“ Miguel Mármol” de Roque Dalton (Baile del Sol) |
El escritor salvadoreño
Roque Dalton, nacido en 1935, desarrolló una intensa actividad política
que lo llevó a conocer cárceles y exilio hasta su asesinato en 1975 por
sus propios compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo. La
persecución de los responsables de su muerte ha dado lugar a un calvario
judicial cuyas consecuencias no se han resuelto todavía. Conocido hoy
sobre todo por su obra poética, rica en matices y noble de compromiso
social, Roque Dalton no dudó en cultivar la narrativa en algunas
ocasiones. Así, un encuentro en Praga en 1966 con su compatriota el
viejo luchador obrero Miguel Mármol,
superviviente de la masacre de 1932, llevó a ambos a concebir el plan de
una larga entrevista que sirviera a Roque para construir un libro
centrado en estos hechos. Éste, que en su forma final cubre toda la vida
de Miguel Mármol desde su nacimiento hasta 1947, fue publicado en Costa
Rica en 1972 y ha sido reeditado después varias veces. En 2007 fue
incorporado, con adición de un estudio preliminar del filólogo y
novelista David Hernández, a la “Biblioteca Roque Dalton” de la
editorial canaria Baile del Sol, que agrupa sus obras más emblemáticas.
Escrito en primera persona, el libro tiene todo él un marcado tono
autobiográfico, diluyéndose de este modo el trabajo del recopilador. En
sus comienzos, Miguel Mármol nos narra las circunstancias de su venida
al mundo en 1905 en Ilopango, como hijo de madre soltera y expulsada de
su hogar, y su infancia de niño pobre a las faldas de esta mujer
idolatrada. Un día averigua que su padre es un indio acomodado, alcalde
por más señas de Ilopango. Con once años tiene que empezar a trabajar y
lo hace con unos pescadores que le pagan con unos pocos pescados después
de una faena de toda la noche. El trato es amable, pero le duele no ir a
la escuela y verse “ignorante para siempre”. Se intercala aquí una
pequeña crónica de la evolución política de El Salvador en esa época,
del liberalismo de los Ezeta al feudalismo de la “rebelión de los 44”.
En 1911 el progresismo vuelve al poder con Manuel Enrique Araujo, que es
asesinado en 1913.
En lucha con la pobreza, el niño Miguel se emplea de criado en el puesto vecino de guardias, y pronto termina en funciones de asistente, se prepara para ser guardia y participa así en las cuarteladas de 1918. No obstante, ver cómo se torturaba a los presos y ser solicitado de espía de sus propios compañeros son experiencias amargas que lo empujan a dejar el servicio. Aprende entonces el oficio de zapatero que había de ser el suyo gran parte de su vida, y lo hace con un maestro del que recibe también el primer aprendizaje político, cargado de admiración por la revolución recién ocurrida en Rusia. Son años de pugna entre conservadores, que por pura fuerza manejan el cotarro, y liberales a los que Miguel se une entusiasmado, con lo que en 1922 ya tiene que escapar, perseguido por la misma Guardia Nacional a la que había rehusado pertenecer.
Entre 1922 y 1924 no desarrolla actividad política o sindical y trabaja con éxito en San Martín en su oficio de zapatero, llegando a regentar un taller con siete operarios, que luego expande con un cinematógrafo y la organización de eventos deportivos. En poco tiempo, sin embargo, lo tenemos de nuevo en Ilopango, y viviendo ya con su prima Carmencita, que sería la primera compañera de su vida. Allí en seguida hace compatibles la lezna y el tirapié con la militancia y así conoce a Agustín Farabundo Martí, que sería el líder de los sucesos de 1932. Funda la SOCPI (Sociedad de Obreros, Campesinos y Pescadores de Ilopango) y también organiza un centro cultural. Es entonces cuando su padre trata de influir en su vida y le ofrece ayuda a cambio de que “deje la política”. Miguel lo despide con palabras claras. Hay que entender que con estas actividades se están poniendo las bases del futuro movimiento obrero en El Salvador. La SOCPI da lugar al Sindicato de Oficios Varios de Ilopango y el ejemplo se extiende. El nicaragüense Augusto César Sandino es un modelo para ellos. La masa proletaria coge fuerza, pero la represión se encona y al fin Miguel Mármol tiene que dejar Ilopango.
