Hugo Moldiz Mercado
Cubaperiodistas.cu - Cubadebat e - 25 de febrero de 2014
Cuatro
declaraciones de altas autoridades y políticos estadounidenses,
acciones de violencia callejera, reuniones clandestinas de diplomáticos
norteamericanos con la oposición, una llamada telefónica de advertencia y
un atentado contra un consulado venezolano en el Caribe muestran con
absoluta claridad que la Casa Blanca y la derecha internacional han
decidido acelerar los planes para derrocar la Revolución Bolivariana por
métodos no democráticos, que incluso podría llegar a la intervención
militar estadounidense, con el doble objetivo: destruir el significado
político emancipador de ese proceso en su dimensión continental y
reapoderarse del petróleo de ese país.
Esa es la envergadura de la amenaza contra Venezuela. Veamos uno por uno lo que se está afirmando.
Las
declaraciones de las autoridades y políticos estadounidenses han
superado la tradicional hostilidad mantenida durante 15 años contra la
revolución bolivariana. El secretario de Estado, John Kerry, quien el
año pasado dijo que
Estados Unidos daba por terminada la “Doctrina Monroe” de “América para
los americanos”, sostuvo categórico el sábado 15 de febrero: “Estados
Unidos está profundamente preocupado por la creciente tensión y
violencia”. El martes 18, el portavoz del Departamento de Estado, Jean
Psaki, advirtió con “acciones concretas” por la expulsión de tres de sus
diplomáticos que se reunían clandestinamente con la oposición
venezolana. Al día siguiente, el miércoles 19, la vocera Marie Harf,
ordenó al gobierno bolivariano la “inmediata liberación” de los
detenidos. El 20 de febrero, en Toluca, donde se llevó a cabo la Cumbre
de Líderes de Norteamérica, el presidente de los Estados Unidos, Barak
Obama, no solo que consideró “legítimos” los reclamos de la oposición
venezolana que despliega su odio y violencia otra ciudadanos y
militantes “chavistas” y destroza bienes públicos, sino que pasó a la
ofensiva al decir sin
dubitaciones: “Junto con la Organización de Estados Americanos hacemos
un llamado al gobierno venezolano para que libere a los manifestantes
que han sido detenidos y que entablen un diálogo verdadero, y que todos
las partes tienen que trabajar conjuntamente, abstenerse de la violencia
y restaurar la tranquilidad”. El activo involucramiento de la Casa
Blanca en la arremetida fascistas se pone en evidencia el domingo 16
cuando el funcionario del Departamento de Estado, Alex Lee, hace un
llamado al embajador venezolano ante la OEA, Roy Chaderton, a quien le
exige que el gobierno bolivariano se siente a dialogar con la oposición y
le advierte que la detención de Leopoldo López podría tener
consecuencias.
Y
para no desentonar con el libreto y en clara muestra del papel de la
ultraderecha en las decisiones de Washington, el senador republicano
John MacCain, llamó en la tarde del miércoles 19 a una intervención
militar en Venezuela sobre la base de tropas estadounidenses, y sostuvo,
sin vacilaciones, con la participación de militares de Colombia, Perú y
Chile. “Hay que estar preparados con una fuerza militar para entrar y
otorgar la paz en Venezuela”, dijo en un primer momento de su
declaración a la cadena NBC.
Pero
no hay intervención, abierta o encubierta, sin previamente tener un
plan de recambio de autoridades de gobierno. McCain pone en evidencia la
profunda coordinación que existe entre la ultraderecha estadounidense y
su socia venezolana. “Una vez realizada la intervención militar existen
líderes demócratas plenamente habilitados y con el visto bueno de EEUU
dispuestos a tomar las riendas en ese país, dispuestos a darles su
libertad”, aseveró en tono de soberbia en un segundo momento de su
declaración.
Puesto
al desnudo el plan estadounidense, que parece partir del firme
convencimiento de que existen condiciones objetivas y subjetivas para
pasar de la cuarta a la quinta fase del llamado “golpe suave”,
obviamente cae con naturalidad el método elegido: la violencia. Las
anteriores fases tienen que ver con la construcción de matrices de
opinión para desacreditar y quitarle legitimidad al gobierno de Nicolás
Maduro y con el despliegue de una agresiva “guerra económica”. Quizá
podría señalarse que esta quinta fase se caracteriza en un primer
momento por alentar la organización y desarrollo de acciones de
violencia callejera de parte de las facciones más ultraderechistas de la
oposición, para pasar luego a un segundo momento a través de una
intervención militar abierta de las fuerzas estadounidenses. El
periodista e intelectual francés Ignacio
Ramonet señala a la CNN en español que tal actitud de Leopoldo López
–el jefe del partido Voluntad Popular –“ha creado una “fase tentativa de
desestabilización violenta”, en la que una “pequeña minoría, sobre la
base de una protesta estudiantil muy minoritaria, ha desencadenado una
serie de violencias que han provocado muertos, heridos y sobre todo
cantidad de destrozos”.
Y
el método elegido también es para usarlo en otras partes fuera de
Venezuela. Como en la década de los 70, durante la “Operación Cóndor”,
se han activado
dispositivos para generar violencia contra objetivos venezolanos. Este
es el caso del atentado contra el consulado en Aruba del jueves en la
noche.
