> > El enigma de los dos Chávez x Gabriel García Márquez :: Más
> articulos de esta autora/or: De acuerdo con la idea que el comandante
> Chávez tiene de su vida, el acontecimiento culminante fue El Caracazo,
> la sublevación popular que devastó a Caracas
>
> "Cómo lo conocí a Hugo Chávez", 15/2/1999
>
> CONTEXTO: Con su singular estilo Márquez describe al personaje de
> manera inigualable. También refleja en el articulo la tensión que
> produce el tema con el mundo en el que debe convivir para publicar sus
> libros y ganar premios. Un mundo donde Chávez esta tocando fuertes
> intereses. De ahí quizás provengan ciertas dudas y ciertos
> desconocimientos insólitos en el inteligente escritor, ya que versan
> sobre cuestiones que son ahora demasiado conocidas en nuestra América
> Morena.
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>
> Carlos Andrés Pérez descendió al atardecer del avión que lo llevó de
> Davos, Suiza, y se sorprendió de ver en la plataforma al general
> Fernando Ochoa Antich, su ministro de Defensa. “¿Qué pasa?”, le
> preguntó intrigado. El ministro lo tranquilizó, con razones tan
> confiables, que el Presidente no fue al Palacio de Miraflores sino a
> la residencia presidencial de La Casona. Empezaba a dormirse cuando el
> mismo ministro de Defensa lo despertó por teléfono para informarle de
> un levantamientio militar en Maracay. Había entrado apenas en
> Miraflores cuando estallaron las primeras cargas de artillería.
>
> Era el 4 de febrero de 1992. El coronel Hugo Chávez Frías, con su
> culto sacramental de las fechas históricas, comandaba el asalto desde
> su puesto de mando improvisado en el Museo Histórico de La Planicie.
> El Presidente comprendió entonces que su único recurso estaba en el
> apoyo popular, y se fue a los estudios de Venevisión para hablarle al
> país. Doce horas después el golpe militar estaba fracasado. Chávez se
> rindió, con la condición de que también a él le permitieran dirigirse
> al pueblo por la televisión. El joven coronel criollo, con la boina de
> paracaidista y su admirable facilidad de palabra, asumió la
> responsabilidad del movimiento. Pero su alocución fue un triunfo
> político. Cumplió dos años de cárcel hasta que fue amnistiado por el
> presidente Rafael Caldera. Sin embargo, muchos partidarios como no
> pocos enemigos han creído que el discurso de la derrota fue el primero
> de la campaña electoral que lo llevó a la presidencia de la República
> menos de nueve años después.
>
> El presidente Hugo Chávez Frías me contaba esta historia en el avión
> de la Fuerza Aérea Venezolana que nos llevaba de La Habana a Caracas,
> hace dos semanas, a menos de quince días de su posesión como
> presidente constitucional de Venezuela por elección popular. Nos
> habíamos conocido tres días antes en La Habana, durante su reunión con
> los presidentes Castro y Pastrana, y lo primero que me impresionó fue
> el poder de su cuerpo de cemento armado. Tenía la cordialidad
> inmediata, y la gracia criolla de un venezolano puro. Ambos tratamos
> de vernos otra vez, pero no nos fue posible por culpa de ambos, así
> que nos fuimos juntos a Caracas para conversar de su vida y milagros
> en el avión.
>
> Fue una buena experiencia de reportero en reposo. A medida que me
> contaba su vida iba yo descubriendo una personalidad que no
> correspondía para nada con la imagen de déspota que teníamos formada a
> través de los medios. Era otro Chávez. ¿Cuál de los dos era el real?
>
> El argumento duro en su contra durante la campaña había sido su pasado
> reciente de conspirador y golpista. Pero la historia de Venezuela ha
> digerido a más de cuatro. Empezando por Rómulo Betancourt, recordado
> con razón o sin ella como el padre de la democracia venezolana, que
> derribó a Isaías Medina Angarita, un antiguo militar demócrata que
> trataba de purgar a su país de los treintiséis años de Juan Vicente
> Gómez. A su sucesor, el novelista Rómulo Gallegos, lo derribó el
> general Marcos Pérez Jiménez, que se quedaría casi once años con todo
> el poder. Éste, a su vez, fue derribado por toda una generación de
> jóvenes demócratas que inauguró el período más largo de presidentes
> elegidos.