Aunque coexiste con tendencias reformistas y anarco-sindicalistas entre los obreros, el Partido Comunista Salvadoreño (PCS), que se funda en 1930, es según Miguel Mármol el bloque dominante. Es además, en este momento, un partido formado y dirigido mayoritariamente por obreros, que siguiendo directrices de la Internacional Comunista se propone como objetivo la realización de una revolución democrático-burguesa en El Salvador. Ese mismo año, Miguel Mármol acude con su compañero Modesto Ramírez al congreso de la Internacional Sindical Roja (Profintern) en Moscú. Cuatro días antes de la partida muere su madre, que llevaba tiempo enferma del corazón. La crónica del viaje en un barco alemán está llena de anécdotas sabrosas, desde el descubrimiento del mar, hasta las conversaciones con unos y otros. En Hamburgo se reúnen con los demás delegados latinoamericanos y pronto parten de allí en un buque soviético en el que entran en contacto con un orden social que les sorprende gratamente.
Ya en tierras soviéticas, la pobreza de Leningrado les desconcierta. En seguida, viajan a Moscú, donde como contrapartida de los escaparates vacíos observan la pujanza de la industria. En el congreso asisten al diseño de una estrategia revolucionaria para el futuro y concluido este viajan por la URSS y llegan hasta el Cáucaso. La vuelta está llena de dificultades, sobre todo en la Cuba de Machado, donde son detenidos y sólo se ven libres cuando se las arreglan para ganarse al director de la cárcel. De regreso en El Salvador, realizan un intenso trabajo para informar a los campesinos y obreros de la situación en la URSS, lo que eleva el fervor de las masas. Cuando la represión arrecia, Miguel Mármol tiene que pasar a la clandestinidad. Martí es apresado por entonces y se cuentan aquí anécdotas que muestran su coraje indoblegable. Aunque expulsado a los Estados Unidos, logra volver a Centroamérica. En 1931, Mármol cae preso varias veces, pero la acción violenta de las masas obliga a que sea liberado. A partir de 1930, las luchas sociales se habían tensado al límite.
Tras el golpe del general Maximiliano Hernández Martínez a finales de 1931, se celebran unas elecciones en las que la perspectiva de una victoria comunista desencadena la represión del ejército y la Guardia Nacional. Es entonces cuando el partido decide que se dan condiciones para una insurrección armada, cuya preparación se describe en detalle en el libro, y en seguida la dirección del movimiento cae en manos de Martí. Un retraso en el levantamiento es un error fatal pues las fuerzas gubernamentales actúan y Martí es apresado. El 22 de enero de 1932, el gobierno toma la iniciativa y se desata una lucha desigual. Miguel Mármol es detenido e interrogado. Hacinado con otros revolucionarios en una celda aguarda una muerte inminente. Esa misma noche, sacan un amplio grupo y lo llevan a fusilar. Entre ellos está Miguel, pero sus heridas no resultan mortales. Consigue escapar y tiene la suerte de dar con camaradas que velan bien armados. Ellos le esconden y lentamente se recupera en una quebrada, aunque horrorizado por las ejecuciones que al atardecer se repiten día tras día. Su cadáver había sido echado en falta al enterrar a los fusilados y se le persigue con saña, pero consigue entrar en San Salvador ayudado por varios compañeros. Mientras convalece en el mesón donde viven su hermana y su mujer, le llegan noticias de la muerte de Farabundo Martí.
Meses después, recuperado ya, viaja a la zona oriental del país, donde sobrevive a duras penas hasta que encuentra trabajo en su oficio de zapatero. En poco tiempo, retoma también la actividad política con otros comunistas de la región, mientras reside en Usulután. Una parte importante del trabajo revolucionario tenía que ser necesariamente la reflexión sobre los hechos ocurridos, y esta les lleva a la conclusión de que existía una situación favorable que fue muy mal aprovechada, dejándosele la iniciativa al gobierno. Miguel Mármol nos narra después pormenorizadamente la revuelta, así como la extrema crueldad de la represión desatada, con más de treinta mil muertos contra veinte del bando gubernamental. No obstante, más terrible todavía es la red de mentiras tejida para enmascarar estos hechos en la historiografía oficial, que describe una sanguinaria insurrección reprimida con una violencia proporcionada. Se presenta incluso un documento falso atribuido al PCS en el que se detalla un terror rojo perfectamente planificado.
