Diez preguntas a Vincent Geisser, politólogo y sociólogo especializado en el sistema político tunecino
El Kasbah
Traducción Susana Merino. |
Vincent Geisser, politólogo y sociólogo, especializado, entre otras cosas, en el sistema político tunecino antes y después de la caída del régimen de Ben Ali, ha aceptado la invitación de El Kasbah a responder a las preguntas que se le han formulado. Le agradecemos que haya querido participar de este juego y el tiempo que dedicó a preparar sus respuestas.
En una de sus entrevistas más recientes usted expresó que “Túnez está sufriendo una depresión luego de la revolución” ¿podría desarrollar un poco más esa idea?¿ Cómo puede Túnez enfrentar esa depresión?
Muchos llegan hasta afirmar “¡antes estábamos mejor!”, no tanto por ser nostálgicos del antiguo régimen sino porque tienen la impresión de que los nuevos gobernantes han traicionado los ideales de la Revolución del 14 de enero.
Cuando uno sondea hoy en día la opinión pública tunecina, lo que impresiona de entrada es el pesimismo, incluso el catastrofismo. Se tiene a veces la impresión de que el cielo se les ha venido encima, aunque, incluos a pesar de las graves dificultades sociales y económicas, la situación en el interior de Túnez es mejor que la de la mayor parte de los países de la región que también sufren tensiones.
Pensemos en la situación de Libia, Egipto, Yemen o Siria, que está viviendo una casi guerra civil que provoca diariamente decenas de víctimas. Pero esto es lo común en todas las transiciones postrevolucionarias, la exacerbación de las inquietudes, los miedos y las diferencias que estaban “bajo la alfombra” de la dictadura y que ahora se proclaman públicamente.
De allí la urgencia, me parece, hoy en día de crear instancias de diálogo en las que los tunecinos, más allá de sus diferencias políticas, filosóficas, religiosas, puedan discutir sobre el futuro de su país y sobre las reformas que hay que realizar para consolidar el proceso democrático. Ahora bien, es forzoso comprobar que en Túnez faltan estas “instancias de diálogo”.
¿No existe el riesgo de que si esta depresión se prolonga por mucho tiempo se produzca en los tunecinos una desmotivación y una pérdida de confianza en la cosa política? ¿O acaso será más fuerte la necesidad que sienten los tunecinos de recuperar años de silencio?
Es cierto que actualmente los tunecinos han perdido todo entusiasmo por la “cosa política” hasta el punto de caer en un discurso nihilista. Pero este no es un problema del presente. Es también el resultado diferido del trabajo de despolitización sistemática llevado a cabo por la dictadura del partido único durante más de cincuenta años.
Se llega así a una situación paradójica: la gran mayoría de los tunecinos elogia las virtudes de la democracia y del pluralismo político, pero continúa funcionando con los mismos viejos reflejos de los tiempos de la dictadura.
La cultura democrática no se construye en un solo día. Por ello, la salida de la situación de silencio y de vacío político impuesta por la dictadura se hace a través de caminos tortuosos en los que las aspiraciones democráticas se mezclan con la cultura de la desconfianza hacia la política inculcada por la dictadura. De allí que reine el rumor y que se esperen soluciones radicales y providenciales.
Es cierto que la situación actual refleja la voluntad popular de “recuperar la democracia”, pero con una gran confusión en materia de orientaciones políticas.
Las muchas reservas, para no decir más, que tienen los tunecinos sobre la situación actual ¿se deben al descubrimiento de los problemas anteriormente ocultados por el sistema o a la decepción frente a los resultados inmediatos de la Revolución (muy por debajo de las expectativas del pueblo) o a la imprecisión de la agenda política?
No debemos engañarnos. El problema social estuvo en el corazón del 14 de enero y fue su principal fermento. Además del desajuste que usted menciona existe entre los pioneros de la Revolución (me refiero a los habitantes de las zonas siniestradas que el régimen de Ben Ali llamaba las “zonas de sombra”) una gran expectativa sobre las reformas en materia social y económica.
Ahora bien, desde este punto de vista el gobierno actual se encuentra en un relativo punto muerto: Es cierto que se ha enfrentado a un triste balance, o sea, a una política de tráfico sistemático de los datos económicos por parte del régimen de Ben Ali, pero también a la situación de crisis mundial. De modo que su margen de maniobra es más bien reducido. Pero también tiene una gran responsabilidad al no haber tenido una visión clara de las reformas que había que realizar, con lo que dio prueba de cierto amateurismo en este terreno.
Los tunecinos que se rebelaron en diciembre 2010-enero 2011 no quieren simplemente una democracia política “teórica”, también aspiran a una democracia social “real”.
