Posted: 06 Sep 2013 06:30 AM PDT
Nos habían convocado para hacernos la foto de promoción. Foto que
pasaría a la historia. Al menos era lo que nosotros, la sección “C” de
la Escuela Normal Alberto Masferrer, nos imaginábamos. No era para
menos: habíamos concluido tres años de estudio absorbente, y un poco de
juerga, claro, pero victoriosos al fin y al cabo.
Ese día frente a la cámara había nervios, alegría y muchas expectativas. Antes de la foto oficial decidimos posar para una más relajada y entre amigos eso definitivamente es fácil. Era el año 63 y estábamos listos para cambiar el mundo.
Pero creo que antes de cambiar el mundo, el mundo nos cambiaría a nosotros. Sabíamos que al salir de la Normal todo cambiaría. Esa gran amistad que habíamos mantenido el Chino-Fon, Luis Sanabria (que le decíamos “El Picudo”), Juan “Charrasquiado”, entre muchos más, dejaría de ser igual. No habría más juegos de basquetbol con nuestro equipo “Los Pericos”; ya no esperaríamos a la salida a las señoritas de la Escuela Normal España, que estaba frente a nuestro edificio; se acabarían las largas pláticas sobre política, música, aventuras y libros que mantenía con todos, pero sobre todo con el Chino-Fon. Mi amigo el Chino-Fon fue quien despertó en mí el interés por ser activista y participar de las marchas que se sucedían en San Salvador en contra del atroz sistema político de aquel tiempo.
Pensaba que al concluir los estudios lo que venía era una vida con compromisos laborales y de todo tipo, pero, al menos, con la garantía que seríamos independientes. Libres para tomar nuestras decisiones. Pero, y los amigos, ¿dónde quedarían?
Algo en común nos puso a mis amigos y a mí en el mismo camino. Algunos llegamos al magisterio sin saber realmente lo que significaba. En mi caso me motivó el ejemplo de mis hermanas mayores, pero una vez dentro de la Normal abrí mis ojos a un mundo donde el maestro cumple un papel protagónico en la transformación de la sociedad. Creo que todos los muchachos de mi promoción entendimos lo mismo. Lo pude comprobar por la forma en que se referían al mundo, y por sus sueños por construir un mejor país. Para mí fue fundamental haberles conocido: me enseñaron el incalculable valor de la amistad.
Luego de la graduación pasé casi un año esperando que me llamaran para alguna plaza. Un día recibo la llamada y me dicen que me esperan en el cantón Tilapa del municipio de Huizúcar, La Libertad. Cuando uno desea trabajar no pone reparos, así que sin pensarlo tomé mi maleta y fui. En el campo conviví muy de cerca con una realidad de la que antes no había escuchado y que marcó mis ideales y mi trabajo por nuestra gente. Con mis amigos de la Normal ya pocas veces nos vimos. Todos tomamos nuestro rumbo, pero estoy seguro que guiados por el mismo principio: servir a nuestros semejantes.
Hace poco se comunicaron conmigo algunos compañeros de la promoción. Mis amigos. Me alegró saber que estábamos pensando lo mismo: nuestra promoción estaba a punto de cumplir 50 años, y lo menos que podíamos hacer era reunirnos. Así que pusimos manos a la obra. Nos comunicamos con los demás, planeamos el día, el lugar, la fecha y, esto fue muy divertido, acordamos volver a uniformarnos, como en aquellos tiempos. Y así fue.
Me dio alegría reunirnos y saber que aún conservamos el mismo espíritu. Persiste en todos el mismo brillo que cuando los conocí. Qué bueno saber que todos hemos seguido nuestros sueños. Qué bueno que hemos trabajado por el bien de nuestras familias y de nuestro país. Simón Bolívar decía que el objetivo más noble que podemos tener los seres humanos es ilustrar a nuestros semejantes.
Esa gran sonrisa que vi en el rostro de mis amigos en la celebración me dio a entender que todos ellos están contentos por haber decidido un día ser maestros. Por mi parte les admiro y agradezco, y estoy seguro de que sus alumnos también. Uno nunca olvida a sus maestros. Sus enseñanzas surgen a cada momento de la vida, cuando más las necesitamos.