Reorganizado el partido, la represión arrecia en breve y Miguel Mármol deja Usulután con la intención de buscar refugio en Honduras. No obstante, tras diversas peripecias regresa al pueblo, donde vive escondido hasta que en el verano de 1933 decide regresar a San Salvador. En la capital contribuye a la reorganización del partido, teniendo que hacer en poco tiempo vida clandestina. Se plantea otra vez huir a Honduras y el plan está preparado, pero en noviembre de 1934 es detenido. Incomunicado y continuamente esposado, es interrogado salvajemente y obligado a presenciar la tortura de sus compañeros. Así transcurren los meses. Después, altas autoridades militares lo van a ver a su celda y tratan de convencerlo de que regrese al “buen camino”. Él discute acaloradamente y con la fama que se le va creando con estas visitas, su vida mejora, aunque el gobierno niega la detención y lo hace desaparecer cada vez que un juez aparece por la cárcel.
Cae entonces enfermo del estómago y recién curado, el 12 de noviembre de 1935 se declara en huelga de hambre. Con promesas verbales de ser liberado, el día 17 la interrumpe y el 21 de enero de 1936 está en la calle. Aunque la situación familiar es desesperada y la miseria hostiga a los suyos, en poco tiempo consigue volver a su oficio de zapatero, mientras entre las gentes del partido corren falsos rumores acerca de su libertad y para colmo de desgracias es abandonado por su mujer. Sin embargo, logra recuperarse y en breve tiene éxito en la fabricación de sandalias y monta un taller en el que trabajan veinticinco personas más cinco vendedores.
Una nueva generación ha tomado mientras tanto el timón en el PCS, con predominio de intelectuales que tienen a los supervivientes del 32 por estúpidos e ignorantes. Estas fricciones acaban provocando que el partido quede dividido de hecho en tres grupos escasamente avenidos, y aunque se consigue llevar adelante una política de reunificación, Miguel Mármol descubre pronto que la dirección desconfía de él, lo que lo amarga profundamente. En esta época, el régimen de Martínez trata de organizar un sindicato vertical y la reunión fundacional de este es aprovechada hábilmente para constituir una agrupación independiente: la Alianza Nacional de Zapateros, de la que Miguel es nombrado presidente. Comienza así éste una nueva actividad política que roza la legalidad de una dictadura que evoluciona al compás de los malos resultados del fascismo internacional en la Guerra Mundial. El apoyo económico que la Alianza recibe del gobierno es muy criticado por el PCS y ante la amenaza de expulsión, Miguel Mármol rompe toda colaboración con el régimen.
Se produce entonces la rebelión militar y civil de abril de 1944 contra Martínez, sofocada a sangre y fuego. Miguel Mármol no interviene en ella, pues aunque el PCS había ayudado a prepararla, para nada contaron con él. Buscando la forma de luchar contra una dictadura que tan sañudamente se perpetúa en el poder, una reunión de sectores muy diversos de oposición acuerda fundar un partido de amplio espectro. Así nace la UNT (Unión Nacional de Trabajadores). Por aquel tiempo, los estadounidenses quitan su apoyo a Martínez y ante una situación cada vez más difícil, en mayo de 1944, éste abandona la presidencia y sale para Guatemala. Así terminan los trece años siniestros del general espiritista y teósofo, asesino consumado de obreros y campesinos.
La etapa democrática dura poco, sin embargo, pues en octubre del mismo año 1944 el coronel Osmín Aguirre da un golpe de estado, con lo que “los asesinados, presos, torturados y exiliados se pusieron de nuevo a la orden del día.” La oposición al régimen se organiza desde Guatemala, que acaba de salir de su dictadura y hay incluso un intento de invasión de El Salvador desde allí, que resulta en un fracaso y una carnicería. En Guatemala, Miguel Mármol trabaja en la formación de cuadros obreros, colaborando con la escuela y el periódico “Claridad”. El gobierno guatemalteco de Arévalo, sedicentemente progresista pero hostigado por los espadones, alterna comprensión y promesas a los sindicatos con dura represión. Tras el primero de mayo de 1947, que es un éxito de organización, la situación se encona y en septiembre, Miguel es detenido junto a otros líderes izquierdistas y todos son expulsados de Guatemala por cuatro meses. En este momento se interrumpen las memorias, pues nada cuenta Miguel Mármol de su vida a partir de entonces, salvo que vive entre Guatemala y El Salvador entre 1947 y 1954 y después de este año en El Salvador, y sigue en su labor dinamizadora de las luchas sociales.
En las reflexiones que cierran el libro, Miguel Mármol reconoce su cansancio y su renuncia a participar en la dirección de las organizaciones obreras, aunque confiesa su intención de seguir en la brecha desde la base. Termina alzando su voz por lo que considera buenas intenciones para el movimiento comunista: autocrítica, análisis ceñidos a la realidad, estudio exhaustivo de la historia y todos los errores cometidos. Se aboga también por la unidad de acción centroamericana que podría facilitar las luchas en el futuro.
