http://amistadhispanosovietica.blogspot.com/
Por Albert Escusa. Publicado en Mis Manos, mi capital.
La
guerra civil española no fue sólo un producto específico de las
contradicciones que sufría la sociedad española de los años treinta,
sino que fue al mismo tiempo el resultado de las graves tensiones
internas e internacionales que estaba provocando una fractura interna en
el mundo capitalista desde el fin de la I Guerra mundial. Las tensiones
económicas y políticas se agudizaron y aparecieron regímenes políticos
nuevos, el fascismo italiano y el socialismo soviético que, desde
naturalezas ideológicas opuestas, decían querer superar el capitalismo
liberal. Pero con el ascenso de Hitler al poder y otros regímenes
fascistas percibidos como mucho más peligrosos que las democracias
burguesas, la política exterior soviética se fue decantando hacia una
coexistencia pacífica temporal con éstas, propugnando una tercera vía,
los Frentes Populares. Éstos fueron concebidos como alianzas de partidos
progresistas que debían servir para frenar el fascismo en las
democracias liberales y al mismo tiempo posibilitar la realización de
reformas democráticas y sociales en beneficio de las mayorías. España
fue uno de estos casos.
Por ello, la guerra
civil española tuvo un fuerte componente internacional desde el primer
momento: no sólo fue una guerra de unos militares reaccionarios contra
el gobierno legítimo del Frente Popular y el régimen republicano.
También, desde el primer instante, los ejércitos fascistas de Hitler y
Mussolini acudieron masivamente en apoyo del bando rebelde; esto provocó
una gran corriente de solidaridad internacional con la República
española, una de cuyas expresiones fueron los voluntarios
internacionales que acudieron a combatir con las armas en la mano al
fascismo, y que se integraron en su gran mayoría en las Brigadas
Internacionales.
Las ideologías
enfrentadas en la guerra española representaban fielmente a las
ideologías que poco después se enfrentarían en la segunda guerra
mundial: por una parte la ideología representada por los fascismos
italiano y alemán, y por otra parte las ideologías representadas por una
coalición de fuerzas de la democracia burguesa –conservadores,
liberales, radicales y socialdemócratas– y los socialistas de izquierda y
los comunistas. Por estas razones, la guerra civil
española ha sido considerada por los historiadores progresistas como la
primera batalla de la II Guerra Mundial en Europa.
La
Centuria Thaelmann del PSUC, formada por comunistas y antifascistas
alemanes exiliados, una de las precursoras de las Brigadas
Internacionales
|
Sin
conocer la naturaleza del fascismo y el contexto mundial de los años
treinta, no es posible comprender cómo miles y miles de hombres, de más
de cincuenta países diferentes y un gran número de nacionalidades,
decidieron que era un crimen permanecer pasivamente ante los bombardeos
fascistas de las ciudades republicanas y el asesinato en masa de
republicanos y civiles inocentes que las hordas fascistas perpetraban
incansablemente en el territorio rebelde. Veamos pues el contexto
mundial del que surgieron las ideologías enfrentadas en la guerra civil
española y el por qué de las Brigadas Internacionales.
La revolución rusa y la crisis capitalista de 1929
En
1917 triunfó la revolución rusa, que pretendía construir un sistema
socioeconómico antagónico al imperialista, el socialismo. Inmediatamente
este acontecimiento se convirtió en un factor de desestabilización del
sistema político mundial, puesto que millones de obreros de todos los
países y el mundo colonizado –que albergaba a la mayoría de la población
mundial salvajemente oprimida por las potencias imperialistas–, vieron
en la naciente República soviética de Rusia el ejemplo a seguir.