Quiero en este espacio honrar la vida de los maestros de la Promoción del 63 y de todos los maestros salvadoreños que han dedicado su vida a la construcción de un mejor país.
A ustedes, mis amigos.
Ese día frente a la cámara había nervios, alegría y muchas expectativas. Antes de la foto oficial decidimos posar para una más relajada y entre amigos eso definitivamente es fácil. Era el año 63 y estábamos listos para cambiar el mundo.
Pero creo que antes de cambiar el mundo, el mundo nos cambiaría a nosotros. Sabíamos que al salir de la Normal todo cambiaría. Esa gran amistad que habíamos mantenido el Chino-Fon, Luis Sanabria (que le decíamos “El Picudo”), Juan “Charrasquiado”, entre muchos más, dejaría de ser igual. No habría más juegos de basquetbol con nuestro equipo “Los Pericos”; ya no esperaríamos a la salida a las señoritas de la Escuela Normal España, que estaba frente a nuestro edificio; se acabarían las largas pláticas sobre política, música, aventuras y libros que mantenía con todos, pero sobre todo con el Chino-Fon. Mi amigo el Chino-Fon fue quien despertó en mí el interés por ser activista y participar de las marchas que se sucedían en San Salvador en contra del atroz sistema político de aquel tiempo.
Pensaba que al concluir los estudios lo que venía era una vida con compromisos laborales y de todo tipo, pero, al menos, con la garantía que seríamos independientes. Libres para tomar nuestras decisiones. Pero, y los amigos, ¿dónde quedarían?
Algo en común nos puso a mis amigos y a mí en el mismo camino. Algunos llegamos al magisterio sin saber realmente lo que significaba. En mi caso me motivó el ejemplo de mis hermanas mayores, pero una vez dentro de la Normal abrí mis ojos a un mundo donde el maestro cumple un papel protagónico en la transformación de la sociedad. Creo que todos los muchachos de mi promoción entendimos lo mismo. Lo pude comprobar por la forma en que se referían al mundo, y por sus sueños por construir un mejor país. Para mí fue fundamental haberles conocido: me enseñaron el incalculable valor de la amistad.
Luego de la graduación pasé casi un año esperando que me llamaran para alguna plaza. Un día recibo la llamada y me dicen que me esperan en el cantón Tilapa del municipio de Huizúcar, La Libertad. Cuando uno desea trabajar no pone reparos, así que sin pensarlo tomé mi maleta y fui. En el campo conviví muy de cerca con una realidad de la que antes no había escuchado y que marcó mis ideales y mi trabajo por nuestra gente. Con mis amigos de la Normal ya pocas veces nos vimos. Todos tomamos nuestro rumbo, pero estoy seguro que guiados por el mismo principio: servir a nuestros semejantes.
Hace poco se comunicaron conmigo algunos compañeros de la promoción. Mis amigos. Me alegró saber que estábamos pensando lo mismo: nuestra promoción estaba a punto de cumplir 50 años, y lo menos que podíamos hacer era reunirnos. Así que pusimos manos a la obra. Nos comunicamos con los demás, planeamos el día, el lugar, la fecha y, esto fue muy divertido, acordamos volver a uniformarnos, como en aquellos tiempos. Y así fue.
Me dio alegría reunirnos y saber que aún conservamos el mismo espíritu. Persiste en todos el mismo brillo que cuando los conocí. Qué bueno saber que todos hemos seguido nuestros sueños. Qué bueno que hemos trabajado por el bien de nuestras familias y de nuestro país. Simón Bolívar decía que el objetivo más noble que podemos tener los seres humanos es ilustrar a nuestros semejantes.
Esa gran sonrisa que vi en el rostro de mis amigos en la celebración me dio a entender que todos ellos están contentos por haber decidido un día ser maestros. Por mi parte les admiro y agradezco, y estoy seguro de que sus alumnos también. Uno nunca olvida a sus maestros. Sus enseñanzas surgen a cada momento de la vida, cuando más las necesitamos.
Quiero en este espacio honrar la vida de los maestros de la Promoción del 63 y de todos los maestros salvadoreños que han dedicado su vida a la construcción de un mejor país.
A ustedes, mis amigos.
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