviones, sin imaginarse siquiera que años más tarde y
usando algún discurso parecido, otros políticos y sindicalistas
‘peronistas’ festejarían vender los teléfonos, el petróleo, los
adoquines y aquello ‘que logramos conseguir’. Acaso siempre todo nos
parece otra historia, más en tanto esa universal basura política no
decaiga vale acordarse un cachito de los ‘inconcientes impulsos de Eva
Perón a favor de los de abajo’ para estimar, al menos sin gruesas
tilinguerías, que desde la liberación psicológica del obrero ante el
patrón y de la movilidad del espectro social logrado, no se descabalga
muy fácil. Por más que eso lo ignoren los elencos ‘economistas’ y hoy en
la Argentina, la venalidad impúdica de
muchos notorios jerarcas sindicales. Ignorantes ellos que si cada
avance favorable al gentío no es fácil volverla atrás, esa nueva
instancia también desfigura el clásico diagrama de Los que Mandan en el
planeta. Y si esta nueva realidad histórica hoy no les resultara
compleja, ya habrían resuelto varias encerronas del liberalismo
económico en Europa, por ejemplo. Donde pareciera que los dueños del
Poder no tendrían todas las fichas a su favor en este juego y eso bien
vale saberlo, por las dudas. (julio de 2013).
Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires¸ Argentina.
www.eduardopersico.blogspot.com
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