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viernes, 13 de septiembre de 2013

Una perla de San Petersburgo


Una perla de San Petersburgo
 
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Una perla de San Petersburgo
12:00 08/09/2013
Tsarskoye Selo (La Villa de los Zares), un conjunto monumental cerca de San Petersburgo, durante casi dos siglos fue residencia de la familia imperial rusa y centro de recibimiento de la realeza y la nobleza.
El conjunto de palacios y parques, hoy en la vecina ciudad de Pushkin, a 24 kilómetros al sur de la antigua capital rusa, San Petersburgo, forma parte del Patrimonio de la Humanidad.
El territorio, donde actualmente se erige Tsarskoye Selo pertenecía en el siglo XVII a los suecos, hasta que en 1702 fue conquistado por el Zar ruso Pedro el Grande durante la Gran Guerra del Norte. El nombre del lugar tiene origen finés: ‘Saari Mois’, la Villa Alta. La palabra ‘saari’ se asemejaba al ruso ‘zar’, por lo cual el nombre original fue asimilado por los rusos como Tsarskoye Selo, y no sin razón.
© RIA Novosti. Marina Listseva
En 1710 el Zar Pedro el Grande donó los territorios a su esposa, la Zarina Catalina I, que los convirtió en su coto de caza. Un año más tarde, tras ser proclamada oficialmente Emperatriz de Rusia, Catalina inició allí la construcción de una casa de campo, que llegaría a ser un majestuoso palacio, la predilecta residencia veraniega de la realeza rusa.
El primer palacio de Catalina I, muy pequeño y modesto a pesar de su categoría, fue levantado en el año 1717 por el arquitecto alemán Johann-Friedrich Braunstein. Isabel I de Rusia (que reinó entre 1741 y 1762), era la segunda hija de Pedro el Grande y Catalina I y consideró que la residencia de su madre estaba pasada de moda y era incómoda. Por eso encargó a los arquitectos rusos Mijaíl Zemtsov y Andréi Kvásov que ampliaran el Palacio de Catalina. Un año y medio más tarde entregó la dirección de las obras al destacado arquitecto ruso, Savva Chevákinski, cuyo proyecto determinó la fisonomía arquitectónica del conjunto: el edificio central rodeado de un gran jardín, construcciones en forma de circunferencias que albergan las dependencias palaciegas y la iglesia. Chevákinski decoró la fachada principal con estátuas doradas, al gusto de la época, y el palacio  cobró majestuosidad.
Sin embargo, le pareció poco a la Emperatriz Isabel y en 1751 pidió a su arquitecto de corte, Bartolomeo Rastrelli que demoliera la antigua estructura y la reemplazara con un edificio mucho más grande en un llamativo estilo rococó. La construcción tardó cinco años y el 30 de julio de 1756, el arquitecto le presentó a la Emperatriz el flamante nuevo palacio. Los 310 metros de su fachada estaban decorados con una serie de columnas, atlantes y grandiosos ventanales con una combinación de tonos azul, dorado y blanco que rompían la monotonía y creaban una fantasía espectacular a la vista.
© Photo Ministerio de Cultura de Rusia
Al mismo tiempo, continuaban los trabajos de diseño y decoración de los jardines palaciegos. Toda la extensión arbolada se divide en dos: frente al palacio se diseñó un enorme jardín formal, más arquitectónico y geométrico, mientras el resto fue concebido como un parque inglés, donde la naturaleza cobra su protagonismo ornamental.
Un edificio llamado la Galería Cameron separa los dos jardines. Debe su nombre al arquitecto escocés Charles Cameron, contratado por Catalina II, la Grande, amante del estilo neoclásico. Cameron construyó los apartamentos personales de la Emperatriz, una estructura de reminiscencias griegas conocida como las Habitaciones de Ágata y diseñadas de manera que enlazaban con los Jardines Colgantes, los Baños fríos y la Galería de Cameron (que todavía conserva una colección de estatuas de bronce): tres edificios neoclásicos construidos conforme a los diseños de Cameron.
