Foto: RIAN
El
nacimiento de Jesús es un acontecimiento magno en la historia de la
humanidad. El hombre ha buscado siempre a Dios, pero Dios mismo se
reveló en toda su plenitud a la humanidad solo en la encarnación de su
Hijo Primogénito. Con el advenimiento del Hijo de Dios, y del hijo del
hombre, el mundo supo que Dios es Amor, y no solo la Fuerza Superior,
que Dios es Misericordia, y no solo quien ofrenda gratificaciones, Dios
es fuente de vida y de alegría, y no solo un Juez Temible, Dios es la
Santísima Trinidad, cuya ley interna de la vida constituye también amor,
y no es en absoluto el Amo solitario del mundo.
Y
hoy celebramos un acontecimiento que cambió de raíz todo el curso de la
historia humana. Pues Dios entra en el núcleo mismo de la vida humana,
deviene uno de nosotros y asume todo el peso de nuestros pecados, de las
falencias y debilidades humanas y los lleva al Gólgota para liberar a
las gentes de un fardo insoportable. Y Dios iba a estar en adelante no
en un lugar de los cielos inexpugnables, sino entre nosotros. Toda vez
que oficiamos la liturgia divina pronunciamos las palabras “¡Cristo está
con nosotros!”, y la respuesta es: “¡Está con nosotros!”. Este es un
testimonio de la presencia de Cristo entre sus fieles. Cuando comulgamos
regularmente con su Santo Cuerpo y Sangre y hacemos esfuerzos en
cumplir sus mandamientos entramos en un contacto real con Él, con
nuestro Redentor, y obtenemos el perdón de los pecados.
Los
creyentes de Cristo y los discípulos fieles a Él están llamados a ser
testigos del Reino de Dios aparecido a Jesús ya durante la vida
terrestre. En nosotros ha recaído el gran honor de obrar en este mundo
de la misma manera que obraba nuestro Maestro y Señor, y con la fuerza
de Cristo ser inflexibles en la lucha contra el pecado y el mal, sin
desfallecer en la creación tenaz de las buenas acciones, sin decaer en
los esfuerzos diarios de transformación de nuestra naturaleza pecaminosa
en un ser humano nuevo y bendito.
Con
Cristo Redentor se ha establecido un criterio absoluto e inquebrantable
de la actitud genuina hacia Dios, a través de nuestro prójimo. Pues, al
asumir los males ajenos, al compartir el dolor y la tristeza, al
compadecernos de los desvalidos estamos cumpliendo los preceptos de
Cristo y nos parecemos al Salvador, quien asumió nuestros males y cargó
con nuestras enfermedades.
En
este día luminoso y jubiloso de la Navidad de Cristo es imposible
olvidar a otros. Aquella gracia divina enorme que hoy recibimos en
nuestros templos debe derramarse en abundancia también sobre aquellos
que están aún al margen. Pero, si nosotros con ustedes no salimos al
encuentro, esa Buena Nueva podría no alcanzarlos. Si nosotros con
ustedes no abrimos nuestros corazones para departir con ellos esta
alegría que nos colma, ella no podría nunca llegar a quienes no la
sienten, pero que están dispuestos a aceptarla.
La
naturaleza humana, con la encarnación de Dios en su Hijo ha sido
elevada a una altura insólita. Cada uno de nosotros no solo ha sido
creado a imagen y semejanza del Altísimo, sino que a través de Cristo ha
sido además adoptado por Dios. Nosotros ya no somos extraños,
advenedizos, sino que conciudadanos santos y comunes para Dios. De esa
cercanía y confianza en Dios habla también la plegaria al Señor que
elevamos al Creador.
Toda
vida humana es valiosa. Y ello porque por ella se ha pagado con la
Encarnación, con la Vida, con la Muerte y con la Resurrección del Hijo
Unigénito de Dios. Todo ello nos induce, con más fuerza aún, a tratar
con atención y veneración a todo ser humano, al margen de cuán diferente
sea de nosotros. A juicio de san Filaret de Moscú, el amor es la
participación viva y activa en el bienestar de otro. En estos días
dichosos de Navidad quisiera invitar a todos, en especial, a ese amor
enérgico. A que sean, según lo expresado por el apóstol Pablo, hermanos
que se amen los unos a los otros, a precaverse en la deferencia, a no
desfallecer en la tenacidad, a arder con el espíritu y servir al Señor.
Les
saludo de todo corazón con motivo de la gran fiesta de la Navidad. Que
Dios del amor y de la paz ofrenda a nuestro pueblo, y a cada uno de
nosotros la armonía y el bienestar en el nuevo año.
sb/as
Nota: Las opiniones expresadas por el autor no necesariamente coinciden con los puntos de vista de la redacción de La Voz de Rusia.
Leer más: http://spanish.ruvr.ru/2013_12_25/Mensaje-de-Navidad-de-Su-Santidad-patriarca-Kiril-de-Moscu-y-Toda-Rusia-0421/
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