La
crisis socioeconómica que azotó al capitalismo tras el fin de la I
Guerra Mundial y la existencia de la Unión Soviética (URSS) como faro de
la revolución mundial con la creación de la III Internacional –la
Internacional Comunista o Comintern– aceleró el desarrollo de las
tendencias conservadoras, reaccionarias y militaristas en los países
imperialistas ante el “peligro rojo” y la agitación obrera. La primeva
consecuencia fue el establecimiento de un agresivo “cordón sanitario”
económico y militar en tomo a la URSS, provocando en este país el
triunfo de políticas aislacionistas y semi-autárquicas –el “socialismo
en un solo país”– como opción para la supervivencia y el desarrollo de
la revolución en un entorno internacional muy agresivo, inestable y
conflictivo agudizado tras la derrota de otros movimientos
revolucionarios efímeros en Alemania, Hungría y más tarde en China. La
segunda consecuencia fue el establecimiento de regímenes o dictaduras
fascistas y semi-fascistas en una gran parte de Europa y en Japón. El
primero fue Italia, donde Mussolini conquistó el poder en 1922 con el
apoyo de los grandes industriales, financieros, terratenientes y la
monarquía, espantados ante el movimiento obrero del norte del país y la
toma de fábricas. Los fascistas suprimieron el sistema parlamentario
liberal-burgués, y desencadenaron una violenta represión contra el
movimiento obrero, los sindicatos y los partidos socialistas y
comunistas, guión que siguieron más tarde, con mayor o menor
radicalidad, los diferentes regímenes fascistas y semi-fascistas.
La
crisis capitalista de 1929 aceleró el auge del fascismo, al provocar el
hundimiento de las economías capitalistas y una agitación social y
obrera importante. Las clases dominantes y los grandes propietarios
industriales, financieros y terratenientes estrecharon lazos con los
organismos del Estado, una parte de las jerarquías eclesiásticas y las
organizaciones políticas de extrema derecha para contener al movimiento
obrero y prevenir un estallido revolucionario. El estancamiento
económico, el descrédito del régimen parlamentario burgués –que era
impotente para resolver la profunda crisis económica y social– y la
división de las fuerzas obreras y progresistas, favoreció el ascenso del
fascismo en Europa central y oriental. El fascismo llegó incluso a ser
influyente en países como Francia, de amplia tradición democrática,
donde potentes corrientes extremistas de derechas y fascistas,
vinculadas con sectores militares y la oligarquía económica y
financiera, socavaban un régimen democrático reputado como de los más
sólidos a nivel mundial, hasta el punto de que en 1934 estuvo a punto de
materializarse un golpe de extrema derecha.
La naturaleza del fascismo y su poder de atracción
El
fascismo fue un movimiento muy novedoso y de características
completamente diferentes a cualquier otra forma política precedente. El
fascismo se nutría de elementos de la vieja sociedad, y por este lado no
había grandes novedades respecto a otros regímenes reaccionarios. Estos
elementos solían ser el cristianismo fundamentalista (en Alemania, en
cambio, fue el paganismo y el anticristianismo), la sociedad
aristocrática y el corporativismo social, el mítico imperio perdido, la
estructura social arcaica del campo con su paternalismo idealizado, etc.
Pero lo que era realmente novedoso es que mientras el fascismo exaltaba
las viejas tradiciones y el viejo orden social pre-burgués –que
defendía con uñas y dientes frente al “peligro marxista”–, aparecía al
mismo tiempo como un movimiento que miraba hacia el futuro incorporando
elementos considerados de actualidad y de progreso: impulsaba la
creación de una economía industrial moderna, centralizada y potente,
exaltaba el futurismo –movimiento cultural muy ligado al fascismo– y
empleaba técnicas de comunicación de masas muy avanzadas como la
propaganda, el cine, la radio, las escenificaciones teatrales del Gran
Líder dirigiéndose a un público organizado en escuadras militares,
perfectamente alineadas y uniformadas. Todo ello estaba impregnado de un
culto exaltado a la violencia gratuita y al militarismo reaccionario y
revanchista.
