Uno bien quisiera que no fuera
así. Pero un perro, un gato, un puñado de pájaros, tortugas, pescados tirados
en la playa y una forestación que un día fue, todo muerte, todo tristeza, todo
desolación, todo desconsuelo. Uno quisiera que no fuera así, pero somos
cadáveres los que escribimos sobre cadáveres.
Sin duda alguna nadie escribirá
sobre nosotros porque no habrá nadie vivo para leer lo que algún loco como el que escribe pudiera
escribir y agradezco desde ya que nadie se atreva a escribir sobre
nuestro dolor colectivo.
Hemos llegado a tal nivel de
deshumanización que unos veinte o treinta muertos diarios que encontremos en
nuestro camino al trágico destino cotidiano,
no nos causan ni siquiera lanzar
una mirada hacia el cuadro trágico y dantesco de lo que es esta nación de
mierda y lo peor que de cierta forma unos más que otros somos
responsables de la tragedia permanente y cotidiana.
Vivimos en una jungla en la
cual hasta los instintos bestiales han sido superados y sustituidos por formas más horrendas de
producir y operar el dolor y a diferencia de las bestias, nos reímos a
carcajada abierta de la destrucción de nuestra misma especie.
Miles
de vientres cortados con
Los filos de la muerte. Las mujeres que fueron o cuyo destino era
convertirse en madres no lo fueron y las que
ya lo eran dejaron de serlo ante el feminicidio en contra
de la vida continuada, fetos que no llegaron a salir del vientre, niños
que no
llegaron a ser niños, niños que no llegaron a ser jóvenes, jóvenes
que no llegaron a adultos y adultos sin vida, cadáveres heréticos en
espera de una tumba colectiva.
La tragedia como las fauces
sangrientas de un gigantesco alción, devora y rumia y en medio de sus incisivos míticos el pueblo presa queriéndose
fugar de lo imposible.
País de nadie donde el sol dejó
de alumbrar desde hace tiempos, donde todos nos vemos a las caras o simplemente
volteamos la espalda en espera de la estocada mortal aun de parte de quienes un
día en forma equívoca creímos ser
hermanos. Tierra de sabandijas y sanguijuelas infrahumanas donde de nada sirve
nada y lo peor, estar acostumbrados a vivir muertos, donde todo es falacia y la
alegría material de pocos es el fantasma que no los deja dormir en su eterna
soledad acusatoria.
Lienzo escapista donde las
manos de la nación apuran el fuego de la destrucción, sociedad a la cual se le
secaron las lágrimas y los ojos son desiertos etéricos sin esperanza de un pequeño oasis, donde las
almas en fuga permanente luchan por abandonar el espacio y el tiempo, donde
todos somos jueces y parte de un parto nacido inerte y desde los oropeles de
los escuálidos púlpitos de la condena,
los becerros aúllan para bendecir a los
dioses de la muerte.
Viva el estado de la corrupción
y que mueran sus hijos e hijas!
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