Pedro I derrotó en esa contienda al antes invencible rey sueco Carlos XII. Aquel fue un hecho crucial en la Guerra del Norte de veinte años que puso fin al dominio de Suecia, como la fuerza militar principal en Europa. 
Carlos XII, según cuentan sus coetáneos, “era un enamorado de la guerra”. Su ejército, fogueado en combates, salía a menudo victorioso frente a enemigos, incluso, de una fuerza superior. Fue lo que ocurrió en la batalla de Narva, en 1700, cuando derrotó en toda la línea a las tropas rusas. El rey sueco ordenó, después de aquella contienda, acuñar una medalla con una viñeta ofensiva que muestra a Pedro en lágrimas, y a la fuga, arrojando la gorra y la espada. Decidiendo que Rusia era un enemigo débil, Carlos partió a Polonia y Sajonia a derrotar a Augusto II. En tanto, el zar ruso había logrado modernizar y reformar el ejército, despejar de los suecos, en combates locales, la costa rusa del Báltico y sentar los cimientos de San Petersburgo, en la desembocadura del río Neva. Para el desarrollo del comercio con Europa era de necesidad vital para el país la amplia salida al mar Báltico. Carlos, que entendía que su enemigo principal seguía siendo Moscú condujo, en 1707, a su ejército hasta Moscú, a través del actual territorio de Ucrania. Sus ambiciones planes suponían, ni más ni menos que el dominio sueco desde el Elba hasta el Amur. Y la batalla de Poltava iba a ser el suceso central de la gran Guerra del Norte. Ante Rusia estaba planteado un dilema de sentido de veras shakesperiano: ser o no ser, afirma el doctor en Historia Vadím Roguinski: 
En esta interrogante, Rusia respondió, ser. A veces nos dicen que las reformas de Pedro eran demasiado pesadas, pero olvidan en tanto que, Rusia libró una guerra durísima, sin la que habría quedado como un Estado provincial, marginal. El zar Pedro situó a Rusia entre las grandes potencias europeas. 
Aquella contienda mostró que los rusos, en corto plazo supieron dominar los mejores logros militares y técnicos de aquel tiempo. La artillería de Pedro I superaba considerablemente la de Suecia. Fueron levantadas fortificaciones meticulosamente estudiadas. No se materializaron los cálculos de Carlos XII de un ataque frontal, en los que eran fuertes sus unidades de la Guardia. Aquella batalla fue furibunda. El rey sueco, herido en el campo de batalla, era trasladado en camillas de un lugar a otro. Las balas perforaron la gorra del zar Pedro y de su montura. Las bajas de los suecos fueron el doble de las sufridas por el ejército ruso. Carlos se vio obligado a escapar a Turquía. Aquella, como se decía entonces, fue una victoria. Pedro I iba, años más tarde a vencer a los suecos en los combates navales en Gangut y Granhamn, destaca Alexéi Volkov, experto del Centro de investigaciones europeas: 
El resultado de aquello fue el que Suecia deviniera un país corriente. De vez en cuando estuvo aun combatiendo, más o menos unos cien años. Pero, hacia comienzos del siglo XIX llegó a ser ya, en esencia, un país más, dentro de su actual territorio y sin pretensiones algunas de superpotencia. En Suecia consideran actualmente que, posiblemente estuvo bien. Como se dice, small is beautiful, pues el país ha alcanzado grandes éxitos. 
Europa, que antes prestaba atención en el zar ruso no más que a un shah de Persia o a un Gran Mogol de la India, aprendió desde entonces a tomar en cuenta, en política internacional, los intereses de Rusia. Pedro I, cuya vocación genuina era, a juicio de historiadores, el elemento ácueo, obtuvo la deseada salida al mar Báltico. El belicoso rey sueco iba a morir en una contienda con los noruegos, en 1718. "!Ah, hermano Carlos!"-, exclamó el zar Pedro con pesar al enterarse de ello, y declaró una semana de duelo por el gran jefe militar. 
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