¿Qué piensa usted del impacto en el sentimiento general de los tunecinos de la emergencia de esta idea cada vez más extendida que, por encima de las dificultades actuales, condena a Ben Ali pero elogia un cierto “benalismo” (orden, seguridad, economía, visibilidad,etc)?
Sí, pienso que la gran mayoría de los sociólogos y los politólogos (mea culpa porque yo también formo parte de ellos) han subestimado completamente los soportes del benalismo. En un afán de la claridad y para evitar malos entendidos, sintetizo mi idea: bajo la dictadura de Ben Ali, algunos sectores de la población se beneficiaron directa o indirectamente de la política de orden y de domesticación de los asalariados y trabajadores tunecinos.
Si bien detestaban al personaje Ben Alí y a su familia política (el clan Trabelsi) y denunciaban la corrupción ostensible, se aprovechaban ampliamente del sistema y de algún modo eran los clientes del benalismo.
Es precisamente en esta parte de la población (los antiguos clientes del régimen autoritario) donde hoy se encuentran “los nostálgicos del benalismo sin Ben Alí” que desean la llegada de un líder providencial que vendría a devolver el orden al país y a proseguir la política de domesticación de la población.
Desde ese punto de vista, se puede comparar Túnez con la España de después de Franco: el franquismo sobrevivió a la muerte física del dictador como el benalismo sobrevive al exilio del tirano.
¿Cree usted que Túnez dispone de los recursos suficientes para adaptarse a la existencia de una “nueva opinión publica” y para construir nuevas formas de gobernanza adaptadas a la sociedad de nuestro tiempo? ¿Acaso el sistema de gobernanza política basada en la moderna democracia europea puede sobrevivir frente a la crisis económica que difícilmente puede ser tratada con un sistema de alternancia “izquierda-derecha”?
Siendo el primero en realizar una revolución democrática, el pueblo tunecino ha despertado una esperanza política en el conjunto del mundo árabe. Hoy en día esta audacia revolucionaria tiende a banalizarse y a normalizarse. Los actuales gobiernos, pero también sus opositores, pecan de falta de imaginación política. Tienen tendencia a dejarse deslizar dentro del traje de la gobernanza democrática, tal como ha sido diseñado por las ONG internacionales y los prestamistas de fondos del tipo FMI y Banco Mundial.
Ahora bien, tengo la íntima convicción de que Túnez debe continuar asumiendo plenamente su estatuto de pionero de las revoluciones árabes sentando las bases de una forma democrática de gobierno que convoque a los pueblos árabes pero también a todos los pueblos del mundo, que desde Madrid a Atenas, pasando por Nueva York, Rabat y Jerusalén aspiran a “otra cosa”. Yo no creo en el “modelo” y por eso no hablaré del “modelo tunecino”.
Por otra parte, esta expresión “modelo tunecino “ ha sido totalmente desvirtuada por la dictadura de Ben Ali que se presentaba gustosa como el “modelo árabe y africano” de realización económica. De todas maneras, Túnez puede convertirse en este lugar de reflexión y de maduración de una democracia política y social que no se esté sometida solamente a los intereses del mercado. Es necesario que aproveche esta oportunidad.
¿El riesgo del autoritarismo se ha descartado por mucho tiempo en Túnez?
La comparación con América Latina y los antiguos regímenes “socialistas” de Europa oriental nos enseñan que las transiciones democráticas no son procesos lineales sino períodos turbulentos. Túnez está atravesando precisamente en estos momentos una zona de turbulencia.
No creo en la vuelta del antiguo régimen (la dictadura del PSD o del RCD), pero tampoco se puede descartar la hipótesis de un autoritarismo democrático o de una democracia autoritaria con un partido dominante y hegemónico a la cabeza.
Por tales razones, la reforma política (las instituciones representativas) puede correr el riesgo de fracasar si no va acompañadas por una reforma radical (no tengamos miedo de las palabras) de las instituciones de seguridad y judiciales. No se construye una democracia sobre una sociedad podrida.
¿Cuál es el balance que usted hace luego de un año de experiencia del Ennahdha en el poder (democracia, derechos y libertades, economía y sociedad)? ¿De la dinámica del poder al seno de la Troika? Y, en su opinión, ¿continuará esta coalición de partidos laicos e islámicas luego de las próximas elecciones?
La formación de la Troika ha despertado la esperanza de superar definitivamente la bipolarización laicos/islamistas heredada y largamente instrumentalizada por la dictadura de Ben Ali.
Recordemos que una parte de la izquierda tunecina perdió su alma en 1990/91 aliándose a la dictadura en nombre de la sagrada unión contra la amenaza islámica. Cerró los ojos ante los atentados contra la libertad, ante la tortura y la represión en todos los espacios democráticos.