El libro tiene el ritmo y el estilo de un relato autobiográfico y a lo largo de todo él, Miguel Mármol se nos muestra como un obrero comprometido con las transformaciones sociales de su país en unos tiempos extremadamente difíciles. Los rasgos personales que afloran, con algún rasgo curioso como puede ser la descripción en unas pocas ocasiones de fenómenos paranormales, dibujan sobre todo a un luchador corajudo, preocupado siempre por adaptarse a las condiciones cambiantes para hacer realidad sus objetivos emancipadores. El lenguaje sabroso y un humor que no declina ni en los peores momentos hacen que la lectura de este documento imprescindible sobre el movimiento obrero en Centroamérica resulte también una experiencia inolvidable de acercamiento humano a uno de sus actores más importantes. Es mérito de Roque Dalton renunciar a cualquier notoriedad para ser sólo luz que ilumina el rostro del protagonista del relato
En lucha con la pobreza, el niño Miguel se emplea de criado en el puesto vecino de guardias, y pronto termina en funciones de asistente, se prepara para ser guardia y participa así en las cuarteladas de 1918. No obstante, ver cómo se torturaba a los presos y ser solicitado de espía de sus propios compañeros son experiencias amargas que lo empujan a dejar el servicio. Aprende entonces el oficio de zapatero que había de ser el suyo gran parte de su vida, y lo hace con un maestro del que recibe también el primer aprendizaje político, cargado de admiración por la revolución recién ocurrida en Rusia. Son años de pugna entre conservadores, que por pura fuerza manejan el cotarro, y liberales a los que Miguel se une entusiasmado, con lo que en 1922 ya tiene que escapar, perseguido por la misma Guardia Nacional a la que había rehusado pertenecer.
Entre 1922 y 1924 no desarrolla actividad política o sindical y trabaja con éxito en San Martín en su oficio de zapatero, llegando a regentar un taller con siete operarios, que luego expande con un cinematógrafo y la organización de eventos deportivos. En poco tiempo, sin embargo, lo tenemos de nuevo en Ilopango, y viviendo ya con su prima Carmencita, que sería la primera compañera de su vida. Allí en seguida hace compatibles la lezna y el tirapié con la militancia y así conoce a Agustín Farabundo Martí, que sería el líder de los sucesos de 1932. Funda la SOCPI (Sociedad de Obreros, Campesinos y Pescadores de Ilopango) y también organiza un centro cultural. Es entonces cuando su padre trata de influir en su vida y le ofrece ayuda a cambio de que “deje la política”. Miguel lo despide con palabras claras. Hay que entender que con estas actividades se están poniendo las bases del futuro movimiento obrero en El Salvador. La SOCPI da lugar al Sindicato de Oficios Varios de Ilopango y el ejemplo se extiende. El nicaragüense Augusto César Sandino es un modelo para ellos. La masa proletaria coge fuerza, pero la represión se encona y al fin Miguel Mármol tiene que dejar Ilopango.
Aunque coexiste con tendencias reformistas y anarco-sindicalistas entre los obreros, el Partido Comunista Salvadoreño (PCS), que se funda en 1930, es según Miguel Mármol el bloque dominante. Es además, en este momento, un partido formado y dirigido mayoritariamente por obreros, que siguiendo directrices de la Internacional Comunista se propone como objetivo la realización de una revolución democrático-burguesa en El Salvador. Ese mismo año, Miguel Mármol acude con su compañero Modesto Ramírez al congreso de la Internacional Sindical Roja (Profintern) en Moscú. Cuatro días antes de la partida muere su madre, que llevaba tiempo enferma del corazón. La crónica del viaje en un barco alemán está llena de anécdotas sabrosas, desde el descubrimiento del mar, hasta las conversaciones con unos y otros. En Hamburgo se reúnen con los demás delegados latinoamericanos y pronto parten de allí en un buque soviético en el que entran en contacto con un orden social que les sorprende gratamente.