Es
evidente que el fascismo era una forma de dominio de la gran burguesía
de naturaleza muy diferente a las formas empleadas en las democracias
burguesas, donde la clase obrera y otros sectores populares disponían de
determinados derechos y libertades políticas que el fascismo pretendía
suprimir radicalmente. Al llevar en su seno elementos del pasado y del
futuro, el fascismo tuvo un enorme poder de atracción entre variados
sectores sociales: militares, aristócratas, burgueses y alto clero, pero
también dirigentes e intelectuales procedentes del anarco sindicalismo y
del sindicalismo revolucionario empapados del irracionalismo filosófico
y de Nietszche, algunos socialistas como el propio Mussolini –sin
olvidar que no fue por casualidad que Hitler nombrara a su partido
“nacional-socialista”–, la pequeña burguesía y amplios sectores
populares tradicionalistas como los pequeños campesinos golpeados por la
guerra y la crisis, además de algunos sectores obreros que se
beneficiaron de los programas industriales, del desarrollo de la
industria militar y obras públicas. La propagación de los mitos de la
raza superior y la pureza racial, y la exaltación de la “grandeza
nacional” y el corporativismo social –las clases “desaparecen” y todos
son productores indispensables a la nación– cuyos intereses
estaban simbolizados en el Estado y el partido fascistas, fueron otros
símbolos poderosos de atracción de amplios sectores pequeño burgueses,
campesinos tradicionalistas e incluso obreros hacia el ideario fascista.
La ideología ultranacionalista que forma parte de la naturaleza de
todos los fascismos, llevaba a sus gobiernos a promover políticas
exteriores expansionistas y de esclavización de otras naciones: en
Italia, por ejemplo, el resurgimiento de la ideología imperial de la
antigua Roma del pasado imperial justificó la invasión de Abisinia
(Etiopía, el único país africano independiente) y la masacre de sus
habitantes por el ejército fascista, hecho bendecido por los obispos del
Vaticano. La ambiciones de Hitler hacia Ucrania y otros territorios
como reivindicación del “espacio vital” para la “raza aria” eran
públicamente conocidas y toleradas para empujar a los nazis a atacar a
la Unión Soviética. La invasión de China por parte del Japón que se
inició en 1931 y donde los invasores exterminaron a millones de
ciudadanos chinos, fue tolerada por los mismos motivos.
El surgimiento del antifascismo
Durante
los años de auge del fascismo, el movimiento obrero y las izquierdas
estaban todavía profundamente divididos en dos grandes corrientes: los
que apoyaban a la Internacional Socialista, la II Internacional, cuyas
principales organizaciones dominantes eran de carácter reformista y no
deseaban transformar el sistema político y social democrático-burgués
–aunque contaban con sectores revolucionarios constituidos por
socialistas de izquierdas–, y los organizados en la Internacional
Comunista, que promovían cambios revolucionarios para alcanzar el
socialismo. Estas dos grandes corrientes, que englobaban a la mayor
parte del movimiento obrero y sindical, se hallaban en un estado de
enfrentamiento radical incluso desde antes del triunfo de la Revolución
de Octubre: mientras la Internacional Socialista consideraba a los
comunistas como una amenaza a la democracia burguesa –marco político que
consideraba imprescindible para realizar una política de reformas
sociales–, la Internacional Comunista consideraba a los partidos de la
II Internacional cómplices de la burguesía y del fascismo. Fuera de
estas dos corrientes existían sólo algunos movimientos anarquistas
localmente importantes, como en España, y organizaciones trotskistas o
semi-trotskistas muy reducidas o minúsculas, enfrentadas a ambas
Internacionales o oscilando entre ellas.
A
partir del año 1934 los acontecimientos se precipitaron en Europa: se
consolidó la dictadura de Hitler en Alemania, la dictadura fascista de
Dolfuss en Austria aplastó la insurrección obrera y socialista de Viena,
y la Revolución de Asturias fue derrotada y reprimida sangrientamente.
Estos trágicos acontecimientos y la conciencia de la inminencia de un
grave peligro a escala mundial, provocaron un cambio de mentalidades en
la Internacional Comunista y en sectores de la Internacional Socialista,
que percibieron al fascismo como una amenaza mucho más peligrosa que
las democracias burguesas. Jorge Dimitrov, en nombre de la Internacional
Comunista y de la Unión Soviética, proclamó en el VII Congreso de la
Internacional, celebrado en 1935, que el principal peligro era el
fascismo y por ello había que cambiar de táctica y superar la división
histórica del movimiento obrero. A partir de entonces, la Internacional
Comunista propone la creación de Frentes Populares –alianzas de
socialistas, comunistas y otros sectores de izquierdas, progresistas y
democráticos– y la fusión de partidos comunistas y partidos socialistas
radicalizados, no sólo para frenar al fascismo y proteger a los
sistemas democráticos como se ha dicho en tantas variantes
simplificadas, sino también para promover profundos cambios sociales y
económicos en el marco del Estado y reprimir a los sectores más
reaccionarios. Evidentemente, esta política también estaba relacionada
con la política exterior soviética denominada de “seguridad colectiva”,
que buscaba crear alianzas defensivas –principalmente con Francia y Gran
Bretaña– para frenar al fascismo.