Se tiene hoy en día la impresión de que “aquella izquierda” no sacó enseñanzas del pasado y que continúa anteponiendo el anti-islamismo primario como principal vector de movilización.
En mi opinión, es un error político y estratégico. Con ese discurso “de anti” no logrará reconquistar al electorado popular. La crítica de los gobernantes islámicos es sana y útil, pero debe articularse a un programa de reformas democráticas que rompa definitivamente con los viejos fantasmas de la dictadura.
El anti-islamismo primario no puede servir como programa político de una izquierda falta de imaginación.
Si la izquierda tunecina quiere tener éxito en su transición democrática debe pasar de la cultura del enemigo interno (el anti-islamismo heredado del benalismo) a la del adversario político (oponerse en el marco de un campo político democrático).
¿Cuál es a su criterio la alternativa más seria a Ennahdha, a la coalición si se produjera?
Seria, no lo sé. Pero no resulta inconcebible en términos de hipótesis creíble que una coalición que juegue simultáneamente con los miedos del futuro y a una cierta nostalgia por el antiguo orden pueda representar un serio rival del partido Ennahdha. Repito, no creo en la vuelta del antiguo régimen.
Desde ese punto de vista, no creo que Nida Tounes conforme un “RCD de aspecto democrático”. Definiría de antemano a este tipo de organización política como un partido heterogéneo y atrapatodo, que une a antiguos elementos de la dictadura con políticos oportunistas que quiere aprovecharse de la transición democrática para hacer carrera.
Nida Tounes me recuerda al Partido Popular español (actualmente un gran partido de la derecha que gobierna en Madrid) nacido de las cenizas del franquismo y que incorporó nuevos miembros surgidos de las corrientes liberales.
En este sentido, constituye un “serio” competidor de la actual coalición porque es capaz de mantener un discurso populista y que une, el cual seduce a una parte del electorado tunecino angustiado por un incierto futuro.Se trata de un neo-bourguibismo y de un neo-benalismo pero que se inscribe en un horizonte democrático en el sentido de que ha tomado nota del nuevo rumbo de la política tunecina.
¿Cómo analiza usted estas tensas relaciones entre los partidos políticos? ¿Una simple rivalidad por el poder? ¿O disensiones reales sobre el fondo, sobre todo ideológico y social, que pueden bloquear el proceso?
Es un tema complejo porque es difícil distinguir entre lo que constituyen las profundas creencias de los actores políticos y las formas de instrumentalización política “del momento”. Yo diría que las tensiones contienen ambos registros.
Hay en Túnez una corriente estatista, laica y constitucionalista, que considera al islamismo no solo como una amenaza para el excepcionalismo tunecino sino también como “importada del extranjero”. Esta corriente, equivocada o no, nunca ha admitido que el islamismo tipo Ennahdha es un producto de la sociedad tunecina, o por lo menos, de parte de la sociedad local y que no es menos tunecina que las demás.
En el lado opuesto, siempre existió en Túnez una corriente “islamizante” más ligada a la identidad árabo–musulmana del país, que se manifestó históricamente en el Yousefismo (de Salah Ben Youssef), en algunas franjas del Neo-Detour (islamodestourismo) y más recientemente en el islamismo reformista, como en el Movimiento Reformista de Tendencia Islámica (MTI) convertido en 1989 en el partido Ennhadha.
Pero siempre ha habido puentes y espacios de diálogo entre estas dos corrientes históricas del campo político tunecino. La Liga tunecina de los Derechos Humanos (LTDH) ha representado justamente uno de esos lugares donde las dos corrientes han podido existir pacíficamente y encontrar espacios de entendimiento y de luchas comunes. Por lo tanto, la bipolarización ideológica no constituye una fatalidad.
Lamentablemente, en estos tiempos algunos aprendices de brujo en ambos campos (islámico y laico) insisten en los fantasmas y en el cliché de la guerra de las civilizaciones para hacernos cree que esas dos corrientes no pueden dialogar porque serían filosófica y políticamente incompatibles. Algunos políticos oportunistas hacen carrera del miedo al Otro: miedo a los islamistas en la corriente laica, miedo a los modernistas en la corriente islámica.
Lo que falta actualmente en Túnez son espacios de diálogo que permitan romper el círculo de la ansiedad, fundado en la falsa idea de que habría “dos Túnez”, uno progresista y otro islamista. Los partidarios del diálogo son actualmente marginados y percibidos por sus respectivos espacios como “tibios” o, peor aún, como “traidores”.
