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Por Julio César Pérez Verdecia. Recibido de La Joven Cuba
La
gente cree por lo general que su realidad, quizás por puro narcisismo,
es la más compleja, dura y definitiva y, que sus batallas y pérdidas
están en la dimensión estremecedora de las cosas.
Y es cierto, cada
tiempo tiene su luz y su sombra, como para cada hombre su vida es
definitiva y estremecedora. Sin embargo hay vidas y batallas que rozan
lo inverosímil. Hoy por ser cubano entero, quisiera dedicar mis palabras
a la celebración de los natalicios 169 y 86 de Antonio de la Caridad
Maceo y Grajales y Ernesto Guevara de la Serna, respectivamente.
Hasta podría
parecer recurrente, vanidoso; yo, simple migaja, asomado a la
sacrificada vida del Titán de Bronce, a la vida telúrica del Che. Pero
es que hay algunos por ahí hablando de desesperanzas y luctuosas
utopías, del fin de los sueños de una revolución que es hija del colosal
despertar de un pueblo.
Maceo
tenía 23 años cuando se proclamaba la República Cubana en armas, luego
de La Demajagua. Testigo de los debates que se desarrollaban entre los
masones, acunó en su corazón patriotismo santo y viril. Por ello el
joven que se inició como simple soldado y cuyo primer ascenso fue el de
ser ayudante de Gómez, terminaría siendo mayor general.
Algo parecido le
ocurriría al Che, joven argentino enrolado en aquella expedición cubana
como simple médico, convirtiéndose por su arrojo y entereza en
comandante.
¿Y fue fácil la batalla, las horas de intimar con la muerte, el hambre, el asma desesperante de uno, las 27 heridas del otro? No, pero un puñado de ideas de esas que sólo caben en el ala de un colibrí le palpitaban a los dos entre sus costillas.
¿Y fue fácil la batalla, las horas de intimar con la muerte, el hambre, el asma desesperante de uno, las 27 heridas del otro? No, pero un puñado de ideas de esas que sólo caben en el ala de un colibrí le palpitaban a los dos entre sus costillas.
Qué importaba la
ingratitud y la desconfianza de algunos, el cansancio de otros, si la
Patria redentora llamaba al deber, a la epopeya. No, no había lugar para
zanjoneros o parias mercenarios, no había lugar para rendiciones o
apostasías, llamaba la Patria y, a pesar de las carencias, del fuerte
enemigo, de las complejas circunstancias, llamaba. Ellos acudieron dando
la vida cual un simple regalo.
¿Quién tiene
derecho hoy a hablar de cansancio, de agotamiento, de limitaciones? Si
la que llama otra vez es la Patria. Ahora la lucha es contra la desidia y
la abulia de quienes por creerse perfectos no aceptan la crítica
revolucionaria.
Ahora la lucha en
contra la indiferencia que brota del consumismo seudocultural, contra
los corruptos y oportunistas que con falso ropaje, despedazan en
silencio lo que este pueblo ha construido con tesón y sangre.
La Revolución tiene
la cara limpia como una santa, no es perfecta, pero es gloriosa y
digna. El padre barba nos enseño a luchar desde la humildad y la
inteligencia, desde el decoro fértil e inmaculado. A reconocer los
errores y a extirpar el falso orgullo chovinista. A respirar el ejemplo
de hombres como Maceo y el Che.
Es difícil para
algunos entender, sobre todos los que no creen que la verdadera
felicidad nazca de la felicidad compartida, de la fe compartida del
trabajo compartido. A cada golpe de indiferencia y descompromiso le
corresponderá una ola de pensamiento guevariano, una carga de coraje
mambisa.
Esos son el Che y
Maceo, olas de este mar de vidas e historia, aldabonazos en la puerta
del oprobio para despertar cuanto haya de cansado y dormido entre los
cubanos. Fidel nos enseño que es de nuestra historia de donde debemos
sacar las más veraces y justas lecturas. Nuestra Revolución está en pie y
no dejaremos, cueste lo que cueste, que nos la vengan a poner de
rodillas.
Pobre de los
exóticos-fingidores, no saben que tenemos un océano de motivos por los
que luchar, que el poder es y será del pueblo, que la orden la dio ya el
general presidente “ a trabajar duro”, que el Che y Maceo cabalgan
gloriosos entre la bulliciosa gente, cual crestas insaciables, tiernas,
vigilantes.
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