El golpe fascista en España, la solidaridad internacional y la creación de las Brigadas Internacionales
La
solidaridad internacional con la República española fue en gran medida
una prolongación del movimiento contra la guerra y el fascismo que a
principios de los años treinta impulsó la Internacional Comunista ante
el grave deterioro de la situación internacional. Asimismo tuvo un
componente espontáneo entre sectores de la opinión pública progresista
en el mundo, que tomaron conciencia de la existencia de una dura lucha
por una parte entre la democracia y los valores de progreso y, por otra,
entre el fascismo –percibido como una amenaza expansionista– y los
valores ultrarreaccionarios; un combate en el que estaban implicados las
clases sociales que defendían un orden social más justo –ya fuera de
tipo reformista o revolucionario– y los que defendían la supresión de
toda conquista social y democrática conseguida a lo largo de la
historia; los que defendían mejoras sustanciales para la clase obrera, y
los que optaban por la vía de la violencia reaccionaria y la “mano
dura” para mantener los privilegios de la clase dominante, teniendo en
mente la conquista de territorios vecinos.
Por
ello, el golpe fascista del 18 de julio y el posterior estallido de la
guerra en España no fueron vistos tan sólo como un aspecto más de esta
lucha ideológica mundial, sino como un gravísimo punto de inflexión,
debido a la invasión descarada por parte de las potencias fascistas de
un país democrático gobernado por una coalición de centro izquierda que
defendía un programa de reformas sociales y democráticas. Por este
motivo, a pesar de la oposición de las potencias imperialistas como Gran
Bretaña y Francia –que instituyeron un Comité de No Intervención que en
la práctica sólo sirvió para estrangular gravemente los esfuerzos de
guerra de la República y la ayuda a la población–, la corriente mundial
de solidaridad con el pueblo español fue creciendo de forma imparable.
De esta manera, desafiando la desconfianza, la oposición o la represión
de los gobiernos capitalistas europeos, en muchos países surgieron
espontáneamente comités de ayuda para la España republicana, formados
por entidades ideológicamente muy plurales: partidos socialdemócratas,
comunistas, sindicatos obreros, la Liga de los Derechos del Hombre,
varias iglesias protestantes y católicas, además de un gran número de
intelectuales, científicos de renombre y artistas, que participaron en
esta corriente mundial de solidaridad con la República española.
Rápidamente, en agosto de 1936, a pocas semanas de iniciada la guerra,
se reunió en París la primera Conferencia Europea en Defensa de la
República española de la que surgió una comisión internacional para
coordinar la ayuda a España. Así es como se popularizó entre la opinión
pública occidental la necesidad de ayudar a un país agredido por el
fascismo.
Campaña popular de solidaridad hacia la República española en Francia |
Desde
entonces, cada día cientos de voluntarios empezaron a afluir
espontáneamente por sus propios medios hacia España, hasta que se
decidió la creación oficial de las Brigadas Internacionales y la
canalización de esta corriente mundial. Algunos de ellos fueron
aventureros en busca de fortuna, también hubo intelectuales y escritores
de izquierdas que acudieron con espíritu de turistas revolucionarios
–portando sus propias ideas preconcebidas e idealizadas de la igualdad
social, y creyendo ver en los anárquicos movimientos proletarios
emergidos tras la derrota de la insurrección fascista su ideal supremo
de revolución–, pero la inmensa mayoría procedían de los medios obreros y
trabajadores, influenciados por organizaciones comunistas o
socialistas. Ellos acudieron con la convicción de que en España se
estaba decidiendo una batalla de importancia mundial entre el fascismo y
la libertad, entre la esclavitud y la esperanza de que la victoria
abriera las puertas a un mundo mejor. Las Brigadas Internacionales se
crearon por iniciativa de la Internacional Comunista y de Stalin en
septiembre de 1936, tras recibir la autorización correspondiente por
parte del gobierno republicano, con el objetivo de canalizar y potenciar
esta corriente mundial de solidaridad.