Ya en tierras soviéticas, la pobreza de Leningrado les desconcierta. En seguida, viajan a Moscú, donde como contrapartida de los escaparates vacíos observan la pujanza de la industria. En el congreso asisten al diseño de una estrategia revolucionaria para el futuro y concluido este viajan por la URSS y llegan hasta el Cáucaso. La vuelta está llena de dificultades, sobre todo en la Cuba de Machado, donde son detenidos y sólo se ven libres cuando se las arreglan para ganarse al director de la cárcel. De regreso en El Salvador, realizan un intenso trabajo para informar a los campesinos y obreros de la situación en la URSS, lo que eleva el fervor de las masas. Cuando la represión arrecia, Miguel Mármol tiene que pasar a la clandestinidad. Martí es apresado por entonces y se cuentan aquí anécdotas que muestran su coraje indoblegable. Aunque expulsado a los Estados Unidos, logra volver a Centroamérica. En 1931, Mármol cae preso varias veces, pero la acción violenta de las masas obliga a que sea liberado. A partir de 1930, las luchas sociales se habían tensado al límite.
Tras el golpe del general Maximiliano Hernández Martínez a finales de 1931, se celebran unas elecciones en las que la perspectiva de una victoria comunista desencadena la represión del ejército y la Guardia Nacional. Es entonces cuando el partido decide que se dan condiciones para una insurrección armada, cuya preparación se describe en detalle en el libro, y en seguida la dirección del movimiento cae en manos de Martí. Un retraso en el levantamiento es un error fatal pues las fuerzas gubernamentales actúan y Martí es apresado. El 22 de enero de 1932, el gobierno toma la iniciativa y se desata una lucha desigual. Miguel Mármol es detenido e interrogado. Hacinado con otros revolucionarios en una celda aguarda una muerte inminente. Esa misma noche, sacan un amplio grupo y lo llevan a fusilar. Entre ellos está Miguel, pero sus heridas no resultan mortales. Consigue escapar y tiene la suerte de dar con camaradas que velan bien armados. Ellos le esconden y lentamente se recupera en una quebrada, aunque horrorizado por las ejecuciones que al atardecer se repiten día tras día. Su cadáver había sido echado en falta al enterrar a los fusilados y se le persigue con saña, pero consigue entrar en San Salvador ayudado por varios compañeros. Mientras convalece en el mesón donde viven su hermana y su mujer, le llegan noticias de la muerte de Farabundo Martí.
Meses después, recuperado ya, viaja a la zona oriental del país, donde sobrevive a duras penas hasta que encuentra trabajo en su oficio de zapatero. En poco tiempo, retoma también la actividad política con otros comunistas de la región, mientras reside en Usulután. Una parte importante del trabajo revolucionario tenía que ser necesariamente la reflexión sobre los hechos ocurridos, y esta les lleva a la conclusión de que existía una situación favorable que fue muy mal aprovechada, dejándosele la iniciativa al gobierno. Miguel Mármol nos narra después pormenorizadamente la revuelta, así como la extrema crueldad de la represión desatada, con más de treinta mil muertos contra veinte del bando gubernamental. No obstante, más terrible todavía es la red de mentiras tejida para enmascarar estos hechos en la historiografía oficial, que describe una sanguinaria insurrección reprimida con una violencia proporcionada. Se presenta incluso un documento falso atribuido al PCS en el que se detalla un terror rojo perfectamente planificado.
Reorganizado el partido, la represión arrecia en breve y Miguel Mármol deja Usulután con la intención de buscar refugio en Honduras. No obstante, tras diversas peripecias regresa al pueblo, donde vive escondido hasta que en el verano de 1933 decide regresar a San Salvador. En la capital contribuye a la reorganización del partido, teniendo que hacer en poco tiempo vida clandestina. Se plantea otra vez huir a Honduras y el plan está preparado, pero en noviembre de 1934 es detenido. Incomunicado y continuamente esposado, es interrogado salvajemente y obligado a presenciar la tortura de sus compañeros. Así transcurren los meses. Después, altas autoridades militares lo van a ver a su celda y tratan de convencerlo de que regrese al “buen camino”. Él discute acaloradamente y con la fama que se le va creando con estas visitas, su vida mejora, aunque el gobierno niega la detención y lo hace desaparecer cada vez que un juez aparece por la cárcel.
Cae entonces enfermo del estómago y recién curado, el 12 de noviembre de 1935 se declara en huelga de hambre. Con promesas verbales de ser liberado, el día 17 la interrumpe y el 21 de enero de 1936 está en la calle. Aunque la situación familiar es desesperada y la miseria hostiga a los suyos, en poco tiempo consigue volver a su oficio de zapatero, mientras entre las gentes del partido corren falsos rumores acerca de su libertad y para colmo de desgracias es abandonado por su mujer. Sin embargo, logra recuperarse y en breve tiene éxito en la fabricación de sandalias y monta un taller en el que trabajan veinticinco personas más cinco vendedores.
