Sin embargo, la primavera, que aquí oficialmente comienza
el primero de marzo, se abre paso con fuerza. Los días son más largos y
el sol alegra los rostros agotados por las jornadas de falta de luz.
Rusia retoma el paso tras el letargo invernal y lo hace con una
explosión de fuerza y colorido. Es su fiesta más antigua y con más
sabor: la Máslenitsa.
Es común que en los lugares con
estaciones diferenciadas exista la costumbre de festejar la llegada de
la primavera. Son manifestaciones populares de gran arraigo, cuya fuerza
popular las diversas religiones casi siempre han sabido captar para
incorporarlas a sus ritos eclesiásticos. En la zona de influencia
católica surgió el carnaval y en los países eslavos el mismo contenido
tomó otras formas y otros nombres, en casi todos los sitios con un
barniz religioso más o menos intenso. Sin embargo, en algunos lugares,
mantuvo su carácter profano, pero con una manifestación más barroca y
trabajada, estilizada y comercial, como es el caso de las fallas
valencianas, esos efímeros monumentos de cartón piedra destinados a ser
quemados.
La Máslenitsa rusa no tiene una fecha fija
aunque está íntimamente ligada al equinoccio de primavera. Su
fluctuación está en relación con el calendario de base lunar de la
Iglesia Ortodoxa rusa, que la ligó al inicio de la Cuaresma. Pero las
sociedades de Rusia ancestral, aquella anterior a la llegada del
cristianismo, siempre tendieron al antropocentrismo. Nunca hubo una
religión aglutinante, sino que más bien existían cultos laxos y
heterogéneos a los espíritus atávicos del hogar y de la naturaleza.
También había un respeto reverencial por los antepasados destacados.
Todas esas creencias pasaron con el tiempo al santoral ortodoxo, ya que
borrarlas del acervo de generaciones resultaba muy complicado y poco
útil. Por el contrario, la tradición de la Máslenitsa continuó su viaje a
través de las épocas, con diversos nombres, pero con sus formas casi
inalterables, hasta comienzos del siglo XX, hasta la revolución de
octubre de 1917.
Existen varias leyendas sobre su remoto
origen, que se remonta a más de ocho mil años de antigüedad. Una de
ellas, quizás la más verosímil, está relacionada con la costumbre de
preparar panqueques, o hojuelas de harina de trigo (o de cualquier otro
tipo de cereal) durante estos días. En la preparación de los panqueques
se utiliza la mantequilla (maslo, en ruso) y su forma es circular y con
un color amarillo que recuerda mucho al sol. Los rusos así invocaban al
astro rey para que calentara sus heladas tierras y comenzara el
renacimiento de la naturaleza y la fertilidad de los campos. Ese quizás
es el núcleo de la fiesta: la purificación y el renacimiento, el círculo
de la vida. En ese sentido se enmarca la tradición de hacer muñecos,
espantajos de paja y quemarlos junto con la basura y las cosas viejas
acumuladas durante el año.
La Máslenitsa siempre fue la
fiesta más alegre y bulliciosa, la de raigambre más popular. Sus
vistosas ceremonias, plenas de colorido y de antiguo sentido transmiten
el entusiasmo y temperamento emocional del pueblo ruso.
Todo
comenzaba el domingo, la víspera de la semana de la fiesta, los amigos y
familiares solían reunirse para comer en torno a una mesa cuyo plato
principal era la carne. Durante la semana que comienza no la iban a
probar y había que acabar con los últimos restos de la casa.
Los
días se desgranaban en una atmósfera de alborozo. El lunes se recibía a
la fiesta y la gente tomaba la calle con sus hijos para divertirse con
sus trineos, en los columpios y con otras atracciones. En los pueblos y
las aldeas existía la creencia que cuanto más lejos se deslizara el
trineo y más larga fuera la risa, mejor sería la cosecha. Era un día
para los niños y para resaltar su importancia dentro del colectivo. El
martes era el día de las bromas, con canciones populares y chistes.