>
> El golpe de febrero parece ser lo único que le ha salido mal al
> coronel Hugo Chávez Frías. Sin embargo, él lo ha visto por el lado
> positivo como un revés providencial. Es su manera de entender la buena
> suerte, o la inteligencia, o la intuición, o la astucia, o cualquiera
> cosa que sea el soplo mágico que ha regido sus actos desde que vino al
> mundo en Sabaneta, estado Barinas, el 28 de julio de 1954, bajo el
> signo del poder: Leo. Chávez, católico convencido, atribuye sus hados
> benéficos al escapulario de más de cien años que lleva desde niño,
> heredado de un bisabuelo materno, el coronel Pedro Pérez Delgado, que
> es uno de sus héroes tutelares.
>
> Sus padres sobrevivían a duras penas con sueldos de maestros
> primarios, y él tuvo que ayudarlos desde los nueve años vendiendo
> dulces y frutas en una carretilla. A veces iba en burro a visitar a su
> abuela materna en Los Rastrojos, un pueblo vecino que les parecía una
> ciudad porque tenía una plantita eléctrica con dos horas de luz a
> prima noche, y una partera que lo recibió a él y a sus cuatro
> hermanos. Su madre quería que fuera cura, pero sólo llegó a monaguillo
> y tocaba las campanas con tanta gracia que todo el mundo lo reconocía
> por su repique. “Ese que toca es Hugo”, decían. Entre los libros de su
> madre encontró una enciclopedia providencial, cuyo primer capítulo lo
> sedujo de inmediato: Cómo triunfar en la vida.
>
> Era en realidad un recetario de opciones, y él las intentó casi todas.
> Como pintor asombrado ante las láminas de Miguel Angel y David, se
> ganó el primer premio a los doce años en una exposición regional. Como
> músico se hizo indispensable en cumpleaños y serenatas con su maestría
> del cuatro y su buena voz. Como beisbolista llegó a ser un catcher de
> primera. La opción militar no estaba en la lista, ni a él se le habría
> ocurrido por su cuenta, hasta que le contaron que el mejor modo de
> llegar a las grandes ligas era ingresar en la academia militar de
> Barinas. Debió ser otro milagro del escapulario, porque aquel día
> empezaba el plan Andrés Bello, que permitía a los bachilleres de las
> escuelas militares ascender hasta el más alto nivel académico.
>
> Estudiaba ciencias políticas, historia y marxismo al leninismo. Se
> apasionó por el estudio de la vida y la obra de Bolívar, su Leo mayor,
> cuyas proclamas aprendió de memoria. Pero su primer conflicto
> consciente con la política real fue la muerte de Allende en septiembre
> de 1973. Chávez no entendía. ¿Y por qué si los chilenos eligieron a
> Allende, ahora los militares chilenos van a darle un golpe? Poco
> después, el capitán de su compañía le asignó la tarea de vigilar a un
> hijo de José Vicente Rangel, a quien se creía comunista. “Fíjate las
> vueltas que da la vida”, me dice Chávez con una explosión de risa.
> “Ahora su papá es mi canciller”. Más irónico aún es que cuando se
> graduó recibió el sable de manos del presidente que veinte años
> después trataría de tumbar: Carlos Andrés Pérez.
>
> “Además”, le dije, “usted estuvo a punto de matarlo”. “De ninguna
> manera”, protestó Chávez. “La idea era instalar una asamblea
> constituyente y volver a los cuarteles”. Desde el primer momento me
> había dado cuenta de que era un narrador natural. Un producto íntegro
> de la cultura popular venezolana, que es creativa y alborazada. Tiene
> un gran sentido del manejo del tiempo y una memoria con algo de
> sobrenatural, que le permite recitar de memoria poemas de Neruda o
> Whitman, y páginas enteras de Rómulo Gallegos.
>
> Desde muy joven, por casualidad, descubrió que su bisabuelo no era un
> asesino de siete leguas, como decía su madre, sino un guerrero
> legendario de los tiempos de Juan Vicente Gómez. Fue tal el entusiasmo
> de Chávez, que decidió escribir un libro para purificar su memoria.