Una nueva generación ha tomado mientras tanto el timón en el PCS, con predominio de intelectuales que tienen a los supervivientes del 32 por estúpidos e ignorantes. Estas fricciones acaban provocando que el partido quede dividido de hecho en tres grupos escasamente avenidos, y aunque se consigue llevar adelante una política de reunificación, Miguel Mármol descubre pronto que la dirección desconfía de él, lo que lo amarga profundamente. En esta época, el régimen de Martínez trata de organizar un sindicato vertical y la reunión fundacional de este es aprovechada hábilmente para constituir una agrupación independiente: la Alianza Nacional de Zapateros, de la que Miguel es nombrado presidente. Comienza así éste una nueva actividad política que roza la legalidad de una dictadura que evoluciona al compás de los malos resultados del fascismo internacional en la Guerra Mundial. El apoyo económico que la Alianza recibe del gobierno es muy criticado por el PCS y ante la amenaza de expulsión, Miguel Mármol rompe toda colaboración con el régimen.
Se produce entonces la rebelión militar y civil de abril de 1944 contra Martínez, sofocada a sangre y fuego. Miguel Mármol no interviene en ella, pues aunque el PCS había ayudado a prepararla, para nada contaron con él. Buscando la forma de luchar contra una dictadura que tan sañudamente se perpetúa en el poder, una reunión de sectores muy diversos de oposición acuerda fundar un partido de amplio espectro. Así nace la UNT (Unión Nacional de Trabajadores). Por aquel tiempo, los estadounidenses quitan su apoyo a Martínez y ante una situación cada vez más difícil, en mayo de 1944, éste abandona la presidencia y sale para Guatemala. Así terminan los trece años siniestros del general espiritista y teósofo, asesino consumado de obreros y campesinos.
La etapa democrática dura poco, sin embargo, pues en octubre del mismo año 1944 el coronel Osmín Aguirre da un golpe de estado, con lo que “los asesinados, presos, torturados y exiliados se pusieron de nuevo a la orden del día.” La oposición al régimen se organiza desde Guatemala, que acaba de salir de su dictadura y hay incluso un intento de invasión de El Salvador desde allí, que resulta en un fracaso y una carnicería. En Guatemala, Miguel Mármol trabaja en la formación de cuadros obreros, colaborando con la escuela y el periódico “Claridad”. El gobierno guatemalteco de Arévalo, sedicentemente progresista pero hostigado por los espadones, alterna comprensión y promesas a los sindicatos con dura represión. Tras el primero de mayo de 1947, que es un éxito de organización, la situación se encona y en septiembre, Miguel es detenido junto a otros líderes izquierdistas y todos son expulsados de Guatemala por cuatro meses. En este momento se interrumpen las memorias, pues nada cuenta Miguel Mármol de su vida a partir de entonces, salvo que vive entre Guatemala y El Salvador entre 1947 y 1954 y después de este año en El Salvador, y sigue en su labor dinamizadora de las luchas sociales.
En las reflexiones que cierran el libro, Miguel Mármol reconoce su cansancio y su renuncia a participar en la dirección de las organizaciones obreras, aunque confiesa su intención de seguir en la brecha desde la base. Termina alzando su voz por lo que considera buenas intenciones para el movimiento comunista: autocrítica, análisis ceñidos a la realidad, estudio exhaustivo de la historia y todos los errores cometidos. Se aboga también por la unidad de acción centroamericana que podría facilitar las luchas en el futuro.
El libro tiene el ritmo y el estilo de un relato autobiográfico y a lo largo de todo él, Miguel Mármol se nos muestra como un obrero comprometido con las transformaciones sociales de su país en unos tiempos extremadamente difíciles. Los rasgos personales que afloran, con algún rasgo curioso como puede ser la descripción en unas pocas ocasiones de fenómenos paranormales, dibujan sobre todo a un luchador corajudo, preocupado siempre por adaptarse a las condiciones cambiantes para hacer realidad sus objetivos emancipadores. El lenguaje sabroso y un humor que no declina ni en los peores momentos hacen que la lectura de este documento imprescindible sobre el movimiento obrero en Centroamérica resulte también una experiencia inolvidable de acercamiento humano a uno de sus actores más importantes. Es mérito de Roque Dalton renunciar a cualquier notoriedad para ser sólo luz que ilumina el rostro del protagonista del relato
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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