Otro arquitecto invitado, el famoso italiano Giacomo Quarenghi, construyó por encargo de Catalina la Grande el palacio de Alejandro, un regalo de la Emperatriz a su querido nieto, el futuro Emperador Alejandro I. Una leyenda cuenta que tanta debilidad tenía por su nieto Alejandro que una mañana, al ver una preciosa rosa blanca en el jardín, quiso regalársela. Para que nadie arrancara la flor ordenó colocar un centinela al lado del rosal. La Emperatriz  se olvidó de su orden y los centinelas continuaron relevándose durante muchos años.
Otro dato curioso relacionado con Catalina la Grande es que pasó todo el invierno de 1768 en Tsarskoye Selo después de haberse hecho vacunar contra la viruela para dar un buen ejemplo a todo el país.
© RIA Novosti. Alexei Danichev
Durante el reinado de esta Emperatriz se termina de diseñar el Parque de Catalina y los interiores del Gran Palacio. Pero algunos trabajos puntuales continuaron hasta finales del siglo XIX, así que el conjunto arquitectónico de Tsarskoye Selo conserva la impronta de todos los zares rusos.
Durante la Gran Guerra Patria (1941-1945), las tropas de la Alemania Nazi destruyeron casi por completo el palacio y los jardines de Tsarskoye Selo. Los arquitectos soviéticos hicieron un arduo trabajo de reconstrucción, mientras las fotografías del Palacio de Catalina en ruinas fueron presentadas como pruebas acusatorias durante el famoso Proceso de Nuremberg.
Tsarskoye Selo, además de una majestuosa residencia imperial, es un lugar donde habitan las musas. En 1811, Alejandro I creó el Liceo Imperial, una escuela de enseñanza superior para hijos de familias nobles. Entre los primeros alumnos del Liceo estuvieron el célebre poeta ruso Alexandr Pushkin, el destacado diplomático Alexander Gorchakov, el escritor Mijaíl Saltikov-Shchedrín y muchos más. La tradición literaria de Tsarskoye Selo continuó en el siglo XX con Ana Ajmátova, Innokienti Ánnenski y otros poetas y escritores.
Que hay que hacer en Tsarskoye Selo:
1 Visitar el Gran Palacio de Catalina.
2 Subir a la segunda planta por la escalera de mármol para ver el suntuoso Salón de Bailes, la Sala de Luces, el Salón Dorado, el del Trono y la Cámara de Ámbar.
3 Dar un paseo en barco por el Gran Estanque del Parque de Catalina.
4 Montar en un carruaje reconstruido de la época de los zares rusos o, en invierno, en un trineo.
5 Escuchar como corre el agua en las numerosas fuentes del parque.
6 Visitar el Liceo y, en particular, el dormitorio del gran poeta ruso, Alexander Pushkin.
7 Ver la exposición dedicada al último Emperador de Rusia, Nicolás II, y a su familia en el Palacio de Alejandro.
8 Escuchar el chirrido de las veletas de las pagodas en el Pueblo Chino.
Cámara de Ámbar
© RIA Novosti. Dmitry Korobeinikov
La Cámara de Ámbar original situada en el Palacio de Catalina fue una lujosa habitación del zar de Rusia decorada con un conjunto de paneles de distintos tamaños, zócalos y muebles formados por miles de astillas de ámbar cuyo precio era doce veces superior al del oro.
La Cámara fue un regalo de Federico Guillermo I de Prusia al Zar Pedro el Grande para estrechar las relaciones diplomáticas entre ambas naciones. Desde entonces fue ampliada y considerada el orgullo de Rusia, incluso tras la Revolución.
La Emperatriz Isabel I decidió instalar la Cámara en el Palacio de Tsarskoye Selo. Para no dañar los frágiles paneles 75 soldados de la guardia personal de la Zarina hicieron los 25 kilómetros que separan San Petersburgo de la Tsarskoye Selo a pie, cargando con las cajas.
Durante la Gran Guerra Patria, los alemanes incluyeron la joya en la lista de obras de arte para su saqueo y la trasladaron al castillo de Königsberg, donde se perdió su rastro.
En 2003 fue remplazada por una copia. La inauguraron durante los festejos del 300º aniversario de San Petersburgo.

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