También del cortejo en público entre los jóvenes casaderos. El miércoles
goloso era una jornada muy esperada. Grandes cantidades de empanadas,
pastas, panqueques, pescados, caviar, salazones, marinados, productos
lácteos, vodka, bebidas con miel... En la mesa del hogar y de la
comunidad se ponía lo mejor de cada casa. Y también existía la costumbre
de visitar a la suegra para degustar sus panqueques.
El
jueves era el día más importante, el ecuador de los festejos. Hasta ese
momento, la diversión se había alternado con los quehaceres diarios
pero, a partir de ese momento, comenzaba la Máslenitsa Completa y todo
el mundo dejaba sus trabajos para darse al solaz: las mujeres cantaban
coplas, la gente se entretenía con juegos populares, se encendían
hogueras y se saltaba sobre ellas. La competición resaltaba el vigor
masculino en carreras de caballos, combates de boxeo y lucha libre. La
jornada terminaba con el asalto y la toma simbólica de un castillo hecho
de nieve: el invierno había sido derrotado y toda su energía negativa
se había disipado en la fiesta.
El viernes las suegras
devolvían las visitas a la casas de sus hijos y de sus nueras, que las
agasajaban con toda la atención y el cariño que merecieran. Las
relaciones sociales continuaban el sábado, cuando las cuñadas se reunían
para fortalecer los lazos del clan familiar.
El
domingo las celebraciones tocaban a su fin. En ese día todos se pedían
perdón por las ofensas cometidas durante el año, relajando así las
tensiones del colectivo. Iban a la sauna rusa para purificar sus cuerpos
y se preparaban la culminación de la fiesta: la quema simbólica del
muñeco de paja. En algunas zonas, a esta pira ceremonial se arrojaban
hoguera muñecas cargadas con el peso simbólico de las cosas negativas y
del mal acumulado, junto con las sobras de la fiesta, panqueques y
huevos. Las cenizas, luego, se esparcían por los campos para
fertilizarlos. Todo volvía a la naturaleza.
Estas
tradiciones acompañaron a los rusos hasta la revolución socialista de
1917. Durante los setenta años de la URSS muchas cosas cambiaron. La
religión pasó a estar mal vista y el acervo popular se quedó olvidado en
el pasado. El nuevo hombre soviético estaba un poco al margen del
perdón y de la culpa, la sociedad era otra y los rituales de renovación
no tenían mucho sentido en unos individuos de cuño diferente.
Estandarización, austeridad y pragmatismo. El estallido de un carnaval
de mil colores, expresión del verdadero temperamento ruso, no encajaba
con la nueva imagen de acero que se quería vender. La Máslenitsa
sobrevivió a todo esto porque un latido racial tan profundo no se puede
reprimir del todo. Los rusos nunca olvidaron la fiesta, estaba en sus
genes. Sólo que quedó reducida a la preparación de panqueques y a las
reuniones familiares con mayor o menor contenido folclórico. Por
ejemplo, visitar a la suegra para comer sus hojuelas…
Desde
hace unos años, las cosas han cambiado mucho, muchísimo, en Rusia. El
corsé emocional soviético se ha ido disolviendo paulatinamente y el
carácter emocional, alegre y alambicado ha vuelto a flor de piel. Y la
Máslenitsa es una parte de esa alegría, más bien una consecuencia, y
vuelve a recuperar el sitio que siempre fue suyo. Durante la semana que
comienza, los parques y las zonas de recreo de las ciudades y los
pueblos se irán poblando de gente con ganas de disfrutar. Y muchas de
las tradiciones de los ancestros volverán de nuevo a revivir.
Colores
rojos y blancos, sol y las últimas nieves. Cantos surgidos directamente
desde el corazón de la tierra rusa: alegres e hipnóticos. Ese aroma de
panqueque con nata agria y miel. Y el enorme muñeco de la Máslenitsa
volverá a arder.
jg/kg
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