> Escudriñó archivos históricos y bibliotecas militares, y recorrió la
> región de pueblo en pueblo con un morral de historiador para
> reconstruir los itinerarios del bisabuelo por los testimonios de sus
> sobrevivientes. Desde entonces lo incorporó al altar de sus héroes y
> empezó a llevar el escapulario protector que había sido suyo.
>
> Uno de aquellos días atravesó la frontera sin darse cuenta por el
> puente de Arauca, y el capitán colombiano que le registró el morral
> encontró motivos materiales para acusarlo de espía: llevaba una cámara
> fotográfica, una grabadora, papeles secretos, fotos de la región, un
> mapa militar con gráficos y dos pistolas de reglamento. Los documentos
> de identidad, como corresponde a un espía, podían ser falsos. La
> discusión se prolongó por varias horas en una oficina donde el único
> cuadro era un retrato de Bolívar a caballo. “Yo estaba ya casi
> rendido, -me dijo Chávez-, pues mientras más le explicaba menos me
> entendía”. Hasta que se le ocurrió la frase salvadora: “Mire mi
> capitán lo que es la vida: hace apenas un siglo éramos un mismo
> ejército, y ése que nos está mirando desde el cuadro era el jefe de
> nosotros dos. ¿Cómo puedo ser un espía?”. El capitán, conmovido,
> empezó a hablar maravillas de la Gran Colombia, y los dos terminaron
> esa noche bebiendo cerveza de ambos países en una cantina de Arauca. A
> la mañana siguiente, con un dolor de cabeza compartido, el capitán le
> devolvió a Chávez sus enseres de historiador y lo despidió con un
> abrazo en la mitad del puente internacional.
>
> “De esa época me vino la idea concreta de que algo andaba mal en
> Venezuela”, dice Chávez. Lo habían designado en Oriente como
> comandante de un pelotón de trece soldados y un equipo de
> comunicaciones para liquidar los últimos reductos guerrilleros. Una
> noche de grandes lluvias le pidió refugio en el campamento un coronel
> de inteligencia con una patrulla de soldados y unos supuestos
> guerrilleros acabados de capturar, verdosos y en los puros huesos.
> Como a las diez de la noche, cuando Chávez empezaba a dormirse, oyó en
> el cuarto contiguo unos gritos desgarradores. “Era que los soldados
> estaban golpeando a los presos con bates de béisbol envueltos en
> trapos para que no les quedaran marcas”, contó Chávez. Indignado, le
> exigió al coronel que le entregara los presos o se fuera de allí, pues
> no podía aceptar que torturara a nadie en su comando. “Al día
> siguiente me amenazaron con un juicio militar por desobediencia,
> -contó Chávez- pero sólo me mantuvieron por un tiempo en observación”.
>
> Pocos días después tuvo otra experiencia que rebasó las anteriores.
> Estaba comprando carne para su tropa cuando un helicóptero militar
> aterrizó en el patio del cuartel con un cargamento de soldados mal
> heridos en una emboscada guerrillera. Chávez cargó en brazos a un
> soldado que tenía varios balazos en el cuerpo. “No me deje morir, mi
> teniente”… le dijo aterrorizado. Apenas alcanzó a meterlo dentro de un
> carro. Otros siete murieron. Esa noche, desvelado en la hamaca, Chávez
> se preguntaba: “¿Para qué estoy yo aquí? Por un lado campesinos
> vestidos de militares torturaban a campesinos guerrilleros, y por el
> otro lado campesinos guerrilleros mataban a campesinos vestidos de
> verde. A estas alturas, cuando la guerra había terminado, ya no tenía
> sentido disparar un tiro contra nadie”. Y concluyó en el avión que nos
> llevaba a Caracas: “Ahí caí en mi primer conflicto existencial”.
>
> Al día siguiente despertó convencido de que su destino era fundar un
> movimiento. Y lo hizo a los veintitrés años, con un nombre evidente:
> Ejército bolivariano del pueblo de Venezuela. Sus miembros fundadores:
> cinco soldados y él, con su grado de subteniente. “¿Con qué
> finalidad?” le pregunté. Muy sencillo, dijo él: “con la finalidad de
> prepararnos por si pasa algo”. Un año después, ya como oficial
> paracaidista en un batallón blindado de Maracay, empezó a conspirar en
> grande. Pero me aclaró que usaba la palabra conspiración sólo en su
> sentido figurado de convocar voluntades para una tarea común.
