Diariodeu rgencia
por Carlos Aznárez
Son igual
que los nazis. El sionismo ha adoctrinado a los israelíes para
convertirlos en una máquina de matar, y ellos y ellas lo ejecutan a
conciencia desde hace 66 años. Aquí ya no se puede hablar de ese
eufemismo utilizado por los nietos del Holocausto, las “razones de
sobrevivencia”. Son sádicos asesinos y asesinas seriales, que
demuestran, con total impunidad sus deseos de echar a sus vecinos al
mar. Es puro etnocidio. Hoy los “defensores de la pureza de la raza” son
precisamente ellos, los descendientes de los gaseados en Auswichtz. Sus
atrocidades, son indiscutiblemente idénticas a las cometidas en Iraq o
Afganistán por sus tutores de Washington. Ambos practican matanzas a
diestra y siniestra en nombre de la defensa del sacrosanto capitalismo.
Artífices de un nuevo Holocausto, pero con
una enorme diferencia: los sionistas cuentan con una infinita cobertura
mediática a su favor, gracias a los lobbies que han desarrollados todos
estos años para construir escenarios de victimización.
Tiene razón el intelectual brasileño Emir Sader: duele la
soledad de Palestina. Mejor dicho, quema las entrañas la indiferencia de
quienes podrían ayudar y hacen mutis por el foro. Es el caso del mundo
árabe en su conjunto, con la excepción de la resistencia islámica
libanesa. Pero también, le cabe el sayo a gigantes bélicos como Rusia y
China, a los que sólo parecen importarles los asuntos económicos
mientras los pueblos se desangran.
Crímenes de lesa humanidad
Desde
tanques, aviones y barcos, militares israelíes lanzan sus bombas y
misiles contra población civil, y se abrazan cada vez que hacen un
blanco.
Familias enteras de israelíes se montan en un tour para
presenciar “las hazañas" de sus uniformados. Periódica y perversamente,
desde una colina cercana a Gaza, mientras
almuerzan
-el servicio incluye atención gastronómica-, se ríen, cantan, bailan y
glorifican a su fuerza aérea cada vez que las bombas hacen impacto en
las viviendas de mujeres, hombres, ancianos, niños y niñas palestinas.
Maestras israelíes siguen llevando a sus alumnos a los sitios
desde donde salen los bombarderos sionistas -al igual que hicieron en la
anterior Operación criminal Plomo Fundido-, para que escriban leyendas
de ánimo "a nuestros muchachos”.
Mujeres israelíes, madres seguramente muchas de ellas,
participan junto con los soldados ocupantes, en cacerías y linchamientos
en Cisjordania. Ocurre a la vez que en Gaza otras madres, abrazan a sus
hijitos aterrorizados frente a lo que era su vivienda pocos
minutos antes, cuando la convirtieran en polvo dos misiles lanzados
desde un barco israelí. La misma nave que destruyó e incendió con sus
bombas las barcas de humildes pescadores.
En el otro extremo, padres palestinos marchan, dignos, con los
cadáveres de sus hijos calcinados por bombas de fósforo y gritan al
mundo: “paren este horror”, “muévanse antes que Gaza desaparezca bajo
las bombas”.
Mujeres palestinas hacen la V de la victoria (tarde o temprano
será cierto aunque hoy nadie lo crea) frente a otra de las casas
destruidas. Esa misma vivienda que con paciencia y mucho amor habían
reconstruido después de que otros aviones israelíes la demolieran a
bombazos en la incursión israelí de hace dos años.
Niños palestinos gritan junto a sus hermanos adolescentes: “No
nos moverán”, mientras caen bombas por doquier a sólo cien metros del
montículo de cemento que hasta hace pocos minutos era la escuela donde
estudiaban.
Niños, niñas, hombres y mujeres palestinos salen a la calle en
masa a los pocos instantes que su barrio se convirtiera en un infierno
de bombas y misiles, impactando en cada una de las casas y edificios
(entre ellos un hospital atiborrado de heridos y una mezquita donde un
centenar de personas oraban pidiendo por la paz) y se ponen a colaborar
en la difícil tarea de sacar heridos de los escombros. Dan cuenta a
quien lo quiera ver, lo que significa la SOLIDARIDAD con mayúsculas. No
temen a los nuevas incursiones aéreas, sólo les interesa salvar a sus
vecinos, dentro de un escenario salpicado de sangre inocente y gritos de
dolor que llegan al alma.
Mientras tanto, la heroica Resistencia
Palestina, la de Hamas, la Yihad Islámica, la del FPLP y el FDLP, la de
Al Fatah y todos los grupos milicianos que le ponen el cuerpo a esta
avalancha criminal, siguen haciendo lo que pueden: combaten con una
desigualdad impresionante, auxilian a los heridos, abren el camino a las
ambulancias, consuelan a los familiares de los caídos. Luchan,
resisten, no se doblegan, no se arrodillan ni piensan rendirse. Están
rodeados del amor de su pueblo.
Pasan las horas y la tragedia continúa. La
maldita comunidad internacional sigue mirando hacia otro lado, los
gobiernos (la gran mayoría de ellos, con la excepción honrosa de los
países del ALBA) callan o apoyan descaradamente a los criminales
sionistas. Algunos, oportunistas como siempre, hablan de dos bandos, dos
demonios o se adscriben al “ni” (ni uno ni otro) ¿En Argentina, con 30
mil desaparecidos sobre las espaldas, cualquiera de estas últimas
variantes, causan vergüenza ajena. Por su parte, la ONU o la Liga Árabe
sacan declaraciones con las que Netaniahu se limpia el trasero. El
terrorista mundial Barak Obama se ofrece como “mediador”. Patético como
siempre. Justamente él, que lleva la bandera sionista grabada a fuego
sobre su frente. Como Clinton. Como Bush. Como el 90% del gabinete de
Estados Unidos.
Domingo por la tarde en Buenos Aires,
calles desiertas, los televisores aúllan jugadas peligrosas, ora de
Argentina, ora de Alemania, y finalmente la caída honrosa del equipo
rioplatense. Sin embargo, hasta la fiesta deportiva se convierte en
paradoja, si se piensa que en ese mismo instante las bombas seguían
cayendo en la ciudad mártir de Gaza, y los muertos y heridos continúaban
acumulándose en sus calles. "El olor a carne quemada por el fósforo
resulta insoportable", relata Ahmed, en una crónica que llega a
la redacción de Resumen Latinoamericano, mientras otra colaboradora, la
joven gazatí Nidáa sigue enviando sus testimonios escritos y fotográficos dolorosos desde el mismo corazón de la tragedia.
¿Qué hacer frente a tanto genocidio?
Apretar los dientes, masticar la bronca y sobreponerse a la impotencia
movilizándose cuanto antes, para que en cada rincón del planeta se
escuche la voz de quienes condenan esta masacre y reniegan de la
complicidad del silencio: Gaza no está sola, todos y todas, hoy más que
nunca, somos palestinos y palestinas.
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