La Centuria Tom Mann, agrupó a los primeros voluntarios británicos en España antes de formarse el batallón británico de las Brigadas Internacionales |
Entre
los trabajadores e intelectuales progresistas de todo el mundo –a pesar
de las desavenencias a posteriori– cristalizó la conciencia de que
después de España el fascismo amenazaba al mundo entero. Frente a la
inhibición de las potencias imperialistas que dejaron agonizar y morir a
un país democrático, ellos dieron un paso al frente, abandonando sus
empleos, sus familias, sus mujeres y sus hijos. Sin esperar nada a
cambio, llegaron a España –muchas veces de forma clandestina– donde
dieron todos sus esfuerzos en la lucha por la libertad, derramando su
sangre en ayuda de un pueblo extranjero, desconocido y lejano. Miles de
ellos cayeron mortalmente en combate y otros muchos sufrieron graves
heridas. Tras la guerra, muchos de ellos fueron víctimas de
persecuciones y represiones, encerrados en campos de concentración o
ejecutados. Se intentó distorsionar y manipular su imagen, mostrándolos
como agentes de una potencia extranjera –la Unión Soviética– tanto por
sus enemigos entre la derecha, como entre la extrema izquierda. Lo
cierto, es que a pesar de todas las difamaciones que sufrieron, los
combatientes de las Brigadas Internacionales permanecerán en la historia
de las luchas por la libertad, la justicia y los derechos sociales como
el exponente más avanzado de la solidaridad entre los pueblos. Su
ejemplo muestra en la práctica que cuando se lucha por los ideales de
solidaridad y de progreso social, los trabajadores y los pueblos son
capaces de unirse sobre las diferencias de nacionalidad, religión y
particularidades políticas y conquistar un futuro mucho más justo y
equitativo para las mayorías tradicionalmente explotadas.
El internacionalismo socialista: legado y continuación de las Brigadas Internacionales:
En
el mundo y la España de los años treinta maduró una forma
extremadamente violenta de lucha de clases, expresada como la lucha del
fascismo y el antifascismo. Nadie permaneció al margen: de una forma o
de otra todos tomaron partido. Incluso los que intentaron dar una
apariencia de neutralidad en la guerra de España, como los gobiernos de
Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, sabían que saboteando los
esfuerzos de guerra de la República española mediante el Comité de No
Intervención, estaban ayudando al bando fascista. Para ellos, incluso
sabiendo que podrían verse involucrados en el futuro en una guerra
contra el fascismo, estaba clara su opción: antes Franco que una
República peligrosamente alineada a la izquierda. Antes Hitler que la
perspectiva de pactar con Stalin. Y para ello se toleró –y hasta se
favoreció– una brutal guerra de agresión contra la República española y
el pueblo.
Hoy
han cambiado las formas de opresión, se han modificado las formas que
adoptan las guerras de agresión en el mundo, pero no ha variado en
absoluto la determinación de los pueblos de luchar por su libertad.
Desde el fin de la Segunda Guerra mundial, con la derrota de las
potencias fascistas, los pueblos colonizados se agitaron masivamente en
demanda de independencia, libertad y justicia social. Fueron muchos los
ejemplos de solidaridad internacionalista, muchas veces con las armas en
la mano, para ayudar a los pueblos en la lucha por la libertad y el
progreso social: en China, decenas de miles de coreanos lucharon al lado
de la guerrilla comunista dirigida por Mao Zedong –que contó además con
la ayuda militar soviética– triunfando en 1949 sobre el ejército
reaccionario del Kuo Min Tang. En Corea, entre 1950 y 1953 el ejército
chino envió a decenas de miles de combatientes, que frenaron en seco al
ejército estadounidense y protegieron al régimen socialista de Corea
Popular. En Vietnam, a partir de la década de 1950 decenas de miles de
voluntarios chinos ayudaron al pueblo vietnamita a conquistar su
independencia de Francia y posteriormente a resistir la brutal agresión
militar estadounidense. En 1961, miles de soviéticos en Cuba estuvieron
dispuestos a luchar en una guerra contra la inminente agresión
norteamericana a este país. Precisamente, desde el triunfo de la
Revolución cubana en 1959, decenas de miles de cubanos participaron en
diversas misiones internacionalistas, civiles y militares, por el
continente africano: su participación fue importante para consolidar la
independencia de Argelia –agredida militarmente por Marruecos–, para
Guinea Bissau y Cabo Verde, y fue decisiva para garantizar la integridad
territorial de Etiopía y de Angola, para la independencia de Namibia, y
para la destrucción del régimen racista del “apartheid” sudafricano.