>
> Esa era la situación el 17 de diciembre de 1982 cuando ocurrió un
> episodio inesperado que Chávez considera decisivo en su vida. Era ya
> capitán en el segundo regimiento de paracaidistas, y ayudante de
> oficial de inteligencia. Cuando menos lo esperaba, el comandante del
> regimiento, Ángel Manrique, lo comisionó para pronunciar un discurso
> ante mil doscientos hombres entre oficiales y tropa.
>
> A la una de la tarde, reunido ya el batallón en el patio de fútbol, el
> maestro de ceremonias lo anunció. “¿Y el discurso?”, le preguntó el
> comandante del regimiento al verlo subir a la tribuna sin papel. “Yo
> no tengo discurso escrito”, le dijo Chávez. Y empezó a improvisar. Fue
> un discurso breve, inspirado en Bolívar y Martí, pero con una cosecha
> personal sobre la situación de presión e injusticia de América Latina
> transcurridos doscientos años de su independencia. Los oficiales, los
> suyos y los que no lo eran, lo oyeron impasibles. Entre ellos los
> capitanes Felipe Acosta Carle y Jesús Urdaneta Hernández,
> simpatizantes de su movimiento. El comandante de la guarnición, muy
> disgustado, lo recibió con un reproche para ser oído por todos:
>
> “Chávez, usted parece un político”. “Entendido”, le replicó Chávez.
>
> Felipe Acosta, que medía dos metros y no habían logrado someterlo diez
> contendores, se paró de frente al comandante, y le dijo: “Usted está
> equivocado, mi comandante. Chávez no es ningún político. Es un capitán
> de los de ahora, y cuando ustedes oyen lo que él dijo en su discurso
> se mean en los pantalones”.
>
> Entonces el coronel Manrique puso firmes a la tropa, y dijo: “Quiero
> que sepan que lo dicho por el capitán Chávez estaba autorizado por mí.
> Yo le di la orden de que dijera ese discurso, y todo lo que dijo,
> aunque no lo trajo escrito, me lo había contado ayer”. Hizo una pausa
> efectista, y concluyó con una orden terminante: “¡Que eso no salga de
> aquí!”.
>
> Al final del acto, Chávez se fue a trotar con los capitanes Felipe
> Acosta y Jesús Urdaneta hacia el Samán del Guere, a diez kilómetros de
> distancia, y allí repitieron el juramento solemne de Simón Bolívar en
> el monte Aventino. “Al final, claro, le hice un cambio”, me dijo
> Chávez. En lugar de “cuando hayamos roto las cadenas que nos oprimen
> por voluntad del poder español”, dijeron: “Hasta que no rompamos las
> cadenas que nos oprimen y oprimen al pueblo por voluntad de los
> poderosos”.
>
> Desde entonces, todos los oficiales que se incorporaban al movimiento
> secreto tenían que hacer ese juramento. La última vez fue durante la
> campaña electoral ante cien mil personas. Durante años hicieron
> congresos clandestinos cada vez más numerosos, con representantes
> militares de todo el país. “Durante dos días hacíamos reuniones en
> lugares escondidos, estudiando la situación del país, haciendo
> análisis, contactos con grupos civiles, amigos. “En diez años -me dijo
> Chávez- llegamos a hacer cinco congresos sin ser descubiertos”.
>
> A estas alturas del diálogo, el Presidente rió con malicia, y reveló
> con una sonrisa de malicia: “Bueno, siempre hemos dicho que los
> primeros éramos tres. Pero ya podemos decir que en realidad había un
> cuarto hombre, cuya identidad ocultamos siempre para protegerlo, pues
> no fue descubierto el 4 de febrero y quedó activo en el Ejército y
> alcanzó el grado de coronel. Pero estamos en 1999 y ya podemos revelar
> que ese cuarto hombre está aquí con nosotros en este avión”. Señaló
> con el índice al cuarto hombre en un sillón apartado, y dijo: “¡El
> coronel Badull!”.
