Ciento quince cardenales electores, menores de
ochenta años, se encerraron en la Capilla Sixtina. El nuevo Papa debe
ser elegido por dos tercios de la totalidad de votos.
La
palabra “cónclave” procede de la expresión latina “cum clave”, o sea,
“cerrado con llave”, y hace referencia al recinto cerrado, donde los
cardenales permanecen tradicionalmente hasta elegir al nuevo Papa. He
aquí lo que nos contó al respecto el historiador y teólogo ruso, Alexéi
Yudin:
—Históricamente se ha
comprobado que para llevar el asunto a feliz término es necesario aislar
a los cardenales del mundo externo, creando un ambiente adecuado para
que se dediquen a una sola cosa: la elección del Pontífice. Hubo casos
cuando la elección duró casi tres años. Últimamente, el plazo promedio
fue de dos a cuatro días. Benedicto XVI que renunció al papado había
sido elegido en dos días. Es cierto que en aquella ocasión solo hubo dos
opciones: Ratzinger o no Ratzinger. Esta vez, la situación es mucho más
complicada: no hay una sola figura de referencia. Los ismo cardenales
dicen que este cónclave va a ser difícil.
La
Capilla Sixtina atenderá el cónclave por vigésimo quinta vez.
Formalmente, el recinto obtuvo el estatus oficial de lugar del cónclave
solo en 1996, tras la aprobación de la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, de Juan Pablo II.
A
principios de marzo, en ese famosísimo monumento del Renacimiento
italiano, comenzaron los preparativos para el cónclave. Una cuadrilla de
cuarenta obreros polarizó las ventanas, montó un podio especial de
madera cubriéndolo de tapiz color beige y puso las mesas y butacas.
Apareció un conducto de chimenea sobre el tejado para anunciar con el
humo si ha concluido o no la elección del nuevo Pontífice. Por dentro se
colocó una estufa para quemar las boletas, prosigue Alexéi Yudin:
—Para
un cónclave se colocan dos estufas. Una para quemar las boletas y otra
especial para echar humo. El cardenal que sea elegido deberá anunciar
claramente que acepta ser el Papa. Hay opciones para el caso de su
negación. Pero la historia de la Iglesia Católica aún desconoce tales
casos. Simplemente existe este procedimiento. Luego saldrá un cardenal
para decir “urbi et orbi” que “tenemos un Papa”. Y se procederá a la
entronización del nuevo Pontífice.
Inmediatamente
después de ser elegido, el nuevo Papa debe retirarse a la Sacristía de
la Capilla Sixtina para resolver en llanto el peso de la responsabilidad
que le va a caer encima. Allí mismo se viste con vestiduras papales
hechas en tres tamaños, dependiendo de la talla del nuevo pontífice y
anuncia su nuevo nombre de trono. El Papa está obligado a cambiar su
nombre por un papal, explica Alexéi Yudin:
—Suele
tomar un nombre que señale a un predecesor suyo, cuya causa le gustaría
continuar. Por ejemplo, Juan Pablo I fue sucesor de la causa de Juan
XXIII, quien convocó el Segundo Concilio del Vaticano, y de Pablo VI,
quien continuó ese rumbo. Ese Papa falleció pronto, solo treinta y tres
días después de asumir el pontificado. Le sucedió Juan Pablo II, quien
continuó la causa Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I. Así que el nombre
puede ser cualquiera, todo depende del cardenal elegido al papado.
Esta
vez, entre los cardenales papables, principales candidatos a la Santa
Sede del Vaticano, figuran el italiano Angelo Scola, el brasileño Odilo
Scherer, el canadiense Marc Ouellet y el estadounidense Timothy Dolan.
Pero como no hay favorito indiscutible, cualquier otro cardenal también
puede ser elegido. El analista Piotr Sviatenkov afirma que,
independientemente de quien sea el nuevo Papa, no iniciará una reforma
radical de la Iglesia Católica:
—Estoy
seguro de que la Iglesia Católica seguirá en su postura conservadora
con el nuevo pontífice. Y si se emprenden algunas reformas, no serán
importantes.
El cardenal
francés Jean-Louis Tauran es la persona encargada de anunciar el nombre
del futuro Papa. A estas alturas, lo único que sabemos es que el nuevo
pontífice difícilmente se llamaría Pedro II. Primero, porque sería
demasiado ambicioso equipararse al apóstol Pedro, cuyo nombre ostenta el
Trono papal. Y segundo, porque de acuerdo a una profecía del monje
irlandés Malaquías que vivió en el siglo XII, justamente un Papa llamado
Pedro de Roma o Pedro II será el último pontífice de la Iglesia
Católica Romana.
nv/rl
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