Ahora bien, solo una sociedad civil fuerte que supere esta visión maniquea de los retos nacionales permitiría consolidar el proceso de transición política y lograr pasar con éxito del régimen dictatorial al de la democracia.
En septiembre, justo después del incidente en la embajada de los EE.UU., usted declaró que Ennhadha se estaba “salafisando” y que trataba de proteger a los salafistas, y que corre el riesgo de perder su alma. Algunos mese más tarde, con el cambio de tono de Ennhadha respecto a ciertos grupos salafistas ¿sigue usted haciendo el mismo análisis acerca de la dinámica de la relación entre el partido islamista y los grupos salafistas en Túnez?
Con relación a la “salafización” de Ennahdha yo entiendo dos fenómenos bien diferentes.
Por un lado, el hecho de que algunas corrientes del partido islamista son políticamente y filosóficamente afines al salafismo: se trata de salafistas en cierto modo ennahdhaistas.
Por otra parte, el hecho de que por electoralismo y también por populismo Ennahdha ha tratado desde hace tiempo de albergar a los salafistas, a la manera de la derecha francesa (UMP) que halaga a un sector electoral de la extrema derecha.
Por lo tanto, he empleado la expresión “salafización” de Ennahdha en ambos sentidos. Sin embargo, contrariamente a lo que dicen algunos polemistas, Ennahdha no es un partido salafista. Incuso diría que Rached Ghannouchi siempre combatió políticamente a los salafistas cuando estaba en el exilio en Londres por razones doctrinarias e ideológicas.
Esto es aún más cierto respecto al salafismo de tendencia jihadista: el movimiento Ennahdha luego del atentado del 11 de setiembre de 2001 no dejó de hacer llamados a la juventud tunecina para que no cayera en la radicalización y el jihadismo.
Actualmente el partido Ennahdha está en una encrucijada: la opción reformista del tipo AKP turco o la oposición populista e identitaria. Si Ennahdha no clarifica su posición y su mensaje hacia los ciudadanos tunecinos, el partido corre el riesgo de explotar a medio plazo o de replegarse hacia un islamismo anquilosado tipo Erbakan (rival del Erdogan en Turquía).
¿Cuál es su balance de los que ha hecho Moncef Marzouki como presidente de la República? ¿Qué papel podría aún seguir desempeñando en la próxima fase de transición?
Estoy sorprendido por la virulencia que muestra cierta oposición hacia Moncef Marzouki. Algunos lo arrastran por el fango presentándolo como un “tartour”*. ¿Un “tartour”? Se olvidan de que Moncef Marzouki es en primer lugar un resistente. Se trata de una de las pocas personalidades públicas tunecinas que osó oponerse radicalmente a la dictadura de Ben Ali, rechazando toda clase de compromisos. Jamás cambio su honor por los honores del sistema Ben Ali.
En el lado opuesto, muchos de sus actuales detractores se comprometían con el antiguo régimen, incluso colaboraron activamente. Uno no puede estar de acuerdo con su línea política y criticar a Moncef Marzouki (es deseable que en una democracia se critique al presidente de la República) pero de allí a ensuciarlo como lo hacen algunos... Es algo que me choca personalmente. Yo soy nieto de resistentes franceses y aún no apreciando el lado ultraconservador del Gaullismo, respeto la figura del resistente General De Gaulle. El respeto al adversario es un valor central de la democracia.
Pero es cierto que Moncef Marzouki ha elegido entrar en la arena política y participar en el combate de las fieras dejando de lado temporalmente su uniforme de defensor de los derechos humanos. Hizo esa elección y debe asumirla. A veces pienso que Moncef Marzouki hubiera podido elegir una tranquila jubilación manteniendo la imagen de una de las figuras emblemáticas de la resistencia democrática, una especie de Nelson Mandela tunecino.
Está claro que su actual compromiso político contribuye a banalizar o a trivializar su imagen pública. No sé cual será su porvenir político. Pero al menos sé una cosa: Moncef Marzouki permanecerá en la memoria de los tunecinos como uno de los iconos de la resistencia democrática al benalismo, mientras que la gran mayoría de los actuales líderes políticos que, sin embargo gritan alto y fuerte, permanecían absolutamente en silencio durante el régimen autoritario.
A veces me planteo que Moncef Marzouki debería retomar su bastón de “peregrino de los derechos humanos” y viajar por el mundo entero llevando la buena palabra de la democracia tunecina. Es lo que hizo Mandela al dejar el poder a sus lugartenientes.
Si hubiera una idea, una frase, un consejo a los tunecinos para comprende mejor esta transición ¿Cuál sería?
Una palabra más que una frase: DIÁLOGO.
*”Insignificante o decorativo” en árabe tunecino. (N. de la T.)
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