Sin
embargo, la condición sine qua non para justificar la intervención
militar extranjera en Venezuela, tal como demuestran los hechos de Libia
y que pretenden repetirse en Siria, es que grupos opositores internos
lleven adelante una sostenida presencia callejera, los medios los
conviertan en víctimas de la violencia (mediante el falseamiento de la
realidad), internacionalmente se aísle al gobierno y se
denuncie, por tanto, un alto grado de violación de los derechos
humanos.
Es
más, Venezuela no es ajena a este tipo de planes. El golpe de Estado
del 11 de abril de 2002 –que sería derrotado por el pueblo en 48 horas-,
comenzó con una marcha de la oposición que desplegó “desde adentro” y
“encubiertamente” acciones de violencia armada contra los protagonistas
de la protesta y que, con medios de comunicación como apoyo,
“construyeron” imágenes y narrativas que conducían a responsabilizar de
las muertes a las fuerzas
chavistas.
Pero también ha quedado demostrado los tres objetivos mayores de la contraofensiva estadounidense:
Primero
está el político. La holgada
victoria de las fuerzas bolivarianas en las elecciones municipales,
luego de un primer momento difícil en abril de 2013 con el apretado
triunfo de Nicolás Maduro; los resultados positivos de la estrategia con
que el gobierno enfrenta la implacable “guerra económica” desarrollada
por la burguesía, cuyo propósito es dar la sensación de un irreversible
desabastecimiento y quiebre de la economía nacional, y la adhesión de
una gran parte de la ciudadanía, incluso de sectores no afectos a la
revolución socialista, al plan para superar la inseguridad ciudadana,
son señales de la consolidación de una revolución que el imperio no está
dispuesto a tolerar, más aún cuando apostaba a su inevitable derrumbe
tras las muerte de su líder, el Cmte. Hugo Chávez.
Segundo,
el geopolítico. Dos hechos políticos inmediatos parecen conducir a la
aceleración de los planes golpistas e injerencistas. Por un lado, el
éxito de la II Cumbre de la CELAC en Cuba y, por otra parte, el avance
de la izquierda en Centroamérica, particularmente en la victoria
electoral del FMLN en El Salvador, cuya tendencia favorable se mantiene
favorable para encarar la segunda vuelta el 9 de marzo. A esto hay que
sumar la tendencia, también favorable, para que la izquierda siga al
frente de Bolivia, Brasil y Uruguay. Es evidente que para la derecha
internacional esto no hubiera sido posible sin el “mal ejemplo” de
Venezuela, el “núcleo duro” de las revoluciones del siglo XXI.
Pero
como la política es la economía concentrada, el senador McCain se ha
encargado de explicitar el objetivo mayor de los Estados Unidos: el
petróleo. Su llamado a la intervención militar es “sobre todo garantizar
y proteger el flujo petrolero hacia EEUU, cuidando esos recursos
estratégicos , y velando por nuestros intereses globales”, dijo enfático
el empresario de las papas fritas. Desde la perspectiva imperial la
declaración tiene sentido pues si bien EEUU ha descubierto en su
territorio grandes reservas de gas y petróleo no convencional, la
necesidad de disponibilidad
inmediata lo conduce a mirar Venezuela, convertido en el país con las
mayores reservas de petróleo en el mundo, a lo que se debe sumar que el
traslado de los hidrocarburos para su procesamiento en Houston –donde
están plantas de Pdvsa- requiere apenas unas 48 a 72 horas de los 45
días que implica traer de algún país del Norte de África o del Oriente
Medio, afectados además por una gran inestabilidad política.
En
síntesis, detrás de esas inquietudes “democráticas” -que se desvanecen
al momento de agredir a una revolución que ha salido
victoriosa en 18 de las 19 elecciones desde 1998 y apoyar con recursos
las acciones violentas no democráticas- es evidente que el interés mayor
del imperialismo es volver a apoderarse del petróleo venezolano.
Pero
lo que no contaba Estados Unidos y la derecha venezolana es que el
gobierno de Nicolás Maduro no cayera en la trampa: a la violencia
reaccionaria se respondió con movilizaciones pacíficas y con un plan
nacional para alcanzar la paz. A esta posición políticamente correcta
del gobierno socialista se sumó el rechazo de la mayor parte de
la población, incluso de quienes no son afectos a la revolución, al uso
de la violencia como método de resolución política.
Ahora
bien, tal como sucedió en intentos de golpe contra Evo Morales en
Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, la rápida reacción de organismos y
países de América Latina para respaldar al gobierno legal y
legítimamente constituido en Venezuela, ha frenado los planes del
imperialismo. Es evidente que el silenció de la OEA –ya conocido- ha
sido más que compensado por la oportuna reacción del ALBA y
UNASUR.
Los
próximos días serán decisivos para ver si EEUU encuentra espacio para
seguir desarrollando sus planes golpistas e injerencistas contra
Venezuela y América Latina o si las fuerzas bolivarianas se alzan
victoriosas de nuevo, como el 13 de abril de 2002, cuando derrotaron al
gobierno títere de Pedro Carmona y forzaron la liberación del presidente
Hugo Chávez, quien se encontraba secuestrado en un cuartel militar.
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