Todo ello, gracias también a la participación de miles de voluntarios
soviéticos y al imprescindible aporte logístico y de armas, petróleo,
medicinas y equipos industriales que la Unión Soviética y otros países
socialistas enviaron a Cuba y a los países africanos en gran cantidad,
de forma tan significativa que a la larga desangró sus economías.
También
se debe mencionar la participación del ejército voluntario soviético en
Afganistán, apoyando a un régimen laico que realizó una reforma
agraria, nacionalizó la economía, escolarizó a la población, dio la
igualdad a la mujer por primera vez en la historia de este país, y
combatió a las fuerzas oscurantistas y reaccionarias de los integristas
islámicos dirigidos por la CIA estadounidense. Como recordarían algunos
de los protagonistas soviéticos de la guerra de Afganistán, miles de
ellos se enrolaron voluntariamente porque creían sinceramente que
seguían el ejemplo de las Brigadas Internacionales en España, ayudando a
un país agredido por las fuerzas extranjeras.
Hoy
la situación mundial ha cambiado radicalmente: tras la desaparición de
la Unión Soviética y la hegemonía mundial del imperialismo, la lucha
armada por la libertad se hace mucho más difícil. La solidaridad
internacionalista en la que se basaba las Brigadas Internacionales ha
tenido que variar forzosamente. La lucha contra el imperialismo y por la
libertad hoy adopta otras formas. Por ejemplo, desde los años noventa,
Cuba ha enviado decenas de miles de médicos y otros profesionales a
desarrollar la salud pública en los países que carecían de ella, como en
África y América Latina: tan sólo en Bolivia los médicos
internacionalistas cubanos han realizado más de 600.000 operaciones en
la vista a personas sin recursos; tras la constitución del ALBA por
Venezuela, Ecuador, Cuba, Nicaragua y otros países, se ha establecido un
mecanismo de solidaridad entre ellos para fomentar el desarrollo
económico y social libre de los mecanismos de explotación y de
colonización que practica el imperialismo. Además, la voz de los países
del ALBA resuena hoy –como antaño lo hiciera la voz de la Unión
Soviética en la Sociedad de Naciones–, denunciando las guerras de
agresión y las matanzas que los invasores fascistas de nuestro tiempo
–las potencias de la OTAN–, perpetran contra los pueblos que luchan por
su libertad, como el pueblo de Libia recientemente.
Todas
estas variadas y generosas expresiones de solidaridad internacionalista
hacia los pueblos oprimidos y agredidos por el imperialismo tienen sus
raíces en la epopeya de las Brigadas Internacionales, en el esfuerzo y
la generosidad que miles y miles de combatientes anónimos procedentes de
todo el mundo aportaron a un país lejano y desconocido, sabiendo que en
España se jugaba en ese momento el futuro de la humanidad.
La
sangre de los Voluntarios de la Libertad derramada en España no fue en
vano: desde entonces, el ejemplo de sacrificio internacionalista ha
perdurado en la historia y su memoria alimenta a todos aquellos pueblos
que luchan por la justicia, la libertad y el progreso social.
Bibliografía consultada:
-VV.AA.:
Voluntarios de la libertad. Las Brigadas Internacionales. Asociación de
Amigos de las Brigadas Internacionales y Junta de Comunidades de
Castilla-La Mancha. Getafe (Madrid), 1999.
-VV.AA.: La solidaridad de los pueblos con la República española 1936-1939. Editorial Progreso, Moscú, 1974.
http://ciutadansperlarepublica.blogspot.com.es/2012/04/el-fascismo-la-guerra-civil-espanola-y.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario