La veía, mejor dicho la veíamos
salir, cruzar la esquina y de ahí no sabíamos que se hacía. Vestida elegante, delicadamente
elegante. No sabíamos cuando había llegado a vivir a la comunidad y la casa, la
vieja casona había estado desocupada por eternidades, de tal forma que nunca
supimos quién
o si ella era la dueña o familiar de los dueños de aquella casa que me imagino
guardaba secretos centenarios.
Qué hacía, a que había llegado,
por qué
se había venido a vivir a nuestra comunidad, era los que todos nos preguntábamos
en nuestras Platicas de Esquina.
Un día la seguí, al cruzar la
esquina, no estaba ni a diez metros de ella y de pronto se desapareció y qué
se hizo, nunca entendí, porque las casa estaban con las puertas cerradas. Otra
cosa, la veíamos salir, pero nunca la vimos entrar...
Comenzamos a especular, alguien
dijo que deberíamos ir al cura o a las autoridades municipales, pero que les
van a ir a decir, les repliqué, que no la vemos cuando entra, que no
sabemos dónde va, que se nos pierde al cruzar la esquina, todo ello, no
constituye un crimen y lo que les va a decir que ustedes ni son policías, ni
tienen derecho a meterse en la vida de los demás y que posiblemente deberían
ver al psiquiatra Calixto Espino, famosos en el medio por enderezar tuertos y
sacar de la depresión a las solteronas y a los
cornudos de la comunidad.
Especulábamos, pero en realidad
ninguno de nosotros le había visto la cara, de tal forma que la veíamos en cada
mujer que no conocíamos y veíamos por vez primera.
Las especulaciones aumentaron, decían que era alguna resucitada, otros decían
que a la vuelta de la esquina se les había convertido en una inmensa rosa
blanca voladora.
Suerte la mía, la vi salir de la
casa y me pude acercar, le vi la cara, los bellos ojos, su tez de obsidiana, sus
ojos radiantes luceros. La vi alejarse, jamás la había visto, no era de los
alrededores, no le hablé, no le pregunté nada y en realidad no me parecía muy
humana, era como un ángel levitante en
el camino hacia no sé dónde.
Ese día, llevaba algo así como un
marco y un bulto enrollado que parecía tela. Llevaba la frente amarrada con un
pañuelo rojo y no se veía que caminara ligero aunque la quería alcanzar y cuanto más trataba, más
lejana parecía.
Regresé, todos se me quedaron
viendo, no pude dar ninguna explicación, fue como si una nube de olvido se
hubiera posesionado de mi cerebro.
El dia siguiente un muchacho también
desconocido llego corriendo donde nos encontrábamos, solo señalo el parque y se
desvaneció. Temerosos nos fuimos todos juntos para el parque. encontramos el pañuelo
y el vestido.
Nuestras grotescas caras pintadas
en las paredes de la alcaldía.. Hasta hoy no sabemos si fue un sueño o una pesadilla
colectiva, o una premonición de nuestros últimos días.
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