>
> De acuerdo con la idea que el comandante Chávez tiene de su vida, el
> acontecimiento culminante fue El Caracazo, la sublevación popular que
> devastó a Caracas. Solía repetir: “Napoleón dijo que una batalla se
> decide en un segundo de inspiración del estratega”. A partir de ese
> pensamiento, Chávez desarrolló tres conceptos: uno, la hora histórica.
> El otro, el minuto estratégico. Y por fin, el segundo táctico.
> “Estábamos inquietos porque no queríamos irnos del Ejército”, decía
> Chávez. “Habíamos formado un movimiento, pero no teníamos claro para
> qué”. Sin embargo, el drama tremendo fue que lo que iba a ocurrir
> ocurrió y no estaban preparados. “Es decir -concluyó Chávez- que nos
> sorprendió el minuto estratégico”.
>
> Se refería, desde luego, a la asonada popular del 27 de febrero de
> 1989: El Caracazo. Uno de los más sorprendidos fue él mismo. Carlos
> Andrés Pérez acababa de asumir la presidencia con una votación
> caudalosa y era inconcebible que en veinte días sucediera algo tan
> grave. “Yo iba a la universidad a un postgrado, la noche del 27, y
> entro en el fuerte Tiuna en busca de un amigo que me echara un poco de
> gasolina para llegar a la casa”, me contó Chávez minutos antes de
> aterrizar en Caracas. “Entonces veo que están sacando las tropas, y le
> pregunto a un coronel: ¿Para dónde van todos esos soldados? Porque que
> sacaban los de Logística que no están entrenados para el combate, ni
> menos para el combate en localidades. Eran reclutas asustados por el
> mismo fusil que llevaban. Así que le pregunto al coronel: ¿Para dónde
> va ese pocotón de gente? Y el coronel me dice: A la calle, a la calle.
> La orden que dieron fue esa: hay que parar la vaina como sea, y aquí
> vamos. Dios mío, ¿pero qué orden les dieron? Bueno Chávez, me contesta
> el coronel: la orden es que hay que parar esta vaina como sea. Y yo le
> digo: Pero mi coronel, usted se imagina lo que puede pasar. Y él me
> dice: Bueno, Chávez, es una orden y ya no hay nada qué hacer. Que sea
> lo que Dios quiera”.
>
> Chávez dice que también él iba con mucha fiebre por un ataque de
> rubéola, y cuando encendió su carro vio un soldadito que venía
> corriendo con el casco caído, el fusil guindando y la munición
> desparramada. “Y entonces me paro y lo llamo”, dijo Chávez. “Y él se
> monta, todo nervioso, sudado, un muchachito de 18 años. Y yo le
> pregunto: Ajá, ¿y para dónde vas tú corriendo así? No, dijo él, es que
> me dejó el pelotón, y allí va mi teniente en el camión. Lléveme, mi
> mayor, lléveme. Y yo alcanzo el camión y le pregunto al que los lleva:
> ¿Para dónde van? Y él me dice: Yo no sé nada. Quién va a saber,
> imagínese”. Chávez toma aire y casi grita ahogándose en la angustia de
> aquella noche terrible: “Tú sabes, a los soldados tú los mandas para
> la calle, asustados, con un fusil, y quinientos cartuchos, y se los
> gastan todos. Barrían las calles a bala, barrían los cerros, los
> barrios populares. ¡Fue un desastre! Así fue: miles, y entre ellos
> Felipe Acosta”. “Y el instinto me dice que lo mandaron a matar”, dice
> Chávez. “Fue el minuto que esperábamos para actuar”. Dicho y hecho:
> desde aquel momento empezó a fraguarse el golpe que fracasó tres años
> después.
>
> El avión aterrizó en Caracas a las tres de la mañana. Vi por la
> ventanilla la ciénaga de luces de aquella ciudad inolvidable donde
> viví tres años cruciales de Venezuela que lo fueron también para mi
> vida. El presidente se despidió con su abrazo caribe y una invitación
> implícita: “Nos vemos aquí el 2 de febrero”. Mientras se alejaba entre
> sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me
> estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto
> con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía
> la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que
> podía pasar a la historia como un déspota más.
>
> Centro documental Jorge Abelardo Ramos
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